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XXII Dom T.O. C - Santidad y misión


Cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos. 
Lucas 14:13

Santo Tomás hacía la distinción entre la gratia gratam faciens (gracia santificadora) y la gratia gratis data (gracia gratuitamente entregada).[1]  Por la primera, la persona humana es transformada de pecador sin esperanza en hijo reconciliado.  La segunda impulsa a ese hijo para coopera en la salvación de los demás.  Santo Tomás insiste en que la gracia santificadora es más importante.  Por otro lado, como todo cantor de cueca bien sabe, no hay primera sin segunda.[2] 

La distinción entre una y la otra no es tan clara en las sagradas escrituras, pero el Doctor de Ángeles observa que ciertamente existe una diferencia entre la conversión y el envío.  Aun cuando los dos son consecuencias de la acción del mismo Espíritu Santo, la conversión es fundamental.  Es absurdo imaginar un pecador empedernido dando testimonio de una conversión que aún no acontece.  Por lo bajo, le sale extremadamente hipócrita. 

Aceptando la premisa del Aquinate, creo que forzamos las escrituras si lleguemos por ellas a la conclusión de que basta con dejar de hacer maldades para llamarse cristiano.  Los seguidores de Jesús en el evangelio invariablemente responden a su santificación ofreciendo sus vidas en el servicio del Maestro.  El convertido siempre se vuelve misionero, de alguna forma u otra.  Si no, continúa centrado en sí mismo, es decir, al margen del Reino.  

Cada seguidor de Jesús es llamado a dar testimonio de su salvación, de acuerdo a la diversidad de dones entregada a cada uno para ese fin.  La gracia santificadora es una sola.  La gracia misionera es variada y específica para cada persona; es su vocación.  Para poderla encontrar, el discípulo dedica tiempo.   Debe escuchar a Jesús, aprender de él, sea en los campos de Galilea o bien, en el caso del discípulo moderno, en la oración personal. 

Rescatando por supuesto la validez de la conversión en artículo mortis,[3] porque la misericordia de Dios no tiene límites, es difícil imaginar que el objetivo del proyecto de Jesús fuese establecer conductas mínimas para ingresar al cielo después de morir.  Se fuese así, tendríamos que reconocer que se trata de una religión interesada para gente que busca beneficios para sí mismo sin jamás ofrecerse en el servir a los demás.  No va con la cosa.  Jesús habla poco de mandamientos, y cuando lo hace, es para destacar la nueva ley de amor total y entregado. 

En 1993, el Papa Juan Pablo II publicó la Encíclica Veritatis Splendor.  A treinta años del Segundo Concilio Vaticano, el Santo Padre llamó la atención a todos los obispos de la Iglesia sobre la importancia de enseñar riguroso cumplimento de la moral católica.  En el fondo, reiteró la tesis tomista de la prioridad de la gracia santificadora sobre de la gracia misionera.   Probablemente, quería corregir una tendencia, heredada del Concilio, de servir a los demás en lo temporal sin practicar la fe.  Hubo temor del relativismo.  Además, los proyectos de cuántos miles de casitas para los pobres le parecían obra del Partido Comunista o de una ONG.  Sin embargo, en su afán de arrancar todo lo que es intrínsecamente malo del corazón de la Iglesia, le arrancó, también, el corazón.  Los devotos de la Encíclica se han transformado en fariseos auto-referentes, preocupados exclusivamente de las finuras de la moral personal en desmedro del amor solidario, piedra fundamental de la evangelización desde el principio.  Veritatis apunta a un catolicismo morboso que se reduce a una lucha contra el impulso sexual, sin considerar la compasión para los demás.  Es un camino frío y oscuro, de mucho miedo y poco amor.

Me preocupan, por lo demás, los movimientos que se reúnen una y otra vez invocando al Espíritu Santo porque todo lo que hay dentro de su corazón necesita ser cambiado.  Su visión es luterana.[4]  Si no queda nada bueno dentro de la persona después de la caída de Adán, su única esperanza de salvación es un trasplante total del alma; quiere decir, dejarse someter por el voluminoso griterío de la multitud.  Han cambiado el evangelio por el mito de Sísifo.  Una vez que ese pecador llegue con su piedra de su culpa a la cima de la montaña de la santidad, caerá de vuelta.  Tendrá que comenzar su lucha desde cero, una y otra vez, semana tras semana, retiro tras retiro.  La rutina parece apuntar a un tercer tipo de gracia: la gracia que no sirve de nada. 

