QUIERO LEER LA BIBLIA ¿POR DÓNDE EMPIEZO?
I
La Biblia es una serie de libros, divididos en dos grupos o
partes: los del Antiguo Testamento (antes de
Cristo) y los del Nuevo Testamento (a partir de Cristo). El contenido de la Biblia se puede
resumir como la descripción o narración de una historia de salvación. Pero el
término salvación no tiene un tinte moral sino espiritual. Es decir, es la
sucesión de promesas y hechos que
se van realizando desde la creación del ser humano hasta la venida de Cristo a
este mundo para ser humano como nosotros y reconciliarnos con Dios. ¿Por qué esta
reconciliación? Porque la experiencia de pecado que tiene el ser humano tiene,
en la tradición bíblica, una razón de ser: el ser humano no se fio de Dios y se reveló contra su
voluntad, seducido por la tentación de ser “como
dioses”.
El punto de partida de esa historia de salvación, que Dios
ofrece a la humanidad, es
la promesa de que uno de nuestra raza humana –Jesús de Nazaret- será obediente
a Dios y en consideración a su actitud de obediencia y comunión plena con Él,
Dios nos reconciliará, nos perdonará, nos aceptará de nuevo como sus hijos.
Para llegar a esto, Dios seleccionará a algunos personajes, a
través de los cuales llevará a cabo esta historia. Entre ellos están: Noé,
Abraham, Isaac y Jacob, el pueblo llamado judío o de Israel, formado por los
descendientes de los patriarcas, Moisés, Josué, los jueces y los reyes, los
profetas.
A este pueblo, que en un principio es un grupo de esclavos
israelitas en Egipto, Dios le cumplirá la promesa de conducirlos a una tierra,
que en un principio había dado a Abraham; allí se establecerán después de
muchos años caminando por el desierto, años en los que Dios los va purificando
para que le sean fieles, guiados por Moisés y Josué. Llegados a la tierra de Canaán, Dios los
irá adoctrinando –por medio de profetas- y guiando –por medio de jueces y
reyes- para que puedan ser el pueblo en el que pueda nacer Jesús de Nazareth.
Pasarán cientos de años
antes de que esto suceda.
II
Toda esta historia se va narrando a través diferentes libros,
fruto de tradiciones religiosas, algunas de otros pueblos vecinos. Entre ellos
están los libros del Pentateuco (cinco rollos): Génesis, Éxodo, Levítico,
Números y Deuteronomio; después los libros de los Jueces y de los Reyes; las
Crónicas del tiempo de los reyes; luego están los profetas y los libros
sapienciales, que son los libros de formación espiritual y moral del pueblo de
Israel.
Tanto para el pueblo judío o hebreo como para los cristianos,
estos libros están inspirados por Dios, aunque el concepto de inspiración es
muy amplio y se refiere más al conjunto de
la historia de salvación, pues hay hechos, detalles de vida y enseñanzas, que
no están de acuerdo con la enseñanza de Jesús en los evangelios, ni con
nuestros valores humanos y
religiosos en la actualidad. Es por ello, que la imagen de Dios presentada por
el Antiguo testamento se ha hecho extraña y lejana; es debido a que el ser
humano de esos tiempos va proyectando y justificando en Dios sus propios
criterios humanos y sociales.
En la diversidad de doctrinas y hechos de los libros del Antiguo
Testamento hay que tener presente que se está describiendo la historia humana
de un pueblo, con el que Dios hace una historia de salvación con todos los
errores propios de los humanos; pero es admirable ver cómo Dios es paciente con
ellos, echa mano de diferentes recursos y los invita una y otra vez a confiar
en él, fiel a sus promesas. Por ello, es necesario prestar atención a tantos
personajes ejemplares de esta historia, como lo recuerda el autor de la carta a
los Hebreos (11, 4-40), y ver cómo a través de ellos se está preparando un “resto” (pequeño
grupo) en el que Dios cumplirá finalmente sus promesas, algunos de los cuales
aparecen mencionados en los evangelios. Además de María y José, Simeón, Ana,
Isabel y Zacarías, Lázaro, Marta y María, José de Arimatea.
