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VII Dom T.O. A - Perfectos como el Padre celestial

Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores; así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque él hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos… Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo.  
Mateo 5:44-46


Muchos creen que el cristianismo es la religión de la perfección, que las personas tienen la obligación ante Dios, con esfuerzo y sacrificio, de llegar a ser inmaculados y sin mancha al juicio final.  Para acceder a la recompensa en el más allá, y una cuota de buena suerte en el más acá, el pueblo suele creer que el Padre Celestial exige rectitud absoluta.  No hay margen de error.

Yo creo que el perfeccionismo es un contaminante en el pensamiento cristiano.  Es la sacralización del desprecio por los defectos del prójimo que los elegidos suelen sentir.  El mismo desprecio cae sobre sus propias cabezas.  No se trata de un elemento del evangelio, sino una obsesión patológica con el orden formal.  Ha de ser superada para entrar plenamente en el misterio de la bondad infinita de Dios.  Me explico.

En primer lugar, la perfección es un concepto absoluto que no admite ni grado, ni intensidad ni comparación.  Casi perfecto no existe.  Más perfecto, tampoco.  Lograr la perfección no tiene sentido.  Si alguien, alguna vez, cometiera un error, queda imperfecto de por vida. Por más que se esfuerce, no puede revertir el pasado.  Seguirá manchado, condenado a vivir eternamente con la imperfección de su historia real.  Si hubiera un dios que exigiera perfección a sus criaturas mortales, sería un dios irracional y cruel.  Estaría pidiendo algo imposible.

Segunda cosa, en la vida, se progresa.  Los músicos estudian para refinar su arte.  Los atletas entrenan para superarse.  Eso supone un estado inicial carente.  La belleza no nace del performance sin defecto, sino de la interacción entre las exigencias técnicas y el apasionado espíritu humano. Los logros deportivos son consecuencia de muchas caídas de las cuales el atleta se ha sabido levantar.  La belleza del evangelio nace cuando el Espírito Santo desciende sobre las aguas caóticas con todas sus turbulencias. La tierra fértil del Reino es el mundo real, donde se ama a los enemigos, donde se hace el bien a quienes nos odian.  

Tercer punto, la filosofía de Platón es la fuente perfeccionismo.  Platón repudia el mundo material porque es imposible hallar y mantener en él tal orden absoluto.  Teoriza sobre un universo ideal donde todo es inmutable y necesariamente perfecto. 
Este universo concreto donde nos toca vivir, con sus vaivenes, con su gente buena y mala, con sus conflictos y dudas, sería la copia infeliz, la apariencia barata, de ese otro universo formal, silencioso e inmóvil.  Quienes se apuestan por el mundo material, de acuerdo al platonismo, viven atrapados por el engaño y el error.

Jesús entrega la vida por el mundo real.  Su buena nueva es el perdón de los pecados.  No es discípulo de Platón.  Mucha reflexión teológica se ha realizado a partir de la cosmovisión platónica, pero el evangelio es incompatible con ella.  Donde hay perfeccionismo, no hay perdón, ni esperanza.  Donde todo debe ser inmaculado, no existe la posibilidad de conversión. 

El dios del formalismo ideal no soporta irregularidad ni progreso paulatino.  En la república platónica, no hay misericordia, sino solamente castigo.  Una herejía importante nació de la resaca platonista: el dualismo.  Enseña a los elegidos que deben menospreciar la creación material y al prójimo, por su evidente imperfección.  

Cuando Jesús exhorta a ser perfecto como el Padre celestial, es importante notar que la perfección del Padre celestial consiste en su plena ecuanimidad con buenos y malos, su perfecta misericordia con justos e injustos, su absoluta tolerancia de la condición humana, en fin, su compromiso total con la esperanza y la reconciliación. 

Las pocas veces cuando el evangelio habla de la perfección, (teleios, en griego), se trata de una traducción equivocada.  No se refiere a la formalidad idealista de un universo alternativo (llamado cielo por los herejes).  Quiere decir, plenitud, madurez, realización total como hijo que crece y cada vez más se parece a su Padre que es bueno, generoso y misericordioso.

