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XXXIII Dom T.O. C - Tu liberación

 Tengan ánimo y levanten la cabeza, porque está por llegarles la liberación. 
Lucas 21:28


Me preocupa, a veces, la inestabilidad cósmica.  Metáfora de firmeza para nosotros es que el sol se levanta todas las mañanas a la hora determinada, y se pone, también, como corresponde.  Pero no fue siempre así, y alguna vez, dejará de ser.  Se supone, además, un clima relativamente benevolente en nuestra madre tierra.  Eso tampoco está asegurado.  Los cambios climáticos, algunos naturales y otros, ocasionados por descuido humano, son una realidad.

La tierra firme no es siempre inmóvil.  Veo desde mi ventana la península que en realidad es un subcontinente[1] que lentamente está chocando contra la costa pacífica, levantando la cordillera de los Andes y sacudiéndonos el piso con energía acumulada cuando uno menos lo espera.  Es una fuerza potente que oscurece la noche y hace salir el mar de su lugar. 

La ciencia cree haber encontrado el lugar donde cayó un asteroide hace 65 millones de años, dejando el planeta en oscuridad durante varios años, provocando el ocaso de los dinosaurios y abriendo paso a los mamíferos.  Fue en el Yucatán.  Se agradece, pero también, se teme porque podría acontecer nuevamente en cualquier momento.  La probabilidad que nos toque algo semejante es baja, en el día a día.  Pero si no nos toca, tocará a los hijos de los hijos de los hijos, alguna vez.  Da pena y miedo por ellos, sobretodo, si les toca sobrevivir en un mundo totalmente cambiado y ciertamente más hostil. 

La humanidad ha estresado el equilibrio delicado de la vida en todo el planeta.  Todo pertenece al Creador, pero Adán ha sido irresponsable como jardinero en el Edén. Vamos acabando los recursos, extinguiendo las especies y ensuciando el ambiente.  Pasamos la cuenta a las generaciones venideras.  Me preocupa, porque no está del todo perdido.  Estamos a tiempo para cambiar, para recuperar la harmonía, para hacernos cargo del planeta y tratarlo como regalo valorado; no como chiquero efímero y sin importancia.[2] 

La tranquilidad sobre la faz de la tierra es relativa, ansiosa, como calma antes de la tormenta.  Se basa en las probabilidades bajas de que alguna calamidad suceda en el corto o mediano plazo.  La aparente abundancia del tiempo sirve para amortiguar el temor.  Somos un soplo en la vida de una galaxia.  Dentro de ese soplo, vivimos, respiramos, y desempeñamos nuestros quehaceres cotidianos, con una serenidad que no pasa de ser provisoria.   

Me preocupa la inestabilidad planetaria y la precariedad galáctica.  No tiene remedio.  Ni ciencia ni fuerza militar las puede afectar.  Sin embargo, en el plano trascendental, más me preocupa otra cosa.  La paz en Cristo Resucitado podría relativizar toda ansiedad cósmica.  Nada nos separa del amor de Dios.[3]  Sin embargo, se ha distorsionado la Buena Notica hasta hacerla irreconocible.  Los cristianos transmiten el mensaje de la divina solidaridad incondicional como si fuera una amenaza de muerte eterna.  Sin la liberación de toda la creación que comienza en la pascua del Jesucristo, la humanidad quedaría sumamente vulnerable ante la fragilidad de su existencia mortal; pero nuestra evangelización está desorientada.  No dice eso.  Fragiliza más en vez de fortalecer; ocasiona más angustia que paz. 

Comunicamos el mensaje de la misericordia divina como si se tratara de un régimen carcelario al cual uno debería someterse a cambio de una recompensa desencarnada y poco atractivo en un futuro nebuloso e indeterminado.  Es una religión caprichosa y arbitraria.  El evangelio no habla de eso.  Jesús proclama un Reino de justicia y paz que ya está llegando a los que tienen ojos para ver.  Los enfermos sanados y hambrientos alimentados son signos de la nueva alianza, de la vida plena ocasionada por la compasión infinita del Padre bondadoso. 

San Pablo increpa a sus queridos pero insensatos gálatas por creer que puedan salvarse solos mediante la ley.  Si uno pudiera salvarse haciendo ciertas cosas y evitando otras, entonces Cristo murió en vano.  Si la redención del género humano depende de ritos, rezos y reglamentos, su resurrección es una frivolidad innecesaria.[4] 

El Dios de Abraham, Isaac y Jacob liberó a Israel del poder del faraón con mano fuerte y brazo extendido.  Le llevó a una tierra nueva que mana leche y miel.  Ahora, de la misma manera, el Padre libera a todos los hijos de Adán, con amor abundante, compasión infinita y ternura excesiva.  Fuimos poderosamente rescatados de las cadenas del pecado y la muerte por la resurrección de Jesús. 

Si Cristo es el nuevo Rey, la resurrección es la nueva ley.  Por eso, el cristiano no teme la persecución, ni la muerte, ni el ocaso de la creación actual.  Hemos sido liberados por el amor compasivo que viene de lo alto.  Asumamos esa libertad, que sea el eje de nuestra existencia y el sentido de nuestro trabajo.  Evangelicemos de verdad.  Transmitamos esa alegría a los hijos de nuestros hijos, y, sobre todo, a los de lejos que más necesitan. 

                Dedicado a los víctimas del huracán Haiyan en Filipinas. 

Nathan Stone sj


[1] Península Mejillones.  Se ve desde Antofagasta, Chile.
[2] Algunos predicadores pentecostales insisten que el fin del mundo es inminente, y por ende, no tiene sentido preocuparse por la ecología.  En el fondo, motivan la destrucción del planeta con tal de hacerse ricos, porque la riqueza es considerado por ellos como signo de elección divina.
[3] Romanos 8:30.
[4] Gálatas 2:21.
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XXX Dom T.O. C - El fariseo y el publicano

El fariseo, de pie, oraba así: Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano.
Lucas 18:12


En cuanto a las exigencias de vida cristiana, suele suceder que los más cumplidores son los menos compasivos. Los que pagan la décima parte de todas sus entradas suelen ser los más intolerantes. Los que ayunan dos veces por semana suele ser los mismos que marginan a los sencillos y excluyen a los extranjeros. Parece que hubiera dos iglesias; una que juzga, desprecia y condena; y otra que ofrece misericordia y compasión.

La cosa es sencilla, en verdad. Dios ama infinitamente. Su bondad es ilimitada. La Buena Noticia es que el Padre de Jesús ofrece la salvación universalmente, incondicionalmente y gratuitamente. El Reino no es la estricta observancia de la ley, sino la clemencia ilimitada y el perdón. Los esfuerzos humanos por hacerse dignos inciden poco en cuánto Dios ama y a quién.

He ahí el error del fariseo. Cree que el amor de Dios es selectivo. Inventa trámites, prohibiciones y requisitos para limitar el acceso al amor, creyendo que hace un favor a Dios, creyendo que se asegura el cielo. Cree que Dios escoge a los perfectos y manda a los demás al infierno. Cree que la religiosidad es para manipular a Dios. Cree que ya tiene dominado al Todopoderoso, y que ya se ganó un derecho a la salvación. Cree que su deber es excluir a los publicanos de la comunidad. Cree que Dios tiene obligación de excluir a los pecadores.

Pero Dios es amor. La religiosidad del pueblo no es la causa de su amor, no importan cuan devota, elaborada o precisa sea. Dios ama desde el principio. Dios ama a los que el fariseo excluye. Lo único que pide es que ame como ha sido amado, que perdone como ha sido perdonado, que acepte como ha sido aceptado. He ahí la ventaja del publicano. Está plenamente consciente de la absoluta primacía del amor gratuito del Dios salvador.

Por lo general, la Iglesia está en manos del fariseo. La catequesis es un escándalo. Se enseñan a la gente que tienen que cumplir las condiciones establecidas por los encargados para pertenecer a la comunidad y para acceder a la misericordia. La burocracia está por encima del amor. El legalismo desplaza la compasión. Se construyen muros en las fronteras y alrededor de los corazones por temor al amor, por miedo a la compasión. El fariseo no quiere que entren vagabundos en su santuario. Así tampoco entra Jesús. El Salvador de santos y arrepentidos se queda afuera, buscando las ovejas perdidas.

Con la lógica justiciera de la iglesia farisea, se condena a los que Cristo vino a salvar. A los pobres, se les cobra la deuda infinita con intereses. No se toma en cuenta el misterio central de la fe: el Señor ya pagó la fianza. Por su santa muerte y resurrección, Cristo liberó al pueblo entero del pecado y la muerte. Pero el fariseo desconfía del amor, y obliga a pagar la cuenta, cosa imposible, y los deudores son excluidos del Reino. Se decreta la perdición definitiva para todos los hijos pródigos. Se proyecta, por lo demás, todo tipo de maldad, egoísmo y ambición sobre publicanos, pecadores y ovejas perdidas.

Con arrogante frialdad, el fariseo agradece a Dios porque él no es como ése. Desconoce al Señor de la misericordia. Junta sus propias tendencias oscuras; sus impulsos reprimidos, su violencia, su soberbia y bajeza; y las arroja como basura sobre la cabeza de ese pobre que acaba de darse cuenta que Dios lo ama, a pesar de sus errores, dolores y excesos. Esa religión persecutoria deforma el corazón. Sus adeptos se transforman en la torcida semejanza de una divinidad perversa y cruel. Esto no es el Reino que Jesús proclamó. No en el evangelio de la vida, del perdón e el amor. Los ritos de nada sirven si no hay compasión. Los reglamentos perjudican si no hay amor. Los rezos son bronce que suenan sin el espíritu de la misericordia. Dios tiene un corazón más grande de lo que uno podría imaginar.

