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XVII Dom T.O. C - San Ignacio y la oración


Señor, enséñanos a orar…   
Lucas 11:2

El objetivo de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio es buscar la voluntad de Dios, y encontrándola, hacerla realidad.  Son para los verdaderos buscadores, los que no pueden simplemente dejarse arrastrar por la corriente de expectativas ajenas, los que no se conforman con las rutinas habituales de su tiempo y medio social.  En el camino, cada peregrino experimenta en carne propia la acción liberadora del Buen Espíritu de Dios, que abre el Mar Rojo delante de sus pies para que salga de la esclavitud, recuperando así su verdadera naturaleza como imagen y semejanza del Creador.  En los Ejercicios, podemos encontrar el sentido de la vida. 

Se trata de un proceso espiritual vivido en silencio.  Entre jesuitas, se habla del silencio amoroso de Dios.  No es una opción por la pasividad intimista de quienes vuelven la vista hacia los cielos esperando una respuesta infinita en el más allá.  Todo lo contrario.  Los Ejercicios Espirituales son el entrenamiento básico para los discípulos de Jesús.  Se trata de conocimiento íntimo de Jesús.  Se trata de estar ahí en el pesebre de Belén, andar con él por Galilea, curar leprosos, adoptar sus actitudes, aprender a mirar a través de sus ojos.  Se trata de aceptar la persecución, galardón terrenal de todo seguidor de Cristo, y glorificar a Dios en su santa resurrección.  Quien haya vivido esa experiencia no puede quedar indiferente de cara a los desafíos reales de su tiempo.  Los Ejercicios son escuela para los contemplativos en la acción. 

Un obispo aquí en la Amazonia me pidió Ejercicios para los agentes pastorales de su diócesis.  Lo curioso es que él es carmelita.  Su observación fue que San Juan de la Cruz dejó lindas poesías, fruto de su propio misticismo, pero no dejó ningún método.  Ignacio, por su lado, no fue poeta.  Su castellano nos llega en el estilo pesado del renacimiento tardío.  Pero su propósito es didáctico.  Trazó una huella que otros pueden seguir.  No escribió para sí mismo, ni para una elite iniciado en un asunto exclusivo.  Escribió expansivamente, un manual de oración para los demás. 

Se dice que Ignacio inventó los Ejercicios.  Eso no es cierto.  Ignacio descubrió los Ejercicios en el corazón de la Iglesia Católica de su tiempo.  Harto le costó encontrar ese corazón.  Fue un tiempo tormentoso para la Iglesia.   La santidad había quedado oculta detrás de intereses políticos y económicos.  El poder terrenal interesaba más que la voluntad de Dios.  Pero el amor es más fuerte, e Ignacio encontró el antiguo sendero de los discípulos originarios.  Guiado por los monjes que preservaban la tradición oral, Ignacio descubrió en sí mismo una predisposición natural para las vías purgativa,  ascética y unitiva.[1]  El seguimiento de Cristo es la herencia de los hijos de Dios.  Está impreso en la ADN espiritual de cada uno desde la creación. 
Habiendo encontrado ese tesoro, Ignacio vendió todo lo que tenía para comprar el campo aquel.  Dedicó la vida a la redacción de un manual que literalmente cabe en el bolsillo.  Describe paso a paso como un peregrino tiene que disponerse para pasar de una etapa a la otra, cosechando, en cada una, los frutos de misericordia, salvación y misión. 

La Iglesia jerárquica de su tiempo, sensible ante la reforma protestante, en varias ocasiones intervino el trabajo de Ignacio.  La sospecha fue de iluminismo herético a punto de estallar en nuevo cisma.  Se incomodaron cuando personas importantes de la alta sociedad tomaron opciones inesperadas de santidad y entrega.  No obstante, los pastores nunca encontraron nada que reclamar en los Ejercicios.  Reconocieron, a pesar de todo, que es la auténtica tradición de la Iglesia universal, herencia de todo bautizado.

Los Ejercicios llegaron en un momento propicio.  El pueblo había quedado pegado en un catolicismo pagano y autoritario, rogando favores de las autoridades civiles y celestiales.  Por miedo a que el pueblo cometiera algún error al experimentar su zarza ardiendo directamente, la jerarquía optó por exigir sometimiento absoluto.  El clero temía que la culpa eterna por los errores de los fieles pudiera caer sobre su cabeza.  Por eso, al pueblo le quedaba solamente las devociones, novenas y rogativas.  Siquiera el evangelio estaba a su disposición.  La única traducción disponible en ese momento fue al latín, y así solo los doctos podían leerlo.[2]  Misioneros de Cristo, en tiempo de Ignacio, había muy pocos. 

Ignacio intuyó que el conocimiento del Cristo en cuya muerte y resurrección todo el mundo estaba bautizado no era sólo para monjes, místicos y pastores.  Escribió su manual para popularizar.  No se trataba de privatizar la experiencia de Dios, sino corregir la privatización que había ocurrido a través de los siglos.  Lejos de crear un grupo exclusivo con acceso directo a la divinidad, el propósito de Ignacio fue abrir la puerta para que cada cristiano pudiera acceder a lo que él comprendió como un derecho común de todo cristiano.

En varias ocasiones, Ignacio menciona el subiecto como una condición para continuar más allá de la primera semana.[3]   A veces, se interpreta erradamente como una suerte de privilegio, calidad o predestinación.  Una mirada más detenida indica que se refiere a la estabilidad emocional y sicológica.  No es la propiedad privada de cultos ni predilectos.  Subiecto se refiere a madurez personal, carácter y grandeza de corazón.

Como Iglesia, nos marcó la frase del Documento de Aparecida (2008), cada cristiano, un discípulo; y cada discípulo, un misionero.[4]  Se comenta que esa noción entró en el documento gracias la intervención del entonces arzobispo de Buenos Aires, Sumo Pontífice y jesuita, el Papa Francisco.[5]  No es sorprendente la resonancia con el objetivo de los Ejercicios.  La Iglesia nos llama nuevamente a formarnos como discípulos misioneros.  En especial, el llamado se extiende a los jóvenes, porque están en una etapa de sus vidas en la cual tienen la libertad, no sólo para reformar la vida pasada, sino para entregar todo lo que tienen a la misión, todas sus esperanzas al Reino, y todo su futuro al discipulado de Jesús. 

 Nathan Stone sj


[1] La vía purgativa se encuentra en la primera semana de los Ejercicios; la vía acética, en la segunda semana; y la vía unitiva en las semanas tercera y cuarta.
[2] Es notable que Ignacio resume las historias bíblicas en el texto de los Ejercicios.  Está suponiendo que muchos de los ejercitantes de su tiempo van a ser analfabetos, que por eso el guía les va a tener que oralmente contar la historia que deben contemplar. 
[3] EE 14, 15, 18, 83, 84. 
[4] Documento de Aparecida, 143-148.
[5] Lo escuché de Monseñor Gregorio Rosa Sáez, obispo auxiliar de San Salvador, participante de Aparecida.
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Angelus #JMJ

A las 12 de esta mañana (hora local), memoria de santos Joaquín y Ana, padres de la beata Virgen María, el santo padre Francisco se ha asomado al balcón central del Palacio arzobispal de Río de Janeiro, acompañado del arzobispo monseñor Orani João Tempesta, para la oración del Ángelus, que en Brasil se llama "la hora de María".
Estas son las palabras del papa al introducir la oración mariana:

Queridos hermanos y amigos, ¡buenos días!
Doy gracias a la Divina Providencia por haber guiado mis pasos hasta aquí, a la ciudad de San Sebastián de Río de Janeiro. Agradezco de corazón a Mons. Orani y también a ustedes la cálida acogida, con la que manifiestan su afecto al Sucesor de Pedro. Me gustaría que mi paso por esta ciudad de Río renovase en todos el amor a Cristo y a la Iglesia, la alegría de estar unidos a Él y de pertenecer a la Iglesia, y el compromiso de vivir y dar testimonio de la fe.
Una bellísima expresión popular de la fe es la oración del Angelus [en Brasil, la Hora de María]. Es una oración sencilla que se reza en tres momentos señalados de la jornada, que marcan el ritmo de nuestras actividades cotidianas: por la mañana, a mediodía y al atardecer. Pero es una oración importante; invito a todos a recitarla con el Avemaría. Nos recuerda un acontecimiento luminoso que ha transformado la historia: la Encarnación, el Hijo de Dios se ha hecho hombre en Jesús de Nazaret.
Hoy la Iglesia celebra a los padres de la Virgen María, los abuelos de Jesús: los santos Joaquín y Ana. En su casa vino al mundo María, trayendo consigo el extraordinario misterio de la Inmaculada Concepción; en su casa creció acompañada por su amor y su fe; en su casa aprendió a escuchar al Señor y a seguir su voluntad. Los santos Joaquín y Ana forman parte de esa larga cadena que ha transmitido la fe y el amor de Dios, en el calor de la familia, hasta María que acogió en su seno al Hijo de Dios y lo dio al mundo, nos los ha dado a nosotros. ¡Qué precioso es el valor de la familia, como lugar privilegiado para transmitir la fe! Refiriéndome al ambiente familiar quisiera subrayar una cosa: hoy, en esta fiesta de los santos Joaquín y Ana, se celebra, tanto en Brasil como en otros países, la fiesta de los abuelos. Qué importantes son en la vida de la familia para comunicar ese patrimonio de humanidad y de fe que es esencial para toda sociedad. Y qué importante es el encuentro y el diálogo intergeneracional, sobre todo dentro de la familia. El Documento conclusivo de Aparecida nos lo recuerda: "Niños y ancianos construyen el futuro de los pueblos. Los niños porque llevarán adelante la historia, los ancianos porque transmiten la experiencia y la sabiduría de su vida" (n. 447). Esta relación, este diálogo entre las generaciones, es un tesoro que tenemos que preservar y alimentar. En estas Jornadas de la Juventud, los jóvenes quieren saludar a los abuelos. ¡Saludamos a los abuelos! Los saludan con todo cariño y les agradecen el testimonio de sabiduría que nos ofrecen continuamente.
Y ahora, en esta Plaza, en sus calles adyacentes, en las casas que viven con nosotros este momento de oración, sintámonos como una gran familia y dirijámonos a María para que proteja a nuestras familias, las haga hogares de fe y de amor, en los que se sienta la presencia de su Hijo Jesús.
(Rezo del Ángelus y bendición)
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Mensaje del Papa Francisco a los jóvenes argentinos.