 Nathan Stone sj
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VI Dom T.O. A - El dominio y el Reino

Les aseguro que si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos, 
no entrarán en el Reino de los Cielos. 
Mateo 5:20

Desde el principio, cuando la voz del Señor dominó el caos para crear el universo, el ejercicio de la autoridad ha sido un tema complicado para los cristianos. Somos tentados por la prepotencia. Hemos entendido el gesto divino en claves de sometimiento, esclavitud y explotación, lo cual es una grave distorsión del proyecto vivificante y liberador original.

El sometimiento, lejos de ser un componente del mensaje cristiano, es la antítesis del evangelio. El ejercicio de señorío por parte de Jesús es paciente, manso y humilde de corazón. La Buena Noticia restaura la dignidad de la persona humana, creada a imagen y semejanza del Creador. El hombre no fue formado para vivir prisionero de normas arbitrarias, atropellado por la prepotencia y disminuido en lo que es su naturaleza fundamental.

Un niñito levantó la mano en la misa el domingo pasado porque quería acotar una observación propia a la homilía. Dijo que si la gente no se porta bien, Dios les va a castigar. Es lo que le han enseñado, una religión coactiva, impuesta por un Señor omnipotente que es esencialmente vengativo. Es la religión del Imperio Romano; la fe autoritaria del mundo actual. El cristiano afirma otra cosa. Si uno no se ha portado bien, Dios le va a perdonar. Esa es la Buena Noticia. La misericordia está disponible para todos. No es una religión de miedo, sino de amor.

El orden social depende, muchas veces, del temor. El estado interviene para castigar, con el fin de proteger a los indefensos. Por otro lado, para entender el evangelio, hay que superar el hábito mundano, la idea de que sólo hago el bien cuando, de lo contrario, habrá consecuencias negativas para mí. La fe de los cristianos ha de sobrepasar la prisión de los fariseos y los maestros de la ley. Si no, no entramos al Reino.

El gesto creador no es soberbio ni arrogante, sino suave, tierno y liberador. El Padre diseña un mundo armonioso, equilibrado y bello. Se llama Edén porque es abundantemente providente y generoso. La delicada artesanía de su mano rescata un semejante del barro primordial. Al que llena de su propia vida, también le encarga, a su imagen, el dominio: que reine sobre tierras y mares, sobre pájaros, plantas y peces de la misma manera que reina el Padre Creador. Dominar en su nombre significaba hacerse responsable de la belleza de la creación en cada detalle. Las repercusiones para la reflexión ecológica y social son enormes.

Todas las cosas creadas son un regalo para la humanidad. Ha de aprovechar los dones de la creación en la medida que conviene, sin excederse, para que toda la creación pueda continuar dando gloria a la ternura inagotable del Creador. Sentimos un llamado a relacionarnos con el planeta, y todas las personas que habitan en él, de una manera diferente.

El criterio más difundido en la actualidad es aprovecharse de todo para hacerse ricos, sin asumir las consecuencias en el largo plazo. Hemos entendido el dominio como un derecho a la expropiación por parte de quienes tengan el poder para hacerlo. Dios no castiga por eso, al menos, no directamente. Desgraciadamente, la ley humana, tampoco. Por eso, los prepotentes continúan con la idea de que todo está bien. Sin embargo, un mundo así no tiene futuro.
Los hijos de Dios no reciben su herencia para esclavizar, destruir y desfigurar. Quizás en eso consiste la desobediencia de Adán. Comer del árbol prohibido representa la soberbia de pensar que tiene un proyecto mejor que el misterio eternamente envolvente del universo. En eso consiste la caída, y estamos cosechando sus frutos.

De acuerdo a las observaciones científicas, hemos llevado la tierra al punto de no poder volver. Se acaban los recursos, la floresta se transforma en desierto y el Edén se convierte en vertedero para basura y desechos tóxicos. Se pronostican sequías, hambrunas y desplazamientos humanos a grande escala. Con todo, no hemos logrado dejar la ambición de dominar, la adicción al consumo desenfrenado; el afán de poseer todo lo que hay. La religión del sometimiento, autoridad y castigo nos ha traído al borde del abismo. Aun no descubrimos el amor originario.

La fidelidad a la ley del Señor significa internalizar su estilo, su paciente señorío que libera en vez de someter, que abre el paso a la vida en todo momento. El Reino de Dios no es una plataforma para personalidades tiránicas que viven para subyugar, oprimir y esclavizar. Tampoco es refugio para los resignados que necesitan sentirse sometidos.

