0 com

XXVI Dom T.O. A - Prostitutas y cobradores de impuestos


Les aseguro que los publicanos y las prostitutas llegan antes que ustedes al Reino de Dios. 
Mt 21:31


En toda parroquia, movimiento y comunidad cristiana, existe una comitiva que se ha auto-designado la tarea de vigilar por la pureza, el orden y el respeto.  Son los dueños de las llaves.  Sólo ellos saben abrir y cerrar.  Son los primeros en llegar y los últimos en retirarse. Rezan de pie delante del altar, dando gloria a Dios con las manos levantadas.  Tienen su puesto fijo en la primera fila.  Muchos son ministros, catequistas y cantores.  Se ofrecen para todo y pasan todo el día en la iglesia.  Asumen toda responsabilidad.  Son imprescindibles para los quehaceres parroquiales, o al menos, dan esa impresión. Dicen que nadie más que puede.

Cualquiera diría que son los más santos, los pilares, los más devotos.  Se obsesionan con la puntualidad, la limpieza y el ayuno.  Se afligen por el procedimiento e insisten que todos vengan bien vestidos y con los zapatos bien lustrados.  Nada de tatuajes, aros y camisas apretadas.

Estos devotos tienen muchas cosas para consultar al padrecito.  Lo protegen de los cristianos comunes y corrientes.  Todas sus devociones son obligatorias, además, y sus obras de caridad son ostentosas.  En el mundo, las autoridades se cambian cada cierto tiempo, pero estos personajes ocupan cargos vitalicios.  Suelen mirar en menos a los nuevos, como si fueran trabajadores de última hora queriendo cobrar el mismo sueldo.  A esta comitiva, no le gusta que haya muchos jóvenes porque hablan fuerte, huelen a deporte y tienen malos pensamientos. 

Los santos y piadosos no quieren abrir un centro para alcohólicos y drogadictos en su parroquia.  Esa gente daría mala fama a la casa de Dios. Eso dicen.  Si tiene que haber un comedor para las personas en situación de calle, que sea en otro barrio, lejos del sagrario.  Que no se acerquen los pecadores a la Inmaculada, además,porque nada que ver.

Los inmigrantes hacen sus oraciones en otro idioma.  Por eso, tienen que rezar en otro lugar.  Así,dicen.  Tienen que arrepentirse de haber venido a este país sin permiso de las autoridades y deben volver a su lugar de origen lo antes posible.  A su Dios, no le gusta (según su parecer)cuando rezan danzando al son de tambores, vestidos de plumas y colores.  Esa gente, dicen, debería aprenderse los mandamientos, ponerse de rodillas y confesar.

La religión de la beata comitiva es de pecados y penitencias.  Los fuegos del infierno le dan sentido a la cosa.  Su Jesús está indignado por los errores del pueblo, y su Virgencita sólo aguanta a los perfectos.  Saben ayudar a los pobres, pero sólo a distancia, y sólo si se lo merecen, cosa que sólo ellos suelen saber.  La solidaridad es desagradable para ellos,pero sirve para acortar su eventual sentencia en el purgatorio.  La comitiva administradora de la gracia suele angustiarse sobre los castigos eternos.  Quisiera abrazarles, y decir que Dios, en verdad, les ama.

No pocas veces, los beatos autoritarios formulan los clichés sobre el cristianismo para el consumo público.  Los medios de comunicación suelen consultar a ellos sobre lo que enseña la Iglesia.  Por eso,el no creyente piensa que el catolicismo es mezquino, frío y tramposo; y no quiere nada con eso.  Si el Dios de los cristianos es malgenio, manipulativo y autoritario; si hay que aplacarle su ira con ritos irracionales;la humanidad en verdad puede prescindir de él.

El Reino que Jesús proclamó en nada se parece a la religión de la piadosa comitiva.  El Mesías salía con sus discípulos para buscar a los de lejos, para sanar a los heridos y crear un lugar para los perdidos.  El Reino de Dios es eso: amor sin condiciones, compasión sin límites y misericordia sin fin.  Jesús no propuso asistencialismo para los desastrados.  El Reino es la comunidad de los desastrados.  Por eso, Jesús se sentía más en casa con las prostitutas y los cobradores de impuestos que con los sacerdotes, ancianos y maestros de la ley. 

Espero no haber escandalizado a nadie. Mi intención no ha sido ofender. Por otro lado,espero haber incomodado a todos.  Estamos a tiempo para enmendar.  La compasión de Jesús se extiende incluso a la comitiva despreciadora que tiene a su Iglesia secuestrada.  Dios entiende su ansiedad.  Muchos están simplemente cumpliendo lo que otros ancianos y maestros de la ley les enseñaron a ellos.  Estamos a tiempo para descubrir los auténticos sentimientos que tuvo Cristo Jesús. Contemplemos el evangelio, para conocer a Cristo humilde, sencillo y compasivo; amigo de pecadores, prostitutas y cobradores de impuestos.  Cuando adoptemos esa compasión como la nuestra,la Iglesia se verá transformada.  Vamos aanunciar el Reino de Dios, por fin, en verdad. 

Nathan Stone, sj
0 com

Fiesta de la Santísima Trinidad A - El demonio

¡Señor, Señor! ¡Dios misericordioso y clemente; paciente, rico en bondad y fiel!
Éxodo 34:6


Un día, le dije a un amigo, la Iglesia es buena onda.  Me contestó, sólo a veces.  Era su percepción.  Me dejó pensando.  Debería ser siempre.  Si la comunidad de amor fraterno en Cristo es percibida como mala onda, la única explicación es que se coló el chamuco. 

De eso, estoy cada día más convencido.  El demonio tiene un largo y exitoso prontuario de infiltración en las filas de la Santa Madre, procurando disonancia diabólica en la comunidad que debería dar testimonio de la armonía trinitaria.  Los apóstoles fueron enviados para anunciar la buena onda de Dios misericordioso, clemente y fiel.  Muchas veces, no se nota.
El pueblo busca el demonio en las cosas exóticas. Aquí en el hospital regional, prohibieron la entrada de los pastores evangélicos en el área de psiquiatría.  Iban a puro hablar de Lucifer, y provocaban crisis en los pacientes.  Algunos pastores insisten que el demonio es la Iglesia Católica y, por eso, su objetivo en la vida es acabar con ella.  Creo que es más marketing que teología.  Por miedo, la gente coloca más dinero en la colecta. 

Entre católicos, el morbo desvía la religiosidad sincera a las manifestaciones truculentas de la imaginación popular.  La gente no quiere saber del amor incondicional de Dios, ni de la solidaridad con los necesitados.  Quiere saber de los vampiros y exorcismos.  Pero eso es espectáculo no más, para las películas de terror.  El proyecto de Dios en el mundo real se ve debilitado, no por exóticos seres sulfurosos, sino por la mala onda entre los fieles. 

Los enemigos de la fe retratan la Iglesia como un complot internacional milenario para acumular poder, enriquecerse y someter a la gente sencilla.  Desde el imperio romano, existen afuerinos que persiguen, calumnian y descalifican a los misioneros de la buena noticia.  Sin embargo, lo peor no viene de fuera.  Está instalado aquí mismo, como si estuviera en su casa. 
                Dios es compasivo, paciente y bondadoso; sin embargo, sus ministros son exigentes, impacientes y despreciativos.  Dios es sincero, humilde y confiable; pero sus apóstoles son ambiciosos, altaneros y traicioneros.  Dios es padre, hermano y amigo; no obstante, sus discípulos son autoritarios, moralizantes y elitistas.  Los fariseos perjudican la misión más que los ateos.  Los falsos profetas hacen más daño al Reino que los enemigos declarados. 

Burócratas mesiánicos imponen cargas pesadas.  Fabrican requisitos y exigencias que nunca existieron.  Están convencidos de que el mundo va de mal en peor, y sólo ellos están cumpliendo lo que Jesucristo quiso imponer al mundo. 

Para sorpresa de algunos, Jesús no impuso nada a nadie.  Jesús enseñó con paciencia y simpatía.  Jesús escuchó y comprendió.  Invitó al banquete.  Jesús sanó a los enfermos, alimentó a los hambrientos e incluyó a los excluidos.  Jesús no vino a condenar al mundo, sino a salvarlo. 

Hay falsos cristianos que retratan al Hijo del Dios como policía enviado para exigir orden, como sea.  Insisten que Jesús se encarnó para reprimir los impulsos, prohibir los pensamientos y apagar la música fuerte.  No hay indicios de eso en el evangelio.  El Maestro estaba mucho más preocupado por los avaros que dejaban a los pobres sin comer.  El perdón era fundamental en su proyecto; el orden y la perfección formal no aparecen.

Por su devoción, el discípulo sincero se vuelve auto-exigente.  Le urge el testimonio de la buena noticia.  Pero su radicalidad nace de su amor.  La devoción es libre; no se decreta por la fuerza.  Quien cumple obligado aparenta un fervor que es falso.  Eso no es cristianismo, sino fascismo.  La coacción no tiene lugar en un programa pastoral. 