Gracias, gracias por estar hoy aquí, por haber venido. Gracias a los que están adentro, y muchas gracias a los que están afuera, a los treinta mil, me dicen que hay afuera, desde acá los saludos! Están bajo la lluvia. Gracias por el gesto de acercarse, gracias por haber venido a la Jornada de la Juventud.

Yo le sugerí al doctor Gasbarri que es el que maneja, que organiza el viaje, si hubiera un lugarcito para encontrarme con ustedes, y al medio día tenía arreglado todo. Así es que también le quiero agradecer públicamente al Doctor Gasbarri, esto que ha logrado hoy.

Quisiera decir una cosa. ¿Qué es lo que espero como consecuencia de la Jornada de la Juventud? ¡Espero lío! ¿Que acá dentro va a haber lío? ¡Va a haber! ¿Que acá en Río va a haber lío? ¡Va a haber! ¡Pero quiero lío en las diócesis! ¡Quiero que se salga afuera! ¡Quiero que la Iglesia salga a la calle! ¡Quiero que nos defendamos de todo lo que sea mundanidad, de lo que sea instalación, de lo que sea comodidad, de lo que sea clericalismo, de lo que sea estar encerrados en nosotros mismos. Las parroquias, los colegios, las instituciones, ¡son para salir! Si no salen, se convierten en una ONG, y la Iglesia no puede ser una ONG.

Que me perdonen los obispos y los curas, si alguno después les arma lío a ustedes, pero es el consejo… gracias por lo que puedan hacer. Miren, yo pienso que en este momento, esta civilización mundial se pasó de rosca, ¡se pasó de rosca! Porque es tal el culto que ha hecho al dios dinero, que estamos presenciando una filosofía y una praxis de exclusión de los dos polos de la vida que son las promesas de los pueblos. Y por supuesto, porque uno podría pensar, que podría haber una especie de eutanasia escondida. Es decir, no se cuida a los ancianos, pero también está esta eutanasia cultural: ¡no se los deja hablar, no se los deja actuar! Y la exclusión de los jóvenes: El porcentaje que hay de jóvenes sin trabajo, sin empleo, ¡es muy alto! Y es una generación que no tiene la experiencia de la dignidad ganada por el trabajo. O sea, ¡Esta civilización nos ha llevado a excluir las dos puntas que son el futuro nuestro!

Entonces, los jóvenes tienen que salir, tienen que hacerse valer. Los jóvenes tienen que salir a luchar por los valores, ¡A luchar por los valores! ¡Y los viejos abran la boca, los ancianos abran la boca y enséñennos, transmítannos la sabiduría de los pueblos! En el Pueblo Argentino, yo se los pido de corazón a los ancianos, no claudiquen de ser la reserva cultural de nuestro pueblo que transmite la justicia, que transmite la historia, que transmite los valores, que transmite la memoria de Pueblo. Y ustedes, por favor, ¡no se metan contra los viejos! ¡Déjenlos hablar, escúchenlos, y lléven adelante! Pero sepan, sepan que en este momento, ustedes, los jóvenes y los ancianos, están condenados al mismo destino: exclusión! ¡No se dejen excluir! ¿Está claro? Por eso creo que tienen que trabajar.

Y la fe en Jesucristo no es broma, es algo muy serio, es un escándalo. Que Dios haya venido a hacerse uno de nosotros, ¡es un escándalo! Y que haya muerto en la cruz, es un escándalo, el escándalo de la Cruz. La Cruz sigue siendo escándalo, pero ¡es el único camino seguro, el de la Cruz, el de Jesús, la encarnación de Jesús!

Por favor, ¡no licuen la fe en Jesucristo! Hay licuado de naranja, licuado de manzana, licuado de banana, pero por favor, ¡no tomen licuado de fe! ¡La fe es entera, no se licua! Es la fe en Jesús. Es la fe en el Hijo de Dios hecho hombre, que me amó y murió por mí.

Entonces, ¡Hágan lío! ¡Cuiden los extremos del pueblo que son los ancianos y los jóvenes! No se dejen excluir, y que no excluyan a los ancianos, segundo, y no licuen la fe en Jesucristo.

¡Las Bienaventuranzas! ¿Qué tenemos que hacer, padre? Mirá, leé las Bienaventuranzas que te van a venir bien, y si querés saber qué cosa práctica tenés que hacer, leé Mateo 25, que es el protocolo con el cual nos va juzgar, con esas dos cosas tienen el programa de acción: Las Bienaventuranzas y Mateo 25, no necesitan leer otra cosa. ¡Se los pido de corazón!

Bueno, les agradezco ya esta cercanía, me da pena que estén enjaulados, pero les digo una cosa. Yo por momentos siento, ¡qué feo estar enjaulado! ¡Se los confieso de corazón! Pero bueno… los comprendo! …Me hubiera gustado estar más cerca de ustedes, pero comprendo que por razón de orden, no se puede.

¡Gracias por acercarse, gracias por rezar por mí, se los pido de corazón, lo necesito! ¡Necesito de la oración de ustedes, necesito mucho! ¡Gracias por eso!

Y bueno, les voy a dar la bendición y después vamos a bendecir la imagen de la Virgen que va a recorrer toda la República y la Cruz de San Francisco, que van a recorrer misionariamente.

Pero no se olviden, ¡Hágan lío! ¡Cuiden los dos extremos de la vida, los dos extremos de la historia de los pueblos, que son los ancianos y los jóvenes! ¡Y no licuen la fe!

Y ahora vamos a rezar para bendecir la Imagen de la Virgen y darles después la bendición a ustedes.

Nos ponemos de pie para la bendición, pero antes le quiero agradecer lo que dijo Monseñor Arancedo, que de puro mal educado no se lo agradecí, así es que gracias por tus palabras…

En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

Dios te salve María, llena eres de gracia, el Señor está contigo.
Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre Jesús.
Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores,
ahora y en la hora de nuestra muerte, Amén.

Señor tu dejaste en medio de nosotros a tu Madre para que nos acompañara.
Que ella nos cuide, nos proteja en nuestro camino, en nuestro corazón, en nuestra fe.
Que ella nos haga discípulos, como lo fue ella, y misioneros, como también lo fue ella.
Que nos enseñe a salir a la calle, que nos enseñe a salir de nosotros mismos.
Bendecimos esta Imagen Señor, que va a recorrer el País.
Que ella, con su mansedumbre, con su paz, nos indique el camino.

Señor, vos sos un escándalo, el escándalo de la Cruz,
una Cruz que es humildad, mansedumbre, una Cruz que nos habla de la cercanía de Dios.
Bendecimos también esta Imagen de la Cruz que recorrerá el País.

¡Muchas gracias y nos vemos en estos días!
¡Que Dios los bendiga y recen por mí, no se olviden!
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Papa Francisco: ¡Qué alegría venir a la casa de la Madre de todo brasileño!


Esta mañana, el santo padre celebra la misa en el Santuario de Nuestra Señora de Aparecida.
A continuación, publicamos la homilía del papa Francisco:

Venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
Queridos hermanos y hermanas

¡Qué alegría venir a la casa de la Madre de todo brasileño, el Santuario de Nuestra Señora de Aparecida! Al día siguiente de mi elección como Obispo de Roma fui a la Basílica de Santa María la Mayor, en Roma, con el fin de encomendar a la Virgen mi ministerio como Sucesor de Pedro. Hoy he querido venir aquí para pedir a María, nuestra Madre, el éxito de la Jornada Mundial de la Juventud, y poner a sus pies la vida del pueblo latinoamericano.

Quisiera ante todo decirles una cosa. En este santuario, donde hace seis años se celebró la V Conferencia General del Episcopado de América Latina y el Caribe, ha ocurrido algo muy hermoso, que he podido constatar personalmente: ver cómo los obispos —que trabajaban sobre el tema del encuentro con Cristo, el discipulado y la misión— se sentían alentados, acompañados y en cierto sentido inspirados por los miles de peregrinos que acudían cada día a confiar su vida a la Virgen: aquella Conferencia ha sido un gran momento de Iglesia. Y, en efecto, puede decirse que el Documento de Aparecida nació precisamente de esta urdimbre entre el trabajo de los Pastores y la fe sencilla de los peregrinos, bajo la protección materna de María. La Iglesia, cuando busca a Cristo, llama siempre a la casa de la Madre y le pide: «Muéstranos a Jesús». De ella se aprende el verdadero discipulado. He aquí por qué la Iglesia va en misión siguiendo siempre la estela de María.