El dominio de Cristo es una mano responsable y tierna que libera, acompaña y ayuda a crecer. Participemos de la sabiduría milenaria. Entremos en su misterio. Transformemos el modo de relacionarnos. Colaboremos en la salvación a esta madre tierra y todos sus habitantes, antes de que sea tarde.

Nathan Stone sj
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QUIERO LEER LA BIBLIA ¿POR DÓNDE EMPIEZO?


I

La Biblia es una serie de libros, divididos en dos grupos o partes: los del Antiguo Testamento (antes  de Cristo) y los del Nuevo Testamento (a partir de Cristo).  El contenido de la Biblia se puede resumir como la descripción o narración de una historia de salvación. Pero el término salvación no tiene un tinte moral sino espiritual. Es decir, es la sucesión de promesas y hechos  que se van realizando desde la creación del ser humano hasta la venida de Cristo a este mundo para ser humano como nosotros y  reconciliarnos con Dios. ¿Por qué esta reconciliación? Porque la experiencia de pecado que tiene el ser humano tiene, en la tradición bíblica, una razón de ser: el ser humano no se fio  de Dios y se reveló contra su voluntad, seducido por la tentación de ser “como dioses”.

El punto de partida de esa historia de salvación, que Dios ofrece  a la humanidad, es la promesa de que uno de nuestra raza humana –Jesús de Nazaret- será obediente a Dios y en consideración a su actitud de obediencia y comunión plena con Él, Dios nos reconciliará, nos perdonará, nos aceptará  de nuevo como sus hijos.

Para llegar a esto, Dios seleccionará a algunos personajes, a través de los cuales llevará a cabo esta historia. Entre ellos están: Noé, Abraham, Isaac y Jacob, el pueblo llamado judío o de Israel, formado por los descendientes de los patriarcas, Moisés, Josué, los jueces y los reyes, los profetas.

A este pueblo, que en un principio es un grupo de esclavos israelitas en Egipto, Dios le cumplirá la promesa de conducirlos a una tierra, que en un principio había dado a Abraham; allí se establecerán después de muchos años caminando por el desierto, años en los que Dios los va purificando para que le sean fieles, guiados por Moisés y Josué. Llegados  a la tierra de Canaán, Dios los irá adoctrinando –por medio de profetas- y guiando –por medio de jueces y reyes- para que puedan ser el pueblo en el que pueda nacer Jesús de Nazareth. Pasarán cientos  de años antes de que esto suceda.

II

Toda esta historia se va narrando a través diferentes libros, fruto de tradiciones religiosas, algunas de otros pueblos vecinos. Entre ellos están los libros del Pentateuco (cinco rollos): Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio; después los libros de los Jueces y de los Reyes; las Crónicas del tiempo de los reyes; luego están los profetas y los libros sapienciales, que son los libros de formación espiritual y moral del pueblo de Israel.

Tanto para el pueblo judío o hebreo como para los cristianos, estos libros están inspirados por Dios, aunque el concepto de inspiración es muy amplio y se refiere más al conjunto  de la historia de salvación, pues hay hechos, detalles de vida y enseñanzas, que no están de acuerdo con la enseñanza de Jesús en los evangelios, ni con nuestros  valores humanos y religiosos en la actualidad. Es por ello, que la imagen de Dios presentada por el Antiguo testamento se ha hecho extraña y lejana; es debido a que el ser humano de esos tiempos va proyectando y justificando en Dios sus propios criterios humanos y sociales.

En la diversidad de doctrinas y hechos de los libros del Antiguo Testamento hay que tener presente que se está describiendo la historia humana de un pueblo, con el que Dios hace una historia de salvación con todos los errores propios de los humanos; pero es admirable ver cómo Dios es paciente con ellos, echa mano de diferentes recursos y los invita una y otra vez a confiar en él, fiel a sus promesas. Por ello, es necesario prestar atención a tantos personajes ejemplares de esta historia, como lo recuerda el autor de la carta a los Hebreos (11, 4-40), y ver cómo a través de ellos se está preparando un “resto” (pequeño grupo) en el que Dios cumplirá finalmente sus promesas, algunos de los cuales aparecen mencionados en los evangelios. Además de María y José, Simeón, Ana, Isabel y Zacarías, Lázaro, Marta y María, José de Arimatea.

