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XLIX JORNADA MUNDIAL DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES


MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
PARA LA XLIX JORNADA MUNDIAL
DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES

Comunicar la familia: 
ambiente privilegiado del encuentro en la gratuidad del amor



El tema de la familia está en el centro de una profunda reflexión eclesial y de un proceso sinodal que prevé dos sínodos, uno extraordinario –apenas celebrado– y otro ordinario, convocado para el próximo mes de octubre. En este contexto, he considerado oportuno que el tema de la próxima Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales tuviera como punto de referencia la familia. En efecto, la familia es el primer lugar donde aprendemos a comunicar. Volver a este momento originario nos puede ayudar, tanto a comunicar de modo más auténtico y humano, como a observar la familia desde un nuevo punto de vista.

Podemos dejarnos inspirar por el episodio evangélico de la visita de María a Isabel (cf. Lc 1,39-56). «En cuanto Isabel oyó el saludo de María, la criatura saltó en su vientre, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó a voz en grito: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!”» (vv. 41-42).

Este episodio nos muestra ante todo la comunicación como un diálogo que se entrelaza con el lenguaje del cuerpo. En efecto, la primera respuesta al saludo de María la da el niño saltando gozosamente en el vientre de Isabel. Exultar por la alegría del encuentro es, en cierto sentido, el arquetipo y el símbolo de cualquier otra comunicación que aprendemos incluso antes de venir al mundo. El seno materno que nos acoge es la primera «escuela» de comunicación, hecha de escucha y de contacto corpóreo, donde comenzamos a familiarizarnos con el mundo externo en un ambiente protegido y con el sonido tranquilizador del palpitar del corazón de la mamá. Este encuentro entre dos seres a la vez tan íntimos, aunque todavía tan extraños uno de otro, es un encuentro lleno de promesas, es nuestra primera experiencia de comunicación. Y es una experiencia que nos acomuna a todos, porque todos nosotros hemos nacido de una madre.

Después de llegar al mundo, permanecemos en un «seno», que es la familia. Un seno hecho de personas diversas en relación; la familia es el «lugar donde se aprende a convivir en la diferencia» (Exort. ap. Evangelii gaudium, 66): diferencias de géneros y de generaciones, que comunican antes que nada porque se acogen mutuamente, porque entre ellos existe un vínculo. Y cuanto más amplio es el abanico de estas relaciones y más diversas son las edades, más rico es nuestro ambiente de vida. Es el vínculo el que fundamenta la palabra, que a su vez fortalece el vínculo. Nosotros no inventamos las palabras: las podemos usar porque las hemos recibido. En la familia se aprende a hablar la lengua materna, es decir, la lengua de nuestros antepasados (cf. 2 M 7,25.27). En la familia se percibe que otros nos han precedido, y nos han puesto en condiciones de existir y de poder, también nosotros, generar vida y hacer algo bueno y hermoso. Podemos dar porque hemos recibido, y este círculo virtuoso está en el corazón de la capacidad de la familia de comunicarse y de comunicar; y, más en general, es el paradigma de toda comunicación.

La experiencia del vínculo que nos «precede» hace que la familia sea también el contexto en el que se transmite esa forma fundamental de comunicación que es la oración. Cuando la mamá y el papá acuestan para dormir a sus niños recién nacidos, a menudo los confían a Dios para que vele por ellos; y cuando los niños son un poco más mayores, recitan junto a ellos oraciones simples, recordando con afecto a otras personas: a los abuelos y otros familiares, a los enfermos y los que sufren, a todos aquellos que más necesitan de la ayuda de Dios. Así, la mayor parte de nosotros ha aprendido en la familia la dimensión religiosa de la comunicación, que en el cristianismo está impregnada de amor, el amor de Dios que se nos da y que nosotros ofrecemos a los demás.

Lo que nos hace entender en la familia lo que es verdaderamente la comunicación como descubrimiento y construcción de proximidad es la capacidad de abrazarse, sostenerse, acompañarse, descifrar las miradas y los silencios, reír y llorar juntos, entre personas que no se han elegido y que, sin embargo, son tan importantes las unas para las otras. Reducir las distancias, saliendo los unos al encuentro de los otros y acogiéndose, es motivo de gratitud y alegría: del saludo de María y del salto del niño brota la bendición de Isabel, a la que sigue el bellísimo canto del Magnificat, en el que María alaba el plan de amor de Dios sobre ella y su pueblo. De un «sí» pronunciado con fe, surgen consecuencias que van mucho más allá de nosotros mismos y se expanden por el mundo. «Visitar» comporta abrir las puertas, no encerrarse en uno mismo, salir, ir hacia el otro. También la familia está viva si respira abriéndose más allá de sí misma, y las familias que hacen esto pueden comunicar su mensaje de vida y de comunión, pueden dar consuelo y esperanza a las familias más heridas, y hacer crecer la Iglesia misma, que es familia de familias.

La familia es, más que ningún otro, el lugar en el que, viviendo juntos la cotidianidad, se experimentan los límites propios y ajenos, los pequeños y grandes problemas de la convivencia, del ponerse de acuerdo. No existe la familia perfecta, pero no hay que tener miedo a la imperfección, a la fragilidad, ni siquiera a los conflictos; hay que aprender a afrontarlos de manera constructiva. Por eso, la familia en la que, con los propios límites y pecados, todos se quieren, se convierte en una escuela de perdón. El perdón es una dinámica de comunicación: una comunicación que se desgasta, se rompe y que, mediante el arrepentimiento expresado y acogido, se puede reanudar y acrecentar. Un niño que aprende en la familia a escuchar a los demás, a hablar de modo respetuoso, expresando su propio punto de vista sin negar el de los demás, será un constructor de diálogo y reconciliación en la sociedad.