La presencia del publicano provoca escándalo porque tiene pasado. El fariseo también tiene pasado, pero lo suyo es oculto. El publicano suplica la gracia del Señor en quien confía, porque sabe que sin él, no será capaz de dar vuelta la hoja, de comenzar una vida nueva. Sabe que las ataduras del demonio son fuertes, que las redes y cadenas pesan, y que sólo con la ayuda del Todopoderoso, sale del infierno donde ha vivido su vida hasta ahora. El fariseo, por su parte, hipócrita y autosuficiente, se queda afanado en el suyo.

Al terminar su oración, el publicano sale a la calle y ve en el rostro de cada compañero otro más como él que podría ser rescatado. Destinatario de la misericordia, se volvió misericordioso. Engendrado en la resurrección, heredó la bondad del Padre y comparte la compasión del Hijo. El fariseo, en cambio, sale a la calle a juzgar y condenar.

Encomendemos nuestra Iglesia. Pidamos por su conversión. No se trata de afligirse más por las veces que faltó en el cumplimento de la minucia. Se trata de recuperar la verdadera naturaleza de comunidad salvada y llamada a proclamar la misericordia. Pidamos para la Iglesia la gracia humilde de conmoverse ante la viuda, el huérfano y el marginado. Pongamos la camiseta de Cristo Jesús, el hijo que abre paso al amor desbordante de su Padre.

Nathan Stone sj
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El "Credo" del Papa



Quiero creer en Dios Padre, que me ama como un hijo, y en Jesús, el Señor, que me infundió su Espíritu en mi vida para hacerme sonreír y llevarme así al Reino eterno de vida. Creo en la Iglesia.

Creo que en la historia, que fue traspasada por la mirada de amor de Dios y en el día de la primavera, 21 de septiembre, me salió al encuentro para invitarme a seguirle.

Creo en mi dolor, infecundo por el egoísmo, en el que me refugio.

Creo en la mezquindad de mi alma que buscar tragar sin dar…, sin dar.

Creo que los demás son buenos y que debo amarlos sin temor y sin traicionarlos nunca buscando una seguridad para mí.

Creo en la vida religiosa.

Creo que quiero amar mucho.

Creo en la muerte cotidiana, quemante, a la que huyo, pero que me sonríe invitándome a aceptarla.

Creo en la paciencia de Dios, acogedora, buena, como una noche de verano.

Creo que papá está en el cielo, junto al Señor.

Creo que el padre Duarte está también allí, intercediendo por mi sacerdocio.

Creo en María, mi Madre, que ama y nunca me dejará solo.

Y espero en la sorpresa de cada día en que se manifestará el amor, la fuerza, la traición y el pecado, que me acompañarán siempre hasta ese encuentro definitivo con ese rostro maravilloso que no sé cómo es, que le escapo continuamente, pero quiero conocer y amar. Amén.
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XXIX Dom T.O. C - Rescatados

Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?
 Lucas 18:8

El cristiano contemporáneo suele creer que la salvación se refiere al destino del alma después de morir.  Vive la fe en función de la muerte.  Cree que se trata de descartar el maldito cuerpo y proceder a otra etapa incorpórea: redimido como ángel para vida eterna en el cielo, o bien, abandonado a los fuegos eternos del infierno.  Es una amenaza implícita para los que no obedecen a las autoridades.  Esta versión es simplista e infantil, conveniente para los que pretenden fundamentar el control social sobre la inalcanzable metafísica.  Pero es fe errada.  El evangelio no habla de vida eterna como un soborno divino para los que se portan bien en esta vida, sino como una dimensión del Reino al cual todos son invitados.[1] 

Lo peor es que mucho no-creyente también cree que el cristianismo es para ir al cielo después de morir (y cantar himnos con algún coro desafinado y gritón por toda la eternidad).  Lo encuentran absurdo, supersticioso y por eso, no se acercan.  También, lo encuentran hipócrita; pues, los cristianos no cumplen con el ideal de la compasión solidaria terrenal porque están preocupados exclusivamente con “ir al cielo” (y no al infierno).[2] 

Esta distorsión del cristianismo es gnóstica y sin fundamento alguno en la enseñanza de Jesús.  Supone una separación radical entre los cuerpos y las almas, entre lo espiritual y lo material, entre el cielo y la tierra.  Es puro dualismo platónico.  La encarnación de Jesús, bien entendida, es carne humana infundida con la vida de Dios.  El misterio del bautismo es que todos los fieles pueden participar de eso.  La promesa escatológica en las escrituras es una visión de cielos nuevos y tierras nuevas que renueva toda la creación.[3] 

El objetivo de llegar solito con mi alma al cielo es egocéntrico, al fin y al cabo.  El pueblo de Dios no figura.  La parábola del Samaritano queda como prueba para uno, en vez de servicio al prójimo.  Las sanaciones de enfermos, multiplicaciones de panes e resurrecciones de muertos se entienden como fundamentos de autoridad, trucos validantes para un milagrero itinerante con pretensiones de imponer su moralidad sobre las masas, en vez de signos reales de la compasión de Dios por la gente que sufre aquí y ahora. 

Así, los fieles moralizan la buena noticia.  Su evangelio quedó como un decreto autoritario de Dios; “cosas que no debes hacer para no ser condenado al infierno”.  Ese autoritarismo moralizante se hace hombre en la persona de Jesús, todo suavecito por fuera pero con un carácter de un sargento militar en la imaginación popular.  Se cree que Jesús se paseaba por la tierra juzgando los habitantes como merecedores del paraíso o de las llamas eternas.  Por eso, el cristiano es más propenso a juzgar a su prójimo que a perdonar y amar. Se desconoce el Reino de Dios como la irrupción del amor divino en el mundo hostil.   Desgraciadamente, lo que pretendió ser la salvación gratuita de las multitudes se ha transformado en una burocracia odiosa administrada por los peores fariseos y maestros de la ley.

En el evangelio, la salvación es aquí y ahora.  Los cuerpos mortales se sanan, los hambrientos se alimentan, los enemigos se reconcilian y se dan la mano.  Los prisioneros recuperan su libertad, los forasteros son bienvenidos, y los atrapados en el fondo de la tierra son rescatados.  La Buena Noticia es la irrupción de vida nueva en el mundo actual, por amor. 

La resurrección de Jesús no es un final feliz para una historia que de otro modo resulta demasiado trágica.  No es el privilegio de la nobleza que puede ofrecer misas para asegurar la salvación de sus difuntos.  No es un truco maravilloso para impresionar a los ingenuos.  El Nuevo Adán (Jesús Resucitado) envía a la Nueva Eva (su Iglesia) con la misión urgente de anunciar que, a partir de ahora, todo ha cambiado.  El Reino de Dios se ha acercado.  A pesar del sufrimiento, la desgracia y la violencia irracional con que vivimos, la salvación ha comenzado. 

Hace tres años, en el rescate de los mineros chilenos atrapados durante meses bajo tierra, se vio un signo más de la resurrección.[4]  Del mismo modo hoy, se ve en cada pelea que termina, cada adicto que se recupera, cada enfermo que se levanta, cada preso que queda libre, cada niño rescatado de la calle y criado como propio.  Rescatados somos todos.  Vivamos santamente, no por temor al infierno, sino porque ya estamos en la Vida Nueva.  Participemos la resurrección del Salvador.  Hagamos por eso la pregunta, ¿qué haría Cristo en mi lugar?  Proclamemos, junto con él, cielos nuevos y tierras nuevas para toda la creación.  

Nathan Stone, sj

[1] Juan menciona vida eterna 18 veces, pero no como un lugar para ir después de morir, sino como una calidad de vida disponible para los que creen.  Lucas y Mateus solo la mencionan 3 veces cada uno, dos de ellas en la historia del joven rico que llegan preguntando por eso.  Marcos lo menciona solo 2 veces, las 2 en la historia del joven rico. 
[2] Un villancico del folclor dice así, ay con el sí, sí, sí; ay con el no, no, no; Niño llevarme al cielo, y al infierno, no. Ese niño es bien peligroso. 
[3] Cf. N.T. Wright, Surprised by Hope: Rethinking Heaven, the Resurrection, and the Mission of the Church (New York, Harper One, 2008)
[4] Extrañamente, el secularismo lo entendió como un triunfo de la tecnología del hombre.  Y fueron 33, el número mágico de los masones.  Pero el cristiano en verdad no entiende ninguna separación entre tecnología humana y compasión divina.  Es una y la misma cosa.
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XXVII Dom T.O. C - La fe que mueve montañas


     Los Apóstoles dijeron al Señor: "Auméntanos la fe".  
Lucas 17:5

Un personaje muy querido en la televisión es Kenneth Parcell, (30 Rock, interpretado por Jack McBrayer).  Kenneth es un joven del campo que trabaja como paje en la oficina de una gran empresa en Nueva York.  Él es muy correcto y educado, eternamente optimista, y un poco ingenuo.  Fue criado en una religión protestante de corte fundamentalista en el sur, en el estado de Georgia, probablemente.  Y no cambia sus principios por nada. 

Kenneth suele decir cosas así: Jesús dijo que la fe puede mover montañas.  Aprendimos eso en clase de ciencias naturales.  Todos lo encuentran divertido, por supuesto, y Kenneth no entiende por qué.  Kenneth encarna una mentalidad que es sorprendente.  Ingenuamente sustituye el aforismo religioso por el conocimiento científico, como si uno tuviera que ver con el otro.  En el caso de Kenneth, resulta tierno, porque él es tan alegre, infantil e inocuo.  Y porque es un personaje ficticio. El fundamentalismo no es siempre, así, tierno e inocuo. 