En una capacitación para el nuevo Rito de Iniciación Cristiana para Adultos, diseñado para destacar la experiencia de conversión en el proceso de la inducción sacramental, un facilitador comentó que en el fondo, la gran masa de los católicos no aspira a más que lo mínimo para salvarse; que están condenados a luchar desesperadamente con sus inclinaciones intrínsecamente malas hasta el día de su muerte, y que, por eso, no son aptos para misión alguna.  Es cierto que la debilidad humana va a estar siempre entre nosotros, y que la Iglesia va a ser refugio para una gran cohorte de obsesivos compulsivos.  Sin embargo, el testimonio en bien de los demás es lo que asegura la propia conversión.  La gratia gratis data consolida la gratia gratam faciens.[5]  Salir de sí mismo para servir a los demás es una gran ayuda para perseverar en la santidad.

Los obispos de América Latina corrigieron la lectura errada en 2007.  El documento de la Conferencia reunida en Aparecida adoptó como lema, cada cristiano, un discípulo; cada discípulo, un misionero.  No basta con el cumplimento mínimo de normativas.  La Iglesia existe para la difusión del evangelio, para la salvación; y no sólo de uno mismo, sino de los demás.  El moralismo riguroso es esencialmente egoísta.  El evangelio no es así. 

En Río de Janeiro, el Papa Francisco envió a los jóvenes con las palabras de Jesús, ¡Vayan a hacer discípulos en todas las naciones!  Con mucho respeto para Santo Tomás de Aquino, es imposible separar la gracia santificadora de la gracia misionera.  La santificación de cada uno lleva directamente a su envío a servir.  La sabiduría de milenaria tradición demuestra que la mejor forma de consolidar la conversión es dando testimonio de ella.  Quien asume su santificación en la plaza pública no recae jamás.  Quien invita al banquete suele mantener la casa ordenada. 
             
Nathan Stone, sj


[1] Suma Teológica, I-II, 111. 
[2] Las fiestas patrias en Chile se celebran en torno al 18 de septiembre.  El baila tradicional es la cueca.  Entre una cueca y la otra, los cantores suelen exclamar, y porque no hay primera sin segunda… 
[3] Es decir, gratia gratam faciens (gracia santificadora) sin gratia gratam data (vocación misionera). 
[4] Lutero pensó que la naturaleza humana quedó irreparablemente dañada en la caída. Para él, la fe debe anular la naturaleza humana.  El católico cree que la gracia rescata la naturaleza dañada.
[5] Alcohólicos Anónimos, y su pariente, Narcóticos Anónimos aprendieron esa lección.  Al hacerse responsable por la rehabilitación de otros, el rehabilitado se fortalece, salvándose de la tentación de recaer.
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XXI Dom T.O. C - Los dueños

                           


Jesús iba enseñando por las ciudades y pueblos. 
Lucas 13:22

No va con el evangelio, pero parece que las iglesias tienen sus dueños.  No es que sean literalmente propietarios, como si fuera un terreno, edificio o empresa, pero actúan como si fueran gerentes con poder absoluto para mandar.  Si ellos son los dueños, supongo que los demás somos solamente usuarios, pasajeros y arrendatarios.  Nada de lo que hay aquí nos pertenece. Somos los herederos de nada.  En realidad, nuestra presencia es permitida solo y en cuanto agrada a la gerencia; solo y en cuanto les conviene para el negocio que están realizando. 

Los dueños del negocio tienen la última palabra sobre quién puede participar y bajo cuáles condiciones.  Los amigos y parientes van a encontrar la vara bien baja.  Ellos ya están adentro, pueden llegar tarde y pedir todo fiado.  Los demás pueden ganarse un lugar se obedecen todos los reglamentos, y nunca incomodan a los dueños.  Los de lejos no tienen nada que hacer aquí.  Así son los negocios.  Por eso, imposible que la Iglesia de Jesús sea un negocio. 