A propósito de límites y comunicación, tienen mucho que enseñarnos las familias con hijos afectados por una o más discapacidades. El déficit en el movimiento, los sentidos o el intelecto supone siempre una tentación de encerrarse; pero puede convertirse, gracias al amor de los padres, de los hermanos y de otras personas amigas, en un estímulo para abrirse, compartir, comunicar de modo inclusivo; y puede ayudar a la escuela, la parroquia, las asociaciones, a que sean más acogedoras con todos, a que no excluyan a nadie.

Además, en un mundo donde tan a menudo se maldice, se habla mal, se siembra cizaña, se contamina nuestro ambiente humano con las habladurías, la familia puede ser una escuela de comunicación como bendición. Y esto también allí donde parece que prevalece inevitablemente el odio y la violencia, cuando las familias están separadas entre ellas por muros de piedra o por los muros no menos impenetrables del prejuicio y del resentimiento, cuando parece que hay buenas razones para decir «ahora basta»; el único modo para romper la espiral del mal, para testimoniar que el bien es siempre posible, para educar a los hijos en la fraternidad, es en realidad bendecir en lugar de maldecir, visitar en vez de rechazar, acoger en lugar de combatir.

Hoy, los medios de comunicación más modernos, que son irrenunciables sobre todo para los más jóvenes, pueden tanto obstaculizar como ayudar a la comunicación en la familia y entre familias. La pueden obstaculizar si se convierten en un modo de sustraerse a la escucha, de aislarse de la presencia de los otros, de saturar cualquier momento de silencio y de espera, olvidando que «el silencio es parte integrante de la comunicación y sin él no existen palabras con densidad de contenido» (Benedicto XVI, Mensaje para la XLVI Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, 24 enero 2012). La pueden favorecer si ayudan a contar y compartir, a permanecer en contacto con quienes están lejos, a agradecer y a pedir perdón, a hacer posible una y otra vez el encuentro. Redescubriendo cotidianamente este centro vital que es el encuentro, este «inicio vivo», sabremos orientar nuestra relación con las tecnologías, en lugar de ser guiados por ellas. También en este campo, los padres son los primeros educadores. Pero no hay que dejarlos solos; la comunidad cristiana está llamada a ayudarles para vivir en el mundo de la comunicación según los criterios de la dignidad de la persona humana y del bien común.

El desafío que hoy se nos propone es, por tanto, volver a aprender a narrar, no simplemente a producir y consumir información. Esta es la dirección hacia la que nos empujan los potentes y valiosos medios de la comunicación contemporánea. La información es importante pero no basta, porque a menudo simplifica, contrapone las diferencias y las visiones distintas, invitando a ponerse de una u otra parte, en lugar de favorecer una visión de conjunto.

La familia, en conclusión, no es un campo en el que se comunican opiniones, o un terreno en el que se combaten batallas ideológicas, sino un ambiente en el que se aprende a comunicar en la proximidad y un sujeto que comunica, una «comunidad comunicante». Una comunidad que sabe acompañar, festejar y fructificar. En este sentido, es posible restablecer una mirada capaz de reconocer que la familia sigue siendo un gran recurso, y no sólo un problema o una institución en crisis. Los medios de comunicación tienden en ocasiones a presentar la familia como si fuera un modelo abstracto que hay que defender o atacar, en lugar de una realidad concreta que se ha de vivir; o como si fuera una ideología de uno contra la de algún otro, en lugar del espacio donde todos aprendemos lo que significa comunicar en el amor recibido y entregado. Narrar significa más bien comprender que nuestras vidas están entrelazadas en una trama unitaria, que las voces son múltiples y que cada una es insustituible.

La familia más hermosa, protagonista y no problema, es la que sabe comunicar, partiendo del testimonio, la belleza y la riqueza de la relación entre hombre y mujer, y entre padres e hijos. No luchamos para defender el pasado, sino que trabajamos con paciencia y confianza, en todos los ambientes en que vivimos cotidianamente, para construir el futuro.

Vaticano, 23 de enero de 2015

Vigilia de la fiesta de San Francisco de Sales.

Francisco

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XXVI Dom T.O. A - Prostitutas y cobradores de impuestos


Les aseguro que los publicanos y las prostitutas llegan antes que ustedes al Reino de Dios. 
Mt 21:31


En toda parroquia, movimiento y comunidad cristiana, existe una comitiva que se ha auto-designado la tarea de vigilar por la pureza, el orden y el respeto.  Son los dueños de las llaves.  Sólo ellos saben abrir y cerrar.  Son los primeros en llegar y los últimos en retirarse. Rezan de pie delante del altar, dando gloria a Dios con las manos levantadas.  Tienen su puesto fijo en la primera fila.  Muchos son ministros, catequistas y cantores.  Se ofrecen para todo y pasan todo el día en la iglesia.  Asumen toda responsabilidad.  Son imprescindibles para los quehaceres parroquiales, o al menos, dan esa impresión. Dicen que nadie más que puede.

Cualquiera diría que son los más santos, los pilares, los más devotos.  Se obsesionan con la puntualidad, la limpieza y el ayuno.  Se afligen por el procedimiento e insisten que todos vengan bien vestidos y con los zapatos bien lustrados.  Nada de tatuajes, aros y camisas apretadas.