Hoy, en vista de la Jornada Mundial de la Juventud que me ha traído a Brasil, también yo vengo a llamar a la puerta de la casa de María —que amó a Jesús y lo educó— para que nos ayude a todos nosotros, Pastores del Pueblo de Dios, padres y educadores, a transmitir a nuestros jóvenes los valores que los hagan artífices de una nación y de un mundo más justo, solidario y fraterno. Para ello, quisiera señalar tres sencillas actitudes, tres sencillas actitudes: mantener la esperanza, dejarse sorprender por Dios y vivir con alegría.

1. Mantener la esperanza. La Segunda Lectura de la Misa presenta una escena dramática: una mujer —figura de María y de la Iglesia— es perseguida por un dragón —el diablo— que quiere devorar a su hijo. Pero la escena no es de muerte sino de vida, porque Dios interviene y pone a salvo al niño (cf. Ap 12,13a-16.15-16a). Cuántas dificultades hay en la vida de cada uno, en nuestra gente, nuestras comunidades. Pero, por más grandes que parezcan, Dios nunca deja que nos hundamos. Ante el desaliento que podría haber en la vida, en quien trabaja en la evangelización o en aquellos que se esfuerzan por vivir la fe como padres y madres de familia, quisiera decirles con fuerza: Tengan siempre en el corazón esta certeza: Dios camina a su lado, en ningún momento los abandona. Nunca perdamos la esperanza. Jamás la apaguemos en nuestro corazón. El «dragón», el mal, existe en nuestra historia, pero no es el más fuerte. El más fuerte es Dios, y Dios es nuestra esperanza. Es cierto que hoy en día, todos un poco, y también nuestros jóvenes, sienten la sugestión de tantos ídolos que se ponen en el lugar de Dios y parecen dar esperanza: el dinero, el éxito, el poder, el placer. Con frecuencia se abre camino en el corazón de muchos una sensación de soledad y vacío, y lleva a la búsqueda de compensaciones, de estos ídolos pasajeros. Queridos hermanos y hermanas, seamos luces de esperanza. Tengamos una visión positiva de la realidad. Demos aliento a la generosidad que caracteriza a los jóvenes, ayudémoslos a ser protagonistas de la construcción de un mundo mejor: son un motor poderoso para la Iglesia y para la sociedad. Ellos no sólo necesitan cosas. Necesitan sobre todo que se les propongan esos valores inmateriales que son el corazón espiritual de un pueblo, la memoria de un pueblo. Casi los podemos leer en este santuario, que es parte de la memoria de Brasil: espiritualidad, generosidad, solidaridad, perseverancia, fraternidad, alegría; son valores que encuentran sus raíces más profundas en la fe cristiana.

2. La segunda actitud: dejarse sorprender por Dios. Quien es hombre, mujer de esperanza —la gran esperanza que nos da la fe— sabe que Dios actúa y nos sorprende también en medio de las dificultades. Y la historia de este santuario es un ejemplo: tres pescadores, tras una jornada baldía, sin lograr pesca en las aguas del Río Parnaíba, encuentran algo inesperado: una imagen de Nuestra Señora de la Concepción. ¿Quién podría haber imaginado que el lugar de una pesca infructuosa se convertiría en el lugar donde todos los brasileños pueden sentirse hijos de la misma Madre? Dios nunca deja de sorprender, como con el vino nuevo del Evangelio que acabamos de escuchar. Dios guarda lo mejor para nosotros. Pero pide que nos dejemos sorprender por su amor, que acojamos sus sorpresas. Confiemos en Dios. Alejados de él, el vino de la alegría, el vino de la esperanza, se agota. Si nos acercamos a él, si permanecemos con él, lo que parece agua fría, lo que es dificultad, lo que es pecado, se transforma en vino nuevo de amistad con él.

3. La tercera actitud: vivir con alegría. Queridos amigos, si caminamos en la esperanza, dejándonos sorprender por el vino nuevo que nos ofrece Jesús, ya hay alegría en nuestro corazón y no podemos dejar de ser testigos de esta alegría. El cristiano es alegre, nunca triste. Dios nos acompaña. Tenemos una Madre que intercede siempre por la vida de sus hijos, por nosotros, como la reina Esther en la Primera Lectura (cf. Est 5,3). Jesús nos ha mostrado que el rostro de Dios es el de un Padre que nos ama. El pecado y la muerte han sido vencidos. El cristiano no puede ser pesimista. No tiene el aspecto de quien parece estar de luto perpetuo. Si estamos verdaderamente enamorados de Cristo y sentimos cuánto nos ama, nuestro corazón se «inflamará» de tanta alegría que contagiará a cuantos viven a nuestro alrededor. Como decía Benedicto XVI, aquí en este Santuario: «El discípulo sabe que sin Cristo no hay luz, no hay esperanza, no hay amor, no hay futuro» (Discurso Inaugural de la V Conferencia general del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Aparecida, 13 de mayo 2007: Insegnamenti III/1 [2007], p. 861).

Queridos amigos, hemos venido a llamar a la puerta de la casa de María. Ella nos ha abierto, nos ha hecho entrar y nos muestra a su Hijo. Ahora ella nos pide: «Hagan todo lo que él les diga» (Jn 2,5). Sí, Madre nuestra, nos comprometemos a hacer lo que Jesús nos diga. Y lo haremos con esperanza, confiados en las sorpresas de Dios y llenos de alegría. Que así sea.
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¡El Papa ya está en Rio!


Discurso completo del Santo Padre Francisco durante la ceremonia de bienvenida

Señora Presidente,
Distinguidas Autoridades,
Hermanos y amigos

En su amorosa providencia, Dios ha querido que el primer viaje internacional de mi pontificado me ofreciera la oportunidad de volver a la amada América Latina, concretamente a Brasil, nación que se precia de sus estrechos lazos con la Sede Apostólica y de sus profundos sentimientos de fe y amistad que siempre la han mantenido unida de una manera especial al Sucesor de Pedro. Doy gracias por esta benevolencia divina.
He aprendido que, para tener acceso al pueblo brasileño, hay que entrar por el portal de su inmenso corazón; permítanme, pues, que llame suavemente a esa puerta. Pido permiso para entrar y pasar esta semana con ustedes. No tengo oro ni plata, pero traigo conmigo lo más valioso que se me ha dado: Jesucristo. Vengo en su nombre para alimentar la llama de amor fraterno que arde en todo corazón; y deseo que llegue a todos y a cada uno mi saludo: «La paz de Cristo esté con ustedes».

Saludo con deferencia a la señora Presidenta y a los distinguidos miembros de su gobierno. Agradezco su generosa acogida y las palabras con las que ha querido manifestar la alegría de los brasileños por mi presencia en su país. Saludo también al Señor Gobernador de este Estado, que amablemente nos acoge en el Palacio del Gobierno, y al alcalde de Río de Janeiro, así como a los miembros del Cuerpo Diplomático acreditados ante el gobierno brasileño, a las demás autoridades presentes y a todos los que han trabajado para hacer posible esta visita.
Quisiera decir unas palabras de afecto a mis hermanos obispos, a quienes incumbe la tarea de guiar a la grey de Dios en este inmenso país, y a sus queridas Iglesias particulares. Con esta visita, deseo continuar con la misión pastoral propia del Obispo de Roma de confirmar a sus hermanos en la fe en Cristo, alentarlos a dar testimonio de las razones de la esperanza que brota de él, y animarles a ofrecer a todos las riquezas inagotables de su amor.

Como es sabido, el principal motivo de mi presencia en Brasil va más allá de sus fronteras. En efecto, he venido para la Jornada Mundial de la Juventud. Para encontrarme con jóvenes venidos de todas las partes del mundo, atraídos por los brazos abiertos de Cristo Redentor. Quieren encontrar un refugio en su abrazo, justo cerca de su corazón, volver a escuchar su llamada clara y potente: «Vayan y hagan discípulos a todas las naciones».

Estos jóvenes provienen de diversos continentes, hablan idiomas diferentes, pertenecen a distintas culturas y, sin embargo, encuentran en Cristo las respuestas a sus más altas y comunes aspiraciones, y pueden saciar el hambre de una verdad clara y de un genuino amor que los una por encima de cualquier diferencia.
Cristo les ofrece espacio, sabiendo que no puede haber energía más poderosa que esa que brota del corazón de los jóvenes cuando son seducidos por la experiencia de la amistad con él. Cristo tiene confianza en los jóvenes y les confía el futuro de su propia misión: « Vayan y hagan discípulos»; vayan más allá de las fronteras de lo humanamente posible, y creen un mundo de hermanos y hermanas. Pero también los jóvenes tienen confianza en Cristo: no tienen miedo de arriesgar con él la única vida que tienen, porque saben que no serán defraudados.
Al comenzar mi visita a Brasil, soy muy consciente de que, dirigiéndome a los jóvenes, hablo también a sus familias, sus comunidades eclesiales y nacionales de origen, a las sociedades en las que viven, a los hombres y mujeres de los que depende en gran medida el futuro de estas nuevas generaciones.
Es común entre ustedes oír decir a los padres: «Los hijos son la pupila de nuestros ojos». ¡Qué hermosa es esta expresión de la sabiduría brasileña, que aplica a los jóvenes la imagen de la pupila de los ojos, la abertura por la que entra la luz en nosotros, regalándonos el milagro de la vista! ¿Qué sería de nosotros si no cuidáramos nuestros ojos? ¿Cómo podríamos avanzar? Mi esperanza es que, en esta semana, cada uno de nosotros se deje interpelar por esta pregunta provocadora.