Un joven se quiere casar con su novia en la única Iglesia que conoce desde pequeño.  Por su pobreza, trabaja.  Por su trabajo, no se ha confirmado.  Porque no se ha confirmado, le dicen que no puede casarse.  ¿Qué haría Cristo?  El Código de Derecho Canónico declara que los fieles tienen derecho a los sacramentos, y que cualquier acto administrativo que lesiona ese derecho queda nulo.  Pero los fieles no saben eso, y creen que Dios les ha excluido.  Después, no le dejan bautizar a su hijo, porque no es casado por la iglesia.  El demonio, gente, está instalado en la administración parroquial, con sonrisa y un puño de hierro. 

No faltan los que creen hacer un favor a Dios cuando persiguen a los sencillos con su programa moralizante, despreciativo y autoritario.  Pero existe la Iglesia buena onda.  Para defendernos del chamuco infiltrado, cada cristiano, ministro y apóstol podría plantearse la pregunta, si sus acciones salvan, o condenan; si sus palabras invitan, o juzgan; si sus actitudes son compasivas, o arrogantes.  Así, podemos recuperar el testimonio auténtico del Rostro Trinitario; del Dios clemente, paciente y fiel.

Nathan Stone sj
0 com

XLVIII JORNADA MUNDIAL DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES



MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
PARA LA XLVIII JORNADA MUNDIAL
DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES

Comunicación al servicio de una auténtica cultura del encuentro

[Domingo 1 de junio de 2014]



Queridos hermanos y hermanas:

Hoy vivimos en un mundo que se va haciendo cada vez más «pequeño»; por lo tanto, parece que debería ser más fácil estar cerca los unos de los otros. El desarrollo de los transportes y de las tecnologías de la comunicación nos acerca, conectándonos mejor, y la globalización nos hace interdependientes. Sin embargo, en la humanidad aún quedan divisiones, a veces muy marcadas. A nivel global vemos la escandalosa distancia entre el lujo de los más ricos y la miseria de los más pobres. A menudo basta caminar por una ciudad para ver el contraste entre la gente que vive en las aceras y la luz resplandeciente de las tiendas. Nos hemos acostumbrado tanto a ello que ya no nos llama la atención. El mundo sufre numerosas formas de exclusión, marginación y pobreza; así como de conflictos en los que se mezclan causas económicas, políticas, ideológicas y también, desgraciadamente, religiosas.

En este mundo, los medios de comunicación pueden ayudar a que nos sintamos más cercanos los unos de los otros, a que percibamos un renovado sentido de unidad de la familia humana que nos impulse a la solidaridad y al compromiso serio por una vida más digna para todos. Comunicar bien nos ayuda a conocernos mejor entre nosotros, a estar más unidos. Los muros que nos dividen solamente se pueden superar si estamos dispuestos a escuchar y a aprender los unos de los otros. Necesitamos resolver las diferencias mediante formas de diálogo que nos permitan crecer en la comprensión y el respeto. La cultura del encuentro requiere que estemos dispuestos no sólo a dar, sino también a recibir de los otros. Los medios de comunicación pueden ayudarnos en esta tarea, especialmente hoy, cuando las redes de la comunicación humana han alcanzado niveles de desarrollo inauditos. En particular, Internet puede ofrecer mayores posibilidades de encuentro y de solidaridad entre todos; y esto es algo bueno, es un don de Dios.

Sin embargo, también existen aspectos problemáticos: la velocidad con la que se suceden las informaciones supera nuestra capacidad de reflexión y de juicio, y no permite una expresión mesurada y correcta de uno mismo. La variedad de las opiniones expresadas puede ser percibida como una riqueza, pero también es posible encerrarse en una esfera hecha de informaciones que sólo correspondan a nuestras expectativas e ideas, o incluso a determinados intereses políticos y económicos. El mundo de la comunicación puede ayudarnos a crecer o, por el contrario, a desorientarnos. El deseo de conexión digital puede terminar por aislarnos de nuestro prójimo, de las personas que tenemos al lado. Sin olvidar que quienes no acceden a estos medios de comunicación social –por tantos motivos–, corren el riesgo de quedar excluidos.

Estos límites son reales, pero no justifican un rechazo de los medios de comunicación social; más bien nos recuerdan que la comunicación es, en definitiva, una conquista más humana que tecnológica. Entonces, ¿qué es lo que nos ayuda a crecer en humanidad y en comprensión recíproca en el mundo digital? Por ejemplo, tenemos que recuperar un cierto sentido de lentitud y de calma. Esto requiere tiempo y capacidad de guardar silencio para escuchar. Necesitamos ser pacientes si queremos entender a quien es distinto de nosotros: la persona se expresa con plenitud no cuando se ve simplemente tolerada, sino cuando percibe que es verdaderamente acogida. Si tenemos el genuino deseo de escuchar a los otros, entonces aprenderemos a mirar el mundo con ojos distintos y a apreciar la experiencia humana tal y como se manifiesta en las distintas culturas y tradiciones. Pero también sabremos apreciar mejor los grandes valores inspirados desde el cristianismo, por ejemplo, la visión del hombre como persona, el matrimonio y la familia, la distinción entre la esfera religiosa y la esfera política, los principios de solidaridad y subsidiaridad, entre otros.

Entonces, ¿cómo se puede poner la comunicación al servicio de una auténtica cultura del encuentro? Para nosotros, discípulos del Señor, ¿qué significa encontrar una persona según el Evangelio? ¿Es posible, aun a pesar de nuestros límites y pecados, estar verdaderamente cerca los unos de los otros? Estas preguntas se resumen en la que un escriba, es decir un comunicador, le dirigió un día a Jesús: «¿Quién es mi prójimo?» (Lc 10,29). La pregunta nos ayuda a entender la comunicación en términos de proximidad. Podríamos traducirla así: ¿cómo se manifiesta la «proximidad» en el uso de los medios de comunicación y en el nuevo ambiente creado por la tecnología digital? Descubro una respuesta en la parábola del buen samaritano, que es también una parábola del comunicador. En efecto, quien comunica se hace prójimo, cercano. El buen samaritano no sólo se acerca, sino que se hace cargo del hombre medio muerto que encuentra al borde del camino. Jesús invierte la perspectiva: no se trata de reconocer al otro como mi semejante, sino de ser capaz de hacerme semejante al otro. Comunicar significa, por tanto, tomar conciencia de que somos humanos, hijos de Dios. Me gusta definir este poder de la comunicación como «proximidad».

Cuando la comunicación tiene como objetivo preponderante inducir al consumo o a la manipulación de las personas, nos encontramos ante una agresión violenta como la que sufrió el hombre apaleado por los bandidos y abandonado al borde del camino, como leemos en la parábola. El levita y el sacerdote no ven en él a su prójimo, sino a un extraño de quien es mejor alejarse. En aquel tiempo, lo que les condicionaba eran las leyes de la purificación ritual. Hoy corremos el riesgo de que algunos medios nos condicionen hasta el punto de hacernos ignorar a nuestro prójimo real.

No basta pasar por las «calles» digitales, es decir simplemente estar conectados: es necesario que la conexión vaya acompañada de un verdadero encuentro. No podemos vivir solos, encerrados en nosotros mismos. Necesitamos amar y ser amados. Necesitamos ternura. Las estrategias comunicativas no garantizan la belleza, la bondad y la verdad de la comunicación. El mundo de los medios de comunicación no puede ser ajeno de la preocupación por la humanidad, sino que está llamado a expresar también ternura. La red digital puede ser un lugar rico en humanidad: no una red de cables, sino de personas humanas. La neutralidad de los medios de comunicación es aparente: sólo quien comunica poniéndose en juego a sí mismo puede representar un punto de referencia. El compromiso personal es la raíz misma de la fiabilidad de un comunicador. Precisamente por eso el testimonio cristiano, gracias a la red, puede alcanzar las periferias existenciales.

Lo repito a menudo: entre una Iglesia accidentada por salir a la calle y una Iglesia enferma de autoreferencialidad, prefiero sin duda la primera. Y las calles del mundo son el lugar donde la gente vive, donde es accesible efectiva y afectivamente. Entre estas calles también se encuentran las digitales, pobladas de humanidad, a menudo herida: hombres y mujeres que buscan una salvación o una esperanza. Gracias también a las redes, el mensaje cristiano puede viajar «hasta los confines de la tierra» (Hch. 1,8). Abrir las puertas de las iglesias significa abrirlas asimismo en el mundo digital, tanto para que la gente entre, en cualquier condición de vida en la que se encuentre, como para que el Evangelio pueda cruzar el umbral del templo y salir al encuentro de todos.

Estamos llamados a dar testimonio de una Iglesia que sea la casa de todos. ¿Somos capaces de comunicar este rostro de la Iglesia? La comunicación contribuye a dar forma a la vocación misionera de toda la Iglesia; y las redes sociales son hoy uno de los lugares donde vivir esta vocación redescubriendo la belleza de la fe, la belleza del encuentro con Cristo. También en el contexto de la comunicación sirve una Iglesia que logre llevar calor y encender los corazones.

No se ofrece un testimonio cristiano bombardeando mensajes religiosos, sino con la voluntad de donarse a los demás «a través de la disponibilidad para responder pacientemente y con respeto a sus preguntas y sus dudas en el camino de búsqueda de la verdad y del sentido de la existencia humana» (Benedicto XVI, Mensaje para la XLVII Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, 2013).