III
Así
llegamos a los Evangelios, que nos narran fundamentalmente cómo la historia de
salvación comienza a cumplirse desde que María accede a ser la madre del Mesías
con las palabras “Hágase
en mí según tu palabra; he aquí la esclava del Señor”. Esta actitud
de María es la actitud de la humanidad regenerada en comunión con el plan y
proyecto de Dios y el contrapunto y contraste con la actitud de Eva que se deja
seducir, junto con Adán, por la oferta de ser “como dioses”. Jesús manifestará esta
misma actitud cuando en las tentaciones del desierto responde: “No sólo de pan vive el hombre
sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios”; “No tentarás al Señor tu
Dios”; “A tu Dios adorarás y a él sólo servirás”. Más adelante dirá a los
discípulos: “Mi alimento es hacer la
voluntad de Dios” y al final de su vida, enfrentado con la pasión y
muerte, orará al Padre: “Que
se haga tu voluntad y no la mía”.
En
los evangelios se ofrece algo de la vida de Jesús de Nazareth, sobre todo su
ministerio durante unos tres años, centrado en obras y palabras, que anuncian y hacen presente el reinado de
Dios, que en los Hechos de los Apóstoles se resume en la frase: “Pasó por el mundo haciendo el
bien”. Con estas actitudes de comunión con la voluntad de Dios, de
servicio al prójimo, especialmente a los más necesitados y discriminados, de
amor a todos, de disponibilidad hacia todos los que lo necesitan, de
solidaridad con toda la humanidad, nos enseña el tipo de ser humano que Dios
quiere ver en nosotros, para que pueda realizar en nosotros las maravillas de
su amor y de su poder, como lo proclama la Virgen María en su cántico: “Mi alma glorifica al Señor”
o el mismo Jesús al decir: “Gracias,
Padre, porque has revelado tus misterios a los pobres y sencillos de corazón”.
En
los evangelios hay diferencias importantes por el enfoque que cada evangelista
le da a su escrito. Ante todo, están los llamados sinópticos (con una óptica), que narran
los hechos y enseñanzas de Jesús con una dimensión catequética, aunque entre
los tres hay diferencias importantes, ya que tienen visiones y experiencias
diferentes: Mateo es uno de los doce, con una cultura profundamente judía,
empeñado en hacer ver cómo se cumplen en Jesús las promesas de salvación hechas
a sus antepasados; Marcos es un discípulo de Jesús, que convivió con Pedro y
Pablo, y que describe el itinerario de quien quiera ser discípulo de Jesús;
Lucas es un griego convertido al cristianismo, que pone de relieve en su
evangelio la misericordia de Dios, como corazón de la historia de salvación. Y
el evangelio de Juan tiene una óptica teológica (reflexión sobre los misterios
de Dios), orientada a resaltar la divinidad de Jesús, y en el que Jesús es el
protagonista, que actúa y habla en primera persona.
Si
tenemos en cuenta que los evangelios se escriben unos 30 años después de
Cristo, podemos entender mejor que los evangelistas no nos dicen siempre las
palabras exactas que Jesús pronunció, ni en sus discursos ni en sus diálogos
con la personas, de ahí las diferencias muy grandes entre unos y otros, tanto en
el modo de narrar los hechos y enseñanzas de Jesús como en las omisiones de
unos y en las aportaciones de otros.
Y
la última parte de los libros de la Biblia la constituyen los Hechos de los
Apóstoles (narración de los primeros años de la Iglesia en Jerusalén y el
ministerio de Pablo), las
Cartas de los apóstoles, y el Apocalipsis (narración de la vida de la
Iglesia perseguida en la segunda parte del siglo primero). Las cartas son una
reflexión espiritual, con algunas directrices morales y proclamaciones
teológicas, que completan la enseñanza de los evangelios desde la experiencia
espiritual y ministerial de algunos de los apóstoles (Pedro, Pablo, Juan, Santiago, Judas Tadeo).
Jesús Ma. Bezunartea
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