La juventud es el ventanal por el que entra el futuro en el mundo y, por tanto, nos impone grandes retos. Nuestra generación se mostrará a la altura de la promesa que hay en cada joven cuando sepa ofrecerle espacio; eso significa tutelar las condiciones materiales y espirituales para su pleno desarrollo; darle una base sólida sobre la que pueda construir su vida; garantizarle seguridad y educación para que llegue a ser lo que puede ser; transmitirle valores duraderos por los que valga la pena vivir; asegurarle un horizonte trascendente que responda a su sed de auténtica felicidad, suscitando en él la creatividad del bien; entregarle en herencia un mundo que corresponda a la medida de la vida humana; despertar en él las mejores potencialidades para que sea protagonista de su propio porvenir, y corresponsable del destino de todos. Con estas actitudes, precedemos hoy al futuro que entra por la ventana de los jóvenes.

Al concluir, ruego a todos la gentileza de la atención y, si es posible, la empatía necesaria para establecer un diálogo entre amigos. En este momento, los brazos del Papa se alargan para abrazar a toda la nación brasileña, en el complejo de su riqueza humana, cultural y religiosa. Que desde la Amazonia hasta la pampa, desde las regiones áridas al Pantanal, desde los pequeños pueblos hasta las metrópolis, nadie se sienta excluido del afecto del Papa. Pasado mañana, si Dios quiere, tengo la intención de recordar a todos ante Nuestra Señora de Aparecida, invocando su maternal protección sobre sus hogares y familias. Y, ya desde ahora, los bendigo a todos. Gracias por la bienvenida.
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Papa Francisco 01

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Las multitudes en las calles


Un espíritu de insurrección de masas humanas se extiende por el mundo, ocupando el único espacio que les queda: las calles y plazas. El movimiento apenas está comenzando, primero en el norte de África, luego en España con los “indignados”, en Inglaterra y Estados Unidos con los “ocupas”, y en Brasil con la juventud y otros movimientos sociales.

Nadie se refiere a las banderas clásicas del socialismo, de la izquierda, de algún partido liberador o de la revolución.

Todas estas propuestas o están agotadas o no ofrecen ya atractivo suficiente para mover a las masas. Actualmente interesan los temas relacionados con la vida cotidiana de los ciudadanos: el trabajo participativo, la democracia para todos, los derechos humanos, personales y sociales, la presencia activa de las mujeres, la transparencia pública, el claro rechazo a todo tipo de corrupción, un nuevo mundo posible y necesario. Nadie se siente representado por los poderes instituidos que generan un mundo político palaciego de espaldas al pueblo o manipulando directamente a los ciudadanos.

¿CÓMO INTERPRETARLO?

Interpretar este fenómeno supone un reto para cualquier analista. No basta la razón pura, tiene que ser una razón holística que incorpore otras formas de inteligencia, datos no racionales, emocionales y arquetípicos, y acontecimientos propios del proceso histórico e incluso de la cosmogénesis. Solo así tendremos una forma más o menos completa de hacer justicia a la singularidad del fenómeno.

Para empezar, hay que reconocer que es el primer gran evento resultado de una nueva fase de la comunicación humana completamente abierta, una democracia en grado cero que se expresa a través de las redes sociales. Todo ciudadano puede salir del anonimato, tomar la palabra, encontrar sus interlocutores, organizar grupos y reuniones, alzar una bandera y salir a la calle. De repente, se forman redes de redes que mueven a miles de personas más allá de los límites del espacio y del tiempo. Este fenómeno debe ser analizado cuidadosamente, porque puede representar un salto civilizatorio que marcará un nuevo rumbo a la historia, no solo de un país, sino de toda la humanidad.

Las manifestaciones de Brasil provocaron manifestaciones de solidaridad en decenas y decenas de otras ciudades del mundo, especialmente en Europa. De repente, Brasil ya no es solamente de los brasileños. Es una parte de la humanidad que se identifica a sí misma como especie, en una misma casa común constituida por las causas colectivas y universales.

¿POR QUÉ EN BRASIL Y AHORA?

¿Por qué estos movimientos masivos han estallado en Brasil ahora? Hay muchas razones. Me detengo solamente en una. Mi sentimiento del mundo me dice que, en primer lugar, se trata de un efecto de saturación: el pueblo está harto del tipo de política que es practicado en Brasil, incluso por las cúpulas del PT —hago notar la excepción de las políticas municipales, que aún conservan el antiguo fervor popular—. El pueblo se ha beneficiado de los programas de Bolsa Familia, Luz para Todos, Mi Casa Mi Vida, del crédito consignado… y ha entrado en la sociedad de consumo. ¿Y ahora qué?

Bien dijo el poeta cubano Roberto Fernández Retamar: “el ser humano tiene dos hambres: hambre de pan, que es saciable, y hambre de belleza, que es insaciable”. Por belleza se entiende la educación, la cultura, el reconocimiento de la dignidad humana y de los derechos personales y sociales, una atención sanitaria de calidad y un transporte básico menos inhumano.

Esta segunda hambre no ha sido atendida adecuadamente por el poder público, sea el PT u otros partidos. Los que han saciado su hambre, quieren ver atendidas otras hambres, y no en último lugar el hambre de cultura y de participación. Aumenta la conciencia de las profundas desigualdades sociales, que es el gran estigma de la sociedad brasileña. Este fenómeno se hace más y más intolerable en la medida en que crece la conciencia de ciudadanía y de democracia real.

LA DEMOCRACIA NO ES ESTA FARSA

En sociedades profundamente desiguales como la nuestra, la democracia es puramente formal, practicada solo en el acto de votar, que en el fondo viene a ser el poder de elegir a su “dictador” cada cuatro años, porque el candidato, una vez elegido, da la espalda al pueblo y practica la política palaciega de los partidos. Una política que aparece como una farsa colectiva. Esa farsa está siendo desenmascarada. Las masas quieren estar presentes en las decisiones de los grandes proyectos que les afectan y para los que no se les consulta en absoluto. Y no hablemos de los indígenas, cuyas tierras son secuestradas para el agronegocio o las industrias hidroeléctricas.

Este hecho de la multitud en las calles me recuerda la obra de Chico Buarque de Hollanda y Paulo Pontes, escrita en 1975, “La gota de agua”. Se ha llegado a la gota que desborda el vaso. Los autores de alguna manera intuyeron el fenómeno actual al decir en el prefacio del libro: “la clave es que la vida brasileña pueda ser devuelta, en el escenario, al público brasileño... Nuestra tragedia es una tragedia de la vida brasileña”.

Ahora esta tragedia es denunciada por las masas que gritan en las calles. El Brasil que tenemos no es para nosotros, no nos incluyen en el pacto social que garantiza siempre la parte del león para las élites. Las multitudes en las calles quieren un Brasil brasileño en el que el pueblo cuenta y quiere contribuir a la reconstrucción del país sobre otras bases de relación social más democráticas, más participativas, más éticas y menos malvadas.

Este grito no puede dejar de ser escuchado, comprendido y seguido. La política puede ser otra en el futuro.

Leonardo Boff
Mirada Global
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XVI Dom T.O. C - Anunciamos a Cristo


Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas…  
Lucas 10:41-42
             
Como parte de su calificación final, mis estudiantes realizaron una encuesta.  Una de las preguntas fue, ¿cuál es el principio fundamental de tu religión?  Extrañamente, la respuesta más frecuente entre los católicos fue algo así: Hay muchas normas y reglamentos que uno tiene que obedecer para poder entrar al cielo después de morir.  Es extraño porque eso no está en el evangelio.  Jesús rescata a los pecadores.  San Pablo insiste que uno no se salva por la ley, sino por la compasión amorosa del Señor.  Sin embargo, la idea contraria está muy difundida.

Si fuera así, eso implicaría que quienes no obedecen todas las normas rigurosamente, aunque sea por ignorancia, se van al infierno.  La libertad de los hijos de Dios se ha canjeado por un triste legado de obligaciones desagradables y sin sentido.  Hemos cambiado la invitación gratuita y alegre al banquete del Reino por una imposición violenta, arbitraria y selectiva.  Hemos transformado el anuncio de la Buena Noticia en una amenaza de tormenta eterna.

Excluimos a los preferidos de Jesús porque no observan el reglamento.  No perdonamos a nadie, porque eso atenta contra las normas.  Lo peor, sin embargo, es que esta exótica religión gira en torno a la muerte.  El Señor de la Vida, el Resucitado vivo y  presente que llama al amor incondicional en el mundo actual, quedó administrando castigos y sentencias en el más allá.  Con mucho respeto para los difuntos que interceden por nosotros, la mirada ansiosa fijada exclusivamente en el más allá no ayuda a vivir aquí y amar ahora, como lo hizo Jesús.

Ningún encuestado respondió que el fundamento de su religión era el amor.  Ninguno se acordó de la solidaridad con el hambriento, el forastero y el encarcelado.  Nadie mencionó la compasión con el desamparado ni la inclusión del marginado.  Se olvidaron del perdón, la gracia inmerecida y el amor a los enemigos.  El dios de los encuestados es el frío absolutismo categórico.

Uno puede llamarse católico, y afanarse con miles de gestos, ritos y obligaciones, pero si no ama, es bronce que suena.  Puede ser radical en su cumplimiento minucioso de las normas, hasta el último detalle, pero si no tiene caridad, en nada se parece a Jesús.  Puede proclamar su justicia reglamentaria con fervor apasionado, pero si no perdona, distorsiona el rostro amado de Cristo, compasión encarnada.