Quienes diseñan sistemas de educación en las cuales las verdades científicas se reemplazan por materia de fe lo hacen para justificar una visión del mundo que es categórica, simplista y conflictiva.  La ciencia y la fe tienen objetivos y métodos radicalmente distintos.  La Iglesia explícitamente acepta eso.[1]  Se hacen experimentos para cuestionar y comprobar las verdades científicas.  Pero no se cuestiona el dogma de fe.  Santo Tomás diría que hay que rezar pidiendo luz para entender.  El problema viene cuando se mezcla ciencia y fe en la misma probeta. 

Las verdades de fe pueden ser consideradas definitivas porque no son cosas, ni hechos, ni siquiera conceptos, sino metáforas.  Tenemos maneras universalmente aceptadas de expresar el misterio inefable del amor divino porque las expresiones no son más que señales que apuntan a una realidad mayor: la intuición inexpresable de una divina voluntad salvadora.  El peligro con las verdades de fe viene cuando son comprendidas como cosas.  Se transforman en materia de conflicto e imposición autoritaria.  El aumento de la fe se malentiende como militancia en contra de personas que creen otras cosas.  El ambiente se pone agresivo, desmintiendo el evangelio que es por naturaleza un mensaje de amor, tolerancia y comprensión. 

 Las verdades científicas siempre son provisorias.  A veces, se habla de hechos científicos como si fueran dogmas de fe secular, grabados en piedra como preceptos inmutables.  Los únicos hechos en el método científico son los datos observados en los experimentos empíricos.  Esos hechos avanzan con la tecnología que permite observar con mayor precisión.  La verdad científica es la teoría que se formula (y se reformula) para dar cuenta de los datos observados del momento. 

Por eso, el conjunto de la teoría científica avanza.  Lo que era verdad científica hace cien años está desactualizada hoy.[2]   Si no fuera así, estaríamos todavía cargando mucha teoría científica del pasado que ha sido superada y, hoy en día, nos parece absurda.  Entre otras, tenemos la teoría geocéntrica del universo, la generación espontánea de los gansos en la primavera, y la enfermedad causada por desequilibrio de “humores” en el cuerpo, la cual llevó al desangramiento de los pacientes.  Eso era ciencia.  La alquimia se basaba en la teoría de que los elementos podían ser transformados.  La esperanza era poder transformar plomo en oro para hacerse ricos.  Ciertamente, la Iglesia tiene su historia oscura de ignorancia científica, pero la ciencia, también, tiene una. 

La Iglesia es frequentemente criticada por los no creyentes por su temor (felizmente superada) de los telescopios.  Hoy en día, se reconoce que la naturaleza, estudiada con tanta devoción por los científicos, no es un obstáculo para la fe, sino una puerta que muchas veces lleva directamente a ella.  La maravilla que provoca el deseo de comprender se parece mucho a la experiencia religiosa, y puede, en verdad, complementarla. 

El fundamentalismo científico suele colocar la evolución de las especies en la balanza como una prueba de que Dios no existe.  En verdad, su lógica es falaz.  No sería una prueba de que Dios no exista, sino un motivo por la cual Dios no fuera necesario para explicar la existencia de la naturaleza.  Pero, con o sin la evolución de las especies, (que es bastante aceptada, además, por los cristianos con un poco de cultura general[3]), Dios es posible. 
De hecho, el magisterio de la Iglesia católica no rechaza la teoría de la evolución, sino sólo y únicamente la aplicación del concepto de la sobrevivencia de los más fuertes a nuestras decisiones políticas y económicas.  Si la muerte de los indefensos es tratada como natural, la solidaridad se evapora.  De hecho, un fundamento del sueño hitleriano era la convicción de que el destino (evolucionario) de la humanidad era dejarse someter por una raza suprema. 

El escritor Richard Dawkins apareció en el programa de Jon Stewart la semana pasada.[4]  En su libro, The God Delusion (2006), selecciona las enseñanzas más absurdas de las religiones fundamentalistas para desacreditar la fe en sí.  Stewart preguntó a Dawkins, con ese humor que le caracteriza, ¿Tú crees que el fin de nuestra civilización vendrá por conflictos religiosos o por de los avances científicos?  Stewart, como siempre, agudo con la lengua.  El fundamentalismo religioso está causando muchos conflictos violentos a través del mundo.  Frequentemente, es auspiciado por las fuerzas económicas que lo sabe aprovechar para su propio beneficio.  Por otro lado, el fundamentalismo científico está llevando la humanidad al precipicio de cataclismo ecológico.  En buena hora, hay que aplicar cordura racional para salvar el planeta.  Ahí, tenemos una montaña que sólo la fe podrá mover. 
             
Nathan Stone sj

[1] Cf. Gaudium et spes, 36, Autonomía legítima de las realidades terrenas. Muchos parecen temer que por una excesivamente estrecha vinculación entre la actividad humana y la religión, sufra trabas la autonomía del hombre, de la sociedad o de la ciencia.  Si por autonomía de la realidad terrena se quiere decir que las cosas creadas y la sociedad misma gozan de propias leyes y valores, que el hombre ha de descubrir, emplear y ordenar poco a poco, es absolutamente legítima esta exigencia de autonomía.
[2] Cf. Karl Popper, The Logic of Scientific Discovery, 1934; and Conjectures and Refutations: The Growth of Scientific Knowledge, 1963.
[3] La creación explica el sentido de la naturaleza.  La evolución es su mecanismo funcional. 
[4] The Daily Show, 24 de septiembre 2013, http://www.thedailyshow.com/guests
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El Papa: Las redes sociales deben hacer visible la presencia de la Iglesia.


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XXV Dom T.O. C - Prestando cuentas

Presta cuentas de tu administración…  
Lucas 16:2

El celibato sacerdotal está en boca de todos, como si fuera el problema más grande que enfrenta la institución.  Quizás sea por la absoluta obsesión con el sexo en nuestros tiempos;[1] algunos para reprimirse, otros para liberarse, pero para todos, fuente de exagerada ansiedad.  Ciertamente, la sexualidad es una parte de la vida, un tema que cada uno debe resolver.  Pero no lo es todo.  La Iglesia ha gastado mucha energía reiterando las normas.  Sus detractores, por ahí se dedican a atacarla.  El evangelio menciona el sexo sólo de pasada, y la transgresión sexual, sólo para perdonarla.  Hay cosas más importantes en el Reino de Dios.  Pese la insistencia magisterial, Jesús no vino al mundo para realizar una campaña contra el sexo.[2]

El Padre Creador entiende.  Formó al hombre y la mujer de pies a cabeza, a su imagen y semejanza.  Si somos sexuados, es porque Dios quiere eso.  El desprecio a la sexualidad entró por el pensamiento platónico.  De ahí viene un mito alternativo de la creación en la cual Dios hace las almas; porque los cuerpos son obra del demonio.  Fue condenado como gnóstico en los primeros siglos, pero muchos todavía tienen eso en la cabeza.  No hay nada diabólico en la naturaleza humana, siquiera en el impulso sexual.  Se trata de un misterio profundo, un llamado complejo para aprender a amar.  En el matrimonio, la relación sexual es sacramento.[3] 

También, el celibato es una forma legítima de resolver el desafío de la sexualidad.  Todas las culturas contemplan la vida célibe como una posibilidad válida.[4]  Por su parte, la psicología y los medios de comunicación suelen encontrarla sospechosa.  El discurso de la tolerancia universal alcanza para todo menos el celibato.  Momento.  No es una perversión, sino libre opción.  Cada uno debe escoger la mejor manera de realizarse en su propia vocación. 

Algunos creen que el celibato sacerdotal se debe a algún requisito ritual.  Creen que quien no viva en castidad no puede entrar en contacto con lo sagrado.  Eso es puritanismo platónico.  Es pensamiento gnóstico.  El evangelio no habla de eso.  En las iglesias ortodoxas orientales, (y en las cartas a Timoteo) existen sacerdotes casados.  La iglesia de Roma los reconoce.  Hay sacerdotes anglicanos, también, válidamente ordenados y casados, que han ingresado a la Iglesia romana. 

Por otro lado, en la Iglesia primitiva, los apóstoles itinerantes solían consagrarse a la misión y quedar solteros.  No es tan exótico.  Los grandes artistas suelen engendrar más obras que hijos.  En Chile, Don Clotario Blest renunció al matrimonio para dedicarse a la causa obrera.  Por otro lado, las familias de los profetas contemporáneos sufren.  Los hijos de Gandhi reclamaban porque tenía que compartir su papá con los acontecimientos históricos en los cuales él participó. 

Algunos católicos reclaman la tradición del celibato sacerdotal en la Iglesia como si fuera el motivo de la desafección de muchos católicos, la piedra que va a hundir el barco entero a largo plazo.  Se habla de cómo los obligan al celibato.  No sé qué se están imaginando.  Ningún candidato al sacerdocio fue secuestrado.  Todos llegamos dispuestos a responder al llamado, ofreciendo todo para la causa del Reino.  Algunos abandonan porque el celibato les causa mucho sufrimiento.  Muchos abandonan otras vocaciones, también, por diversos motivos. 

Ya faltan padres, y van a faltar más en el futuro.[5]  Pero la Iglesia no suele alterar sus costumbres por consideraciones del mercado.  No es un negocio.  Si llegaran a faltar médicos, ¿cómo se sentiría el pueblo si las escuelas de medicina rebajaran las exigencias?  Podría ser, además, un momento para que el pueblo descubra una participación eclesial que va más allá de sacramentos.  El pueblo laical, con o sin sacerdote, podría recuperar la palabra de Dios y el servicio a los demás como ejes de la buena nueva. 