III

Así llegamos a los Evangelios, que nos narran fundamentalmente cómo la historia de salvación comienza a cumplirse desde que María accede a ser la madre del Mesías con las palabras “Hágase en mí según tu palabra; he aquí la esclava del Señor”. Esta actitud de María es la actitud de la humanidad regenerada en comunión con el plan y proyecto de Dios y el contrapunto y contraste con la actitud de Eva que se deja seducir, junto con Adán, por la oferta de ser “como dioses”. Jesús manifestará esta misma actitud cuando en las tentaciones del desierto responde: “No sólo de pan vive el hombre sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios”; “No tentarás al Señor tu Dios”; “A tu Dios adorarás y a él sólo servirás”. Más adelante dirá a los discípulos: “Mi alimento es hacer la voluntad de Dios” y al final de su vida, enfrentado con la pasión y muerte, orará al Padre: “Que se haga tu voluntad y no la mía”.


En los evangelios se ofrece algo de la vida de Jesús de Nazareth, sobre todo su ministerio durante unos tres años, centrado en obras y palabras, que anuncian  y hacen presente el reinado de Dios, que en los Hechos de los Apóstoles se resume en la frase: “Pasó por el mundo haciendo el bien”. Con estas actitudes de comunión con la voluntad de Dios, de servicio al prójimo, especialmente a los más necesitados y discriminados, de amor a todos, de disponibilidad hacia todos los que lo necesitan, de solidaridad con toda la humanidad, nos enseña el tipo de ser humano que Dios quiere ver en nosotros, para que pueda realizar en nosotros las maravillas de su amor y de su poder, como lo proclama la Virgen María en su cántico: “Mi alma glorifica al Señor” o el mismo Jesús al decir: “Gracias, Padre, porque has revelado tus misterios a los pobres y sencillos de corazón”.


En los evangelios hay diferencias importantes por el enfoque que cada evangelista le da a su escrito. Ante todo, están los llamados sinópticos (con una óptica), que narran los hechos y enseñanzas de Jesús con una dimensión catequética, aunque entre los tres hay diferencias importantes, ya que tienen visiones y experiencias diferentes: Mateo es uno de los doce, con una cultura profundamente judía, empeñado en hacer ver cómo se cumplen en Jesús las promesas de salvación hechas a sus antepasados; Marcos es un discípulo de Jesús, que convivió con Pedro y Pablo, y que describe el itinerario de quien quiera ser discípulo de Jesús; Lucas es un griego convertido al cristianismo, que pone de relieve en su evangelio la misericordia de Dios, como corazón de la historia de salvación. Y el evangelio de Juan tiene una óptica teológica (reflexión sobre los misterios de Dios), orientada a resaltar la divinidad de Jesús, y en el que Jesús es el protagonista, que actúa y habla en primera persona.

Si tenemos en cuenta que los evangelios se escriben unos 30 años después de Cristo, podemos entender mejor que los evangelistas no nos dicen siempre las palabras exactas que Jesús pronunció, ni en sus discursos ni en sus diálogos con la personas, de ahí las diferencias muy grandes entre unos y otros, tanto en el modo de narrar los hechos y enseñanzas de Jesús como en las omisiones de unos y en las aportaciones de otros.

Y la última parte de los libros de la Biblia la constituyen los Hechos de los Apóstoles (narración de los primeros años de la Iglesia en Jerusalén y el ministerio de Pablo),  las Cartas de los apóstoles, y el Apocalipsis (narración de la vida de la Iglesia perseguida en la segunda parte del siglo primero). Las cartas son una reflexión espiritual, con algunas directrices morales y proclamaciones teológicas, que completan la enseñanza de los evangelios desde la experiencia espiritual y ministerial de algunos de los apóstoles (Pedro, Pablo,  Juan, Santiago, Judas Tadeo).

