IV Dom T.O. A - Con dignidad y en paz

Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz,
 como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación…
 Lucas 2:28

En vida, mi papá había expresado su deseo de morir con dignidad.  Lo consideraba su derecho.  Después, se enfermó de cáncer, y entró en el proceso terminal.  Cuando estaba en el umbral de la muerte, llegó al punto que ya no recibía alimentos. 

En ese momento, mi hermana, que era médico, hizo la siguiente reflexión: Convencí a la mamá que él no necesita comer, a menos que manifieste hambre.  Al moribundo, no le incomoda no comer.  Lo que más recuerdo de mi residencia es que las familias se trastornaban cuando sus enfermos dejaban de comer, pero la verdad es que así se muere en paz.

Mi papá ya estaba en un protocolo terminal.  No hubo mucha discusión sobre la posibilidad de administrarle alimentos forzosamente.  Murió en paz a la semana siguiente. 

Ahí aprendí que una parte natural del proceso de la muerte es dejar de comer.  Dios programó al ser humano para morir así.  Muchos moribundos no solamente rechazan la comida; pierden la habilidad para tragar.  Es un signo de que el Señor lo quiere llevar ya.  Sin embargo, muchos familiares y amigos viven esclavizados por su propio temor de la muerte, e insisten en la alimentación forzosa por sonda. 
La alimentación por sonda tiene su lugar como tratamiento en el caso de un enfermo del cual se espera la recuperación.  En el caso de los enfermos en la última fase de un proceso terminal, o aquellos que ya demuestran una cesación de actividad cerebral, solo sirve para prolongar la agonía.  Algunos se estabilizan en un estado vegetativo persistente por meses, o años.  Sufren mucho. 

El caso de Karen Ann Quinlan, muy publicitado en 1976, fue emblemático.  Karen, de 22 años, quedó inconsciente después de ingerir drogas y alcohol en una fiesta.  Dejó de respirar por más de quince minutos. Llegó la ambulancia, y le reanimaron, pero se estabilizó sólo con la ayuda de ventilación asistida y alimentación por sonda.  Entró en un estado vegetativo persistente. 

No tenía actividad cerebral significativa, y no mejoraba.  El equipo médico no podía retirar la ventilación mecánica porque la justicia del estado de New Jersey le amenazó con acusaciones de homicidio. Después de seis meses, (y mucha publicidad), les fue permitido retirar la ventilación mecánica, pero Karen no murió.  Alimentada a la fuerza por una sonda nasogástrica, agonizó por nueve años, muriendo finalmente en 1985 de complicaciones por una pulmonía, sin haber recuperado la consciencia ni por un momento

Respecto al caso, no faltó quienes presumían hablar en nombre de la doctrina católica insistiendo que era obligación moral utilizar todos los medios disponibles prolongar la vida de Karen.  Pero eso no es verdad.  Valorando la vida, porque toda vida viene de Dios, también, existe el derecho a morir en paz, con dignidad y sin temor.  El cristiano confía en la salvación de tal modo que no tiene por qué sentir miedo a la muerte.
La Iglesia aconseja no recurrir a medios extraordinarios para prologar la vida.  Ella no define en qué consiste un medio extraordinario, porque eso varía de un lugar a otro, de una época a otra, y de un caso a otro.  

Alimentación por sonda durante dos semanas en beneficio de un accidentado es una cosa.  La misma sonda cuando se deja instalado por diez años es completamente otra.  Se aplica la regla de oro: no hacer a los demás lo que no te gustaría que te hicieran. 

A pesar de todo, el común de los católicos cree que las penas del infierno esperan a los que no torturan a sus enfermos con tratamientos caros, dolorosos e innecesarios; los cuales, muchas veces, no ofrecen la más mínima esperanza de recuperación. 

Puede ser, también, un tema del sentimiento.  Es difícil soltar a los seres queridos cuando llega su hora de partir a la casa del Padre.  Muchos prolongan los medios artificiales porque están esperando un milagro.  Pero si Dios quiere hacer un milagro, no necesita una sonda nasogástrica para poderla realizar.  Estamos en sus manos, confiados en su infinita compasión.  Cuando asumimos eso, cuando asumimos que nuestro Dios es un Dios Salvador, la ansiedad por controlar la hora de la muerte se evapora.  Es Dios que decide. 
Mi hermana murió el año pasado.  Su salud se había deteriorado durante varios meses y no quería buscar ayuda médica por temor a que le practicaran tratamientos invasivos, extravagantes e inútiles.  Finalmente, se cayó, y quebró el brazo.  Recibió la atención de urgencia, y pidió volver a casa.  Pero los médicos querían practicarle algunos exámenes.  En eso, cayó en estado de coma y pasó la semana en la unidad de tratamiento intensivo.  Trataron de salvarle la vida, pero ya nada le funcionaba.  Le administraron alimentos por medio de una sonda nasogástrica. Eso le incomodó mucho. 

Cuando se vio que no había nada más que hacer, le traspasaron a un régimen de cuidados paliativos.  Respetando su deseo explícito, se le retiró la sonda alimenticia, junto con otros medicamentos varios.  Quedó solamente con hidratación intravenosa y un analgésico para el dolor.  El paramédico que le atendió, retirando sondas y agujas, realizó su labor con tanta delicadeza y cariño que me llamó la atención.  Cuando terminó, yo le agradecí, y ahí pusimos la santa unción a mi hermana.  Cuatro días después, los ángeles entregaron su alma ante el Altísimo.  Murió con dignidad y en paz. 

Nathan Stone sj

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