Pensemos en el episodio de los discípulos de Emaús. Es necesario saber entrar en diálogo con los hombres y las mujeres de hoy para entender sus expectativas, sus dudas, sus esperanzas, y poder ofrecerles el Evangelio, es decir Jesucristo, Dios hecho hombre, muerto y resucitado para liberarnos del pecado y de la muerte. Este desafío requiere profundidad, atención a la vida, sensibilidad espiritual. Dialogar significa estar convencidos de que el otro tiene algo bueno que decir, acoger su punto de vista, sus propuestas. Dialogar no significa renunciar a las propias ideas y tradiciones, sino a la pretensión de que sean únicas y absolutas.

Que la imagen del buen samaritano que venda las heridas del hombre apaleado, versando sobre ellas aceite y vino, nos sirva como guía. Que nuestra comunicación sea aceite perfumado para el dolor y vino bueno para la alegría. Que nuestra luminosidad no provenga de trucos o efectos especiales, sino de acercarnos, con amor y con ternura, a quien encontramos herido en el camino. No tengan miedo de hacerse ciudadanos del mundo digital. El interés y la presencia de la Iglesia en el mundo de la comunicación son importantes para dialogar con el hombre de hoy y llevarlo al encuentro con Cristo: una Iglesia que acompaña en el camino sabe ponerse en camino con todos. En este contexto, la revolución de los medios de comunicación y de la información constituye un desafío grande y apasionante que requiere energías renovadas y una imaginación nueva para transmitir a los demás la belleza de Dios.

Vaticano, 24 de enero de 2014, fiesta de san Francisco de Sales



FRANCISCO
0 com

Nace una aplicación que ayuda a superar la adicción al smartphone

0 com

Nunca te canses de pedir perdón... nunca te canses de perdonar

0 com

Kerygma Awards premia un corto sobre la incomunicación


0 com

Cuaresma Dom IV A - Contemplación


Lo que sé es que antes yo era ciego y ahora veo…  
Juan 9:25

La Iglesia existe para realizar la voluntad de Dios aquí en la tierra, para mostrar la compasión divina en beneficio de toda la humanidad.  Eso es el sentido de la oración diaria de todo cristiano: que venga tu Reino, que se haga tu voluntad.  Vale la pena plantearse la pregunta, ¿cómo se sabe la voluntad divina para poderla realizar?  Quien no la sabe, por desgracia, la inventa, mezclando ideas vagamente religiosas con intereses personales.  Eso no da buenos resultados. 

Un pastor auténtico no predica a sí mismo, sino a Cristo crucificado.  Un profeta verdadero no se jacta de su propio prestigio.  El sincero seguidor de Jesús no se gloría de su autoridad, sino de la sencillez de Cristo resucitado. 

Pastor que propone ideas propias como se fueran divinas peca de arrogancia.  Ahí comienza el culto de la personalidad, fenómeno que no se limita a figuras históricas de la política secular.  Es propio de ministros, predicadores y autoridades religiosas.  Sus caprichos se proclaman como “palabra de Dios”.  Son incuestionables, inflexibles y obligatorios. 

Si el profeta no se comunica con la fuente, su liderazgo no pasa de imposición autoritaria.  Su programa es violento, y sus seguidores pierden la esperanza de encontrarse con el Dios verdadero, bondadoso y salvador.  Se les desconfigura el rostro divino.  Se imaginan un Dios frio, cruel y burocrático; nada que ver con el Padre celestial. 

San Alberto Hurtado se orientaba en la vida haciéndose la pregunta, ¿qué haría Cristo en mi lugar?  Se imaginaba a Jesús vivo y presente.  Contemplaba las urgencias del mundo que le rodeaba, y vislumbraba la respuesta del Maestro, para seguir por el mismo camino.  San Alberto podía intuir el deseo del Señor porque contaba con el conocimiento íntimo, fruto de haber contemplado a Jesús en el evangelio. 

La contemplación es la clave.  Es la puerta abierta.  Ver, oír, sentir y gustar: convivir con Jesús a partir de la fuente para alcanzar un conocimiento íntimo de su estilo, sus motivaciones y sus prioridades.  Contemplando el evangelio, se cristifica el discípulo.  Así, logra ver el mundo por los ojos de Jesús, y amar como él amaba.

La experiencia mística no es una cosa exótica reservada para los enclaustrados de convento y monasterio.  Es el derecho y privilegio de todo cristiano.  Es la tradición milenaria de la Iglesia.  El discipulado se aprende en Galilea con Pedro, Santiago y Juan; en Betania con Marta y María. Cada convertido se hace amigo de Jesús.  Conoce su dinamismo, su criterio, su carisma. El contemplativo asume la identidad de Cristo y se ofrece para la misión.

Sin la contemplación, nos quedamos sin Jesús.  Así de simple.  Si la comunidad de fe no contempla el evangelio, queda como ciega, incapaz de intuir la voluntad divina; sustituyendo sus estructuras, rigideces y ansiedades por los proyectos solidarios del Señor.  

Sin el conocimiento íntimo de Jesús, la comunidad de enreda en su propio protocolo, burocracia y formalidad.  Queda prisionera de una religión legalista, prepotente y odiosa.  Los autoproclamados administradores de la gracia divina se vuelven fundamentalistas.  Imponen la letra que mata; el detalle sin contexto; la exigencia sin piedad ni amor.

Para incentivar el conocimiento íntimo de Jesús, la Iglesia ha tratado de promover la lectura orante.  El problema es que, en muchas comunidades, se reza como rutina formal sin contemplar.  Se ha transformado en otra novena más.  Se imita a los paganos con sus letanías interminables pues, creen que un bombardeo de palabras obliga al Altísimo a escucharlos. El pueblo la entendió como otro trámite protocolar para asegurar los favores de Dios. 

La oración del cristiano no es para hacerse oír.  Es para escuchar al Señor.  La liturgia no es para hacerse ver.  Es para mirar a Jesús.  La devoción no es para corromper a la Divina Providencia con pedidos especiales, sino para ofrecer la vida al servicio del Reino.  Por eso, es urgente recuperar la tradición mística en la Iglesia.  Hay que entrar en el silencio para oír la voz del Buen Pastor.  Hay que cerrar los ojos, como ciego para ver por primera vez. 

La religión autoritaria lee la Biblia para justificar sus presuposiciones. La fe de estricta observancia utiliza el evangelio para racionalizar los escrúpulos.  Secuestran al Cristo vivo y verdadero.  Lo llevan captivo al servicio de Babilonia.  Para contemplar, es imprescindible descartar las ideas preconcebidas, y volcarse con libertad al evangelio.  La institucionalidad eclesial ha de seguir a Cristo.  Frecuentemente, acontece todo lo contrario.

 En la Iglesia, todo el protocolo se debe configurar al estilo del evangelio.  Todo procedimiento se fundamenta en la obra de Cristo.  Toda catequesis se orienta al conocimiento de la persona del Salvador.  Cada palabra y cada gesto, cada proyecto y cada celebración; la Iglesia entera ha de anunciar al fundador, en toda su ternura y compasión. 

Para hacer eso, no queda otra.  Hay que conocerlo, contemplando.  Jesús vino para dar vista a los ciegos y libertad a los que viven en cautiverio. 
0 com

I DOMINGO DE CUARESMA

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio del primer domingo de Cuaresma presenta cada año el episodio de las tentaciones de Jesús, cuando el Espíritu Santo, que descendió sobre Él después del Bautismo en el Jordán, lo impulsó a afrontar abiertamente a Satanás en el desierto, durante cuarenta días, antes de iniciar su misión pública.

El tentador trata de apartar a Jesús del proyecto del Padre, o sea de la vía del sacrificio, del amor que ofrece a sí mismo en expiación, para hacerle tomar un camino fácil, de éxito y poder. El duelo entre Jesús y Satanás se produce a golpe de citas de la Sagrada Escritura. En efecto, el diablo para alejar a Jesús de la vía de la cruz, le presenta las falsas esperanzas mesiánicas: el bienestar económico, indicado por la posibilidad de transformar las piedras en pan; el estilo espectacular y milagrero, con la idea de arrojarse desde el punto más alto del templo de Jerusalén y hacerse salvar por los ángeles y, en fin, el atajo del poder y del dominio, a cambio de un acto de adoración a Satanás.

Son los tres grupos de tentaciones, también nosotros los conocemos bien.

Jesús rechaza decididamente todas estas tentaciones y reafirma la firme voluntad de seguir la vía establecida por el Padre, sin ningún compromiso con el pecado y con la lógica del mundo. Noten bien cómo responde Jesús: Él no dialoga con Satanás como había hecho Eva en el paraíso terrenal. Jesús sabe bien que con Satanás no se puede dialogar porque, ¡es tan astuto! Por eso Jesús en vez de dialogar, como hizo Eva, elige de refugiarse en la Palabra de Dios y responde con la fuerza de esta Palabra. Recordemos esto en el momento de las tentaciones, de nuestras tentaciones: ningún argumento con Satanás, sino siempre defendidos por la palabra de Dios, ¡y esto nos salvará! En sus respuestas a Satanás, el Señor nos recuerda ante todo que “no sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4, 4; Cfr. Dt 8, 3); y esto nos da fuerza, nos sostiene en la lucha contra la mentalidad mundana que abaja al hombre al nivel de las necesidades primarias, haciéndole perder el hambre de lo que es verdadero, bueno y bello, el hambre de Dios y de su amor.