Jesús Ma. Bezunartea

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V Dom T.O. A - Radiante luz sanadora

Que brille su luz; que vean sus buenas obras…  
Mateo 5:16

La cultura del espectáculo envuelve a los mortales en sus tentáculos.  La farándula levanta figuras extravagantemente producidas para que todos las vean.  Los focos las dejan sin sombras, como si las estrellas de la pantalla fueran fuentes de la luz que tanto hipnotiza a multitudes.  Rostros maquillados impresionan; cabellos resplandecientes encandilan; atuendos ostentosos ilusionan, pero nada de eso es real. 
Es un circo, todo artificio, sutileza y artimaña.  No obstante, seduce al ojo.  Es como si participáramos de su fingido esplendor.  Los ídolos siembran en la mirada un deseo de sentirse admirados, envidiados y aplaudidos; aunque sea sólo ensueño. 

La añoranza de aplausos y honores es contaminante para quienes quisieran seguir a Jesús.  El servicio del discípulo es humilde y anónimo.  El Reino es de pobres, afligidos y perseguidos.  El llamado a hacer brillar la luz no se entiende desde el criterio farandulero, sino desde la entrega total de quienes puedan regalar la vida, el cuerpo y el alma por la causa del evangelio.  Sus alegrías y sudores; sus penas y frustraciones; todo sirve para mostrar en carne propia cómo es el proyecto del Padre celestial. 
Hoy por hoy, la buena noticia está fondeada, oculta, escondida debajo un cajón.  Ha sido privatizada, un privilegio, sólo disponible para algunos.  Se dice que es cosa de cada uno, que es como decir, insignificante, sin consecuencia en el mundo real.  A veces, lo tratamos como un secreto, como una debilidad, como algo que nos diera vergüenza. 

Para que brille el evangelio delante la gente, no basta tan sólo una modificación de estrategia comunicacional.  Pactar con la el espectáculo tiene su precio.  Se precisa más que un ajuste de maquillaje, vestimenta e iluminación.  El Reino no se reduce a un discurso con estilo y conmovedor.  El evangelio es más que un librito de auto-ayuda. Cristo no se vende a los gustos y caprichos de los auspiciadores. 

Muchos creen que Jesús los llamó para transmitir miles de preceptos desarticulados con minuciosa exactitud.  La ortodoxia doctrinal, sin luz divina, transforma el discipulado en fría tarea magisterial y administrativa.  Sin ternura y misericordia, el catecismo es una sombra del Reino proclamado en el Monte.  
Jesús no mandó a condenar, sino a rescatar.  Su luz se percibe en las obras.  Llamó a los suyos para alimentar al hambriento y consolar al afligido.  La compasión concreta es sol, fuente y sentido de toda ortodoxia cristiana.

El resplandor de Cristo no es teórico ni farandulero, sino práctico.  Trasmite calor y afecto, curando heridas, perdonando pecados y suavizando asperezas.  No se ve en el retoque cosmético, ni se oye en el lenguaje elevado.  Se percibe en los brazos que se tensan para albergar al que vive sin techo.  No es un desglose de complejidades eruditas, sino mano abierta que comparte el pan con los necesitados.  Se mide más en los efectos concretos que en las apariencias publicitarias.

El fulgor luminoso de Jesús es radiante y sanador.  El discípulo auténtico desaparece en la gloria de Dios, y así, amanece su luz como una aurora. 

Nathan Stone sj
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Aviva

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IV Dom T.O. A - Con dignidad y en paz

Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz,
 como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación…
 Lucas 2:28

En vida, mi papá había expresado su deseo de morir con dignidad.  Lo consideraba su derecho.  Después, se enfermó de cáncer, y entró en el proceso terminal.  Cuando estaba en el umbral de la muerte, llegó al punto que ya no recibía alimentos. 

En ese momento, mi hermana, que era médico, hizo la siguiente reflexión: Convencí a la mamá que él no necesita comer, a menos que manifieste hambre.  Al moribundo, no le incomoda no comer.  Lo que más recuerdo de mi residencia es que las familias se trastornaban cuando sus enfermos dejaban de comer, pero la verdad es que así se muere en paz.

Mi papá ya estaba en un protocolo terminal.  No hubo mucha discusión sobre la posibilidad de administrarle alimentos forzosamente.  Murió en paz a la semana siguiente. 