Estos devotos tienen muchas cosas para consultar al padrecito.  Lo protegen de los cristianos comunes y corrientes.  Todas sus devociones son obligatorias, además, y sus obras de caridad son ostentosas.  En el mundo, las autoridades se cambian cada cierto tiempo, pero estos personajes ocupan cargos vitalicios.  Suelen mirar en menos a los nuevos, como si fueran trabajadores de última hora queriendo cobrar el mismo sueldo.  A esta comitiva, no le gusta que haya muchos jóvenes porque hablan fuerte, huelen a deporte y tienen malos pensamientos. 

Los santos y piadosos no quieren abrir un centro para alcohólicos y drogadictos en su parroquia.  Esa gente daría mala fama a la casa de Dios. Eso dicen.  Si tiene que haber un comedor para las personas en situación de calle, que sea en otro barrio, lejos del sagrario.  Que no se acerquen los pecadores a la Inmaculada, además,porque nada que ver.

Los inmigrantes hacen sus oraciones en otro idioma.  Por eso, tienen que rezar en otro lugar.  Así,dicen.  Tienen que arrepentirse de haber venido a este país sin permiso de las autoridades y deben volver a su lugar de origen lo antes posible.  A su Dios, no le gusta (según su parecer)cuando rezan danzando al son de tambores, vestidos de plumas y colores.  Esa gente, dicen, debería aprenderse los mandamientos, ponerse de rodillas y confesar.

La religión de la beata comitiva es de pecados y penitencias.  Los fuegos del infierno le dan sentido a la cosa.  Su Jesús está indignado por los errores del pueblo, y su Virgencita sólo aguanta a los perfectos.  Saben ayudar a los pobres, pero sólo a distancia, y sólo si se lo merecen, cosa que sólo ellos suelen saber.  La solidaridad es desagradable para ellos,pero sirve para acortar su eventual sentencia en el purgatorio.  La comitiva administradora de la gracia suele angustiarse sobre los castigos eternos.  Quisiera abrazarles, y decir que Dios, en verdad, les ama.

No pocas veces, los beatos autoritarios formulan los clichés sobre el cristianismo para el consumo público.  Los medios de comunicación suelen consultar a ellos sobre lo que enseña la Iglesia.  Por eso,el no creyente piensa que el catolicismo es mezquino, frío y tramposo; y no quiere nada con eso.  Si el Dios de los cristianos es malgenio, manipulativo y autoritario; si hay que aplacarle su ira con ritos irracionales;la humanidad en verdad puede prescindir de él.

El Reino que Jesús proclamó en nada se parece a la religión de la piadosa comitiva.  El Mesías salía con sus discípulos para buscar a los de lejos, para sanar a los heridos y crear un lugar para los perdidos.  El Reino de Dios es eso: amor sin condiciones, compasión sin límites y misericordia sin fin.  Jesús no propuso asistencialismo para los desastrados.  El Reino es la comunidad de los desastrados.  Por eso, Jesús se sentía más en casa con las prostitutas y los cobradores de impuestos que con los sacerdotes, ancianos y maestros de la ley. 

Espero no haber escandalizado a nadie. Mi intención no ha sido ofender. Por otro lado,espero haber incomodado a todos.  Estamos a tiempo para enmendar.  La compasión de Jesús se extiende incluso a la comitiva despreciadora que tiene a su Iglesia secuestrada.  Dios entiende su ansiedad.  Muchos están simplemente cumpliendo lo que otros ancianos y maestros de la ley les enseñaron a ellos.  Estamos a tiempo para descubrir los auténticos sentimientos que tuvo Cristo Jesús. Contemplemos el evangelio, para conocer a Cristo humilde, sencillo y compasivo; amigo de pecadores, prostitutas y cobradores de impuestos.  Cuando adoptemos esa compasión como la nuestra,la Iglesia se verá transformada.  Vamos aanunciar el Reino de Dios, por fin, en verdad. 

Nathan Stone, sj
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Fiesta de la Santísima Trinidad A - El demonio

¡Señor, Señor! ¡Dios misericordioso y clemente; paciente, rico en bondad y fiel!
Éxodo 34:6


Un día, le dije a un amigo, la Iglesia es buena onda.  Me contestó, sólo a veces.  Era su percepción.  Me dejó pensando.  Debería ser siempre.  Si la comunidad de amor fraterno en Cristo es percibida como mala onda, la única explicación es que se coló el chamuco. 

De eso, estoy cada día más convencido.  El demonio tiene un largo y exitoso prontuario de infiltración en las filas de la Santa Madre, procurando disonancia diabólica en la comunidad que debería dar testimonio de la armonía trinitaria.  Los apóstoles fueron enviados para anunciar la buena onda de Dios misericordioso, clemente y fiel.  Muchas veces, no se nota.
El pueblo busca el demonio en las cosas exóticas. Aquí en el hospital regional, prohibieron la entrada de los pastores evangélicos en el área de psiquiatría.  Iban a puro hablar de Lucifer, y provocaban crisis en los pacientes.  Algunos pastores insisten que el demonio es la Iglesia Católica y, por eso, su objetivo en la vida es acabar con ella.  Creo que es más marketing que teología.  Por miedo, la gente coloca más dinero en la colecta. 

Entre católicos, el morbo desvía la religiosidad sincera a las manifestaciones truculentas de la imaginación popular.  La gente no quiere saber del amor incondicional de Dios, ni de la solidaridad con los necesitados.  Quiere saber de los vampiros y exorcismos.  Pero eso es espectáculo no más, para las películas de terror.  El proyecto de Dios en el mundo real se ve debilitado, no por exóticos seres sulfurosos, sino por la mala onda entre los fieles. 

