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Fiesta de la Santísima Trinidad A - El demonio

¡Señor, Señor! ¡Dios misericordioso y clemente; paciente, rico en bondad y fiel!
Éxodo 34:6


Un día, le dije a un amigo, la Iglesia es buena onda.  Me contestó, sólo a veces.  Era su percepción.  Me dejó pensando.  Debería ser siempre.  Si la comunidad de amor fraterno en Cristo es percibida como mala onda, la única explicación es que se coló el chamuco. 

De eso, estoy cada día más convencido.  El demonio tiene un largo y exitoso prontuario de infiltración en las filas de la Santa Madre, procurando disonancia diabólica en la comunidad que debería dar testimonio de la armonía trinitaria.  Los apóstoles fueron enviados para anunciar la buena onda de Dios misericordioso, clemente y fiel.  Muchas veces, no se nota.
El pueblo busca el demonio en las cosas exóticas. Aquí en el hospital regional, prohibieron la entrada de los pastores evangélicos en el área de psiquiatría.  Iban a puro hablar de Lucifer, y provocaban crisis en los pacientes.  Algunos pastores insisten que el demonio es la Iglesia Católica y, por eso, su objetivo en la vida es acabar con ella.  Creo que es más marketing que teología.  Por miedo, la gente coloca más dinero en la colecta. 

Entre católicos, el morbo desvía la religiosidad sincera a las manifestaciones truculentas de la imaginación popular.  La gente no quiere saber del amor incondicional de Dios, ni de la solidaridad con los necesitados.  Quiere saber de los vampiros y exorcismos.  Pero eso es espectáculo no más, para las películas de terror.  El proyecto de Dios en el mundo real se ve debilitado, no por exóticos seres sulfurosos, sino por la mala onda entre los fieles. 

Los enemigos de la fe retratan la Iglesia como un complot internacional milenario para acumular poder, enriquecerse y someter a la gente sencilla.  Desde el imperio romano, existen afuerinos que persiguen, calumnian y descalifican a los misioneros de la buena noticia.  Sin embargo, lo peor no viene de fuera.  Está instalado aquí mismo, como si estuviera en su casa. 
                Dios es compasivo, paciente y bondadoso; sin embargo, sus ministros son exigentes, impacientes y despreciativos.  Dios es sincero, humilde y confiable; pero sus apóstoles son ambiciosos, altaneros y traicioneros.  Dios es padre, hermano y amigo; no obstante, sus discípulos son autoritarios, moralizantes y elitistas.  Los fariseos perjudican la misión más que los ateos.  Los falsos profetas hacen más daño al Reino que los enemigos declarados. 

Burócratas mesiánicos imponen cargas pesadas.  Fabrican requisitos y exigencias que nunca existieron.  Están convencidos de que el mundo va de mal en peor, y sólo ellos están cumpliendo lo que Jesucristo quiso imponer al mundo. 

Para sorpresa de algunos, Jesús no impuso nada a nadie.  Jesús enseñó con paciencia y simpatía.  Jesús escuchó y comprendió.  Invitó al banquete.  Jesús sanó a los enfermos, alimentó a los hambrientos e incluyó a los excluidos.  Jesús no vino a condenar al mundo, sino a salvarlo. 

Hay falsos cristianos que retratan al Hijo del Dios como policía enviado para exigir orden, como sea.  Insisten que Jesús se encarnó para reprimir los impulsos, prohibir los pensamientos y apagar la música fuerte.  No hay indicios de eso en el evangelio.  El Maestro estaba mucho más preocupado por los avaros que dejaban a los pobres sin comer.  El perdón era fundamental en su proyecto; el orden y la perfección formal no aparecen.

Por su devoción, el discípulo sincero se vuelve auto-exigente.  Le urge el testimonio de la buena noticia.  Pero su radicalidad nace de su amor.  La devoción es libre; no se decreta por la fuerza.  Quien cumple obligado aparenta un fervor que es falso.  Eso no es cristianismo, sino fascismo.  La coacción no tiene lugar en un programa pastoral. 

Un joven se quiere casar con su novia en la única Iglesia que conoce desde pequeño.  Por su pobreza, trabaja.  Por su trabajo, no se ha confirmado.  Porque no se ha confirmado, le dicen que no puede casarse.  ¿Qué haría Cristo?  El Código de Derecho Canónico declara que los fieles tienen derecho a los sacramentos, y que cualquier acto administrativo que lesiona ese derecho queda nulo.  Pero los fieles no saben eso, y creen que Dios les ha excluido.  Después, no le dejan bautizar a su hijo, porque no es casado por la iglesia.  El demonio, gente, está instalado en la administración parroquial, con sonrisa y un puño de hierro. 

No faltan los que creen hacer un favor a Dios cuando persiguen a los sencillos con su programa moralizante, despreciativo y autoritario.  Pero existe la Iglesia buena onda.  Para defendernos del chamuco infiltrado, cada cristiano, ministro y apóstol podría plantearse la pregunta, si sus acciones salvan, o condenan; si sus palabras invitan, o juzgan; si sus actitudes son compasivas, o arrogantes.  Así, podemos recuperar el testimonio auténtico del Rostro Trinitario; del Dios clemente, paciente y fiel.

Nathan Stone sj

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