El viejo cuento de ¿quién manda aquí? está en la mente de todos.  Los dueños creen que son ellos, enviados por Dios para imponer su propio estilo sobre un rebaño selecto y administrar la vida eterna.  Se hicieron los guardianes de la puerta estrecha.  Los amigos pasan sin pagar la entrada.  Todos los demás pagan, y a veces, con creces.  Los dueños suponen que así es la justicia divina.  Su dios no perdona ni una; todo se cobra.  Si no, no es negocio.

Los únicos cargos vitalicios que quedan en el mundo entero (porque el Papa Benedicto ya renunció) son los dueños de la iglesia.  A veces, hay peleas, cuando son varios los que creen que son los enviados de Dios para mandar.  Llega a ser bien feo, nada más distante del estilo de Jesús. 

En verdad, los dueños de la Iglesia no son los coordinadores de liturgia y catequesis.  No son los ricos y bonitos.  No son las hermanas ni las bienaventuradas que pasan el canasto de la colecta.  No es el párroco, ni el obispo, ni siquiera el Santo Padre.  La Iglesia tiene un solo Señor, una sola fe, un solo Dios y Padre de Todos.  Jesús escandalizaba a los dueños porque él no se quedaba vigilando las entradas y salidas por la puerta estrecha.  Proclamaba la absoluta exigencia del evangelio, y acto seguido, salió para enseñar en todos los pueblos y ciudades.  Cuando llegó de vuelta, le desafiaron, ¿son pocos los que se salvan?  El venía llegando desde fuera donde proclamaba la buena noticia a la descuidada multitud.

Como que querían que fuera pocos.  Etán reprochando a Jesús, porque él no obedece la lógica de su negocio.  Sin embargo, el Reino no es un negocio, y muchos de los que se creen los dueños del negocio, van a encontrarse afuera del Reino en el Día del Juicio Final.  No son los pobres y humildes, no son los rudos y marginados.  Los supuestos administradores de vida eterna son los que no van a ser reconocidos como verdaderos integrantes del rebaño, miembros del cuerpo, armonizados con la música del único gran conductor.

En la Iglesia de Cristo, no existen grupos cerrados.  Si tu grupo es cerrado, no puede llamarse católica.  Si la salvación es solo para algunos, entonces, el amor es condicional.  Si es así, la buena noticia para los elegidos sería mala noticia para los demás.  Es difícil meter esto en la cabeza, pero esa es la puerta angosta que cada uno debe pasar: llegar a entender que el evangelio, si es evangelio, debe ser proclamado a la multitud.  Si se guarda en secreto, no es buena noticia.  Si se reserva para los amigos y parientes, no es palabra de Dios. 

El evangelio se proclama.   El Señor vino al mundo para la salvación de todos.  No importa cuántas horas has pasado de rodillas rezando rosarios delante del Santísimo.  Lo que importa es si aprendiste a amar como Jesús amó.  La puerta angosta no lleva a un espacio exclusivo reservado para los escogidos. Conduce para afuera, a las ciudades y pueblos, a los lugares apartados donde una carente multitud aguarda noticia del amor incondicional de Dios.  Por eso el verdadero discípulo es siempre misionero. 

            Nathan Stone sj
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Las inquietudes y peticiones del Papa a golpe de tuit. Cada vez tiene más seguidores


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XX Dom T.O. C - Fuego que enciende


Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo! 
Lucas 12:49

Si uno va al internet para buscar imágenes de Jesús, de las primeras cien que salen, ochenta serán expresiones de un sentimentalismo francamente herético.  La culpa no es del internet.  Los sistemas de búsqueda colocan primero lo que al pueblo más le gusta.  Es decir, sin querer, el Google nos entrega un sondeo informal de cómo la gente se imagina al Dios-con-nosotros, el Mesías Salvador, Jesucristo Nuestro Señor; y estoy escandalizado. 