Los enemigos de la fe retratan la Iglesia como un complot internacional milenario para acumular poder, enriquecerse y someter a la gente sencilla.  Desde el imperio romano, existen afuerinos que persiguen, calumnian y descalifican a los misioneros de la buena noticia.  Sin embargo, lo peor no viene de fuera.  Está instalado aquí mismo, como si estuviera en su casa. 
                Dios es compasivo, paciente y bondadoso; sin embargo, sus ministros son exigentes, impacientes y despreciativos.  Dios es sincero, humilde y confiable; pero sus apóstoles son ambiciosos, altaneros y traicioneros.  Dios es padre, hermano y amigo; no obstante, sus discípulos son autoritarios, moralizantes y elitistas.  Los fariseos perjudican la misión más que los ateos.  Los falsos profetas hacen más daño al Reino que los enemigos declarados. 

Burócratas mesiánicos imponen cargas pesadas.  Fabrican requisitos y exigencias que nunca existieron.  Están convencidos de que el mundo va de mal en peor, y sólo ellos están cumpliendo lo que Jesucristo quiso imponer al mundo. 

Para sorpresa de algunos, Jesús no impuso nada a nadie.  Jesús enseñó con paciencia y simpatía.  Jesús escuchó y comprendió.  Invitó al banquete.  Jesús sanó a los enfermos, alimentó a los hambrientos e incluyó a los excluidos.  Jesús no vino a condenar al mundo, sino a salvarlo. 

Hay falsos cristianos que retratan al Hijo del Dios como policía enviado para exigir orden, como sea.  Insisten que Jesús se encarnó para reprimir los impulsos, prohibir los pensamientos y apagar la música fuerte.  No hay indicios de eso en el evangelio.  El Maestro estaba mucho más preocupado por los avaros que dejaban a los pobres sin comer.  El perdón era fundamental en su proyecto; el orden y la perfección formal no aparecen.

Por su devoción, el discípulo sincero se vuelve auto-exigente.  Le urge el testimonio de la buena noticia.  Pero su radicalidad nace de su amor.  La devoción es libre; no se decreta por la fuerza.  Quien cumple obligado aparenta un fervor que es falso.  Eso no es cristianismo, sino fascismo.  La coacción no tiene lugar en un programa pastoral. 

Un joven se quiere casar con su novia en la única Iglesia que conoce desde pequeño.  Por su pobreza, trabaja.  Por su trabajo, no se ha confirmado.  Porque no se ha confirmado, le dicen que no puede casarse.  ¿Qué haría Cristo?  El Código de Derecho Canónico declara que los fieles tienen derecho a los sacramentos, y que cualquier acto administrativo que lesiona ese derecho queda nulo.  Pero los fieles no saben eso, y creen que Dios les ha excluido.  Después, no le dejan bautizar a su hijo, porque no es casado por la iglesia.  El demonio, gente, está instalado en la administración parroquial, con sonrisa y un puño de hierro. 

No faltan los que creen hacer un favor a Dios cuando persiguen a los sencillos con su programa moralizante, despreciativo y autoritario.  Pero existe la Iglesia buena onda.  Para defendernos del chamuco infiltrado, cada cristiano, ministro y apóstol podría plantearse la pregunta, si sus acciones salvan, o condenan; si sus palabras invitan, o juzgan; si sus actitudes son compasivas, o arrogantes.  Así, podemos recuperar el testimonio auténtico del Rostro Trinitario; del Dios clemente, paciente y fiel.

Nathan Stone sj
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XLVIII JORNADA MUNDIAL DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES



MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
PARA LA XLVIII JORNADA MUNDIAL
DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES

Comunicación al servicio de una auténtica cultura del encuentro

[Domingo 1 de junio de 2014]



Queridos hermanos y hermanas:

Hoy vivimos en un mundo que se va haciendo cada vez más «pequeño»; por lo tanto, parece que debería ser más fácil estar cerca los unos de los otros. El desarrollo de los transportes y de las tecnologías de la comunicación nos acerca, conectándonos mejor, y la globalización nos hace interdependientes. Sin embargo, en la humanidad aún quedan divisiones, a veces muy marcadas. A nivel global vemos la escandalosa distancia entre el lujo de los más ricos y la miseria de los más pobres. A menudo basta caminar por una ciudad para ver el contraste entre la gente que vive en las aceras y la luz resplandeciente de las tiendas. Nos hemos acostumbrado tanto a ello que ya no nos llama la atención. El mundo sufre numerosas formas de exclusión, marginación y pobreza; así como de conflictos en los que se mezclan causas económicas, políticas, ideológicas y también, desgraciadamente, religiosas.

En este mundo, los medios de comunicación pueden ayudar a que nos sintamos más cercanos los unos de los otros, a que percibamos un renovado sentido de unidad de la familia humana que nos impulse a la solidaridad y al compromiso serio por una vida más digna para todos. Comunicar bien nos ayuda a conocernos mejor entre nosotros, a estar más unidos. Los muros que nos dividen solamente se pueden superar si estamos dispuestos a escuchar y a aprender los unos de los otros. Necesitamos resolver las diferencias mediante formas de diálogo que nos permitan crecer en la comprensión y el respeto. La cultura del encuentro requiere que estemos dispuestos no sólo a dar, sino también a recibir de los otros. Los medios de comunicación pueden ayudarnos en esta tarea, especialmente hoy, cuando las redes de la comunicación humana han alcanzado niveles de desarrollo inauditos. En particular, Internet puede ofrecer mayores posibilidades de encuentro y de solidaridad entre todos; y esto es algo bueno, es un don de Dios.