Recuerda además que también está escrito: “No tentarás al Señor tu Dios” (v. 7), porque el camino de la fe pasa también a través de la oscuridad, la duda, y se nutre de paciencia y de espera perseverante. Recuerda, en fin, Jesús, que está escrito: “Al Señor tu Dios adorarás, y sólo a él darás culto” (v. 10); o sea, debemos deshacernos de los ídolos, de las cosas vanas, y construir nuestra vida sobre lo esencial.

Estas palabras de Jesús encuentran después una confirmación concreta en sus acciones. Su absoluta fidelidad al designio del amor del Padre lo conducirá, después de casi tres años, a la rendición final de cuentas con el “príncipe de este mundo” (Jn 16, 11), en la hora de la pasión y de la cruz, y allí Jesús traerá su victoria definitiva, ¡la victoria del amor!

Queridos hermanos, el tiempo de la Cuaresma es ocasión propicia para todos nosotros para realizar un camino de conversión, confrontándonos sinceramente con esta página del Evangelio. Renovemos las promesas de nuestro Bautismo: renunciemos a Satanás y a todas sus obras y seducciones, porque es un seductor él, ¿eh? Para caminar por los senderos de Dios y “llegar a la Pascua en la alegría del Espíritu” (Oración colecta del I Domingo de Cuaresma, Año A).

Papa Francisco
0 com

Cuaresma Dom I A - Tu cara de cuaresma

 Retírate, Satanás
Mateo 4:10

La reciente exhortación del Santo Padre, Evangelii Gaudium, constata una tentación vigente en la Iglesia de hoy: la tristeza, el pesimismo y el mal humor.  El Papa Francisco encuentra que los encargados de anunciar la Buena Noticia sobre la misericordia infinita de Dios suelen andar todo el día con una cara de funeral.  Han escogido la cuaresma eterna sin pascua, la muerte ineludible sin resurrección, el rigor inhumano sin alegría.  Eso no es el camino de Jesús.  Sus discípulos no son así.

San Pablo insiste que la gracia de la salvación es mucho mayor que el pecado, que el amor de Dios es su justicia, que fuimos liberados del pecado y de la muerte por la resurrección de Jesús.  Eso es motivo de un júbilo permanente que no es proselitista, sino profundamente, misteriosamente atrayente.  Si viviéramos en la alegría del evangelio, todos querrían compartirla.  Querrían comer de ese pan y beber de esa fuente. 

Cristo no proclamó esclavitud ni sometimiento.  Ofreció la vista a los ciegos, la libertad a los cautivos, el consuelo a los tristes.  Su proyecto es buena noticia a los pobres.  ¿Cómo llegamos a estar así amarrados en esta pastoral de exclusión, imposición y frialdad?  ¿Qué pasó para transformar el amor incondicional del Padre en una burocracia de condiciones para ser cumplidas bajo amenaza de fuego eterno?  ¿A quién se le ocurrió que la compasión universal del Señor es sólo para algunos? 

El Santo Padre observa que quienes deberían ser los facilitadores en el camino de la salvación se han creído los administradores de la gracia de Dios.  Los que deberían abrir las puertas de la casa del Padre se han dedicado a cerrar la frontera.  Quienes deberían sentirse los anfitriones en el banquete del Reino actúan como la aduana, cobrando multas y cerrando el paso a los pobres, los heridos y los alejados.   

En el siglo IV, San Jerónimo tradujo el evangelio del griego al latín para la Iglesia de occidente.  Ninguna traducción es exacta, y a veces, hay que tomar opciones.  Pero ya se notó una predisposición al rigor.  En el evangelio de Marcos, cuando Jesús dice, ¡Conviértanse, y crean en el evangelio!, Jerónimo puso, Arrepiéntanse,…  (Marcos 1:15).  No es que Jerónimo no supiera griego.  La Iglesia ya iba bien encaminada con su religión sufrida, autoritaria y penitencial.  No le cabía en la cabeza que la conversión podría ser motivo de alegría. 

Esta exhortación apostólica llama la atención.  Es novedosa.  Por primera vez en mucho tiempo, nos llega un llamado del Pastor de pastores pidiendo más misericordia que rigor.  Por primera vez, en vez de reclamar los errores del mundo no-creyente, el Vicario de Cristo señala los errores estratégicos, pastorales y espirituales en la Iglesia.  Exhorta a su pronta y urgente reparación.  Las comunidades se han encerrado sobre sí misma.  No pueden continuar así.  Los detalles secundarios pesan más que el mensaje central.  Eso tiene que cambiar. 

La iglesia suele repetir los mismos esquemas de épocas pasadas a pesar de los malos resultados.  Su programa está orientado la resignación, el temor y la muerte; sin abrir espacio a la juventud, los proyectos y la vida.  No tiene tiempo para los pobres, los alejados y los que más necesitan oír una palabra de consuelo.  Eso no va con el mensaje de Jesús.  Nuestra labor se ha vuelto autorreferente.  Nada tiene que ver con el Reino de alegría y amor. 

A pesar de todo, el evangelio continúa vigente, reclamando su verdad profunda.  La compasión divina no se apaga.  La solidaridad de Dios con el género humano se renueva constantemente.  Hay tiempo para convertirnos, para dejar atrás las tentaciones de resentimiento, impaciencia y ansiedad; para inaugurar, junto a Jesús una nueva etapa de evangelización.  Es hora de llevar la inmensa bondad de Dios a las periferias de nuestra sociedad.  Llegó el momento para comunicar el Reino a los más abatidos y pisoteados. 

Volvamos a la fuente para redescubrir el frescor original del evangelio.  Cultivemos la vida interior para redescubrir la presencia del Señor.  Practiquemos el ayuno que agrada al Señor, alimentando al hambriento y levantando al humillado. Sonriamos y perfumemos la cabeza para que el mundo vea la alegría de la vida nueva.  Salgamos a las fronteras, radiantes con la luz de Cristo, llenos de valentía para alcanzar al marginado en su necesidad.

Las cosas no pueden continuar como están.  El Papa lo dice así, Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la auto-preservación, (EG 27).

Soñemos con él.  Superemos, en este tiempo de santidad, nuestra permanente cara de cuaresma. Retomemos nuestra identidad evangelizadora.  Seamos la comunidad de la Buena Noticia.  Nuestro Dios es bueno.  Su amor es incondicional y universal.  Dejemos las costumbres excluyentes.  Volvamos a la misión que Cristo nos encomendó

Nathan Stone sj
0 com

VII Dom T.O. A - Perfectos como el Padre celestial

Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores; así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque él hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos… Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo.  
Mateo 5:44-46


Muchos creen que el cristianismo es la religión de la perfección, que las personas tienen la obligación ante Dios, con esfuerzo y sacrificio, de llegar a ser inmaculados y sin mancha al juicio final.  Para acceder a la recompensa en el más allá, y una cuota de buena suerte en el más acá, el pueblo suele creer que el Padre Celestial exige rectitud absoluta.  No hay margen de error.

Yo creo que el perfeccionismo es un contaminante en el pensamiento cristiano.  Es la sacralización del desprecio por los defectos del prójimo que los elegidos suelen sentir.  El mismo desprecio cae sobre sus propias cabezas.  No se trata de un elemento del evangelio, sino una obsesión patológica con el orden formal.  Ha de ser superada para entrar plenamente en el misterio de la bondad infinita de Dios.  Me explico.

En primer lugar, la perfección es un concepto absoluto que no admite ni grado, ni intensidad ni comparación.  Casi perfecto no existe.  Más perfecto, tampoco.  Lograr la perfección no tiene sentido.  Si alguien, alguna vez, cometiera un error, queda imperfecto de por vida. Por más que se esfuerce, no puede revertir el pasado.  Seguirá manchado, condenado a vivir eternamente con la imperfección de su historia real.  Si hubiera un dios que exigiera perfección a sus criaturas mortales, sería un dios irracional y cruel.  Estaría pidiendo algo imposible.

Segunda cosa, en la vida, se progresa.  Los músicos estudian para refinar su arte.  Los atletas entrenan para superarse.  Eso supone un estado inicial carente.  La belleza no nace del performance sin defecto, sino de la interacción entre las exigencias técnicas y el apasionado espíritu humano. Los logros deportivos son consecuencia de muchas caídas de las cuales el atleta se ha sabido levantar.  La belleza del evangelio nace cuando el Espírito Santo desciende sobre las aguas caóticas con todas sus turbulencias. La tierra fértil del Reino es el mundo real, donde se ama a los enemigos, donde se hace el bien a quienes nos odian.  

Tercer punto, la filosofía de Platón es la fuente perfeccionismo.  Platón repudia el mundo material porque es imposible hallar y mantener en él tal orden absoluto.  Teoriza sobre un universo ideal donde todo es inmutable y necesariamente perfecto. 
Este universo concreto donde nos toca vivir, con sus vaivenes, con su gente buena y mala, con sus conflictos y dudas, sería la copia infeliz, la apariencia barata, de ese otro universo formal, silencioso e inmóvil.  Quienes se apuestan por el mundo material, de acuerdo al platonismo, viven atrapados por el engaño y el error.

Jesús entrega la vida por el mundo real.  Su buena nueva es el perdón de los pecados.  No es discípulo de Platón.  Mucha reflexión teológica se ha realizado a partir de la cosmovisión platónica, pero el evangelio es incompatible con ella.  Donde hay perfeccionismo, no hay perdón, ni esperanza.  Donde todo debe ser inmaculado, no existe la posibilidad de conversión. 