Jesús, ¿qué te hicieron?
¿Quién es este ser perfumado y asexuado, bien peinado a pesar de la tormenta y dulcecito así como para darte una diabetes fulminante?  No traspira, obvio, y no tiene porque bañarse porque es el Hijo de Dios.  Su mirada fija y condescendiente incomoda.  No me da paz; me provoca ansiedad.  Dice que es mi amigo, pero yo no tengo ningún amigo así.[1]  Viene vestido con un camisón de dormir para la pijama party de niñita de barrio alto.  Se parece a la muñeca Barbie pero con barba.  Puedes comprar un poster de él en la feria. 
Ese muchacho no salva a nadie.  Si yo fuera joven skater, futbolista o hip-hop; y alguien me invitara a la Iglesia para conocer a ese personaje, yo diría que no.  Parece tan neutro, tan amorfo, tan poco definido.  En el mejor de los casos, su amistad no pasa de insignificante.  Tan gentleman, seguro que empezaría por reprocharme los amigos y el estilo espontáneo bullicioso que nos identifica.  Ese Jesús no tiene mucho que aportar a la vida real.  Es un ente fantasioso y alienante.[2] 

Los Padres de la Iglesia, a todo eso, están de acuerdo con los muchachos.[3]  Durante los primeros siglos de la Iglesia, a través de una larga historia de oración, diálogo y concilios ecuménicos, confirmaron la fe en un Salvador que es plenamente hombre como nosotros y plenamente divino como su Padre.  Nuestra salvación se hizo posible gracias a ese gesto de noble solidaridad.  Jesús diviniza la humanidad al compartir la misma huella.  Rescata esta raza perdida renovando la imagen y semejanza, herencia de cada ser humano desde la aurora de la creación.

Jesús, el verdadero, es un hombre fuerte, apasionado y encendido.  Su mensaje no deja a nadie indiferente.  Su caminada es aquí abajo, junto a la gente humilde.  No le importa ensuciarse, ni que le vean con los pecadores.  Se escandalizan con él en la sinagoga, a veces, porque se junta con gente como nosotros y dice exactamente lo que está pensando.  Es más, no hay que ir a la sinagoga para encontrarse con él, porque él sale a la esquina para conocer a los raperos, peloteros y perforados.  No hay otra palabra, hay que reconocer que Jesús es un hombre fogoso.  Su corazón arde con el santo fuego de la compasión.  Quiere compartir ese fuego con toda la humanidad.[4] 

Hay un lugar donde uno puede conocer a Jesús.  Tenemos una sola imagen confiable donde sale auténticamente retratado por testigos cercanos.  El evangelio (en sus cuatro versiones) resume para nosotros la vida y obra del Mesías, Hijo de Dios.  Ahí, tenemos la historia de un hombre de armas tomar, un salvador cercano, un compasivo que no contaba el costo.  Estamos aquí porque Jesús fue el original fuego que enciende otros fuegos. 

A propósito de la compasión ardiente, celebramos a San Alberto Hurtado.[5]  Alberto era también un fuego que encendía otros fuegos, un santo contemporáneo, testigo do cómo vivir el evangelio apasionadamente en el mundo actual. 

Algunos creen que la frase sobre el fuego fue de él.  No es así.  El Profesor Samuel Fernández de la Universidad Alberto Hurtado en Santiago puso eso como título a un libro que colecciona los mejores de sus escritos.   El Profesor lo adaptó de una carta escrita por Monseñor Francisco Valdés, Obispo de Osorno, al Padre Pomar, provincial jesuita, después de la muerte del Padre Hurtado.  Monseñor Valdés comentó, Su fuego era capaz de encender otros fuegos.  Es decir, era un hombre al estilo de Jesús. 

La frase célebre de San Alberto es esta: ¿qué haría Cristo en mi lugar?  Es un llamado a cultivar el criterio de Jesús; fuerte, fogoso, muchas veces conflictivo, pero radicalmente misericordioso, solidario y compasivo.  Los discípulos están llamados a encarnar su estilo en carne y hueso por esta tierra tan sufrida.  Son enviados a hacer presente la solidez de la compasión divina en las esquinas, en las plazas y en las calles; en las fábricas, hospitales y universidades; en contacto con el pueblo real, sintonizado con sus alegrías y esperanzas, con sus dolores e angustias. 