Sin embargo, también existen aspectos problemáticos: la velocidad con la que se suceden las informaciones supera nuestra capacidad de reflexión y de juicio, y no permite una expresión mesurada y correcta de uno mismo. La variedad de las opiniones expresadas puede ser percibida como una riqueza, pero también es posible encerrarse en una esfera hecha de informaciones que sólo correspondan a nuestras expectativas e ideas, o incluso a determinados intereses políticos y económicos. El mundo de la comunicación puede ayudarnos a crecer o, por el contrario, a desorientarnos. El deseo de conexión digital puede terminar por aislarnos de nuestro prójimo, de las personas que tenemos al lado. Sin olvidar que quienes no acceden a estos medios de comunicación social –por tantos motivos–, corren el riesgo de quedar excluidos.

Estos límites son reales, pero no justifican un rechazo de los medios de comunicación social; más bien nos recuerdan que la comunicación es, en definitiva, una conquista más humana que tecnológica. Entonces, ¿qué es lo que nos ayuda a crecer en humanidad y en comprensión recíproca en el mundo digital? Por ejemplo, tenemos que recuperar un cierto sentido de lentitud y de calma. Esto requiere tiempo y capacidad de guardar silencio para escuchar. Necesitamos ser pacientes si queremos entender a quien es distinto de nosotros: la persona se expresa con plenitud no cuando se ve simplemente tolerada, sino cuando percibe que es verdaderamente acogida. Si tenemos el genuino deseo de escuchar a los otros, entonces aprenderemos a mirar el mundo con ojos distintos y a apreciar la experiencia humana tal y como se manifiesta en las distintas culturas y tradiciones. Pero también sabremos apreciar mejor los grandes valores inspirados desde el cristianismo, por ejemplo, la visión del hombre como persona, el matrimonio y la familia, la distinción entre la esfera religiosa y la esfera política, los principios de solidaridad y subsidiaridad, entre otros.

Entonces, ¿cómo se puede poner la comunicación al servicio de una auténtica cultura del encuentro? Para nosotros, discípulos del Señor, ¿qué significa encontrar una persona según el Evangelio? ¿Es posible, aun a pesar de nuestros límites y pecados, estar verdaderamente cerca los unos de los otros? Estas preguntas se resumen en la que un escriba, es decir un comunicador, le dirigió un día a Jesús: «¿Quién es mi prójimo?» (Lc 10,29). La pregunta nos ayuda a entender la comunicación en términos de proximidad. Podríamos traducirla así: ¿cómo se manifiesta la «proximidad» en el uso de los medios de comunicación y en el nuevo ambiente creado por la tecnología digital? Descubro una respuesta en la parábola del buen samaritano, que es también una parábola del comunicador. En efecto, quien comunica se hace prójimo, cercano. El buen samaritano no sólo se acerca, sino que se hace cargo del hombre medio muerto que encuentra al borde del camino. Jesús invierte la perspectiva: no se trata de reconocer al otro como mi semejante, sino de ser capaz de hacerme semejante al otro. Comunicar significa, por tanto, tomar conciencia de que somos humanos, hijos de Dios. Me gusta definir este poder de la comunicación como «proximidad».

Cuando la comunicación tiene como objetivo preponderante inducir al consumo o a la manipulación de las personas, nos encontramos ante una agresión violenta como la que sufrió el hombre apaleado por los bandidos y abandonado al borde del camino, como leemos en la parábola. El levita y el sacerdote no ven en él a su prójimo, sino a un extraño de quien es mejor alejarse. En aquel tiempo, lo que les condicionaba eran las leyes de la purificación ritual. Hoy corremos el riesgo de que algunos medios nos condicionen hasta el punto de hacernos ignorar a nuestro prójimo real.

No basta pasar por las «calles» digitales, es decir simplemente estar conectados: es necesario que la conexión vaya acompañada de un verdadero encuentro. No podemos vivir solos, encerrados en nosotros mismos. Necesitamos amar y ser amados. Necesitamos ternura. Las estrategias comunicativas no garantizan la belleza, la bondad y la verdad de la comunicación. El mundo de los medios de comunicación no puede ser ajeno de la preocupación por la humanidad, sino que está llamado a expresar también ternura. La red digital puede ser un lugar rico en humanidad: no una red de cables, sino de personas humanas. La neutralidad de los medios de comunicación es aparente: sólo quien comunica poniéndose en juego a sí mismo puede representar un punto de referencia. El compromiso personal es la raíz misma de la fiabilidad de un comunicador. Precisamente por eso el testimonio cristiano, gracias a la red, puede alcanzar las periferias existenciales.

Lo repito a menudo: entre una Iglesia accidentada por salir a la calle y una Iglesia enferma de autoreferencialidad, prefiero sin duda la primera. Y las calles del mundo son el lugar donde la gente vive, donde es accesible efectiva y afectivamente. Entre estas calles también se encuentran las digitales, pobladas de humanidad, a menudo herida: hombres y mujeres que buscan una salvación o una esperanza. Gracias también a las redes, el mensaje cristiano puede viajar «hasta los confines de la tierra» (Hch. 1,8). Abrir las puertas de las iglesias significa abrirlas asimismo en el mundo digital, tanto para que la gente entre, en cualquier condición de vida en la que se encuentre, como para que el Evangelio pueda cruzar el umbral del templo y salir al encuentro de todos.