Si hiciéramos un censo de las personas que han abandonado la Iglesia en los últimos cincuenta años, descubriríamos que su motivo no suele ser la falta de atención sacerdotal.  El elefante en el salón, hoy en día, es la falta de misericordia con los católicos casados en segundas nupcias.  Se van de la Iglesia porque la misericordia (sacramental y canónica) está ahí para los mafiosos, dictadores y torturadores, pero es inalcanzable para los que fracasaron en el matrimonio.  Eso es desproporcionado.  Da a entender que Dios es tan duro de cabeza que mandaría la mitad de su pueblo al fuego eterno para recalcar un principio legal.

De acuerdo al Derecho Canónico de 1983, reformado para reflejar la visión del Concilio, se ha hecho un esfuerzo por facilitar el acceso al proceso de nulidad matrimonial.  Así, técnicamente, el segundo matrimonio pueda ser considerado como si fuera el primero, y las familias, volver a la plena participación eclesial.  Pero son esfuerzos tímidos.  En muchos lugares, no hay tribunal eclesiástico todavía.  El pueblo sencillo se siente intimidado, además.  Sólo los ricos han podido aprovechar la misericordia, y muchos de ellos, después de décadas de marginación. 

Las iglesias ortodoxas[6] ofrecen otra cosa.  Perdonan a los que han fracasado en su matrimonio.  Después de acompañar a los divorciados, después de curar sus heridas y fortalecerles con consejo y reflexión, se les anima a intentar nuevamente.  Se reconoce la validez del segundo matrimonio.  El desafío de la sexualidad matrimonial es tan difícil como el desafío del celibato.  Quien caiga del caballo debe volver a subir cuanto antes, para perderle el miedo. 

Cuando, finalmente, superemos nuestra obsesión colectiva con el sexo, podremos nuevamente escuchar el evangelio con claridad.  En el nuevo mundo globalizado y tecnológico, la violencia y el dinero nos apartan del Reino mucho más que el impulso sexual.  El dinero es nuestro dios y la causa de nuestras guerras.  Nos hemos preocupado exclusivamente del sexo.  Ante Dios, tendremos que rendir la cuenta por eso. 

 Nathan Stone sj
             

[1] Comenzó en el siglo XIX, y no antes. La liberación de los años 1960 respondía a represión de 1860.
[2] De hecho, Jesús cuestiona la obsesión por la pureza ritual que caracterizaba a los fariseos, cf. Mateo 23.
[3] El gnosticismo cotidiano lo transforma en un pecado siempre que se les perdona a los casados para que haya procreación de la especie.  Eso no es la enseñanza de la Iglesia. 
[4] Las religiones de oriente tienen sus monasterios y las culturas animistas suelen tienen sus chamanes. La única excepción es el fundamentalismo protestante.  Consideran que el celibato es un pecado, por su interpretación literal del envío a multiplicarse (Génesis 1:28).  Cf. también, 1 Corintios 7:28.
[5] La ascendencia del fundamentalismo protestante en la cultura capitalista lo asegura. 
[6] …que suelen ser muy conservadoras en temas de doctrina, liturgia y sacramento.
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El Vaticano lanza una aplicación sobre la catequesis


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Entrevista a Mons. Raúl Vera.

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XXII Dom T.O. C - Mi general Jesús

Cualquiera que venga a mí y no me ame más que a su padre y a su madre, 
a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, 
y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo.  
Lucas 14:26


En un seminario que asistí recientemente, me llamó la atención cuántas veces se hizo referencia a las cosas que Jesús había ordenado.   A veces, en verdad, los charlistas estaban citando el Catecismo de la Iglesia Católica.  Resolví abrir el documento con el computador y contar cuántas veces decía que Jesús ordenó las cosas.  No pasé del primer capítulo contando, y ya, colapsó la iniciativa.  El Catecismo está obsesionado con el orden.  Ojalá fuera así tan majadero con el amor, la verdad, la belleza y la bondad. 

La teología católica está saturada de referencias al orden; sin embargo no se refiere al mandato autoritario de nadie, sino de la amorosa contrapartida del caos.  La intención es dejar a Dios reinar, para vivir en la armonía de su bondad.  Poco a poco, sobrevino un deslizamiento al autoritarismo sometedor y dictatorial. En la imaginación de muchos, el Señor se parece a Faraón. 

En las sagradas escrituras, no es así.  En los casos más extremos, Jesús convida a un compromiso total. Invita a ser su discípulo.  Envía a evangelizar.  Convoca a la multitud.  Pero en ningún momento, da órdenes, como si fuese militar dictando obligaciones a sus soldados, súbditos y sometidos.  No es el estilo.  Jesús respeta a las personas, y cuenta con su libre adhesión a la causa del Reino.  De hecho, la teología también prioriza la libertad humana.  Por eso, entra en contradicción con sí misma cuando retrata al Señor como un militar que da órdenes. 

La más antigua tradición recuerda a Jesús como el logos, la palabra creadora del Padre que domestica el caos con su amor procreativo para que nazca el universo.  ¿Cuál es el tono de aquella palabra creadora?  ¿Grita obligaciones desagradables con agresividad a ser cumplida bajo pena de castigo eterno?  ¿No será más bien una palabra suave y seductora, para que la cruel y porfiada materia se abra a la belleza paradisíaca originada en la imaginación fecunda del Padre?  El logos creador no es una imposición de fría simetría regimentada, sino un llamado irresistible a vivir en armonía con la divina voluntad amorosa.  Es una invitación a cantar en el mismo coro, a bailar en la misma fiesta.  Su orden no consiste en las multitudinarias filas rectas de una amenazante parada militar, sino una belleza irresistible en la cual toda criatura participa porque quiere. 

El problema con la imagen de Jesús como comandante que ladra órdenes a soldados que obedecen con miedo y sin pensar ni amar es que complica la imitación de Cristo.  Quien se imagina a Cristo como militar, lo va a imitar tratando de ordenar el mundo por medio de la agresividad autoritaria, arrogante e indebida.  Es hora de recuperar el estilo de Jesús, su invitación a un banquete tan extraordinariamente bella que uno deja todo para asistir; un llamado tan plenamente inspirador que la gente se entrega sin reparos a la misión; un modelo tan armonioso que a uno no le queda otra que cantar con todo el corazón y el alma. 

Nathan Stone sj
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Los niños de Siria

Emotivo vídeo desde la visión de los niños en Siria.


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XXII Dom T.O. C - Santidad y misión


Cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos. 
Lucas 14:13

Santo Tomás hacía la distinción entre la gratia gratam faciens (gracia santificadora) y la gratia gratis data (gracia gratuitamente entregada).[1]  Por la primera, la persona humana es transformada de pecador sin esperanza en hijo reconciliado.  La segunda impulsa a ese hijo para coopera en la salvación de los demás.  Santo Tomás insiste en que la gracia santificadora es más importante.  Por otro lado, como todo cantor de cueca bien sabe, no hay primera sin segunda.[2] 

La distinción entre una y la otra no es tan clara en las sagradas escrituras, pero el Doctor de Ángeles observa que ciertamente existe una diferencia entre la conversión y el envío.  Aun cuando los dos son consecuencias de la acción del mismo Espíritu Santo, la conversión es fundamental.  Es absurdo imaginar un pecador empedernido dando testimonio de una conversión que aún no acontece.  Por lo bajo, le sale extremadamente hipócrita. 

Aceptando la premisa del Aquinate, creo que forzamos las escrituras si lleguemos por ellas a la conclusión de que basta con dejar de hacer maldades para llamarse cristiano.  Los seguidores de Jesús en el evangelio invariablemente responden a su santificación ofreciendo sus vidas en el servicio del Maestro.  El convertido siempre se vuelve misionero, de alguna forma u otra.  Si no, continúa centrado en sí mismo, es decir, al margen del Reino.  

Cada seguidor de Jesús es llamado a dar testimonio de su salvación, de acuerdo a la diversidad de dones entregada a cada uno para ese fin.  La gracia santificadora es una sola.  La gracia misionera es variada y específica para cada persona; es su vocación.  Para poderla encontrar, el discípulo dedica tiempo.   Debe escuchar a Jesús, aprender de él, sea en los campos de Galilea o bien, en el caso del discípulo moderno, en la oración personal. 

Rescatando por supuesto la validez de la conversión en artículo mortis,[3] porque la misericordia de Dios no tiene límites, es difícil imaginar que el objetivo del proyecto de Jesús fuese establecer conductas mínimas para ingresar al cielo después de morir.  Se fuese así, tendríamos que reconocer que se trata de una religión interesada para gente que busca beneficios para sí mismo sin jamás ofrecerse en el servir a los demás.  No va con la cosa.  Jesús habla poco de mandamientos, y cuando lo hace, es para destacar la nueva ley de amor total y entregado. 

En 1993, el Papa Juan Pablo II publicó la Encíclica Veritatis Splendor.  A treinta años del Segundo Concilio Vaticano, el Santo Padre llamó la atención a todos los obispos de la Iglesia sobre la importancia de enseñar riguroso cumplimento de la moral católica.  En el fondo, reiteró la tesis tomista de la prioridad de la gracia santificadora sobre de la gracia misionera.   Probablemente, quería corregir una tendencia, heredada del Concilio, de servir a los demás en lo temporal sin practicar la fe.  Hubo temor del relativismo.  Además, los proyectos de cuántos miles de casitas para los pobres le parecían obra del Partido Comunista o de una ONG.  Sin embargo, en su afán de arrancar todo lo que es intrínsecamente malo del corazón de la Iglesia, le arrancó, también, el corazón.  Los devotos de la Encíclica se han transformado en fariseos auto-referentes, preocupados exclusivamente de las finuras de la moral personal en desmedro del amor solidario, piedra fundamental de la evangelización desde el principio.  Veritatis apunta a un catolicismo morboso que se reduce a una lucha contra el impulso sexual, sin considerar la compasión para los demás.  Es un camino frío y oscuro, de mucho miedo y poco amor.