Jesús no es una fantasía alienante para los muchachos que van por la vereda con sus tablas de skate.  Va aterrizar en su cancha y encender sus corazones.  Jesús los va a transformar en discípulos y misioneros de una apasionante buena noticia. 

Nathan Stone, sj.

[1] No vamos a entrar en los postales religiosos que circulan en internet: puras florcitas, palomitas y mariposas; ninguna relación con el evangelio, la solidaridad y la compasión.  Es una religión de otro planeta.
[2] No vamos a tratar las imágenes de los santos.  Fueron hombres y mujeres fuertes; mártires de la fe, la compasión y la justicia.  La iconografía los ha transformado en anémicos, pasivos y casi trasparentes.
[3] Los Padres de la Iglesia encontrarían que la iconografía del internet es monofisita. El monofisismo decía que sólo valía la naturaleza divina de Jesús.  Fue condenado en el Concilio de Constantinopla, año 381.
[4] Su deseo de ver el mundo ardiendo no es un impulso destructivo, como algunos predicadores del infierno han conjeturado.  Se trata de ese fuego de Espíritu Santo que viene a renovar la creación.
[5] Alberto Hurtado, 1900-1952, fue jesuita de Chile.  Fue asesor de la pastoral universitaria de su tiempo, y motivado por la urgencia de su compasión, fundador del Hogar de Cristo.  Fue canonizado el 23 de octubre de 2005, y en Chile, se celebra el Día de la Solidaridad, 18 de agosto, en su honor. 
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Fe

¿Qué es la fe? 
Es la participación en la vida de Dios, es la experiencia de la vida de Dios en nosotros, que permite vernos a nosotros mismos, y a la realidad que nos rodea, como si lo hiciéramos con los ojos del Señor. Es adherirse a la persona de Cristo,de nuestro maestro, Señor y amigo; es apoyarse en Cristo, en esa roca infalible de nuestra salvación, y abandonarse a su infinito poder y a su amor ilimitado. Ante la impotencia humana, la fe se convierte en una búsqueda incesante de la inagotable misericordia de Dios, y en la actitud de espera de que todo nos llegue de él.
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XVIII Dom T.O. C - La universidad


  ¿Qué le reporta al hombre todo su esfuerzo y todo lo que busca afanosamente bajo el sol?  
Eclesiástico 2:21

El Encuentro Latinoamericano de Pastorales Universitarias realizado la semana pasada en Belo Horizonte me ha hecho pensar.  Nuestra jornada de universitarios y pastoralistas se enmarcó en el contexto mayor del Congreso Mundial de Universidades Católicas, patrocinado por la Pontificia Universidad Católica de Minas Gerais.  A su vez, el Congreso fue antesala de la Jornada Mundial de la Juventud.  La JMJ reunió la multitud más grande en la historia de la humanidad, y sin embargo, la noticia más importante fue la calidez humana del Santo Padre.  Después de décadas de exclusiva preocupación por la rectitud doctrinal, de divagar por las frías y oscuras catacumbas metafísicas que poco dicen a la multitud, la Santa Sede está recuperando su fuente: el amor práctico, la compasión activa y la solidaridad real llevada al trato personal y caritativo. 

¿Cómo vamos a procesar lo vivido en Belo Horizonte, a la luz de lo que aconteció después en Río?  Creo que estamos a punto de dar un paso gigantesco hacia adelante como pueblo de Dios.  Originalmente, la universidad como concepto nació en el corazón de la Iglesia pensante; quiere decir, Iglesia que se hace preguntas y que honestamente busca respuestas, para dar cuenta del sentido de la vida y discernir como elaborar el futuro.  A partir de la ilustración, los librepensadores (en su mayoría, ateos y anticlericales) intentaron secuestrar la universidad para sus fines.  Pretendían liberar la humanidad de la imposición autoritaria e irracional, un fenómeno que, hasta cierto punto, sucedía y los provocó.  Se crearon las falsas dicotomías entre razón y fe; entre ciencia y espíritu; entre conciencia y autoridad. 

La universidad, destripada por el puntual divorcio entre su causa mayor y la sincera búsqueda de las causas particulares, fue herida una vez más en el siglo pasado.  La investigación honrada pasó a segundo plano.  El lucro invadió.  Las empresas financian las pesquisas ahora,  siempre y cuando los “resultados” de los estudios sean favorables a sus negocios. 