Estamos llamados a dar testimonio de una Iglesia que sea la casa de todos. ¿Somos capaces de comunicar este rostro de la Iglesia? La comunicación contribuye a dar forma a la vocación misionera de toda la Iglesia; y las redes sociales son hoy uno de los lugares donde vivir esta vocación redescubriendo la belleza de la fe, la belleza del encuentro con Cristo. También en el contexto de la comunicación sirve una Iglesia que logre llevar calor y encender los corazones.

No se ofrece un testimonio cristiano bombardeando mensajes religiosos, sino con la voluntad de donarse a los demás «a través de la disponibilidad para responder pacientemente y con respeto a sus preguntas y sus dudas en el camino de búsqueda de la verdad y del sentido de la existencia humana» (Benedicto XVI, Mensaje para la XLVII Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, 2013).

Pensemos en el episodio de los discípulos de Emaús. Es necesario saber entrar en diálogo con los hombres y las mujeres de hoy para entender sus expectativas, sus dudas, sus esperanzas, y poder ofrecerles el Evangelio, es decir Jesucristo, Dios hecho hombre, muerto y resucitado para liberarnos del pecado y de la muerte. Este desafío requiere profundidad, atención a la vida, sensibilidad espiritual. Dialogar significa estar convencidos de que el otro tiene algo bueno que decir, acoger su punto de vista, sus propuestas. Dialogar no significa renunciar a las propias ideas y tradiciones, sino a la pretensión de que sean únicas y absolutas.

Que la imagen del buen samaritano que venda las heridas del hombre apaleado, versando sobre ellas aceite y vino, nos sirva como guía. Que nuestra comunicación sea aceite perfumado para el dolor y vino bueno para la alegría. Que nuestra luminosidad no provenga de trucos o efectos especiales, sino de acercarnos, con amor y con ternura, a quien encontramos herido en el camino. No tengan miedo de hacerse ciudadanos del mundo digital. El interés y la presencia de la Iglesia en el mundo de la comunicación son importantes para dialogar con el hombre de hoy y llevarlo al encuentro con Cristo: una Iglesia que acompaña en el camino sabe ponerse en camino con todos. En este contexto, la revolución de los medios de comunicación y de la información constituye un desafío grande y apasionante que requiere energías renovadas y una imaginación nueva para transmitir a los demás la belleza de Dios.

Vaticano, 24 de enero de 2014, fiesta de san Francisco de Sales



FRANCISCO
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Cuaresma Dom IV A - Contemplación


Lo que sé es que antes yo era ciego y ahora veo…  
Juan 9:25

La Iglesia existe para realizar la voluntad de Dios aquí en la tierra, para mostrar la compasión divina en beneficio de toda la humanidad.  Eso es el sentido de la oración diaria de todo cristiano: que venga tu Reino, que se haga tu voluntad.  Vale la pena plantearse la pregunta, ¿cómo se sabe la voluntad divina para poderla realizar?  Quien no la sabe, por desgracia, la inventa, mezclando ideas vagamente religiosas con intereses personales.  Eso no da buenos resultados. 

Un pastor auténtico no predica a sí mismo, sino a Cristo crucificado.  Un profeta verdadero no se jacta de su propio prestigio.  El sincero seguidor de Jesús no se gloría de su autoridad, sino de la sencillez de Cristo resucitado. 

Pastor que propone ideas propias como se fueran divinas peca de arrogancia.  Ahí comienza el culto de la personalidad, fenómeno que no se limita a figuras históricas de la política secular.  Es propio de ministros, predicadores y autoridades religiosas.  Sus caprichos se proclaman como “palabra de Dios”.  Son incuestionables, inflexibles y obligatorios. 

Si el profeta no se comunica con la fuente, su liderazgo no pasa de imposición autoritaria.  Su programa es violento, y sus seguidores pierden la esperanza de encontrarse con el Dios verdadero, bondadoso y salvador.  Se les desconfigura el rostro divino.  Se imaginan un Dios frio, cruel y burocrático; nada que ver con el Padre celestial. 

San Alberto Hurtado se orientaba en la vida haciéndose la pregunta, ¿qué haría Cristo en mi lugar?  Se imaginaba a Jesús vivo y presente.  Contemplaba las urgencias del mundo que le rodeaba, y vislumbraba la respuesta del Maestro, para seguir por el mismo camino.  San Alberto podía intuir el deseo del Señor porque contaba con el conocimiento íntimo, fruto de haber contemplado a Jesús en el evangelio. 

La contemplación es la clave.  Es la puerta abierta.  Ver, oír, sentir y gustar: convivir con Jesús a partir de la fuente para alcanzar un conocimiento íntimo de su estilo, sus motivaciones y sus prioridades.  Contemplando el evangelio, se cristifica el discípulo.  Así, logra ver el mundo por los ojos de Jesús, y amar como él amaba.

La experiencia mística no es una cosa exótica reservada para los enclaustrados de convento y monasterio.  Es el derecho y privilegio de todo cristiano.  Es la tradición milenaria de la Iglesia.  El discipulado se aprende en Galilea con Pedro, Santiago y Juan; en Betania con Marta y María. Cada convertido se hace amigo de Jesús.  Conoce su dinamismo, su criterio, su carisma. El contemplativo asume la identidad de Cristo y se ofrece para la misión.

Sin la contemplación, nos quedamos sin Jesús.  Así de simple.  Si la comunidad de fe no contempla el evangelio, queda como ciega, incapaz de intuir la voluntad divina; sustituyendo sus estructuras, rigideces y ansiedades por los proyectos solidarios del Señor.  