Ahí aprendí que una parte natural del proceso de la muerte es dejar de comer.  Dios programó al ser humano para morir así.  Muchos moribundos no solamente rechazan la comida; pierden la habilidad para tragar.  Es un signo de que el Señor lo quiere llevar ya.  Sin embargo, muchos familiares y amigos viven esclavizados por su propio temor de la muerte, e insisten en la alimentación forzosa por sonda. 
La alimentación por sonda tiene su lugar como tratamiento en el caso de un enfermo del cual se espera la recuperación.  En el caso de los enfermos en la última fase de un proceso terminal, o aquellos que ya demuestran una cesación de actividad cerebral, solo sirve para prolongar la agonía.  Algunos se estabilizan en un estado vegetativo persistente por meses, o años.  Sufren mucho. 

El caso de Karen Ann Quinlan, muy publicitado en 1976, fue emblemático.  Karen, de 22 años, quedó inconsciente después de ingerir drogas y alcohol en una fiesta.  Dejó de respirar por más de quince minutos. Llegó la ambulancia, y le reanimaron, pero se estabilizó sólo con la ayuda de ventilación asistida y alimentación por sonda.  Entró en un estado vegetativo persistente. 

No tenía actividad cerebral significativa, y no mejoraba.  El equipo médico no podía retirar la ventilación mecánica porque la justicia del estado de New Jersey le amenazó con acusaciones de homicidio. Después de seis meses, (y mucha publicidad), les fue permitido retirar la ventilación mecánica, pero Karen no murió.  Alimentada a la fuerza por una sonda nasogástrica, agonizó por nueve años, muriendo finalmente en 1985 de complicaciones por una pulmonía, sin haber recuperado la consciencia ni por un momento

Respecto al caso, no faltó quienes presumían hablar en nombre de la doctrina católica insistiendo que era obligación moral utilizar todos los medios disponibles prolongar la vida de Karen.  Pero eso no es verdad.  Valorando la vida, porque toda vida viene de Dios, también, existe el derecho a morir en paz, con dignidad y sin temor.  El cristiano confía en la salvación de tal modo que no tiene por qué sentir miedo a la muerte.
La Iglesia aconseja no recurrir a medios extraordinarios para prologar la vida.  Ella no define en qué consiste un medio extraordinario, porque eso varía de un lugar a otro, de una época a otra, y de un caso a otro.  

Alimentación por sonda durante dos semanas en beneficio de un accidentado es una cosa.  La misma sonda cuando se deja instalado por diez años es completamente otra.  Se aplica la regla de oro: no hacer a los demás lo que no te gustaría que te hicieran. 

A pesar de todo, el común de los católicos cree que las penas del infierno esperan a los que no torturan a sus enfermos con tratamientos caros, dolorosos e innecesarios; los cuales, muchas veces, no ofrecen la más mínima esperanza de recuperación. 

Puede ser, también, un tema del sentimiento.  Es difícil soltar a los seres queridos cuando llega su hora de partir a la casa del Padre.  Muchos prolongan los medios artificiales porque están esperando un milagro.  Pero si Dios quiere hacer un milagro, no necesita una sonda nasogástrica para poderla realizar.  Estamos en sus manos, confiados en su infinita compasión.  Cuando asumimos eso, cuando asumimos que nuestro Dios es un Dios Salvador, la ansiedad por controlar la hora de la muerte se evapora.  Es Dios que decide. 
Mi hermana murió el año pasado.  Su salud se había deteriorado durante varios meses y no quería buscar ayuda médica por temor a que le practicaran tratamientos invasivos, extravagantes e inútiles.  Finalmente, se cayó, y quebró el brazo.  Recibió la atención de urgencia, y pidió volver a casa.  Pero los médicos querían practicarle algunos exámenes.  En eso, cayó en estado de coma y pasó la semana en la unidad de tratamiento intensivo.  Trataron de salvarle la vida, pero ya nada le funcionaba.  Le administraron alimentos por medio de una sonda nasogástrica. Eso le incomodó mucho. 

Cuando se vio que no había nada más que hacer, le traspasaron a un régimen de cuidados paliativos.  Respetando su deseo explícito, se le retiró la sonda alimenticia, junto con otros medicamentos varios.  Quedó solamente con hidratación intravenosa y un analgésico para el dolor.  El paramédico que le atendió, retirando sondas y agujas, realizó su labor con tanta delicadeza y cariño que me llamó la atención.  Cuando terminó, yo le agradecí, y ahí pusimos la santa unción a mi hermana.  Cuatro días después, los ángeles entregaron su alma ante el Altísimo.  Murió con dignidad y en paz. 

Nathan Stone sj

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