La universidad perdió su libertad y se dedicó a la enseñanza técnica sectorizada.  A partir de 1968, cada “profesional” solo sabe de lo suyo, porque a la hora de sintetizar el conjunto, aprende a lavarse las manos.  A la hora de entender la interacción universal entre todos los saberes, el universitario actual no sabe qué hacer.  De alguna forma, se le prohibió mirar más allá de la propia parcela.  Al despertar la consciencia, no le queda otra que salir a la calle a marchar, exigiendo cambios profundos.  Estamos en una encrucijada importante.  Podemos reiniciar el diálogo sobre el proyecto de sociedad.  Esa fue la misión originaria de la universidad. 

Hoy en día, muchas universidades se han transformado en negocios que burdamente instruyen destrezas que habilitan a sus titulados para ganar más dinero.  Al menos, eso dicen.  Los estudiantes se han endeudado para hacerse ricos y, en muchos casos, se han decepcionado.  Por lo demás, ganar dinero a costo de los demás no da sentido a la vida.  Esa síntesis universal no está ocurriendo en las clases ni en los laboratorios. Gracias a la conciencia inspirada de una multitud de jóvenes, está comenzando a acontecer en la calle, en la música, en las redes sociales. 

¿Dónde está la Santa Madre Iglesia en todo esto?  Fue la gran pregunta del Encuentro en Belo Horizonte.  Francamente, se vio de todo.  Hay una corriente que dice que el buen católico tiene que rezar mucho, ayudar a los pobres un poco, y capacitarse técnicamente para imponer su visión autoritaria del mundo sobre los demás.  Otros llegaron para recitar respuestas envasadas a preguntas desactualizadas con las palabras exactas del magisterio doctrinal.

Un tercer grupo llegó con ánimo de formular nuevas preguntas, tomando el riesgo de que muchas de ellas aun no tuvieran respuestas inmediatas.   Éstas son las preguntas imprescindibles, preguntas novedosas que no se les ocurría a nuestros abuelos, preguntas que van a demandar investigación, diálogo y pensamiento.  Y esa es la labor de la universidad. 

La Santa Madre tiene por delante una gran oportunidad, si la sabe aprovechar.  Podría reiterar sus respuestas metafísicas aprobadas, o podría acompañar a los universitarios en su búsqueda de preguntas nuevas.  ¿Qué haría Cristo en su lugar? 

Creo que la tercera vía, de atreverse con la novedad, es la más cálida, la más humana, y francamente, la más consistente con la tradición católica.  Se trata de armar un nuevo sentido viable, un nuevo método sustentable, una nueva respuesta sensata, aunque sea provisoria, pero al menos, razonable y creíble.  Sobre todo, se trata de la calidez humana; se trata de escuchar, entender y dialogar. 

En una carta a las Conferencias Episcopales Latinoamericanos, los universitarios y pastores reunidos en Belo Horizonte propusimos prioridades para los próximos tres años: salir al encuentro del otro en todas sus dimensiones para descubrir en él a Dios, fortalecer y promover redes de comunicación entre las distintas pastorales latinoamericanas que nos ayuden a socializar lo que hacemos, y promover el testimonio de manera creativa, comprometiéndonos con el dialogo fe-vida.  Se pide apoyo.  Si es del evangelio, la semilla crece por sí sola, con tal de que no se aplaste.

Tenemos tarea por delante.  Debemos procesar todo lo acontecido en estos días, pero hay una cosa que ya es evidente.  El Papa Francisco, con su modo de proceder, con su humildad, con su disponibilidad para escuchar y dialogar, con su compasión, ya está señalando un camino a seguir.  Si somos Iglesia, adoptemos el estilo de Jesús paciente, de jeans y bicicleta, sin pomposas declaraciones ni frías verdades.  Así, damos un salto cualitativo en la credibilidad.  Cuando los universitarios de hoy asuman su misión, van a poder hacer discípulos de todos lo pueblos, siguiendo el ejemplo de Francisco, por la fuerza de la sencillez, por el sendero de la razón. 

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