Me preocupan, por lo demás, los movimientos que se reúnen una y otra vez invocando al Espíritu Santo porque todo lo que hay dentro de su corazón necesita ser cambiado.  Su visión es luterana.[4]  Si no queda nada bueno dentro de la persona después de la caída de Adán, su única esperanza de salvación es un trasplante total del alma; quiere decir, dejarse someter por el voluminoso griterío de la multitud.  Han cambiado el evangelio por el mito de Sísifo.  Una vez que ese pecador llegue con su piedra de su culpa a la cima de la montaña de la santidad, caerá de vuelta.  Tendrá que comenzar su lucha desde cero, una y otra vez, semana tras semana, retiro tras retiro.  La rutina parece apuntar a un tercer tipo de gracia: la gracia que no sirve de nada. 

En una capacitación para el nuevo Rito de Iniciación Cristiana para Adultos, diseñado para destacar la experiencia de conversión en el proceso de la inducción sacramental, un facilitador comentó que en el fondo, la gran masa de los católicos no aspira a más que lo mínimo para salvarse; que están condenados a luchar desesperadamente con sus inclinaciones intrínsecamente malas hasta el día de su muerte, y que, por eso, no son aptos para misión alguna.  Es cierto que la debilidad humana va a estar siempre entre nosotros, y que la Iglesia va a ser refugio para una gran cohorte de obsesivos compulsivos.  Sin embargo, el testimonio en bien de los demás es lo que asegura la propia conversión.  La gratia gratis data consolida la gratia gratam faciens.[5]  Salir de sí mismo para servir a los demás es una gran ayuda para perseverar en la santidad.

Los obispos de América Latina corrigieron la lectura errada en 2007.  El documento de la Conferencia reunida en Aparecida adoptó como lema, cada cristiano, un discípulo; cada discípulo, un misionero.  No basta con el cumplimento mínimo de normativas.  La Iglesia existe para la difusión del evangelio, para la salvación; y no sólo de uno mismo, sino de los demás.  El moralismo riguroso es esencialmente egoísta.  El evangelio no es así. 

En Río de Janeiro, el Papa Francisco envió a los jóvenes con las palabras de Jesús, ¡Vayan a hacer discípulos en todas las naciones!  Con mucho respeto para Santo Tomás de Aquino, es imposible separar la gracia santificadora de la gracia misionera.  La santificación de cada uno lleva directamente a su envío a servir.  La sabiduría de milenaria tradición demuestra que la mejor forma de consolidar la conversión es dando testimonio de ella.  Quien asume su santificación en la plaza pública no recae jamás.  Quien invita al banquete suele mantener la casa ordenada. 
             
Nathan Stone, sj


[1] Suma Teológica, I-II, 111. 
[2] Las fiestas patrias en Chile se celebran en torno al 18 de septiembre.  El baila tradicional es la cueca.  Entre una cueca y la otra, los cantores suelen exclamar, y porque no hay primera sin segunda… 
[3] Es decir, gratia gratam faciens (gracia santificadora) sin gratia gratam data (vocación misionera). 
[4] Lutero pensó que la naturaleza humana quedó irreparablemente dañada en la caída. Para él, la fe debe anular la naturaleza humana.  El católico cree que la gracia rescata la naturaleza dañada.
[5] Alcohólicos Anónimos, y su pariente, Narcóticos Anónimos aprendieron esa lección.  Al hacerse responsable por la rehabilitación de otros, el rehabilitado se fortalece, salvándose de la tentación de recaer.
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XXI Dom T.O. C - Los dueños

                           


Jesús iba enseñando por las ciudades y pueblos. 
Lucas 13:22

No va con el evangelio, pero parece que las iglesias tienen sus dueños.  No es que sean literalmente propietarios, como si fuera un terreno, edificio o empresa, pero actúan como si fueran gerentes con poder absoluto para mandar.  Si ellos son los dueños, supongo que los demás somos solamente usuarios, pasajeros y arrendatarios.  Nada de lo que hay aquí nos pertenece. Somos los herederos de nada.  En realidad, nuestra presencia es permitida solo y en cuanto agrada a la gerencia; solo y en cuanto les conviene para el negocio que están realizando. 

Los dueños del negocio tienen la última palabra sobre quién puede participar y bajo cuáles condiciones.  Los amigos y parientes van a encontrar la vara bien baja.  Ellos ya están adentro, pueden llegar tarde y pedir todo fiado.  Los demás pueden ganarse un lugar se obedecen todos los reglamentos, y nunca incomodan a los dueños.  Los de lejos no tienen nada que hacer aquí.  Así son los negocios.  Por eso, imposible que la Iglesia de Jesús sea un negocio. 

El viejo cuento de ¿quién manda aquí? está en la mente de todos.  Los dueños creen que son ellos, enviados por Dios para imponer su propio estilo sobre un rebaño selecto y administrar la vida eterna.  Se hicieron los guardianes de la puerta estrecha.  Los amigos pasan sin pagar la entrada.  Todos los demás pagan, y a veces, con creces.  Los dueños suponen que así es la justicia divina.  Su dios no perdona ni una; todo se cobra.  Si no, no es negocio.

Los únicos cargos vitalicios que quedan en el mundo entero (porque el Papa Benedicto ya renunció) son los dueños de la iglesia.  A veces, hay peleas, cuando son varios los que creen que son los enviados de Dios para mandar.  Llega a ser bien feo, nada más distante del estilo de Jesús. 

En verdad, los dueños de la Iglesia no son los coordinadores de liturgia y catequesis.  No son los ricos y bonitos.  No son las hermanas ni las bienaventuradas que pasan el canasto de la colecta.  No es el párroco, ni el obispo, ni siquiera el Santo Padre.  La Iglesia tiene un solo Señor, una sola fe, un solo Dios y Padre de Todos.  Jesús escandalizaba a los dueños porque él no se quedaba vigilando las entradas y salidas por la puerta estrecha.  Proclamaba la absoluta exigencia del evangelio, y acto seguido, salió para enseñar en todos los pueblos y ciudades.  Cuando llegó de vuelta, le desafiaron, ¿son pocos los que se salvan?  El venía llegando desde fuera donde proclamaba la buena noticia a la descuidada multitud.

Como que querían que fuera pocos.  Etán reprochando a Jesús, porque él no obedece la lógica de su negocio.  Sin embargo, el Reino no es un negocio, y muchos de los que se creen los dueños del negocio, van a encontrarse afuera del Reino en el Día del Juicio Final.  No son los pobres y humildes, no son los rudos y marginados.  Los supuestos administradores de vida eterna son los que no van a ser reconocidos como verdaderos integrantes del rebaño, miembros del cuerpo, armonizados con la música del único gran conductor.

En la Iglesia de Cristo, no existen grupos cerrados.  Si tu grupo es cerrado, no puede llamarse católica.  Si la salvación es solo para algunos, entonces, el amor es condicional.  Si es así, la buena noticia para los elegidos sería mala noticia para los demás.  Es difícil meter esto en la cabeza, pero esa es la puerta angosta que cada uno debe pasar: llegar a entender que el evangelio, si es evangelio, debe ser proclamado a la multitud.  Si se guarda en secreto, no es buena noticia.  Si se reserva para los amigos y parientes, no es palabra de Dios. 

El evangelio se proclama.   El Señor vino al mundo para la salvación de todos.  No importa cuántas horas has pasado de rodillas rezando rosarios delante del Santísimo.  Lo que importa es si aprendiste a amar como Jesús amó.  La puerta angosta no lleva a un espacio exclusivo reservado para los escogidos. Conduce para afuera, a las ciudades y pueblos, a los lugares apartados donde una carente multitud aguarda noticia del amor incondicional de Dios.  Por eso el verdadero discípulo es siempre misionero. 

            Nathan Stone sj
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Las inquietudes y peticiones del Papa a golpe de tuit. Cada vez tiene más seguidores


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Amazing Grace: un videoclip de Music Visions que explica el sentido de la gracia


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XX Dom T.O. C - Fuego que enciende


Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo! 
Lucas 12:49

Si uno va al internet para buscar imágenes de Jesús, de las primeras cien que salen, ochenta serán expresiones de un sentimentalismo francamente herético.  La culpa no es del internet.  Los sistemas de búsqueda colocan primero lo que al pueblo más le gusta.  Es decir, sin querer, el Google nos entrega un sondeo informal de cómo la gente se imagina al Dios-con-nosotros, el Mesías Salvador, Jesucristo Nuestro Señor; y estoy escandalizado. 

