VI Dom T.O. A - El dominio y el Reino

Les aseguro que si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos, 
no entrarán en el Reino de los Cielos. 
Mateo 5:20

Desde el principio, cuando la voz del Señor dominó el caos para crear el universo, el ejercicio de la autoridad ha sido un tema complicado para los cristianos. Somos tentados por la prepotencia. Hemos entendido el gesto divino en claves de sometimiento, esclavitud y explotación, lo cual es una grave distorsión del proyecto vivificante y liberador original.

El sometimiento, lejos de ser un componente del mensaje cristiano, es la antítesis del evangelio. El ejercicio de señorío por parte de Jesús es paciente, manso y humilde de corazón. La Buena Noticia restaura la dignidad de la persona humana, creada a imagen y semejanza del Creador. El hombre no fue formado para vivir prisionero de normas arbitrarias, atropellado por la prepotencia y disminuido en lo que es su naturaleza fundamental.

Un niñito levantó la mano en la misa el domingo pasado porque quería acotar una observación propia a la homilía. Dijo que si la gente no se porta bien, Dios les va a castigar. Es lo que le han enseñado, una religión coactiva, impuesta por un Señor omnipotente que es esencialmente vengativo. Es la religión del Imperio Romano; la fe autoritaria del mundo actual. El cristiano afirma otra cosa. Si uno no se ha portado bien, Dios le va a perdonar. Esa es la Buena Noticia. La misericordia está disponible para todos. No es una religión de miedo, sino de amor.

El orden social depende, muchas veces, del temor. El estado interviene para castigar, con el fin de proteger a los indefensos. Por otro lado, para entender el evangelio, hay que superar el hábito mundano, la idea de que sólo hago el bien cuando, de lo contrario, habrá consecuencias negativas para mí. La fe de los cristianos ha de sobrepasar la prisión de los fariseos y los maestros de la ley. Si no, no entramos al Reino.

El gesto creador no es soberbio ni arrogante, sino suave, tierno y liberador. El Padre diseña un mundo armonioso, equilibrado y bello. Se llama Edén porque es abundantemente providente y generoso. La delicada artesanía de su mano rescata un semejante del barro primordial. Al que llena de su propia vida, también le encarga, a su imagen, el dominio: que reine sobre tierras y mares, sobre pájaros, plantas y peces de la misma manera que reina el Padre Creador. Dominar en su nombre significaba hacerse responsable de la belleza de la creación en cada detalle. Las repercusiones para la reflexión ecológica y social son enormes.

Todas las cosas creadas son un regalo para la humanidad. Ha de aprovechar los dones de la creación en la medida que conviene, sin excederse, para que toda la creación pueda continuar dando gloria a la ternura inagotable del Creador. Sentimos un llamado a relacionarnos con el planeta, y todas las personas que habitan en él, de una manera diferente.

El criterio más difundido en la actualidad es aprovecharse de todo para hacerse ricos, sin asumir las consecuencias en el largo plazo. Hemos entendido el dominio como un derecho a la expropiación por parte de quienes tengan el poder para hacerlo. Dios no castiga por eso, al menos, no directamente. Desgraciadamente, la ley humana, tampoco. Por eso, los prepotentes continúan con la idea de que todo está bien. Sin embargo, un mundo así no tiene futuro.
Los hijos de Dios no reciben su herencia para esclavizar, destruir y desfigurar. Quizás en eso consiste la desobediencia de Adán. Comer del árbol prohibido representa la soberbia de pensar que tiene un proyecto mejor que el misterio eternamente envolvente del universo. En eso consiste la caída, y estamos cosechando sus frutos.

De acuerdo a las observaciones científicas, hemos llevado la tierra al punto de no poder volver. Se acaban los recursos, la floresta se transforma en desierto y el Edén se convierte en vertedero para basura y desechos tóxicos. Se pronostican sequías, hambrunas y desplazamientos humanos a grande escala. Con todo, no hemos logrado dejar la ambición de dominar, la adicción al consumo desenfrenado; el afán de poseer todo lo que hay. La religión del sometimiento, autoridad y castigo nos ha traído al borde del abismo. Aun no descubrimos el amor originario.

La fidelidad a la ley del Señor significa internalizar su estilo, su paciente señorío que libera en vez de someter, que abre el paso a la vida en todo momento. El Reino de Dios no es una plataforma para personalidades tiránicas que viven para subyugar, oprimir y esclavizar. Tampoco es refugio para los resignados que necesitan sentirse sometidos.

El dominio de Cristo es una mano responsable y tierna que libera, acompaña y ayuda a crecer. Participemos de la sabiduría milenaria. Entremos en su misterio. Transformemos el modo de relacionarnos. Colaboremos en la salvación a esta madre tierra y todos sus habitantes, antes de que sea tarde.

Nathan Stone sj

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