El dios del formalismo ideal no soporta irregularidad ni progreso paulatino.  En la república platónica, no hay misericordia, sino solamente castigo.  Una herejía importante nació de la resaca platonista: el dualismo.  Enseña a los elegidos que deben menospreciar la creación material y al prójimo, por su evidente imperfección.  

Cuando Jesús exhorta a ser perfecto como el Padre celestial, es importante notar que la perfección del Padre celestial consiste en su plena ecuanimidad con buenos y malos, su perfecta misericordia con justos e injustos, su absoluta tolerancia de la condición humana, en fin, su compromiso total con la esperanza y la reconciliación. 

Las pocas veces cuando el evangelio habla de la perfección, (teleios, en griego), se trata de una traducción equivocada.  No se refiere a la formalidad idealista de un universo alternativo (llamado cielo por los herejes).  Quiere decir, plenitud, madurez, realización total como hijo que crece y cada vez más se parece a su Padre que es bueno, generoso y misericordioso.

 Nathan Stone sj
0 com

VI Dom T.O. A - El dominio y el Reino

Les aseguro que si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos, 
no entrarán en el Reino de los Cielos. 
Mateo 5:20

Desde el principio, cuando la voz del Señor dominó el caos para crear el universo, el ejercicio de la autoridad ha sido un tema complicado para los cristianos. Somos tentados por la prepotencia. Hemos entendido el gesto divino en claves de sometimiento, esclavitud y explotación, lo cual es una grave distorsión del proyecto vivificante y liberador original.

El sometimiento, lejos de ser un componente del mensaje cristiano, es la antítesis del evangelio. El ejercicio de señorío por parte de Jesús es paciente, manso y humilde de corazón. La Buena Noticia restaura la dignidad de la persona humana, creada a imagen y semejanza del Creador. El hombre no fue formado para vivir prisionero de normas arbitrarias, atropellado por la prepotencia y disminuido en lo que es su naturaleza fundamental.

Un niñito levantó la mano en la misa el domingo pasado porque quería acotar una observación propia a la homilía. Dijo que si la gente no se porta bien, Dios les va a castigar. Es lo que le han enseñado, una religión coactiva, impuesta por un Señor omnipotente que es esencialmente vengativo. Es la religión del Imperio Romano; la fe autoritaria del mundo actual. El cristiano afirma otra cosa. Si uno no se ha portado bien, Dios le va a perdonar. Esa es la Buena Noticia. La misericordia está disponible para todos. No es una religión de miedo, sino de amor.

El orden social depende, muchas veces, del temor. El estado interviene para castigar, con el fin de proteger a los indefensos. Por otro lado, para entender el evangelio, hay que superar el hábito mundano, la idea de que sólo hago el bien cuando, de lo contrario, habrá consecuencias negativas para mí. La fe de los cristianos ha de sobrepasar la prisión de los fariseos y los maestros de la ley. Si no, no entramos al Reino.

El gesto creador no es soberbio ni arrogante, sino suave, tierno y liberador. El Padre diseña un mundo armonioso, equilibrado y bello. Se llama Edén porque es abundantemente providente y generoso. La delicada artesanía de su mano rescata un semejante del barro primordial. Al que llena de su propia vida, también le encarga, a su imagen, el dominio: que reine sobre tierras y mares, sobre pájaros, plantas y peces de la misma manera que reina el Padre Creador. Dominar en su nombre significaba hacerse responsable de la belleza de la creación en cada detalle. Las repercusiones para la reflexión ecológica y social son enormes.

Todas las cosas creadas son un regalo para la humanidad. Ha de aprovechar los dones de la creación en la medida que conviene, sin excederse, para que toda la creación pueda continuar dando gloria a la ternura inagotable del Creador. Sentimos un llamado a relacionarnos con el planeta, y todas las personas que habitan en él, de una manera diferente.

El criterio más difundido en la actualidad es aprovecharse de todo para hacerse ricos, sin asumir las consecuencias en el largo plazo. Hemos entendido el dominio como un derecho a la expropiación por parte de quienes tengan el poder para hacerlo. Dios no castiga por eso, al menos, no directamente. Desgraciadamente, la ley humana, tampoco. Por eso, los prepotentes continúan con la idea de que todo está bien. Sin embargo, un mundo así no tiene futuro.
Los hijos de Dios no reciben su herencia para esclavizar, destruir y desfigurar. Quizás en eso consiste la desobediencia de Adán. Comer del árbol prohibido representa la soberbia de pensar que tiene un proyecto mejor que el misterio eternamente envolvente del universo. En eso consiste la caída, y estamos cosechando sus frutos.

De acuerdo a las observaciones científicas, hemos llevado la tierra al punto de no poder volver. Se acaban los recursos, la floresta se transforma en desierto y el Edén se convierte en vertedero para basura y desechos tóxicos. Se pronostican sequías, hambrunas y desplazamientos humanos a grande escala. Con todo, no hemos logrado dejar la ambición de dominar, la adicción al consumo desenfrenado; el afán de poseer todo lo que hay. La religión del sometimiento, autoridad y castigo nos ha traído al borde del abismo. Aun no descubrimos el amor originario.

La fidelidad a la ley del Señor significa internalizar su estilo, su paciente señorío que libera en vez de someter, que abre el paso a la vida en todo momento. El Reino de Dios no es una plataforma para personalidades tiránicas que viven para subyugar, oprimir y esclavizar. Tampoco es refugio para los resignados que necesitan sentirse sometidos.

El dominio de Cristo es una mano responsable y tierna que libera, acompaña y ayuda a crecer. Participemos de la sabiduría milenaria. Entremos en su misterio. Transformemos el modo de relacionarnos. Colaboremos en la salvación a esta madre tierra y todos sus habitantes, antes de que sea tarde.

Nathan Stone sj
0 com

QUIERO LEER LA BIBLIA ¿POR DÓNDE EMPIEZO?


I

La Biblia es una serie de libros, divididos en dos grupos o partes: los del Antiguo Testamento (antes  de Cristo) y los del Nuevo Testamento (a partir de Cristo).  El contenido de la Biblia se puede resumir como la descripción o narración de una historia de salvación. Pero el término salvación no tiene un tinte moral sino espiritual. Es decir, es la sucesión de promesas y hechos  que se van realizando desde la creación del ser humano hasta la venida de Cristo a este mundo para ser humano como nosotros y  reconciliarnos con Dios. ¿Por qué esta reconciliación? Porque la experiencia de pecado que tiene el ser humano tiene, en la tradición bíblica, una razón de ser: el ser humano no se fio  de Dios y se reveló contra su voluntad, seducido por la tentación de ser “como dioses”.

El punto de partida de esa historia de salvación, que Dios ofrece  a la humanidad, es la promesa de que uno de nuestra raza humana –Jesús de Nazaret- será obediente a Dios y en consideración a su actitud de obediencia y comunión plena con Él, Dios nos reconciliará, nos perdonará, nos aceptará  de nuevo como sus hijos.

Para llegar a esto, Dios seleccionará a algunos personajes, a través de los cuales llevará a cabo esta historia. Entre ellos están: Noé, Abraham, Isaac y Jacob, el pueblo llamado judío o de Israel, formado por los descendientes de los patriarcas, Moisés, Josué, los jueces y los reyes, los profetas.

A este pueblo, que en un principio es un grupo de esclavos israelitas en Egipto, Dios le cumplirá la promesa de conducirlos a una tierra, que en un principio había dado a Abraham; allí se establecerán después de muchos años caminando por el desierto, años en los que Dios los va purificando para que le sean fieles, guiados por Moisés y Josué. Llegados  a la tierra de Canaán, Dios los irá adoctrinando –por medio de profetas- y guiando –por medio de jueces y reyes- para que puedan ser el pueblo en el que pueda nacer Jesús de Nazareth. Pasarán cientos  de años antes de que esto suceda.

II

Toda esta historia se va narrando a través diferentes libros, fruto de tradiciones religiosas, algunas de otros pueblos vecinos. Entre ellos están los libros del Pentateuco (cinco rollos): Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio; después los libros de los Jueces y de los Reyes; las Crónicas del tiempo de los reyes; luego están los profetas y los libros sapienciales, que son los libros de formación espiritual y moral del pueblo de Israel.

Tanto para el pueblo judío o hebreo como para los cristianos, estos libros están inspirados por Dios, aunque el concepto de inspiración es muy amplio y se refiere más al conjunto  de la historia de salvación, pues hay hechos, detalles de vida y enseñanzas, que no están de acuerdo con la enseñanza de Jesús en los evangelios, ni con nuestros  valores humanos y religiosos en la actualidad. Es por ello, que la imagen de Dios presentada por el Antiguo testamento se ha hecho extraña y lejana; es debido a que el ser humano de esos tiempos va proyectando y justificando en Dios sus propios criterios humanos y sociales.