Anunciamos a Cristo.  Sin él, las doctrinas del catecismo no tienen sentido.  Sin él, entregar la vida por los demás es locura.  Sin él, la liturgia se transforma en paganismo supersticioso y el sacramento en gesto absurdo.  Sin Cristo Jesús, la religión es un paliativo inútil para los que se angustian por controlar los acontecimientos futuros en el más allá.

Para anunciar a Cristo, hay que conocer a Cristo, empaparse de él, llenarse de él, identificarse con él.  Marta se afana, pero María lleva la mejor parte.  Cuando llevamos la marca de Jesús como tatuaje en el corazón, los esfuerzos de Marta cobran profundidad y resonancia.  En Cristo, el amor se vuelve auténtico, y la Iglesia recupera su tradición de solidaridad, misericordia y compasión.  En Cristo, el Reino se hace realidad.

Nathan Stone sj.

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Jesús samaritano: Vete y haz lo mismo

Tú” eres tú, y soy yo… y es la Iglesia, en un mundo donde es necesaria una siembra de samaritanos.

1. LA GRAN PREGUNTA: ¿QUIÉN ES MI PRÓJIMO? 

Teóricamente el problema es fácil, de tal forma que el mismo rabino de Israel sabe responder, con la palabra del Antiguo Testamento. Los mandatos primeros de la ley son éstos: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón..., y amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Lc 10), 27; cf Dt 6, 5; Lev 19, 18). Jesús asume esa teoría, para conducirla al plano de la praxis: «bien has respondido; haz eso y vivirás» (Lc 10, 28). La misma acción traduce y concretiza, por lo tanto, el contenido ideal del mandamiento.

Como representante de Israel, nuestro rabino parece estar seguro del primer aspecto del mandato: ¡amar a Dios con todo el corazón! En ese plano no plantea duda alguna: fariseos y saduceos, esenios y celotas, católicos y protestantes, cristianos y musulmanes, judíos y, en algún sentido, hasta los mismos taoístas o budistas podrían aceptar esta palabra. Todos saben que Dios es el principio del amor y que la vida es «devoción» (bahtki, islam...), entrega confiada a lo divino. El problema se plantea en el segundo aspecto del mandato. Por eso, el rabino pregunta: ¿quién es mi prójimo? (Lc 10, 29).

La respuesta de Jesús ya no se puede situar sobre una línea de teoría. Jesús no raciocina sobre el hombre, no teoriza sobre el hondo sentido de las almas. Dice una parábola y en ella viene a introducir nuestra existencia: «un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y vino a caer en mano de bandidos...» Así suena la parábola del buen samaritano (Lc 10, 29-37). Ciertamente, no podemos comentarla, pero indicaremos algunos de sus rasgos.

1. En primer lugar, el hombre del camino no ha caído en manos de la pura pequeñez o finitud del mundo (enfermedad, sequía, vejez...), sino en manos del conflicto interhumano. Eso significa que hay violencias que provienen de la división humana, de las «bandas», grupos o partidos de violencia que aparecen a lo largo de la historia. Precisamente en ese espacio de conflicto se sitúa el buen samaritano con su gesto de ayuda al oprimido.

El sacerdote y el levita que han pasado de largo en el camino no son sencillamente ciegos, duros o egoístas. Actúan así porque representan un tipo de sacralidad profesional: son especialistas en el cumplimiento de la primera parte del mandato (¡amarás a Dios con todo el corazón!...) Su mismo servicio de Dios parece obligarles a guardar un tipo de pureza sobre el mundo: no se pueden mezclar con los afanes egoístas de la historia, con la lucha interhumana, los bandidos de un color u otro color que infestan los caminos. Son neutrales, muy devotos, y por eso van de largo ante el que sufre, cautivo, oprimido, marginado, en ámbito de historia. Ellos son hombres de profundidad, suben al templo: no se pueden parar en el nivel de superficie donde sufren los pequeños, donde oprimen los tiranos.

Obrando así, su religión se ha vuelto idolatría: han separado a Dios del rostro caído y oprimido del hermano. En el lenguaje de Jesús, esto significa que desligan a su Dios sagrado (de templo nacional) de los temas y dolores de los pobres, los leprosos, locos, publícanos y las prostitutas. De esa forma han conseguido inmunizar el culto de toda contaminación mundana y toda «falsa política». Así se sienten resguardados.

El samaritano, en cambio, según la perspectiva judía de aquel tiempo, no tiene nada que perder. No tiene ni siquiera que adorar a un Dios establecido y anda libre, con los ojos bien abiertos y limpio corazón, a lo largo del camino. Tampoco debe justificar un tipo de política del mundo, que en el fondo es pacto de bandidos que reparten justicieramente los derechos de aplastar al pobre, como insinúa Jesús en otro lugar de su evangelio (cf. Mc 10, 35-45).

Así cabalga a lomos de una caballería que le acerca a los diversos lugares de miseria de la tierra. Por eso se ha parado en el camino, ayudando al oprimido. Quizá no sabe mucho de Dios, no entiende las maneras y las formas de aplicar la primera parte del mandato. Pero sabe del hombre y al limpiar el rostro de caído del camino está dejando que Dios se manifieste. De esa manera, su misma acción de ayuda se ha vuelto religión, encuentro con el Dios que se revela en el rostro de los pobres (cf Sant 1, 27).

Evidentemente, Jesús no ha comentado la parábola de un modo teórico. No pide que estudiemos las categorías y formas de pobreza sobre el mundo, en forma de programa general. Jesús pregunta: ¿quién se ha hecho verdadero prójimo del hombre que se hallaba caído en el camino? Somos nosotros los que debemos responder, si hemos entendido la parábola. Jesús nos dice: vete y haz lo mismo (Lc 10, 37).

Sólo en la acción surge y se expresa la verdad, solo abriendo un espacio de confianza y ayuda para los necesitados se prueba y expresa el valor de la propia fe. Esto es lo que pudiéramos llamar cambio epistemológico cristiano, que nos saca del templo, para situarnos de nuevo ante los problemas concretos de la vida, pues el Reino de Dios se expresa en el mismo caminar concreto por la vida; la fe en Dios (explícita o implícita) se ratifica en la capacidad de encuentro don el prójimo.

De esa forma, el gesto de “servicio” (que deriva del mismo imperativo de la justicia religiosa) nos convierte en «prójimo» del pobre. En esta misma línea se sitúa la gran parábola del juicio: cuando venga el Hijo del Hombre para el juicio de la historia, entonces dirá a los que se encuentran a su lado, a su derecha: «venid, benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, estuve exilado y desnudo, enfermo o encarcelado... y me ayudasteis» (Mt 25, 31-46). La misma necesidad del hombre se convierte en presencia cristológica (revelación del Cristo). El mesías de Dios viene a mostrarse en la pobreza material, la marginación social y la opresión humana de los más pequeños de la historia. Los hombres no lo saben, no tienen por qué saberlo en plano de teoría. Por eso preguntan: ¿cuándo te vimos...? Jesús responde apelando a lo que han hecho: «cada vez que lo hicisteis con uno de

éstos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis». Esto es lo que llamamos cambio epistemológico: donde se ayude al hombre necesitado, se está ayudando al Cristo y se comprende ya su redención sobre la tierra.

Todas las restantes divisiones pasan a segundo plano: israelita o no israelita, cristiano o musulmán, creyente o no creyente... Como expresión primaria del hombre queda su necesidad, viene a presentarse su miseria: hambre y sed, desnudez y exilio, enfermedad y cautiverio. Estos sos los rasgos distintivos de lo humano: se responde a la pregunta por la vida, empieza a revelarse el gran misterio de la salvación, aquel amor que fundamenta la nueva humanidad reconciliada.

2. ORGANIZAR EL AMOR. LA PARÁBOLA POR DENTRO 

Para asumir y realizar el amor de que nos habla la parábola del buen samaritano (Lc 10, 30-37) es necesario salir a los caminos de la vida, pues sólo en concreto se puede responder. No se puede quedar uno pensando en un seguro gabinete de estudios o proyectos de trabajo porque al tiempo que maduran los proyectos cambian, van cambiando las necesidades de los hombres. No se puede responder a las preguntas y dolores actuales con métodos y programas de otro tiempo, hecho más para satisfacer el egoísmo de los pretendidos servidores de los demás que para ayudar en concreto a los necesitados. Por eso hay que pasar por los caminos, bajar a los lugares de miseria y encarnarse entre los pobres más pobres de la tierra.

Eso significa que no pueden responderse las preguntas de antemano. Quien pretenda ser un buen samaritano nunca puede tener ya la respuesta preparada; no va por los caminos sabiéndolo ya todo, con aire de certezas y seguridades, listo ya el discurso para proclamarlo a la primera circunstancia. Quien se ocupe de ayudar a los demás ha de esforzarse primero en escucharles: por eso marcha atento, preparado para descubrir lo nuevo, con ganas de aprender, creyendo en la presencia de Dios en el camino de la historia.