Sin el conocimiento íntimo de Jesús, la comunidad de enreda en su propio protocolo, burocracia y formalidad.  Queda prisionera de una religión legalista, prepotente y odiosa.  Los autoproclamados administradores de la gracia divina se vuelven fundamentalistas.  Imponen la letra que mata; el detalle sin contexto; la exigencia sin piedad ni amor.

Para incentivar el conocimiento íntimo de Jesús, la Iglesia ha tratado de promover la lectura orante.  El problema es que, en muchas comunidades, se reza como rutina formal sin contemplar.  Se ha transformado en otra novena más.  Se imita a los paganos con sus letanías interminables pues, creen que un bombardeo de palabras obliga al Altísimo a escucharlos. El pueblo la entendió como otro trámite protocolar para asegurar los favores de Dios. 

La oración del cristiano no es para hacerse oír.  Es para escuchar al Señor.  La liturgia no es para hacerse ver.  Es para mirar a Jesús.  La devoción no es para corromper a la Divina Providencia con pedidos especiales, sino para ofrecer la vida al servicio del Reino.  Por eso, es urgente recuperar la tradición mística en la Iglesia.  Hay que entrar en el silencio para oír la voz del Buen Pastor.  Hay que cerrar los ojos, como ciego para ver por primera vez. 

La religión autoritaria lee la Biblia para justificar sus presuposiciones. La fe de estricta observancia utiliza el evangelio para racionalizar los escrúpulos.  Secuestran al Cristo vivo y verdadero.  Lo llevan captivo al servicio de Babilonia.  Para contemplar, es imprescindible descartar las ideas preconcebidas, y volcarse con libertad al evangelio.  La institucionalidad eclesial ha de seguir a Cristo.  Frecuentemente, acontece todo lo contrario.

 En la Iglesia, todo el protocolo se debe configurar al estilo del evangelio.  Todo procedimiento se fundamenta en la obra de Cristo.  Toda catequesis se orienta al conocimiento de la persona del Salvador.  Cada palabra y cada gesto, cada proyecto y cada celebración; la Iglesia entera ha de anunciar al fundador, en toda su ternura y compasión. 

Para hacer eso, no queda otra.  Hay que conocerlo, contemplando.  Jesús vino para dar vista a los ciegos y libertad a los que viven en cautiverio. 
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I DOMINGO DE CUARESMA

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio del primer domingo de Cuaresma presenta cada año el episodio de las tentaciones de Jesús, cuando el Espíritu Santo, que descendió sobre Él después del Bautismo en el Jordán, lo impulsó a afrontar abiertamente a Satanás en el desierto, durante cuarenta días, antes de iniciar su misión pública.

El tentador trata de apartar a Jesús del proyecto del Padre, o sea de la vía del sacrificio, del amor que ofrece a sí mismo en expiación, para hacerle tomar un camino fácil, de éxito y poder. El duelo entre Jesús y Satanás se produce a golpe de citas de la Sagrada Escritura. En efecto, el diablo para alejar a Jesús de la vía de la cruz, le presenta las falsas esperanzas mesiánicas: el bienestar económico, indicado por la posibilidad de transformar las piedras en pan; el estilo espectacular y milagrero, con la idea de arrojarse desde el punto más alto del templo de Jerusalén y hacerse salvar por los ángeles y, en fin, el atajo del poder y del dominio, a cambio de un acto de adoración a Satanás.

Son los tres grupos de tentaciones, también nosotros los conocemos bien.

Jesús rechaza decididamente todas estas tentaciones y reafirma la firme voluntad de seguir la vía establecida por el Padre, sin ningún compromiso con el pecado y con la lógica del mundo. Noten bien cómo responde Jesús: Él no dialoga con Satanás como había hecho Eva en el paraíso terrenal. Jesús sabe bien que con Satanás no se puede dialogar porque, ¡es tan astuto! Por eso Jesús en vez de dialogar, como hizo Eva, elige de refugiarse en la Palabra de Dios y responde con la fuerza de esta Palabra. Recordemos esto en el momento de las tentaciones, de nuestras tentaciones: ningún argumento con Satanás, sino siempre defendidos por la palabra de Dios, ¡y esto nos salvará! En sus respuestas a Satanás, el Señor nos recuerda ante todo que “no sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4, 4; Cfr. Dt 8, 3); y esto nos da fuerza, nos sostiene en la lucha contra la mentalidad mundana que abaja al hombre al nivel de las necesidades primarias, haciéndole perder el hambre de lo que es verdadero, bueno y bello, el hambre de Dios y de su amor.

Recuerda además que también está escrito: “No tentarás al Señor tu Dios” (v. 7), porque el camino de la fe pasa también a través de la oscuridad, la duda, y se nutre de paciencia y de espera perseverante. Recuerda, en fin, Jesús, que está escrito: “Al Señor tu Dios adorarás, y sólo a él darás culto” (v. 10); o sea, debemos deshacernos de los ídolos, de las cosas vanas, y construir nuestra vida sobre lo esencial.

Estas palabras de Jesús encuentran después una confirmación concreta en sus acciones. Su absoluta fidelidad al designio del amor del Padre lo conducirá, después de casi tres años, a la rendición final de cuentas con el “príncipe de este mundo” (Jn 16, 11), en la hora de la pasión y de la cruz, y allí Jesús traerá su victoria definitiva, ¡la victoria del amor!