En la diversidad de doctrinas y hechos de los libros del Antiguo Testamento hay que tener presente que se está describiendo la historia humana de un pueblo, con el que Dios hace una historia de salvación con todos los errores propios de los humanos; pero es admirable ver cómo Dios es paciente con ellos, echa mano de diferentes recursos y los invita una y otra vez a confiar en él, fiel a sus promesas. Por ello, es necesario prestar atención a tantos personajes ejemplares de esta historia, como lo recuerda el autor de la carta a los Hebreos (11, 4-40), y ver cómo a través de ellos se está preparando un “resto” (pequeño grupo) en el que Dios cumplirá finalmente sus promesas, algunos de los cuales aparecen mencionados en los evangelios. Además de María y José, Simeón, Ana, Isabel y Zacarías, Lázaro, Marta y María, José de Arimatea.

III

Así llegamos a los Evangelios, que nos narran fundamentalmente cómo la historia de salvación comienza a cumplirse desde que María accede a ser la madre del Mesías con las palabras “Hágase en mí según tu palabra; he aquí la esclava del Señor”. Esta actitud de María es la actitud de la humanidad regenerada en comunión con el plan y proyecto de Dios y el contrapunto y contraste con la actitud de Eva que se deja seducir, junto con Adán, por la oferta de ser “como dioses”. Jesús manifestará esta misma actitud cuando en las tentaciones del desierto responde: “No sólo de pan vive el hombre sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios”; “No tentarás al Señor tu Dios”; “A tu Dios adorarás y a él sólo servirás”. Más adelante dirá a los discípulos: “Mi alimento es hacer la voluntad de Dios” y al final de su vida, enfrentado con la pasión y muerte, orará al Padre: “Que se haga tu voluntad y no la mía”.


En los evangelios se ofrece algo de la vida de Jesús de Nazareth, sobre todo su ministerio durante unos tres años, centrado en obras y palabras, que anuncian  y hacen presente el reinado de Dios, que en los Hechos de los Apóstoles se resume en la frase: “Pasó por el mundo haciendo el bien”. Con estas actitudes de comunión con la voluntad de Dios, de servicio al prójimo, especialmente a los más necesitados y discriminados, de amor a todos, de disponibilidad hacia todos los que lo necesitan, de solidaridad con toda la humanidad, nos enseña el tipo de ser humano que Dios quiere ver en nosotros, para que pueda realizar en nosotros las maravillas de su amor y de su poder, como lo proclama la Virgen María en su cántico: “Mi alma glorifica al Señor” o el mismo Jesús al decir: “Gracias, Padre, porque has revelado tus misterios a los pobres y sencillos de corazón”.


En los evangelios hay diferencias importantes por el enfoque que cada evangelista le da a su escrito. Ante todo, están los llamados sinópticos (con una óptica), que narran los hechos y enseñanzas de Jesús con una dimensión catequética, aunque entre los tres hay diferencias importantes, ya que tienen visiones y experiencias diferentes: Mateo es uno de los doce, con una cultura profundamente judía, empeñado en hacer ver cómo se cumplen en Jesús las promesas de salvación hechas a sus antepasados; Marcos es un discípulo de Jesús, que convivió con Pedro y Pablo, y que describe el itinerario de quien quiera ser discípulo de Jesús; Lucas es un griego convertido al cristianismo, que pone de relieve en su evangelio la misericordia de Dios, como corazón de la historia de salvación. Y el evangelio de Juan tiene una óptica teológica (reflexión sobre los misterios de Dios), orientada a resaltar la divinidad de Jesús, y en el que Jesús es el protagonista, que actúa y habla en primera persona.

Si tenemos en cuenta que los evangelios se escriben unos 30 años después de Cristo, podemos entender mejor que los evangelistas no nos dicen siempre las palabras exactas que Jesús pronunció, ni en sus discursos ni en sus diálogos con la personas, de ahí las diferencias muy grandes entre unos y otros, tanto en el modo de narrar los hechos y enseñanzas de Jesús como en las omisiones de unos y en las aportaciones de otros.

Y la última parte de los libros de la Biblia la constituyen los Hechos de los Apóstoles (narración de los primeros años de la Iglesia en Jerusalén y el ministerio de Pablo),  las Cartas de los apóstoles, y el Apocalipsis (narración de la vida de la Iglesia perseguida en la segunda parte del siglo primero). Las cartas son una reflexión espiritual, con algunas directrices morales y proclamaciones teológicas, que completan la enseñanza de los evangelios desde la experiencia espiritual y ministerial de algunos de los apóstoles (Pedro, Pablo,  Juan, Santiago, Judas Tadeo).

Jesús Ma. Bezunartea

0 com

V Dom T.O. A - Radiante luz sanadora

Que brille su luz; que vean sus buenas obras…  
Mateo 5:16

La cultura del espectáculo envuelve a los mortales en sus tentáculos.  La farándula levanta figuras extravagantemente producidas para que todos las vean.  Los focos las dejan sin sombras, como si las estrellas de la pantalla fueran fuentes de la luz que tanto hipnotiza a multitudes.  Rostros maquillados impresionan; cabellos resplandecientes encandilan; atuendos ostentosos ilusionan, pero nada de eso es real. 
Es un circo, todo artificio, sutileza y artimaña.  No obstante, seduce al ojo.  Es como si participáramos de su fingido esplendor.  Los ídolos siembran en la mirada un deseo de sentirse admirados, envidiados y aplaudidos; aunque sea sólo ensueño. 

La añoranza de aplausos y honores es contaminante para quienes quisieran seguir a Jesús.  El servicio del discípulo es humilde y anónimo.  El Reino es de pobres, afligidos y perseguidos.  El llamado a hacer brillar la luz no se entiende desde el criterio farandulero, sino desde la entrega total de quienes puedan regalar la vida, el cuerpo y el alma por la causa del evangelio.  Sus alegrías y sudores; sus penas y frustraciones; todo sirve para mostrar en carne propia cómo es el proyecto del Padre celestial. 
Hoy por hoy, la buena noticia está fondeada, oculta, escondida debajo un cajón.  Ha sido privatizada, un privilegio, sólo disponible para algunos.  Se dice que es cosa de cada uno, que es como decir, insignificante, sin consecuencia en el mundo real.  A veces, lo tratamos como un secreto, como una debilidad, como algo que nos diera vergüenza. 

Para que brille el evangelio delante la gente, no basta tan sólo una modificación de estrategia comunicacional.  Pactar con la el espectáculo tiene su precio.  Se precisa más que un ajuste de maquillaje, vestimenta e iluminación.  El Reino no se reduce a un discurso con estilo y conmovedor.  El evangelio es más que un librito de auto-ayuda. Cristo no se vende a los gustos y caprichos de los auspiciadores. 

Muchos creen que Jesús los llamó para transmitir miles de preceptos desarticulados con minuciosa exactitud.  La ortodoxia doctrinal, sin luz divina, transforma el discipulado en fría tarea magisterial y administrativa.  Sin ternura y misericordia, el catecismo es una sombra del Reino proclamado en el Monte.  
Jesús no mandó a condenar, sino a rescatar.  Su luz se percibe en las obras.  Llamó a los suyos para alimentar al hambriento y consolar al afligido.  La compasión concreta es sol, fuente y sentido de toda ortodoxia cristiana.

El resplandor de Cristo no es teórico ni farandulero, sino práctico.  Trasmite calor y afecto, curando heridas, perdonando pecados y suavizando asperezas.  No se ve en el retoque cosmético, ni se oye en el lenguaje elevado.  Se percibe en los brazos que se tensan para albergar al que vive sin techo.  No es un desglose de complejidades eruditas, sino mano abierta que comparte el pan con los necesitados.  Se mide más en los efectos concretos que en las apariencias publicitarias.

El fulgor luminoso de Jesús es radiante y sanador.  El discípulo auténtico desaparece en la gloria de Dios, y así, amanece su luz como una aurora. 

Nathan Stone sj
0 com

Aviva

0 com

IV Dom T.O. A - Con dignidad y en paz

Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz,
 como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación…
 Lucas 2:28

En vida, mi papá había expresado su deseo de morir con dignidad.  Lo consideraba su derecho.  Después, se enfermó de cáncer, y entró en el proceso terminal.  Cuando estaba en el umbral de la muerte, llegó al punto que ya no recibía alimentos. 

En ese momento, mi hermana, que era médico, hizo la siguiente reflexión: Convencí a la mamá que él no necesita comer, a menos que manifieste hambre.  Al moribundo, no le incomoda no comer.  Lo que más recuerdo de mi residencia es que las familias se trastornaban cuando sus enfermos dejaban de comer, pero la verdad es que así se muere en paz.

Mi papá ya estaba en un protocolo terminal.  No hubo mucha discusión sobre la posibilidad de administrarle alimentos forzosamente.  Murió en paz a la semana siguiente. 

Ahí aprendí que una parte natural del proceso de la muerte es dejar de comer.  Dios programó al ser humano para morir así.  Muchos moribundos no solamente rechazan la comida; pierden la habilidad para tragar.  Es un signo de que el Señor lo quiere llevar ya.  Sin embargo, muchos familiares y amigos viven esclavizados por su propio temor de la muerte, e insisten en la alimentación forzosa por sonda. 
La alimentación por sonda tiene su lugar como tratamiento en el caso de un enfermo del cual se espera la recuperación.  En el caso de los enfermos en la última fase de un proceso terminal, o aquellos que ya demuestran una cesación de actividad cerebral, solo sirve para prolongar la agonía.  Algunos se estabilizan en un estado vegetativo persistente por meses, o años.  Sufren mucho. 