Por eso, el amor nos abre siempre a la necesidad concreta de la vida de los hombres, en sus nuevas circunstancias y maneras. (a) De esa forma, el amor no abre por un lado a la novedad del dolor, que rompe formas viejas y aparece en modos imprevistos de opresión, pobreza, angustia, de injusticia o también de enfermedades. (b) Pero, al mismo tiempo, nos abre a la novedad del servicio: al gesto creativo del amor que sabe responder de una manera efectiva y afectiva, intensa, cercana, organizada. En ese aspecto, el hombre del amor es siempre un buen samaritano: es un Jesús que va marchando libre y muy atento por la vida, fijándose en las necesidades concretas de los hombres y mujeres. Así podemos distinguir tres tipos de personas:

a) Está, por una parte, el legalista (rabino), esto es, el hombre de las leyes que ha preguntado a Jesús ¿quién es mi prójimo? Sabe interpretar los libros y eso es importante, pues permite comprender bien la teoría que se encuentra en las dos formas de amor (a Dios y al prójimo). Pero en un momento determinado ese rabino tiene que dejar el libro para introducirse en los caminos de la vida: sólo de esa forma encontrará a los hombres y mujeres que padecen un tipo de opresión concreta; es allí donde tendrá que dar su respuesta ya comprometida.

b) Por otra parte están el sacerdote y el levita. Ellos parecen estar en camino y se acercan, de una forma externa, al que se encuentra malherido, pero le ven ya a lo lejos y, sin acercarse, pasan de largo, pues tienen su ritmo marcado por la ley del templo de donde parecen venir, y sólo saben ver aquellas necesidades que se encuentran programadas en sus ritos religiosos, nacionales. Ciertamente, quieren amar y socorrer a los necesitados, pero «dentro de un orden», conforme a los principios de un esquema ya determinado, bien sacralizado por los siglos. Ellos ven a los necesitados desde sus propias “lentes” de templo, ocupados como están en remediar posibles necesidades religiosas. Los otros, los caídos de la vera del camino, que no han sido programados en su viaje de servicio, quedan fuera del esquema religioso, son en realidad inexistentes.

c) Por el contrario, Jesús, el buen samaritano, ha tenido el gesto de salir a los caminos. Conoce la ley, pero la ley no le ha impedido mirar a los que están sufriendo sobre el mundo. Sabe que hay un templo nacional, que fue sagrado, en la ciudad de Jerusalén; pero también sabe que el tiempo de ese templo ha terminado (cf Mc 11,15-19 par): el reino de Dios está presente entre los pobres y necesitados del camino. Por eso no se ha limitado a dejar que la casualidad vaya poniendo ante sus ojos a los cojos, mancos, ciegos, los leprosos, pecadores, marginados. De una forma programada, como samaritano que conoce su tarea, Jesús ha ido a buscar a los perdidos de la tierra. No ha tenido que inventar necesitados para luego hacer que les ayuda; les ha visto en el camino y les ha dado buena nueva de su reino.

Esta es la actitud que se refleja en algunos de los textos programáticos más claros de todo el evangelio. Cuando Juan Bautista pregunta lo que hace, Jesús le ha respondido: «los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, y bienaventurados los que no escandalizan de mí...» (Mt 11,5 par). El Jesús de este pasaje no es alguien va de camino sin más, y sólo ayuda a las personas u enfermas u oprimidas que encuentra por aislado. No deja su servicio en manos del acaso, sino que viene expresamente a buscar a los enfermos y oprimidos.

Jesús no es un buen samaritano por casualidad, sino por decisión originaria. Ha venido a ser el buen samaritano: Ha dejado primero su oficio anterior de artesano, después ha dejado su “ministerio” bautismal, con Juan Bautista (esperando y recibiendo a los que vengan, para bautizarles). De un modo audaz y nuevo Jesús ha salido por los caminos de la vida, los que pasan por Galilea y lo que van de Galilea a Jerusalén a través de Jericó, para encontrar a los pobres y enfermos, a cojos, mancos ciegos y ayudarles.

Lo mismo presupone Mt 25,31-46. Aquí no se habla ya de un hambriento por aislado, ni tampoco de un cautivo, enfermo o exilado por casualidad. Se habla de una clase de personas: los hambrientos sedientos, los exilados-desnudos, los enfermos-cautivos. Por eso, el gesto de servicio que se traza, en nombres de Jesús y por Jesús, ya no se puede interpretar de una manera improvisada. Para ayudar de verdad a los que sufren tenemos que llegar hasta la causa real del sufrimiento: a las raíces donde surge y se genera el hambre, a los secretos misteriosos donde brota y se alimenta la injusticia, el exilio y cautiverio de la tierra.

Ciertamente, Jesús ha recorrido su camino de servicio hasta el final: ha subido a Jerusalén, ha planteado su demanda ante los jefes religiosos y sociales de su pueblo, ha mantenido su actitud y ha muerto en defensa de los pobres. Sólo de esa forma, penetrando hasta la entraña de la muerte ha descendido a la matriz de donde brotan los dolores y opresiones de la tierra, ofreciendo una ayuda concreta (comida, curación...), que se abre hacia una esperanza de curación total (Reino, resurrección).

Con esa misma entrega y esperanza de Jesús debemos recorrer también nosotros el camino de la vida en servicio a los que están necesitados. Jesús nos abre así el camino, pero no nos ha ofrecido unas respuestas hechas, preparadas y firmadas de antemano. Por eso, sostenidos y apoyados en su mismo Espíritu (Hech 2), debemos trazar nuestro camino de amor comprometido. Tres son, a mi juicio, los rasgos principales de ese empeño.

a. Jesús se opone al primer mal, que es un tipo de dinero. Aún reconociendo que los males de este mundo no se pueden jamás catalogar del todo, Jesús quiere interpretarlos y explicarlos desde su raíz. Es lo que hace, por ejemplo, cuando nos dice que todos los ídolos del hombre se concentran en el ansia de dinero, en la mamona (cf Mt 6,24). Eso significa que ayudando de manera muy concreta a los necesitados debemos empeñarnos en luchar contra la base y germen de las injusticias, que es el deseo de dinero. Esa lucha sigue estando en la línea de los exorcismos de Jesús contra Satán y de todo su mensaje. Esa lucha sólo es posible allí donde los seguidores de Jesús buscan la forma de ayudar (con atención, con aceite y vino, con eficacia, buscando las casas “apropiadas”) a los que están necesitados.

Este samaritano invierte el gesto de aquellos que han asaltado, robado y herido al hombres del camino: Se acerca, le ayuda (le cura) y le lleva consigo, poniéndole en una “casa de socorro” (en un hostal-hospital apropiado), pagando lo que fuere necesario. Jesús se opone al mal de los que roban (buscan el dinero del hombre del camino), poniendo su dinero (sus medicinas, su mula, sus denarios) al servicio de la curación del asaltado. Sin ese gesto activo, sin esa libertad y esa denuncia, no se puede hablar de caridad de Jesús sobre la tierra.

b. Por eso, aún sabiendo que ninguna ayuda programada puede prescindir del gesto de la cercanía personal y del amor privado, debemos añadir que es necesario programar los signos del servicio. Debemos pasar así del buen samaritano aislado a lo que se pudiera llamar un sindicato o cofradía de buenos samaritanos, unidos por la misma ilusión y compromiso en favor de los que están necesitados. En esta línea pueden surgir iniciativas de diverso tipo, unas mejores, otras peores, unas más evangélicas, otras más mundanas… para ayudar a los caídos del camino: Policías que guardan los caminos, sindicatos de buenos samaritanos, religiosos redentores u hospitalarios, hermanas de la caridad, organizaciones asistenciales (ONG…).

Evidentemente, ese servicio de amor liberador se puede organizar de un modo colectivo, pero nunca puede programarse de antemano ni juzgarse desde fuera. Dentro del camino de la iglesia, irán surgiendo grupos de cristianos y cristianas que organizan el amor como servicio a los necesitados. Unos y otros, pobres y personas que sirven-liberan a los pobres, son presencia especial del evangelio de Jesús sobre la tierra. ¿Qué hecho Jesús en la línea de la parábola del Buen Samaritano? ¿Ha creado una Iglesia de buenos samaritanos?

C. UNA TAREA URGENTE. HAZ TÚ LO MISMO

Jesús le dice al escriba que “haga lo mismo”, que se haga prójimo del caído en el camino. Pero ¿cómo?

‒ Él a solas, o con todos los rabinos del mundo… (en contra de sacerdotes y levitas, que según la parábola no van?)

‒ ¿Cómo? ¿Llevando por si acaso una pistola, un pequeño cuerpo de Guardia civil?

‒ ¿Podrá llevar a la Iglesia, o la Iglesia hace tiempo que se ha desentendido de los caídos del camino, ocupándose de sus rezos?

‒ De aquí súrgela gran pregunta: ¿no es ésta una tarea de la sociedad entera? ¿Para qué tiene que haber grupos cristianos que ayuden a los necesitados, como puede ser Caritas o Manos Unidas….?

a. Buen Samaritano, una parábola universal

Algunos piensan que es el mismo Estado debe resolver estos problemas, haciéndose gestor de la hacienda y vida de los ciudadanos, protector de los débiles, juez de los malhechores (superando así el riesgo de los “quijotes” aislados, que van por lo libre resolviendo entuertos). Por eso, el Estado actual (que quiere ser Estado de Seguridad y Bienestar) organiza la educación para todos, controla y dirige la sanidad pública, ofrece seguridad y retiro a los ancianos, etc, etc. Así realiza muchos servicios que la iglesia de Jesús ha realizado por siglos a manera de suplencia. ¿Cómo juzgar eso?

Evidentemente, aquí no podemos entrar a fondo en el problema aunque debemos ofrecer unas sencillas reflexiones. En primer lugar la iglesia de Jesús debe alegrarse de todo corazón si es que el estado cumple ahora funciones de tipo asistencial, promocional, caritativo. Ella sólo busca el bien del hombre y si el hombre está servido ella se alegra. Pero, quedando eso firme, sin ningún afán de protagonismo, actuando desde el mismo fondo del evangelio, la iglesia ha de encontrarse preparada para proclamar y realizar sobre la tierra un mensaje total de salvación, en favor de la libertad y bien del hombre.