Queridos hermanos, el tiempo de la Cuaresma es ocasión propicia para todos nosotros para realizar un camino de conversión, confrontándonos sinceramente con esta página del Evangelio. Renovemos las promesas de nuestro Bautismo: renunciemos a Satanás y a todas sus obras y seducciones, porque es un seductor él, ¿eh? Para caminar por los senderos de Dios y “llegar a la Pascua en la alegría del Espíritu” (Oración colecta del I Domingo de Cuaresma, Año A).

Papa Francisco
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Cuaresma Dom I A - Tu cara de cuaresma

 Retírate, Satanás
Mateo 4:10

La reciente exhortación del Santo Padre, Evangelii Gaudium, constata una tentación vigente en la Iglesia de hoy: la tristeza, el pesimismo y el mal humor.  El Papa Francisco encuentra que los encargados de anunciar la Buena Noticia sobre la misericordia infinita de Dios suelen andar todo el día con una cara de funeral.  Han escogido la cuaresma eterna sin pascua, la muerte ineludible sin resurrección, el rigor inhumano sin alegría.  Eso no es el camino de Jesús.  Sus discípulos no son así.

San Pablo insiste que la gracia de la salvación es mucho mayor que el pecado, que el amor de Dios es su justicia, que fuimos liberados del pecado y de la muerte por la resurrección de Jesús.  Eso es motivo de un júbilo permanente que no es proselitista, sino profundamente, misteriosamente atrayente.  Si viviéramos en la alegría del evangelio, todos querrían compartirla.  Querrían comer de ese pan y beber de esa fuente. 

Cristo no proclamó esclavitud ni sometimiento.  Ofreció la vista a los ciegos, la libertad a los cautivos, el consuelo a los tristes.  Su proyecto es buena noticia a los pobres.  ¿Cómo llegamos a estar así amarrados en esta pastoral de exclusión, imposición y frialdad?  ¿Qué pasó para transformar el amor incondicional del Padre en una burocracia de condiciones para ser cumplidas bajo amenaza de fuego eterno?  ¿A quién se le ocurrió que la compasión universal del Señor es sólo para algunos? 

El Santo Padre observa que quienes deberían ser los facilitadores en el camino de la salvación se han creído los administradores de la gracia de Dios.  Los que deberían abrir las puertas de la casa del Padre se han dedicado a cerrar la frontera.  Quienes deberían sentirse los anfitriones en el banquete del Reino actúan como la aduana, cobrando multas y cerrando el paso a los pobres, los heridos y los alejados.   

En el siglo IV, San Jerónimo tradujo el evangelio del griego al latín para la Iglesia de occidente.  Ninguna traducción es exacta, y a veces, hay que tomar opciones.  Pero ya se notó una predisposición al rigor.  En el evangelio de Marcos, cuando Jesús dice, ¡Conviértanse, y crean en el evangelio!, Jerónimo puso, Arrepiéntanse,…  (Marcos 1:15).  No es que Jerónimo no supiera griego.  La Iglesia ya iba bien encaminada con su religión sufrida, autoritaria y penitencial.  No le cabía en la cabeza que la conversión podría ser motivo de alegría. 

Esta exhortación apostólica llama la atención.  Es novedosa.  Por primera vez en mucho tiempo, nos llega un llamado del Pastor de pastores pidiendo más misericordia que rigor.  Por primera vez, en vez de reclamar los errores del mundo no-creyente, el Vicario de Cristo señala los errores estratégicos, pastorales y espirituales en la Iglesia.  Exhorta a su pronta y urgente reparación.  Las comunidades se han encerrado sobre sí misma.  No pueden continuar así.  Los detalles secundarios pesan más que el mensaje central.  Eso tiene que cambiar. 

La iglesia suele repetir los mismos esquemas de épocas pasadas a pesar de los malos resultados.  Su programa está orientado la resignación, el temor y la muerte; sin abrir espacio a la juventud, los proyectos y la vida.  No tiene tiempo para los pobres, los alejados y los que más necesitan oír una palabra de consuelo.  Eso no va con el mensaje de Jesús.  Nuestra labor se ha vuelto autorreferente.  Nada tiene que ver con el Reino de alegría y amor. 

A pesar de todo, el evangelio continúa vigente, reclamando su verdad profunda.  La compasión divina no se apaga.  La solidaridad de Dios con el género humano se renueva constantemente.  Hay tiempo para convertirnos, para dejar atrás las tentaciones de resentimiento, impaciencia y ansiedad; para inaugurar, junto a Jesús una nueva etapa de evangelización.  Es hora de llevar la inmensa bondad de Dios a las periferias de nuestra sociedad.  Llegó el momento para comunicar el Reino a los más abatidos y pisoteados. 

Volvamos a la fuente para redescubrir el frescor original del evangelio.  Cultivemos la vida interior para redescubrir la presencia del Señor.  Practiquemos el ayuno que agrada al Señor, alimentando al hambriento y levantando al humillado. Sonriamos y perfumemos la cabeza para que el mundo vea la alegría de la vida nueva.  Salgamos a las fronteras, radiantes con la luz de Cristo, llenos de valentía para alcanzar al marginado en su necesidad.

Las cosas no pueden continuar como están.  El Papa lo dice así, Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la auto-preservación, (EG 27).

Soñemos con él.  Superemos, en este tiempo de santidad, nuestra permanente cara de cuaresma. Retomemos nuestra identidad evangelizadora.  Seamos la comunidad de la Buena Noticia.  Nuestro Dios es bueno.  Su amor es incondicional y universal.  Dejemos las costumbres excluyentes.  Volvamos a la misión que Cristo nos encomendó

Nathan Stone sj

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