El caso de Karen Ann Quinlan, muy publicitado en 1976, fue emblemático.  Karen, de 22 años, quedó inconsciente después de ingerir drogas y alcohol en una fiesta.  Dejó de respirar por más de quince minutos. Llegó la ambulancia, y le reanimaron, pero se estabilizó sólo con la ayuda de ventilación asistida y alimentación por sonda.  Entró en un estado vegetativo persistente. 

No tenía actividad cerebral significativa, y no mejoraba.  El equipo médico no podía retirar la ventilación mecánica porque la justicia del estado de New Jersey le amenazó con acusaciones de homicidio. Después de seis meses, (y mucha publicidad), les fue permitido retirar la ventilación mecánica, pero Karen no murió.  Alimentada a la fuerza por una sonda nasogástrica, agonizó por nueve años, muriendo finalmente en 1985 de complicaciones por una pulmonía, sin haber recuperado la consciencia ni por un momento

Respecto al caso, no faltó quienes presumían hablar en nombre de la doctrina católica insistiendo que era obligación moral utilizar todos los medios disponibles prolongar la vida de Karen.  Pero eso no es verdad.  Valorando la vida, porque toda vida viene de Dios, también, existe el derecho a morir en paz, con dignidad y sin temor.  El cristiano confía en la salvación de tal modo que no tiene por qué sentir miedo a la muerte.
La Iglesia aconseja no recurrir a medios extraordinarios para prologar la vida.  Ella no define en qué consiste un medio extraordinario, porque eso varía de un lugar a otro, de una época a otra, y de un caso a otro.  

Alimentación por sonda durante dos semanas en beneficio de un accidentado es una cosa.  La misma sonda cuando se deja instalado por diez años es completamente otra.  Se aplica la regla de oro: no hacer a los demás lo que no te gustaría que te hicieran. 

A pesar de todo, el común de los católicos cree que las penas del infierno esperan a los que no torturan a sus enfermos con tratamientos caros, dolorosos e innecesarios; los cuales, muchas veces, no ofrecen la más mínima esperanza de recuperación. 

Puede ser, también, un tema del sentimiento.  Es difícil soltar a los seres queridos cuando llega su hora de partir a la casa del Padre.  Muchos prolongan los medios artificiales porque están esperando un milagro.  Pero si Dios quiere hacer un milagro, no necesita una sonda nasogástrica para poderla realizar.  Estamos en sus manos, confiados en su infinita compasión.  Cuando asumimos eso, cuando asumimos que nuestro Dios es un Dios Salvador, la ansiedad por controlar la hora de la muerte se evapora.  Es Dios que decide. 
Mi hermana murió el año pasado.  Su salud se había deteriorado durante varios meses y no quería buscar ayuda médica por temor a que le practicaran tratamientos invasivos, extravagantes e inútiles.  Finalmente, se cayó, y quebró el brazo.  Recibió la atención de urgencia, y pidió volver a casa.  Pero los médicos querían practicarle algunos exámenes.  En eso, cayó en estado de coma y pasó la semana en la unidad de tratamiento intensivo.  Trataron de salvarle la vida, pero ya nada le funcionaba.  Le administraron alimentos por medio de una sonda nasogástrica. Eso le incomodó mucho. 

Cuando se vio que no había nada más que hacer, le traspasaron a un régimen de cuidados paliativos.  Respetando su deseo explícito, se le retiró la sonda alimenticia, junto con otros medicamentos varios.  Quedó solamente con hidratación intravenosa y un analgésico para el dolor.  El paramédico que le atendió, retirando sondas y agujas, realizó su labor con tanta delicadeza y cariño que me llamó la atención.  Cuando terminó, yo le agradecí, y ahí pusimos la santa unción a mi hermana.  Cuatro días después, los ángeles entregaron su alma ante el Altísimo.  Murió con dignidad y en paz. 

Nathan Stone sj
0 com

III Dom T.O. A - El mundo es ancho y ajeno

Mientras caminaba a orillas del mar de Galilea, Jesús vio a dos hermanos: a Simón, llamado Pedro, y a su hermano Andrés, que echaban las redes al mar porque eran pescadores. Entonces les dijo: "Síganme, y yo los haré pescadores de hombres".  
Mateo 4:18-20

Cuando eran pescadores no más, Simón y Andrés quizás nunca se imaginaban que hubiera algo más importante, más trascendente, más urgente que la pesca del día siguiente.  Ejercían un oficio digno y necesario, que llevaba toda su atención, su energía y su habilidad.  Sin embargo, lo suyo, en ese momento, no era todo lo que había.  El Señor los invitó, no solamente a mirar más allá, sino a mirar al mundo desde más allá.  El llamado cambió su punto de vista.

¿A cuántos nos pasa lo mismo?  Claro que es importante atender los pormenores de la vida cotidiana con humildad y ternura.  Toda la creación, hasta el detalle más ínfimo, pertenece al Señor.  Sin embargo, el afán del momento enceguece.  Hay otros detalles.  El discipulado de Cristo consiste en algo más que buenas intenciones.  La misión es en serio.  Los resultados importan.

Uno se apasiona por su barca, sus redes y su pesca, pero la humanidad entera reclama la atención urgente de personas honradas y competentes.   Algunos años atrás, recién enviado a dedicarme a la misión en Amazonía, me penaba el título de la novela de Ciro Alegría: El mundo es ancho y ajeno.[1]  Me identificaba.  Yo sentía como niño perdido en ese bosque enorme.  No obstante, la misión es mucho más que un sentimiento pasajero.

La novela, un clásico del repertorio latinoamericano, relata la historia de Rumi, una comunidad indígena despedazada por presiones políticas y económicas.  Cada integrante acaba desterrado en algún lugar diferente, extraño, sin su gente, realizando labores denigrantes para poder comer.  El autor da a entender el drama del exilio citando a Shakespeare.   Después de un duelo mortal con un miembro de la familia rival, el joven Romeo contempla su sentencia de destierro con absoluta desesperación.  El Fraile le trata de consolar, diciendo, Paciencia, pues, el mundo es ancho y ajeno.[2]  Que el Señor nos conceda esa paciencia. 

Los pueblos amazónicos comparten muchas historias de exilio.  Al indio, le robaron su tierra.  Los ancestros de los afro-brasileiros llegaron encadenados.  Juntos con los bisnietos de traficantes, aventureros y fugitivos europeos, hoy forman un pueblo mestizo y diverso.  Su mundo es ancho, ajeno, lento y profundo, como el mismo Río que aquí fluye por la selva, y por las venas del pueblo, misteriosamente dando vida en abundancia.  Como un resto del Edén, la floresta produce su fruto, y así, hace siglos, alimenta a una multitud anónima. 

Por la densidad de su vegetación, se estima que la Amazonía es responsable de una parte importante de la oxigenación del planeta.  Es un tema candente.  Se ha concentrado mucha contaminación en la única atmósfera que tenemos para legar a los hijos de nuestros hijos.  El mundo respira aún gracias al Río.
Pero no todo es gracia.  La nueva economía globalizada, con su criterio único de rentabilidad en el corto plazo, ha comenzado a extender sus tentáculos sobre la región.  La agricultura industrial, la minería clandestina y la voracidad insaciable por el petróleo prometen acabar con el pulmón del planeta, que es también el hogar de muchos hijos de Dios.  Las tierras ancestrales de pueblos enteros serán molidas en la máquina para satisfacer un antojo momentáneo del monstruo consumista global.

¿Qué pueden hacer los discípulos de Cristo?  ¿Cómo encaran al monstruo?  Fuerza y paciencia.  La Iglesia acompaña el dolor y denuncia la injusticia.  A veces, realizamos proyectos solidarios.  Otras veces, como María y el discípulo amado a los pies de la cruz, no hay nada que hacer.  El testimonio de su presencia es salvadora, porque los testigos de Cristo son siempre testigos de resurrección.  Esa es la esencia del evangelio, y el sentido de la misión.   

Los discípulos de Jesús entregan la vida con la esperanza de efectuar, en el largo plazo, cambios enormes.  El Reino de Dios es otra manera de ver el mundo.  La mirada del Reino transforma lo ancho y ajeno en cercano, compasivo y solidario. 

Los comuneros de Rumi fueron repartidos por la sierra y sufrieron mucho.  Llevaron consigo la semilla, la añoranza profunda de la comunidad fraterna que perdieron.  Esa añoranza es la condición de posibilidad futura; es el fundamento de la resurrección.  Muere el pescador para que resucite el discípulo.  Muere el comunero para que nazca el Reino de Dios.  En la temporalidad amazónica, la esperanza no se acaba.  La solidaridad comienza cuando la gente adopta el criterio del Reino de Dios. 

Nathan Stone sj

 [1] Perú, 1941.
[2] Hencge from Verona art thou banished: Be patient, for the world is broad and wide.
Wm Shakespeare, Romeo and Juliet (1591), Act III, Scene 3
0 com

48ª JORNADA MUNDIAL DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES

La comunicación al servicio de una auténtica cultura del encuentro
1 de junio 2014 - Mensaje del Santo Padre

Queridos hermanos y hermanas:
Hoy vivimos en un mundo que se va haciendo cada vez más «pequeño»; por lo tanto, parece que debería ser más fácil estar cerca los unos de los otros. El desarrollo de los transportes y de las tecnologías de la comunicación nos acerca, conectándonos mejor, y la globalización nos hace interdependientes. Sin embargo, en la humanidad aún quedan divisiones, a veces muy marcadas. A nivel global vemos la escandalosa distancia entre el lujo de los más ricos y la miseria de los más pobres. A menudo basta caminar por una ciudad para ver el contraste entre la gente que vive en las aceras y la luz resplandeciente de las tiendas. Nos hemos acostumbrado tanto a ello que ya no nos llama la atención. El mundo sufre numerosas formas de exclusión, marginación y pobreza; así como de conflictos en los que se mezclan causas económicas, políticas, ideológicas y también, desgraciadamente, religiosas.