Jesús, ¿qué te hicieron?
¿Quién es este ser perfumado y asexuado, bien peinado a pesar de la tormenta y dulcecito así como para darte una diabetes fulminante?  No traspira, obvio, y no tiene porque bañarse porque es el Hijo de Dios.  Su mirada fija y condescendiente incomoda.  No me da paz; me provoca ansiedad.  Dice que es mi amigo, pero yo no tengo ningún amigo así.[1]  Viene vestido con un camisón de dormir para la pijama party de niñita de barrio alto.  Se parece a la muñeca Barbie pero con barba.  Puedes comprar un poster de él en la feria. 
Ese muchacho no salva a nadie.  Si yo fuera joven skater, futbolista o hip-hop; y alguien me invitara a la Iglesia para conocer a ese personaje, yo diría que no.  Parece tan neutro, tan amorfo, tan poco definido.  En el mejor de los casos, su amistad no pasa de insignificante.  Tan gentleman, seguro que empezaría por reprocharme los amigos y el estilo espontáneo bullicioso que nos identifica.  Ese Jesús no tiene mucho que aportar a la vida real.  Es un ente fantasioso y alienante.[2] 

Los Padres de la Iglesia, a todo eso, están de acuerdo con los muchachos.[3]  Durante los primeros siglos de la Iglesia, a través de una larga historia de oración, diálogo y concilios ecuménicos, confirmaron la fe en un Salvador que es plenamente hombre como nosotros y plenamente divino como su Padre.  Nuestra salvación se hizo posible gracias a ese gesto de noble solidaridad.  Jesús diviniza la humanidad al compartir la misma huella.  Rescata esta raza perdida renovando la imagen y semejanza, herencia de cada ser humano desde la aurora de la creación.

Jesús, el verdadero, es un hombre fuerte, apasionado y encendido.  Su mensaje no deja a nadie indiferente.  Su caminada es aquí abajo, junto a la gente humilde.  No le importa ensuciarse, ni que le vean con los pecadores.  Se escandalizan con él en la sinagoga, a veces, porque se junta con gente como nosotros y dice exactamente lo que está pensando.  Es más, no hay que ir a la sinagoga para encontrarse con él, porque él sale a la esquina para conocer a los raperos, peloteros y perforados.  No hay otra palabra, hay que reconocer que Jesús es un hombre fogoso.  Su corazón arde con el santo fuego de la compasión.  Quiere compartir ese fuego con toda la humanidad.[4] 

Hay un lugar donde uno puede conocer a Jesús.  Tenemos una sola imagen confiable donde sale auténticamente retratado por testigos cercanos.  El evangelio (en sus cuatro versiones) resume para nosotros la vida y obra del Mesías, Hijo de Dios.  Ahí, tenemos la historia de un hombre de armas tomar, un salvador cercano, un compasivo que no contaba el costo.  Estamos aquí porque Jesús fue el original fuego que enciende otros fuegos. 

A propósito de la compasión ardiente, celebramos a San Alberto Hurtado.[5]  Alberto era también un fuego que encendía otros fuegos, un santo contemporáneo, testigo do cómo vivir el evangelio apasionadamente en el mundo actual. 

Algunos creen que la frase sobre el fuego fue de él.  No es así.  El Profesor Samuel Fernández de la Universidad Alberto Hurtado en Santiago puso eso como título a un libro que colecciona los mejores de sus escritos.   El Profesor lo adaptó de una carta escrita por Monseñor Francisco Valdés, Obispo de Osorno, al Padre Pomar, provincial jesuita, después de la muerte del Padre Hurtado.  Monseñor Valdés comentó, Su fuego era capaz de encender otros fuegos.  Es decir, era un hombre al estilo de Jesús. 

La frase célebre de San Alberto es esta: ¿qué haría Cristo en mi lugar?  Es un llamado a cultivar el criterio de Jesús; fuerte, fogoso, muchas veces conflictivo, pero radicalmente misericordioso, solidario y compasivo.  Los discípulos están llamados a encarnar su estilo en carne y hueso por esta tierra tan sufrida.  Son enviados a hacer presente la solidez de la compasión divina en las esquinas, en las plazas y en las calles; en las fábricas, hospitales y universidades; en contacto con el pueblo real, sintonizado con sus alegrías y esperanzas, con sus dolores e angustias. 

Jesús no es una fantasía alienante para los muchachos que van por la vereda con sus tablas de skate.  Va aterrizar en su cancha y encender sus corazones.  Jesús los va a transformar en discípulos y misioneros de una apasionante buena noticia. 

Nathan Stone, sj.

[1] No vamos a entrar en los postales religiosos que circulan en internet: puras florcitas, palomitas y mariposas; ninguna relación con el evangelio, la solidaridad y la compasión.  Es una religión de otro planeta.
[2] No vamos a tratar las imágenes de los santos.  Fueron hombres y mujeres fuertes; mártires de la fe, la compasión y la justicia.  La iconografía los ha transformado en anémicos, pasivos y casi trasparentes.
[3] Los Padres de la Iglesia encontrarían que la iconografía del internet es monofisita. El monofisismo decía que sólo valía la naturaleza divina de Jesús.  Fue condenado en el Concilio de Constantinopla, año 381.
[4] Su deseo de ver el mundo ardiendo no es un impulso destructivo, como algunos predicadores del infierno han conjeturado.  Se trata de ese fuego de Espíritu Santo que viene a renovar la creación.
[5] Alberto Hurtado, 1900-1952, fue jesuita de Chile.  Fue asesor de la pastoral universitaria de su tiempo, y motivado por la urgencia de su compasión, fundador del Hogar de Cristo.  Fue canonizado el 23 de octubre de 2005, y en Chile, se celebra el Día de la Solidaridad, 18 de agosto, en su honor. 
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Fe

¿Qué es la fe? 
Es la participación en la vida de Dios, es la experiencia de la vida de Dios en nosotros, que permite vernos a nosotros mismos, y a la realidad que nos rodea, como si lo hiciéramos con los ojos del Señor. Es adherirse a la persona de Cristo,de nuestro maestro, Señor y amigo; es apoyarse en Cristo, en esa roca infalible de nuestra salvación, y abandonarse a su infinito poder y a su amor ilimitado. Ante la impotencia humana, la fe se convierte en una búsqueda incesante de la inagotable misericordia de Dios, y en la actitud de espera de que todo nos llegue de él.
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XVIII Dom T.O. C - La universidad


  ¿Qué le reporta al hombre todo su esfuerzo y todo lo que busca afanosamente bajo el sol?  
Eclesiástico 2:21

El Encuentro Latinoamericano de Pastorales Universitarias realizado la semana pasada en Belo Horizonte me ha hecho pensar.  Nuestra jornada de universitarios y pastoralistas se enmarcó en el contexto mayor del Congreso Mundial de Universidades Católicas, patrocinado por la Pontificia Universidad Católica de Minas Gerais.  A su vez, el Congreso fue antesala de la Jornada Mundial de la Juventud.  La JMJ reunió la multitud más grande en la historia de la humanidad, y sin embargo, la noticia más importante fue la calidez humana del Santo Padre.  Después de décadas de exclusiva preocupación por la rectitud doctrinal, de divagar por las frías y oscuras catacumbas metafísicas que poco dicen a la multitud, la Santa Sede está recuperando su fuente: el amor práctico, la compasión activa y la solidaridad real llevada al trato personal y caritativo. 

¿Cómo vamos a procesar lo vivido en Belo Horizonte, a la luz de lo que aconteció después en Río?  Creo que estamos a punto de dar un paso gigantesco hacia adelante como pueblo de Dios.  Originalmente, la universidad como concepto nació en el corazón de la Iglesia pensante; quiere decir, Iglesia que se hace preguntas y que honestamente busca respuestas, para dar cuenta del sentido de la vida y discernir como elaborar el futuro.  A partir de la ilustración, los librepensadores (en su mayoría, ateos y anticlericales) intentaron secuestrar la universidad para sus fines.  Pretendían liberar la humanidad de la imposición autoritaria e irracional, un fenómeno que, hasta cierto punto, sucedía y los provocó.  Se crearon las falsas dicotomías entre razón y fe; entre ciencia y espíritu; entre conciencia y autoridad. 

La universidad, destripada por el puntual divorcio entre su causa mayor y la sincera búsqueda de las causas particulares, fue herida una vez más en el siglo pasado.  La investigación honrada pasó a segundo plano.  El lucro invadió.  Las empresas financian las pesquisas ahora,  siempre y cuando los “resultados” de los estudios sean favorables a sus negocios. 

La universidad perdió su libertad y se dedicó a la enseñanza técnica sectorizada.  A partir de 1968, cada “profesional” solo sabe de lo suyo, porque a la hora de sintetizar el conjunto, aprende a lavarse las manos.  A la hora de entender la interacción universal entre todos los saberes, el universitario actual no sabe qué hacer.  De alguna forma, se le prohibió mirar más allá de la propia parcela.  Al despertar la consciencia, no le queda otra que salir a la calle a marchar, exigiendo cambios profundos.  Estamos en una encrucijada importante.  Podemos reiniciar el diálogo sobre el proyecto de sociedad.  Esa fue la misión originaria de la universidad. 

Hoy en día, muchas universidades se han transformado en negocios que burdamente instruyen destrezas que habilitan a sus titulados para ganar más dinero.  Al menos, eso dicen.  Los estudiantes se han endeudado para hacerse ricos y, en muchos casos, se han decepcionado.  Por lo demás, ganar dinero a costo de los demás no da sentido a la vida.  Esa síntesis universal no está ocurriendo en las clases ni en los laboratorios. Gracias a la conciencia inspirada de una multitud de jóvenes, está comenzando a acontecer en la calle, en la música, en las redes sociales. 

¿Dónde está la Santa Madre Iglesia en todo esto?  Fue la gran pregunta del Encuentro en Belo Horizonte.  Francamente, se vio de todo.  Hay una corriente que dice que el buen católico tiene que rezar mucho, ayudar a los pobres un poco, y capacitarse técnicamente para imponer su visión autoritaria del mundo sobre los demás.  Otros llegaron para recitar respuestas envasadas a preguntas desactualizadas con las palabras exactas del magisterio doctrinal.

Un tercer grupo llegó con ánimo de formular nuevas preguntas, tomando el riesgo de que muchas de ellas aun no tuvieran respuestas inmediatas.   Éstas son las preguntas imprescindibles, preguntas novedosas que no se les ocurría a nuestros abuelos, preguntas que van a demandar investigación, diálogo y pensamiento.  Y esa es la labor de la universidad. 

