XXI Dom T.O. C - Los dueños

                           


Jesús iba enseñando por las ciudades y pueblos. 
Lucas 13:22

No va con el evangelio, pero parece que las iglesias tienen sus dueños.  No es que sean literalmente propietarios, como si fuera un terreno, edificio o empresa, pero actúan como si fueran gerentes con poder absoluto para mandar.  Si ellos son los dueños, supongo que los demás somos solamente usuarios, pasajeros y arrendatarios.  Nada de lo que hay aquí nos pertenece. Somos los herederos de nada.  En realidad, nuestra presencia es permitida solo y en cuanto agrada a la gerencia; solo y en cuanto les conviene para el negocio que están realizando. 

Los dueños del negocio tienen la última palabra sobre quién puede participar y bajo cuáles condiciones.  Los amigos y parientes van a encontrar la vara bien baja.  Ellos ya están adentro, pueden llegar tarde y pedir todo fiado.  Los demás pueden ganarse un lugar se obedecen todos los reglamentos, y nunca incomodan a los dueños.  Los de lejos no tienen nada que hacer aquí.  Así son los negocios.  Por eso, imposible que la Iglesia de Jesús sea un negocio. 

El viejo cuento de ¿quién manda aquí? está en la mente de todos.  Los dueños creen que son ellos, enviados por Dios para imponer su propio estilo sobre un rebaño selecto y administrar la vida eterna.  Se hicieron los guardianes de la puerta estrecha.  Los amigos pasan sin pagar la entrada.  Todos los demás pagan, y a veces, con creces.  Los dueños suponen que así es la justicia divina.  Su dios no perdona ni una; todo se cobra.  Si no, no es negocio.

Los únicos cargos vitalicios que quedan en el mundo entero (porque el Papa Benedicto ya renunció) son los dueños de la iglesia.  A veces, hay peleas, cuando son varios los que creen que son los enviados de Dios para mandar.  Llega a ser bien feo, nada más distante del estilo de Jesús. 

En verdad, los dueños de la Iglesia no son los coordinadores de liturgia y catequesis.  No son los ricos y bonitos.  No son las hermanas ni las bienaventuradas que pasan el canasto de la colecta.  No es el párroco, ni el obispo, ni siquiera el Santo Padre.  La Iglesia tiene un solo Señor, una sola fe, un solo Dios y Padre de Todos.  Jesús escandalizaba a los dueños porque él no se quedaba vigilando las entradas y salidas por la puerta estrecha.  Proclamaba la absoluta exigencia del evangelio, y acto seguido, salió para enseñar en todos los pueblos y ciudades.  Cuando llegó de vuelta, le desafiaron, ¿son pocos los que se salvan?  El venía llegando desde fuera donde proclamaba la buena noticia a la descuidada multitud.

Como que querían que fuera pocos.  Etán reprochando a Jesús, porque él no obedece la lógica de su negocio.  Sin embargo, el Reino no es un negocio, y muchos de los que se creen los dueños del negocio, van a encontrarse afuera del Reino en el Día del Juicio Final.  No son los pobres y humildes, no son los rudos y marginados.  Los supuestos administradores de vida eterna son los que no van a ser reconocidos como verdaderos integrantes del rebaño, miembros del cuerpo, armonizados con la música del único gran conductor.

En la Iglesia de Cristo, no existen grupos cerrados.  Si tu grupo es cerrado, no puede llamarse católica.  Si la salvación es solo para algunos, entonces, el amor es condicional.  Si es así, la buena noticia para los elegidos sería mala noticia para los demás.  Es difícil meter esto en la cabeza, pero esa es la puerta angosta que cada uno debe pasar: llegar a entender que el evangelio, si es evangelio, debe ser proclamado a la multitud.  Si se guarda en secreto, no es buena noticia.  Si se reserva para los amigos y parientes, no es palabra de Dios. 

El evangelio se proclama.   El Señor vino al mundo para la salvación de todos.  No importa cuántas horas has pasado de rodillas rezando rosarios delante del Santísimo.  Lo que importa es si aprendiste a amar como Jesús amó.  La puerta angosta no lleva a un espacio exclusivo reservado para los escogidos. Conduce para afuera, a las ciudades y pueblos, a los lugares apartados donde una carente multitud aguarda noticia del amor incondicional de Dios.  Por eso el verdadero discípulo es siempre misionero. 

            Nathan Stone sj

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