Ese mensaje recibirá formas distintas, conforme a los distintos lugares. Irá más en línea de justicia social en los países donde sea más fuerte la injusticia. Irá en línea de dignidad personal y de cercanía humana en los países donde la tecnificación y el bienestar material amenacen con ahogar al hombre en la estructura ciega del conjunto. Será mensaje de encuentro y amor interhumano en los lugares donde un tipo de interioridad individualista amenaza con cerrar a los hombres dentro de sus propias soledades...

Este servicio evangélico aparece, en fin, como expresión de fe profunda en el mensaje de Jesús y en el camino de su vida. Por eso, frente a toda posible tentación totalitaria o clasista del estado la iglesia busca libertad, justicia, amor cercano.

b. Una parábola de Iglesia

En esa línea, la Iglesia quiere ser experta en humanidad porque se apoya en la palabra y luz del evangelio. Por eso, haga el estado lo que hiciere, ella saldrá a los caminos buscando a los heridos y derrotados: Los expoliados del Cuarto Mundo, los oprimidos de Tercer Mundo, los aplastados por un sistema de poder económico que quiere dominar a todos, los “robados” por los nuevos sistemas de finanzas, los marginados de la gran industria, los expulsados de la sociedad tecnocrática, los cojos-mancos-ciegos de los nuevos tiempos.

Gracias a Dios, la Iglesia de Jesús no empieza teniendo una tarea propia, para así distinguirse del Estado, ni para separarse del rabino que pregunta a Jesús, ni del posible monje tibetano o del no-creyente. Jesús no lleva al escriba a su Iglesia, para introducirle en su baptisterio o sagrario, para darle allí lecciones de santidad específica, sino que le lleva al camino de la vida por donde pasan todos: La calzada de Jerusalén a Jericó, o la favela de Río que están “limpiando” estos días para que el Papa no vea, o al suburbio de de Kinshasa o a la “milla de oro de Madrid”.
Jesús quiere que el rabino deje de pensar en teoría, que dejemos de hacerlo nosotros, y que vayamos de hecho con imaginación y realismo, con buena voluntad y deseo de cambio, a los caminos de la vida. Sólo estando allí, y viendo lo que pasa, podremos responder. Quizá nos equivoquemos, pero si no vamos no equivocaremos siempre, por principio, porque al no optar (al no entrar masa doliente de la vida) estamos ya poniéndonos de parte de los “ladrones” del sistema, los antiguos y los nuevos.

No hacen falta muchas teorías para ser buen samaritano: Sólo hacer falta tener ojos para mirar, y corazón para amar. En este campo, la iglesia no necesita hacer muchas teorías, sino que tendrá que ponerse en camino (es decir, encarnarse en la vida real de los hombres y mujeres), dejando a un lado seguridades y prestigios que han valido quizá por unos siglos, pero ya no valen porque están fuera de sitio en nuestro tiempo.

No se trata de que critiquemos al sacerdote y al levita de fuera (del viejo templo de Jerusalén, cosa que es fácil, para que todo siga igual). Tendremos que empezar criticando al sacerdote o levita que llevamos dentro de nosotros, para liberarnos y marchar por el camino como el buen samaritano. Sólo en esa aventura de amor que pone a juicio todas las viejas estructuras, a partir del evangelio de Jesús, como miembros de una iglesia caminante, sabremos responder a la pregunta del rabino que encabeza este trabajo, ¿quién es mi prójimo?

c. Unas preguntas y tareas abiertas

El rabino pregunta “quién es mi prójimo” para seguir moviéndose en un plano de teoría. Jesús, en cambio, nos cuenta una historia de la vida, y nos dice que nos hagamos prójimos, como el “buen samaritano”. No nos da respuestas hechas, nos pone en camino, como personas, como sociedad, como Iglesia. Nadie puede optar en mi lugar. Tengo que hacerlo yo, con mi propia circunstancia, conforme a la palabra de Jesús que dice: «vete y haz lo mismo». Ésta es una tarea larga, que definirá mi vida, la vida de la sociedad, la vida de la Iglesia:

a. Jesús no habla para la sociedad en general (para el Estado judío o para el Imperio Romano), aunque la “parábola” servirá también para Estado y para Imperio. ¿Cómo lograré poner Estado y Sociedad al servicio de los oprimidos? ¿Cómo tendría que cambiar la economía y el Estado para ponerse al servicio de los caídos? ¿Es eso posible?

b. ¿Se podría crear un sindicato de buenos samaritanos? ¿Cómo se organizaría? ¿Como una policía mundial al servicio de la igualdad de oportunidades para todos? ¿Cómo en ejército en contra de los “terroristas” de los caminos? ¿Y si el mismo “sindicato samaritano” se convierte en sindicato del crimen, y el ejército anti-terrorista se vuelve fuente y signo del máximo terrorismo?

c. ¿Se podrá crear un Estado justo, formado por heridos, caídos, oprimidos… para invertir así los principios de poder de un mundo injusto? ¿Y si el Estado de los caídos-oprimidos se acaba convirtiendo en opresor? ¿Cómo mantener los ideales de servicio y de ayuda humana?

d. La parábola no habla de Dios, sino que parece ser un poco “anti-clerical” (¿anti-teísta?). Pero, se puede crear una “iglesia de buenos samaritanos”. ¿Quién sería su patrono? Quizá San Bernardo, pero Bernardo acabó bendiciendo a los nuevos samaritanos armados de la Caballería del Temple. ¿Quizá San Francisco? Pero ¿cómo podría dirigir Francisco, el antiguo o el nuevo Papa, una cofradía de Samaritanos desarmados, sin guardias-gorilas, sin papa-móviles blindados…?

Xabier Pikaza
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XV Dom T.O. C - En defensa de la ciencia


    "Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?"  
Lucas 10:25

Celebrando la resolución gubernamental de permitir la venta de los anticonceptivos Plan B sin restricciones en los Estados Unidos, una senadora dijo, Después de una demora excesiva, ha predominado la ciencia.[1]   En primer lugar, la ciencia suele buscar mayor precisión en la nomenclatura.  Los Plan B no actúan necesariamente como anticonceptivos sino, muchas veces, como abortivos.[2]  Los eufemismos son propios de la política y de la propaganda comercial.  Quizás no es la ciencia que ha predominado, sino la industria farmacéutica.  En la ciencia, el eufemismo no tiene lugar, porque oculta la verdad en vez de esclarecerla.  Pero no fue la senadora que habló de anticonceptivos, sino la revista TIME.

El mayor reparo con el comentario de la senadora no es por la semántica, sino por su compresión de la ciencia en sí.  Hoy escribo para defender el honor de la ciencia.  Ella ha sufrido una calumnia.  Ha sido víctima de un abuso conceptual gravísimo.  Me explico. 

El fundamento de la ciencia es el principio de causa y efecto.  ¿Será que eso ya no se enseña en las escuelas?  Puede ser.  Se enseñan las conclusiones de la observación empírica como si fuera dogma decretado desde lo alto por los señores de la santa academia que, según la mitología moderna, luchan contra los patrones de la retrógrada religión por el control de las conciencias.  Sin embargo, lo esencial en la formación científica no es el catálogo de las conclusiones, sino el método, para poder seguir modificando las conclusiones de ayer, camino a compresiones cada vez más certeras.  El fundamento de todo es el principio de causa y efecto.
La ciencia moderna nació cuando los naturalistas de antaño superaron el mito de la generación espontánea.  ¿Será que se les olvidó incluir la causa del embarazo en el programa de la biología?  Tiene una sola.[3]  Quien quiera evitarlo, debe observar un comportamiento adecuado.  El embarazo no deseado no es causado por conducta inmoral, sino por conducta irracional.  No es por falta de religión, sino por sexualidad irresponsable.  No hay mucho misterio aquí.  No estamos a la espera de descubrir la cura de algún virus raro.  Tampoco se trata de un castigo divino, sino de la consecuencia reconocida y usual de un acontecimiento único.

Se recurre a los medicamentos Plan B cuando falla el predominio de la razón, cuando prevalece la fantasía de que el efecto empíricamente observado puede disociarse de su causa en un caso determinado.  Es decir, cuando la pareja ha decidido comprobar con otro experimento más si efectivamente la relación sexual provoca la gravidez.  Al comprobar el concepto, (una vez más), atribuyen el fenómeno aparentemente paranormal a la mala suerte.  Como si fuera un atentado terrorista, se exige un encantamiento farmacológico para superar el exótico hechizo del cual cayó insospechadamente víctima.  La pastilla Plan B es el remedio para una actitud fundamentalmente supersticiosa.  No es un triunfo para la ciencia.  Es su derrota.

Suele acontecer, en todo caso.  Las pasiones son fuertes.  La juventud suele aprender de sus errores, y todas las generaciones cometen las mismas.  Los embarazos no deseados, cuando se asumen con amor, sabiduría y generosidad, se transforman en hijos queridos.  Quienes fácilmente se consiguen pastillitas para tomárselas con apuro nunca llegan a reconocer que todo ser humano, por pequeño o insignificante que sea, comparte la misma dignidad y tiene el mismo derecho a la vida.  Quienes asumen su paternidad inesperada responsablemente se parecen a aquél que encontró a un desconocido golpeado al borde del camino, y lo trató como amigo.