La Santa Madre tiene por delante una gran oportunidad, si la sabe aprovechar.  Podría reiterar sus respuestas metafísicas aprobadas, o podría acompañar a los universitarios en su búsqueda de preguntas nuevas.  ¿Qué haría Cristo en su lugar? 

Creo que la tercera vía, de atreverse con la novedad, es la más cálida, la más humana, y francamente, la más consistente con la tradición católica.  Se trata de armar un nuevo sentido viable, un nuevo método sustentable, una nueva respuesta sensata, aunque sea provisoria, pero al menos, razonable y creíble.  Sobre todo, se trata de la calidez humana; se trata de escuchar, entender y dialogar. 

En una carta a las Conferencias Episcopales Latinoamericanos, los universitarios y pastores reunidos en Belo Horizonte propusimos prioridades para los próximos tres años: salir al encuentro del otro en todas sus dimensiones para descubrir en él a Dios, fortalecer y promover redes de comunicación entre las distintas pastorales latinoamericanas que nos ayuden a socializar lo que hacemos, y promover el testimonio de manera creativa, comprometiéndonos con el dialogo fe-vida.  Se pide apoyo.  Si es del evangelio, la semilla crece por sí sola, con tal de que no se aplaste.

Tenemos tarea por delante.  Debemos procesar todo lo acontecido en estos días, pero hay una cosa que ya es evidente.  El Papa Francisco, con su modo de proceder, con su humildad, con su disponibilidad para escuchar y dialogar, con su compasión, ya está señalando un camino a seguir.  Si somos Iglesia, adoptemos el estilo de Jesús paciente, de jeans y bicicleta, sin pomposas declaraciones ni frías verdades.  Así, damos un salto cualitativo en la credibilidad.  Cuando los universitarios de hoy asuman su misión, van a poder hacer discípulos de todos lo pueblos, siguiendo el ejemplo de Francisco, por la fuerza de la sencillez, por el sendero de la razón. 
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XVII Dom T.O. C - San Ignacio y la oración


Señor, enséñanos a orar…   
Lucas 11:2

El objetivo de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio es buscar la voluntad de Dios, y encontrándola, hacerla realidad.  Son para los verdaderos buscadores, los que no pueden simplemente dejarse arrastrar por la corriente de expectativas ajenas, los que no se conforman con las rutinas habituales de su tiempo y medio social.  En el camino, cada peregrino experimenta en carne propia la acción liberadora del Buen Espíritu de Dios, que abre el Mar Rojo delante de sus pies para que salga de la esclavitud, recuperando así su verdadera naturaleza como imagen y semejanza del Creador.  En los Ejercicios, podemos encontrar el sentido de la vida. 

Se trata de un proceso espiritual vivido en silencio.  Entre jesuitas, se habla del silencio amoroso de Dios.  No es una opción por la pasividad intimista de quienes vuelven la vista hacia los cielos esperando una respuesta infinita en el más allá.  Todo lo contrario.  Los Ejercicios Espirituales son el entrenamiento básico para los discípulos de Jesús.  Se trata de conocimiento íntimo de Jesús.  Se trata de estar ahí en el pesebre de Belén, andar con él por Galilea, curar leprosos, adoptar sus actitudes, aprender a mirar a través de sus ojos.  Se trata de aceptar la persecución, galardón terrenal de todo seguidor de Cristo, y glorificar a Dios en su santa resurrección.  Quien haya vivido esa experiencia no puede quedar indiferente de cara a los desafíos reales de su tiempo.  Los Ejercicios son escuela para los contemplativos en la acción. 

Un obispo aquí en la Amazonia me pidió Ejercicios para los agentes pastorales de su diócesis.  Lo curioso es que él es carmelita.  Su observación fue que San Juan de la Cruz dejó lindas poesías, fruto de su propio misticismo, pero no dejó ningún método.  Ignacio, por su lado, no fue poeta.  Su castellano nos llega en el estilo pesado del renacimiento tardío.  Pero su propósito es didáctico.  Trazó una huella que otros pueden seguir.  No escribió para sí mismo, ni para una elite iniciado en un asunto exclusivo.  Escribió expansivamente, un manual de oración para los demás. 

Se dice que Ignacio inventó los Ejercicios.  Eso no es cierto.  Ignacio descubrió los Ejercicios en el corazón de la Iglesia Católica de su tiempo.  Harto le costó encontrar ese corazón.  Fue un tiempo tormentoso para la Iglesia.   La santidad había quedado oculta detrás de intereses políticos y económicos.  El poder terrenal interesaba más que la voluntad de Dios.  Pero el amor es más fuerte, e Ignacio encontró el antiguo sendero de los discípulos originarios.  Guiado por los monjes que preservaban la tradición oral, Ignacio descubrió en sí mismo una predisposición natural para las vías purgativa,  ascética y unitiva.[1]  El seguimiento de Cristo es la herencia de los hijos de Dios.  Está impreso en la ADN espiritual de cada uno desde la creación. 
Habiendo encontrado ese tesoro, Ignacio vendió todo lo que tenía para comprar el campo aquel.  Dedicó la vida a la redacción de un manual que literalmente cabe en el bolsillo.  Describe paso a paso como un peregrino tiene que disponerse para pasar de una etapa a la otra, cosechando, en cada una, los frutos de misericordia, salvación y misión. 

La Iglesia jerárquica de su tiempo, sensible ante la reforma protestante, en varias ocasiones intervino el trabajo de Ignacio.  La sospecha fue de iluminismo herético a punto de estallar en nuevo cisma.  Se incomodaron cuando personas importantes de la alta sociedad tomaron opciones inesperadas de santidad y entrega.  No obstante, los pastores nunca encontraron nada que reclamar en los Ejercicios.  Reconocieron, a pesar de todo, que es la auténtica tradición de la Iglesia universal, herencia de todo bautizado.

Los Ejercicios llegaron en un momento propicio.  El pueblo había quedado pegado en un catolicismo pagano y autoritario, rogando favores de las autoridades civiles y celestiales.  Por miedo a que el pueblo cometiera algún error al experimentar su zarza ardiendo directamente, la jerarquía optó por exigir sometimiento absoluto.  El clero temía que la culpa eterna por los errores de los fieles pudiera caer sobre su cabeza.  Por eso, al pueblo le quedaba solamente las devociones, novenas y rogativas.  Siquiera el evangelio estaba a su disposición.  La única traducción disponible en ese momento fue al latín, y así solo los doctos podían leerlo.[2]  Misioneros de Cristo, en tiempo de Ignacio, había muy pocos. 

Ignacio intuyó que el conocimiento del Cristo en cuya muerte y resurrección todo el mundo estaba bautizado no era sólo para monjes, místicos y pastores.  Escribió su manual para popularizar.  No se trataba de privatizar la experiencia de Dios, sino corregir la privatización que había ocurrido a través de los siglos.  Lejos de crear un grupo exclusivo con acceso directo a la divinidad, el propósito de Ignacio fue abrir la puerta para que cada cristiano pudiera acceder a lo que él comprendió como un derecho común de todo cristiano.

En varias ocasiones, Ignacio menciona el subiecto como una condición para continuar más allá de la primera semana.[3]   A veces, se interpreta erradamente como una suerte de privilegio, calidad o predestinación.  Una mirada más detenida indica que se refiere a la estabilidad emocional y sicológica.  No es la propiedad privada de cultos ni predilectos.  Subiecto se refiere a madurez personal, carácter y grandeza de corazón.

Como Iglesia, nos marcó la frase del Documento de Aparecida (2008), cada cristiano, un discípulo; y cada discípulo, un misionero.[4]  Se comenta que esa noción entró en el documento gracias la intervención del entonces arzobispo de Buenos Aires, Sumo Pontífice y jesuita, el Papa Francisco.[5]  No es sorprendente la resonancia con el objetivo de los Ejercicios.  La Iglesia nos llama nuevamente a formarnos como discípulos misioneros.  En especial, el llamado se extiende a los jóvenes, porque están en una etapa de sus vidas en la cual tienen la libertad, no sólo para reformar la vida pasada, sino para entregar todo lo que tienen a la misión, todas sus esperanzas al Reino, y todo su futuro al discipulado de Jesús. 