En este mundo, los medios de comunicación pueden ayudar a que nos sintamos más cercanos los unos de los otros, a que percibamos un renovado sentido de unidad de la familia humana que nos impulse a la solidaridad y al compromiso serio por una vida más digna para todos. Comunicar bien nos ayuda a conocernos mejor entre nosotros, a estar más unidos. Los muros que nos dividen solamente se pueden superar si estamos dispuestos a escuchar y a aprender los unos de los otros. Necesitamos resolver las diferencias mediante formas de diálogo que nos permitan crecer en la comprensión y el respeto. La cultura del encuentro requiere que estemos dispuestos no sólo a dar, sino también a recibir de los otros. Los medios de comunicación pueden ayudarnos en esta tarea, especialmente hoy, cuando las redes de la comunicación humana han alcanzado niveles de desarrollo inauditos. En particular, Internet puede ofrecer mayores posibilidades de encuentro y de solidaridad entre todos; y esto es algo bueno, es un don de Dios.

Sin embargo, también existen aspectos problemáticos: la velocidad con la que se suceden las informaciones supera nuestra capacidad de reflexión y de juicio, y no permite una expresión mesurada y correcta de uno mismo. La variedad de las opiniones expresadas puede ser percibida como una riqueza, pero también es posible encerrarse en una esfera hecha de informaciones que sólo correspondan a nuestras expectativas e ideas, o incluso a determinados intereses políticos y económicos. El mundo de la comunicación puede ayudarnos a crecer o, por el contrario, a desorientarnos. El deseo de conexión digital puede terminar por aislarnos de nuestro prójimo, de las personas que tenemos al lado. Sin olvidar que quienes no acceden a estos medios de comunicación social –por tantos motivos-, corren el riesgo de quedar excluidos.

Estos límites son reales, pero no justifican un rechazo de los medios de comunicación social; más bien nos recuerdan que la comunicación es, en definitiva, una conquista más humana que tecnológica. Entonces, ¿qué es lo que nos ayuda a crecer en humanidad y en comprensión recíproca en el mundo digital? Por ejemplo, tenemos que recuperar un cierto sentido de lentitud y de calma. Esto requiere tiempo y capacidad de guardar silencio para escuchar. Necesitamos ser pacientes si queremos entender a quien es distinto de nosotros: la persona se expresa con plenitud no cuando se ve simplemente tolerada, sino cuando percibe que es verdaderamente acogida. Si tenemos el genuino deseo de escuchar a los otros, entonces aprenderemos a mirar el mundo con ojos distintos y a apreciar la experiencia humana tal y como se manifiesta en las distintas culturas y tradiciones. Pero también sabremos apreciar mejor los grandes valores inspirados desde el cristianismo, por ejemplo, la visión del hombre como persona, el matrimonio y la familia, la distinción entre la esfera religiosa y la esfera política, los principios de solidaridad y subsidiaridad, entre otros.

Entonces, ¿cómo se puede poner la comunicación al servicio de una auténtica cultura del encuentro? Para nosotros, discípulos del Señor, ¿qué significa encontrar una persona según el Evangelio? ¿Es posible, aun a pesar de nuestros límites y pecados, estar verdaderamente cerca los unos de los otros? Estas preguntas se resumen en la que un escriba, es decir un comunicador, le dirigió un día a Jesús: «¿Quién es mi prójimo?» (Lc. 10,29). La pregunta nos ayuda a entender la comunicación en términos de proximidad. Podríamos traducirla así: ¿cómo se manifiesta la «proximidad» en el uso de los medios de comunicación y en el nuevo ambiente creado por la tecnología digital? Descubro una respuesta en la parábola del buen samaritano, que es también una parábola del comunicador. En efecto, quien comunica se hace prójimo, cercano. El buen samaritano no sólo se acerca, sino que se hace cargo del hombre medio muerto que encuentra al borde del camino. Jesús invierte la perspectiva: no se trata de reconocer al otro como mi semejante, sino de ser capaz de hacerme semejante al otro. Comunicar significa, por tanto, tomar conciencia de que somos humanos, hijos de Dios. Me gusta definir este poder de la comunicación como «proximidad».

Cuando la comunicación tiene como objetivo preponderante inducir al consumo o a la manipulación de las personas, nos encontramos ante una agresión violenta como la que sufrió el hombre apaleado por los bandidos y abandonado al borde del camino, como leemos en la parábola. El levita y el sacerdote no ven en él a su prójimo, sino a un extraño de quien es mejor alejarse. En aquel tiempo, lo que les condicionaba eran las leyes de la purificación ritual. Hoy corremos el riesgo de que algunos medios nos condicionen hasta el punto de hacernos ignorar a nuestro prójimo real.

No basta pasar por las «calles» digitales, es decir simplemente estar conectados: es necesario que la conexión vaya acompañada de un verdadero encuentro. No podemos vivir solos, encerrados en nosotros mismos. Necesitamos amar y ser amados. Necesitamos ternura. Las estrategias comunicativas no garantizan la belleza, la bondad y la verdad de la comunicación. El mundo de los medios de comunicación no puede ser ajeno de la preocupación por la humanidad, sino que está llamado a expresar también ternura. La red digital puede ser un lugar rico en humanidad: no una red de cables, sino de personas humanas. La neutralidad de los medios de comunicación es aparente: sólo quien comunica poniéndose en juego a sí mismo puede representar un punto de referencia. El compromiso personal es la raíz misma de la fiabilidad de un comunicador. Precisamente por eso el testimonio cristiano, gracias a la red, puede alcanzar las periferias existenciales.

Lo repito a menudo: entre una Iglesia accidentada por salir a la calle y una Iglesia enferma de autoreferencialidad, prefiero sin duda la primera. Y las calles del mundo son el lugar donde la gente vive, donde es accesible efectiva y afectivamente. Entre estas calles también se encuentran las digitales, pobladas de humanidad, a menudo herida: hombres y mujeres que buscan una salvación o una esperanza. Gracias también a las redes, el mensaje cristiano puede viajar «hasta los confines de la tierra» (Hch. 1,8). Abrir las puertas de las iglesias significa abrirlas asimismo en el mundo digital, tanto para que la gente entre, en cualquier condición de vida en la que se encuentre, como para que el Evangelio pueda cruzar el umbral del templo y salir al encuentro de todos.

Estamos llamados a dar testimonio de una Iglesia que sea la casa de todos. ¿Somos capaces de comunicar este rostro de la Iglesia? La comunicación contribuye a dar forma a la vocación misionera de toda la Iglesia; y las redes sociales son hoy uno de los lugares donde vivir esta vocación redescubriendo la belleza de la fe, la belleza del encuentro con Cristo. También en el contexto de la comunicación sirve una Iglesia que logre llevar calor y encender los corazones.

No se ofrece un testimonio cristiano bombardeando mensajes religiosos, sino con la voluntad de donarse a los demás «a través de la disponibilidad para responder pacientemente y con respeto a sus preguntas y sus dudas en el camino de búsqueda de la verdad y del sentido de la existencia humana» (Benedicto XVI, Mensaje para la XLVII Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, 2013).

Pensemos en el episodio de los discípulos de Emaús. Es necesario saber entrar en diálogo con los hombres y las mujeres de hoy para entender sus expectativas, sus dudas, sus esperanzas, y poder ofrecerles el Evangelio, es decir Jesucristo, Dios hecho hombre, muerto y resucitado para liberarnos del pecado y de la muerte. Este desafío requiere profundidad, atención a la vida, sensibilidad espiritual. Dialogar significa estar convencidos de que el otro tiene algo bueno que decir, acoger su punto de vista, sus propuestas. Dialogar no significa renunciar a las propias ideas y tradiciones, sino a la pretensión de que sean únicas y absolutas.

Que la imagen del buen samaritano que venda las heridas del hombre apaleado, versando sobre ellas aceite y vino, nos sirva como guía. Que nuestra comunicación sea aceite perfumado para el dolor y vino bueno para la alegría. Que nuestra luminosidad no provenga de trucos o efectos especiales, sino de acercarnos, con amor y con ternura, a quien encontramos herido en el camino. No tengan miedo de hacerse ciudadanos del mundo digital. El interés y la presencia de la Iglesia en el mundo de la comunicación son importantes para dialogar con el hombre de hoy y llevarlo al encuentro con Cristo: una Iglesia que acompaña en el camino sabe ponerse en camino con todos. En este contexto, la revolución de los medios de comunicación y de la información constituye un desafío grande y apasionante que requiere energías renovadas y una imaginación nueva para transmitir a los demás la belleza de Dios.

Vaticano, 24 de enero de 2014, memoria de san Francisco de Sales

Formulario de contacto

Nombre

Correo electrónico *

Mensaje *