Por su proximidad en la temática, es importante observar la estadística sobre las razones citadas para abortar.  Sólo 6% de los casos se remiten a la salud.  Por otro lado, más de 60% de las mujeres se sienten presionadas (a veces, violentamente) para escoger un aborto.[4]  Todavía no hay datos sobre la Plan B, sin embargo, se puede esperar un cuadro semejante.  Sospecho que, al igual que el aborto, los grandes impulsores van a ser los hombres.  Sólo tienen que pagar.  Es la mujer que debe sufrir las consecuencias. 

Típicamente, se retrata la venta legalizada de esta nueva droga no sólo como un gran triunfo para la ciencia, sino para el feminismo.  En defensa de las mujeres, ¿cuándo van a inventar pastillas para que las tomen sus novios?  ¿Por qué siempre son ellas que deben sufrir los dolores y arriesgar la salud?  El cáncer de mama en mujeres jóvenes ha incrementado 2% cada año desde la introducción de las pastillas anovulatorias.[5]  No se van a saber las consecuencias largo plazo de las pastillas Plan B por veinte años más.  Pero no las van a sufrir los hombres. 

Aplicando el método científico, hay una hipótesis razonable que pronostica, por lo demás, un incremento en las enfermedades de transmisión sexual debido a la disponibilidad de la pastilla Plan B.  La lógica es evidente, pues, la opción por el sexo irresponsable se presenta como más atractiva.  El embarazo no deseado se resuelve con una visita a la farmacia, pero no hay fácil solución para la enfermedad de transmisión sexual.  Muchas son incurables y algunas son fatales. 

Habrá que estudiar eso durante las próximas décadas para comprobar la hipótesis.  Por desgracia, se va a comprobar con las vidas de las personas.  Los científicos van a tener que contar cuántos de las habituales consumidoras se mueren porque a nadie le importó. 

La ciencia obliga a la objetividad.  Hay que tomar distancia de los intereses personales; sean económicos, políticos o afectivos; para actuar razonablemente y evaluar las consecuencias reales imparcialmente y sin temor.  En la historia del samaritano, el sacerdote y el levita tenían planes y ambiciones.  Para ellos, la vida de un desconocido no tenía importancia.  Dejaron al hombre herido sin atender.  El extranjero, porque no tenía intereses personales para cuidar, lo trató como su amigo.  Objetivamente, ¿cuál de los tres obtuvo el mejor resultado?

 Nathan Stone sj


[1] After far too long of a delay, science has prevailed. Senadora Patty Murray, demócrata del estado de Washington, Revista Time, 24 Junio 2013.
[2] Si la persona no haya ovulado, la pastilla funciona como anovulatoria. Se ya ovuló, es probable la concepción ya haya acontecido.  No se concreta el embarazo, porque la pastilla provoca pérdida. La literatura a favor de la pastilla suele hacer una distinción entre la fecundación del óvulo y el embarazo propiamente tal, pero no hay evidencia científica para afirmar la distinción.
[3] Con una feliz excepción en la raza humana, cf. Lucas 1:35.
[4] Sobre razones por abortar: http://en.wikipedia.org/wiki/Abortion_in_the_United_States, y sobre aborto forzado, cf.  http://www.publiceye.org/ark/reproductive-justice/articles/forced-abortions-america.php
[5] Cf. http://articles.latimes.com/2013/feb/26/science/la-sci-breast-cancer-younger-women-20130227
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XIV Dom T.O. C - Amor selectivo


El Señor eligió a otros setenta y dos discípulos y los envió de dos en dos, delante de él, a todas las ciudades y lugares adonde debía ir.  Les dijo: «La cosecha es abundante, pero los obreros son pocos.   
Lucas 10:1-2


La fórmula que se usaba para la consagración del vino decía, ésta es la sangre de la nueva y eterna alianza que será derramada por vosotros y por todos.  La nueva versión, promulgada hace poco con el nuevo misal, dice, por ustedes y por muchos.  Los latinoamericanos agradecen el uso de la forma ustedes.  Vosotros es correcto, también, pero extranjeriza un poco.  Por otro lado, el pueblo quedó perplejo por la noción de que Cristo no murió por todos.  Se entendió que la misericordia divina ya no es infinita, sino limitada, exclusiva o, de alguna forma, condicionada. 

La justificación del cambio es, aparentemente, fidelidad al texto en latín, (et pro multis efundetur); usada universal y exclusivamente en la iglesia occidental desde el Concilio de Trento hasta el Segundo Concilio Vaticano.  También, algunos creían que la sangre derramada por todos podría fomentar mediocridad o pasividad entre los fieles.  Se suponía que, sin la amenaza implícita del infierno para algunos, el Reino podría perder adeptos entre los consumidores de la religión. 

La exclusividad es parte de la cultura moderna.  Basta mirar la vergonzosa distribución de riqueza en el mundo actual.[1]  Si la salvación económica es no es para todos, entonces, es fácil cree que la salvación eterna sigue la misma lógica.  Vivimos un paradigma de exclusión.
Por mi parte, creo que es más importante ser fiel al evangelio en toda su riqueza que al texto original en latín.  Es más urgente conservar el estilo inclusivo de Jesús que la coacción prohibitiva del protocolo terrenal.  Más vale asumir la salvación gratuita e universal, con todas sus consecuencias, que alterar la buena noticia por conveniencia ideológica.

Es importante, sí, que los llamados al discipulado de Cristo estén dispuestos a entregar todo por la causa.  Al mismo tiempo, la absoluta prioridad del evangelio es el amor incondicional de Dios, ofrecido sorprendentemente a los excluidos y marginados.  La Iglesia que cuenta de Roma se llama católica porque la invitación al banquete del Reino es universal.[2]  La convocatoria a la salvación no excluye a nadie.  Por eso, es buena noticia.  Si los discípulos no la proclaman a todos, deja de ser buena noticia.

Por eso, el envío de los discípulos a proclamar el evangelio con la mayor apertura y extensión posible es un acontecimiento determinante.  Si el Señor hubiera querido formar un grupo selectivo y cerrado, no habría enviado sus discípulos a proclamar nada a nadie.  Habría mandado a investigar la dignidad, pedigrí y merecimientos de los candidatos al movimiento. 

No fue así.  El Reino fue anunciado extensivamente a los cuatro vientos.  La semilla cayó sobre los oídos de cualquiera.  No era secreto.  No era información privilegiada.  La pertenencia a la mesa eucarística era considerada una gracia entregada libremente a toda criatura.  Cristo murió por la masa.  Esa es la fe de la Iglesia.[3]  Ciertamente, el ser humano es libre, y puede rechazar la salvación.  Pero ni eso le separa del amor de Dios.  El llamado a entrar al Reino es un llamado permanente.  Por eso, la misericordia divina es el fundamento del mensaje. 

Eso no quiere decir que el latín de los antepasados está errado.  Si se entiende la palabra multis como adjetivo sustantivado, entonces, la traducción exacta sería, muchos, y no todos.  Sin embargo, si se entiende en toda su poesía como metáfora, apunta a la multitud, aquel personaje colectivo tan importante en el evangelio, signo de la bondad de Dios que no se limita a ninguna elite social, religiosa o intelectual.  La mejor traducción sería que la sangre de Cristo fue derramada por la muchedumbre, por la gente común y corriente, por los pobres, los impuros, y los pecadores; por los que no merecían la salvación. 

Es cierto que el discipulado de Cristo precisa de integrantes dispuestos a comprometerse totalmente por la causa del evangelio.  Eso se promueve mediante el llamado a participar en la misión.  El misionero se cristifica por medio de la palabra de salvación que transmite.  En la huella de los apóstoles, los novatos aprenden a vivir en santidad. 

El problema mayor de la Iglesia actual no es la imperfección de sus miembros, sino la reticencia a incluir a los de lejos.  La creación terrenal de requisitos previos para la participación en la comunidad de los redimidos es, actualmente, el modo de proceder más usual.  La exclusión sistemática de los hijos de Dios estimados menos dignos por parte de las burocracias eclesiales es endémica.  El desprecio de algunos por los otros; debido a la sencillez, estilo personal y apariencia exterior; hace sentir que la bienvenida al Reino no es para la multitud, sino solo para los escogidos, y son muchos los cristianos que se atribuyen la facultad de, en el nombre de Dios, escoger. 

En ese contexto, la nueva versión de la consagración está reforzando el error.[4]  El pueblo se siente confirmado en su sentimiento chauvinista y exclusiva.  La jerarquía se cree justificada en la imposición de disciplinas moralizantes, diseñadas para apartar a los débiles.  La misericordia se ha vuelto anatema.  El amor universal del Padre se ha transformado en una reliquia histórica. 

Si el Reino se proclama a la multitud, no tiene requisito previo alguno.  Nada, siquiera el pecado, nos separa del amor de Dios para siempre.  La compasión divina no es selectiva sino expansiva.  Es la fuerza de ese amor que radicaliza y santifica a los discípulos para que se entreguen, al estilo de Jesús, con todo lo que tienen.  No existe protocolo alguno capaz de engendrar un cuerpo resucitado.  Es la obra de Dios en aquellos que confían en él.

 Nathan Stone sj

[1]Cf. http://www.portafolio.co/opinion/la-distribucion-la-riqueza-el-mundo.  Aproximadamente 10% de la población mundial acapara 83% de la riqueza. 

[2] El vernáculo histórico de Roma era el latín; sin embargo, el latín no es esencial para la salvación. 

[3] Calvino supone que Cristo murió sólo por los escogidos.  Los demás no tienen esperanza. 

[4] Encuentro que la pastoral selectivo es jansenista, pelagiana y gnóstica.  

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