 Nathan Stone sj


[1] La vía purgativa se encuentra en la primera semana de los Ejercicios; la vía acética, en la segunda semana; y la vía unitiva en las semanas tercera y cuarta.
[2] Es notable que Ignacio resume las historias bíblicas en el texto de los Ejercicios.  Está suponiendo que muchos de los ejercitantes de su tiempo van a ser analfabetos, que por eso el guía les va a tener que oralmente contar la historia que deben contemplar. 
[3] EE 14, 15, 18, 83, 84. 
[4] Documento de Aparecida, 143-148.
[5] Lo escuché de Monseñor Gregorio Rosa Sáez, obispo auxiliar de San Salvador, participante de Aparecida.
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Angelus #JMJ

A las 12 de esta mañana (hora local), memoria de santos Joaquín y Ana, padres de la beata Virgen María, el santo padre Francisco se ha asomado al balcón central del Palacio arzobispal de Río de Janeiro, acompañado del arzobispo monseñor Orani João Tempesta, para la oración del Ángelus, que en Brasil se llama "la hora de María".
Estas son las palabras del papa al introducir la oración mariana:

Queridos hermanos y amigos, ¡buenos días!
Doy gracias a la Divina Providencia por haber guiado mis pasos hasta aquí, a la ciudad de San Sebastián de Río de Janeiro. Agradezco de corazón a Mons. Orani y también a ustedes la cálida acogida, con la que manifiestan su afecto al Sucesor de Pedro. Me gustaría que mi paso por esta ciudad de Río renovase en todos el amor a Cristo y a la Iglesia, la alegría de estar unidos a Él y de pertenecer a la Iglesia, y el compromiso de vivir y dar testimonio de la fe.
Una bellísima expresión popular de la fe es la oración del Angelus [en Brasil, la Hora de María]. Es una oración sencilla que se reza en tres momentos señalados de la jornada, que marcan el ritmo de nuestras actividades cotidianas: por la mañana, a mediodía y al atardecer. Pero es una oración importante; invito a todos a recitarla con el Avemaría. Nos recuerda un acontecimiento luminoso que ha transformado la historia: la Encarnación, el Hijo de Dios se ha hecho hombre en Jesús de Nazaret.
Hoy la Iglesia celebra a los padres de la Virgen María, los abuelos de Jesús: los santos Joaquín y Ana. En su casa vino al mundo María, trayendo consigo el extraordinario misterio de la Inmaculada Concepción; en su casa creció acompañada por su amor y su fe; en su casa aprendió a escuchar al Señor y a seguir su voluntad. Los santos Joaquín y Ana forman parte de esa larga cadena que ha transmitido la fe y el amor de Dios, en el calor de la familia, hasta María que acogió en su seno al Hijo de Dios y lo dio al mundo, nos los ha dado a nosotros. ¡Qué precioso es el valor de la familia, como lugar privilegiado para transmitir la fe! Refiriéndome al ambiente familiar quisiera subrayar una cosa: hoy, en esta fiesta de los santos Joaquín y Ana, se celebra, tanto en Brasil como en otros países, la fiesta de los abuelos. Qué importantes son en la vida de la familia para comunicar ese patrimonio de humanidad y de fe que es esencial para toda sociedad. Y qué importante es el encuentro y el diálogo intergeneracional, sobre todo dentro de la familia. El Documento conclusivo de Aparecida nos lo recuerda: "Niños y ancianos construyen el futuro de los pueblos. Los niños porque llevarán adelante la historia, los ancianos porque transmiten la experiencia y la sabiduría de su vida" (n. 447). Esta relación, este diálogo entre las generaciones, es un tesoro que tenemos que preservar y alimentar. En estas Jornadas de la Juventud, los jóvenes quieren saludar a los abuelos. ¡Saludamos a los abuelos! Los saludan con todo cariño y les agradecen el testimonio de sabiduría que nos ofrecen continuamente.
Y ahora, en esta Plaza, en sus calles adyacentes, en las casas que viven con nosotros este momento de oración, sintámonos como una gran familia y dirijámonos a María para que proteja a nuestras familias, las haga hogares de fe y de amor, en los que se sienta la presencia de su Hijo Jesús.
(Rezo del Ángelus y bendición)
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Mensaje del Papa Francisco a los jóvenes argentinos.




Gracias, gracias por estar hoy aquí, por haber venido. Gracias a los que están adentro, y muchas gracias a los que están afuera, a los treinta mil, me dicen que hay afuera, desde acá los saludos! Están bajo la lluvia. Gracias por el gesto de acercarse, gracias por haber venido a la Jornada de la Juventud.

Yo le sugerí al doctor Gasbarri que es el que maneja, que organiza el viaje, si hubiera un lugarcito para encontrarme con ustedes, y al medio día tenía arreglado todo. Así es que también le quiero agradecer públicamente al Doctor Gasbarri, esto que ha logrado hoy.

Quisiera decir una cosa. ¿Qué es lo que espero como consecuencia de la Jornada de la Juventud? ¡Espero lío! ¿Que acá dentro va a haber lío? ¡Va a haber! ¿Que acá en Río va a haber lío? ¡Va a haber! ¡Pero quiero lío en las diócesis! ¡Quiero que se salga afuera! ¡Quiero que la Iglesia salga a la calle! ¡Quiero que nos defendamos de todo lo que sea mundanidad, de lo que sea instalación, de lo que sea comodidad, de lo que sea clericalismo, de lo que sea estar encerrados en nosotros mismos. Las parroquias, los colegios, las instituciones, ¡son para salir! Si no salen, se convierten en una ONG, y la Iglesia no puede ser una ONG.

Que me perdonen los obispos y los curas, si alguno después les arma lío a ustedes, pero es el consejo… gracias por lo que puedan hacer. Miren, yo pienso que en este momento, esta civilización mundial se pasó de rosca, ¡se pasó de rosca! Porque es tal el culto que ha hecho al dios dinero, que estamos presenciando una filosofía y una praxis de exclusión de los dos polos de la vida que son las promesas de los pueblos. Y por supuesto, porque uno podría pensar, que podría haber una especie de eutanasia escondida. Es decir, no se cuida a los ancianos, pero también está esta eutanasia cultural: ¡no se los deja hablar, no se los deja actuar! Y la exclusión de los jóvenes: El porcentaje que hay de jóvenes sin trabajo, sin empleo, ¡es muy alto! Y es una generación que no tiene la experiencia de la dignidad ganada por el trabajo. O sea, ¡Esta civilización nos ha llevado a excluir las dos puntas que son el futuro nuestro!

Entonces, los jóvenes tienen que salir, tienen que hacerse valer. Los jóvenes tienen que salir a luchar por los valores, ¡A luchar por los valores! ¡Y los viejos abran la boca, los ancianos abran la boca y enséñennos, transmítannos la sabiduría de los pueblos! En el Pueblo Argentino, yo se los pido de corazón a los ancianos, no claudiquen de ser la reserva cultural de nuestro pueblo que transmite la justicia, que transmite la historia, que transmite los valores, que transmite la memoria de Pueblo. Y ustedes, por favor, ¡no se metan contra los viejos! ¡Déjenlos hablar, escúchenlos, y lléven adelante! Pero sepan, sepan que en este momento, ustedes, los jóvenes y los ancianos, están condenados al mismo destino: exclusión! ¡No se dejen excluir! ¿Está claro? Por eso creo que tienen que trabajar.

Y la fe en Jesucristo no es broma, es algo muy serio, es un escándalo. Que Dios haya venido a hacerse uno de nosotros, ¡es un escándalo! Y que haya muerto en la cruz, es un escándalo, el escándalo de la Cruz. La Cruz sigue siendo escándalo, pero ¡es el único camino seguro, el de la Cruz, el de Jesús, la encarnación de Jesús!

Por favor, ¡no licuen la fe en Jesucristo! Hay licuado de naranja, licuado de manzana, licuado de banana, pero por favor, ¡no tomen licuado de fe! ¡La fe es entera, no se licua! Es la fe en Jesús. Es la fe en el Hijo de Dios hecho hombre, que me amó y murió por mí.

Entonces, ¡Hágan lío! ¡Cuiden los extremos del pueblo que son los ancianos y los jóvenes! No se dejen excluir, y que no excluyan a los ancianos, segundo, y no licuen la fe en Jesucristo.

¡Las Bienaventuranzas! ¿Qué tenemos que hacer, padre? Mirá, leé las Bienaventuranzas que te van a venir bien, y si querés saber qué cosa práctica tenés que hacer, leé Mateo 25, que es el protocolo con el cual nos va juzgar, con esas dos cosas tienen el programa de acción: Las Bienaventuranzas y Mateo 25, no necesitan leer otra cosa. ¡Se los pido de corazón!

Bueno, les agradezco ya esta cercanía, me da pena que estén enjaulados, pero les digo una cosa. Yo por momentos siento, ¡qué feo estar enjaulado! ¡Se los confieso de corazón! Pero bueno… los comprendo! …Me hubiera gustado estar más cerca de ustedes, pero comprendo que por razón de orden, no se puede.

¡Gracias por acercarse, gracias por rezar por mí, se los pido de corazón, lo necesito! ¡Necesito de la oración de ustedes, necesito mucho! ¡Gracias por eso!

Y bueno, les voy a dar la bendición y después vamos a bendecir la imagen de la Virgen que va a recorrer toda la República y la Cruz de San Francisco, que van a recorrer misionariamente.

Pero no se olviden, ¡Hágan lío! ¡Cuiden los dos extremos de la vida, los dos extremos de la historia de los pueblos, que son los ancianos y los jóvenes! ¡Y no licuen la fe!

Y ahora vamos a rezar para bendecir la Imagen de la Virgen y darles después la bendición a ustedes.

Nos ponemos de pie para la bendición, pero antes le quiero agradecer lo que dijo Monseñor Arancedo, que de puro mal educado no se lo agradecí, así es que gracias por tus palabras…

En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

Dios te salve María, llena eres de gracia, el Señor está contigo.
Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre Jesús.
Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores,
ahora y en la hora de nuestra muerte, Amén.

Señor tu dejaste en medio de nosotros a tu Madre para que nos acompañara.
Que ella nos cuide, nos proteja en nuestro camino, en nuestro corazón, en nuestra fe.
Que ella nos haga discípulos, como lo fue ella, y misioneros, como también lo fue ella.
Que nos enseñe a salir a la calle, que nos enseñe a salir de nosotros mismos.
Bendecimos esta Imagen Señor, que va a recorrer el País.
Que ella, con su mansedumbre, con su paz, nos indique el camino.

Señor, vos sos un escándalo, el escándalo de la Cruz,
una Cruz que es humildad, mansedumbre, una Cruz que nos habla de la cercanía de Dios.
Bendecimos también esta Imagen de la Cruz que recorrerá el País.

¡Muchas gracias y nos vemos en estos días!
¡Que Dios los bendiga y recen por mí, no se olviden!

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