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Confiar la Iglesia al Señor



Se puede custodiar la Iglesia, se puede cuidar la Iglesia, ¿no? Debemos hacerlo con nuestro trabajo, pero lo más importante es aquello que hace el Señor: es el Único que puede enrostrar al maligno y vencerlo. Viene el príncipe del mundo, no puede hacerme nada: si queremos que el príncipe de este mundo no se apodere de la Iglesia, debemos confiarla al Único que puede vencer al príncipe de este mundo. He aquí la pregunta: rezamos por la Iglesia, pero ¿por toda la Iglesia? ¿Por nuestros hermanos en todas partes del mundo que no conocemos? Es la Iglesia del Señor y nosotros en nuestra oración decimos al Señor: Señor, mira a tu Iglesia… Es tuya. Tu Iglesia son nuestros hermanos. Esta es una oración que debemos hacer con el corazón, cada vez más .

Confiar la Iglesia al Señor es una oración que hace crecer la Iglesia. Y es también un acto de fe. Nosotros no podemos nada, nosotros - todos- somos pobres servidores de la Iglesia: pero es Él quien puede llevarla adelante, custodiarla y hacerla crecer, hacerla santa, defenderla, defenderla del príncipe de este mundo y de aquello en lo que éste quiere que se convierta la Iglesia, o sea en cada vez más y más mundana. ¡Este es el mayor peligro! Cuando la Iglesia se vuelve mundana, cuando tiene dentro de sí el espíritu del mundo, cuando tiene aquella paz que no es aquella del Señor - aquella paz de Jesús cuando dice 'Les dejo la paz, les doy mi paz', no como la da el mundo- cuando tiene aquella paz mundana, la Iglesia es una Iglesia débil, una Iglesia que será vencida e incapaz de llevar el Evangelio, el mensaje de la Cruz, el escándalo de la Cruz… No puede llevarlo adelante si es mundana.

Papa Francisco
30/04/2013
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La historia de un ladrillo.



Siempre creí que no era importante, que no haría nunca algo que valiera la pena, algo para lo cual pudiera decir: “siento que soy útil”, pero hace algunos años... en realidad no importa cuántos exactamente; alguien se fijo en mi y creyó que era importante y que podía ayudarlo a conseguir su propósito más aun no sabía yo cual era pero ya me parecía interesante, me sentí importante para alguien por primera vez y cuando él me tomo en sus manos y me llevo con él  me dije: “ es ahora cuando empieza  lo mejor de  mi vida pues alguien se ha fijado en mi” y eso me parecía suficiente en ese momento más sin embargo me dejo por un momento cerca del escombro y creí  que me abandonaría, sentí nuevamente que nada valía, que era un inútil pero después escuche una voz que decía: Después será útil y estará en un lugar que todos quisieran  tener pero ahora es necesario dejarlo ahí donde nadie lo note, donde sólo tú y yo sepamos donde encontrarlo, ahí estará hasta que sea escogido para ser parte de algo mejor que esta barda que ahora construimos.

Y así fue, paso largo tiempo para que se fijarán nuevamente en mí y ya me sentía viejo, sucio y feo, pero un día escuche nuevamente esa voz que ya conocía y dijo:  ya es tiempo de llevarte a donde pasarás el resto de tu vida, a un lugar donde todos fijarán la vista, te pondré con otros como tú  y que ahora serán muy importantes. Y así  ha sido, desde entonces hasta hoy formo parte del altar en una capilla y como él dijo ahora somos uno solo en el cual está cada día la persona más importante del mundo, la que me dio la vida y me ha formado, aquella que me escogió para ser lo que soy ahora.

Ahora comprendo porque soy tan importante para él.

Ery López
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V Dom Pascua C - SECULARIZACIÓN


Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros. 
Ámense unos a otros como yo los he amado. 
 En esto reconocerán todos que son mis discípulos. 
 Juan 13:34-35 

Junto con reconocer la legítima autonomía de las ciencias seculares, cada una operando en su área en bien de la humanidad,[1] la Santa Madre, por otro lado, reclama por la secularización en el mundo. El mayor peligro no es la secularización del mundo, sino de la Iglesia. Sin el misterio del amor como su causa y su sentido, la comunidad de los fieles no es más que una fría administración burocrática preocupada de sí misma; del poder, la autoridad y la ambición.

En los siglos XVII y XIX, los científicos se pusieron sensibles ante la intervención indebida de las autoridades en los procesos de estudio, hipótesis y experimento. El método científico requiere libertad para aceptar las conclusiones. En cambio, el método medieval, no solo en la Iglesia sino en el mundo entero, priorizaba deferencia ante la autoridad. Ante la suma de dos más dos, había que preguntarse, ¿cuánto quiere el jefe que sea? La verdad, en sí, era considerada secundaria, y la conveniencia reinaba suprema. 

Para sobrevivir, el mundo científico se alejó de la fe, volviéndose muchas veces hasta anticlerical.[2] La ciencia no podía ser honesta y deferente ante la autoridad al mismo tiempo. Optó por la verdad. Es trágico pensar que su compromiso con la verdad haya distanciado el mundo ilustrado de la institución encargada de transmitir al mundo la luz de Cristo. En nuestra época, se hacen malabares para curar esa herida histórica, pero no faltan los que la quieren agravar. A veces, las heridas históricas son rentables. Por eso, se conservan como hueso santo.

En la política ilustrada, se vivía un proceso semejante. Las monarquías absolutas del pasado, fundadas sobre el principio del derecho divino, cedían ante una nueva orden basada en la voluntad del pueblo. A través de la historia, la autoridad eclesial quedó mal parada más de alguna vez por haber respaldado a monarcas injustos y dictadores violentos. Hoy, se reconoce la separación de Iglesia y estado como ventaja para ambos. La democracia está asumida como una cosa buena. La justa aspiración al bien común mediante la autodeterminación supone la dignidad universal del ser humano, un valor compartido y promovido por el evangelio.[3]

Una vez, oí decir, no existe el amor; sólo procesos químicos. Si son procesos químicos, entonces, a drogarse, se dijo. Pero la misma ciencia, cuando sea honesta, no promueve eso. Se trata de un dicho.[4] Hay más que procesos químicos involucrados en el amor. Al mismo tiempo, el método científico sólo permite observar los procesos químicos, sin especular sobre factores teóricos o metafísicos. Los dos elementos son compatibles. La materia observable está inhabitada por divina energía inefable. Sin embargo, si se busca ayudar a los que necesitan, hay que ser práctico, sin entramparse en las cosas que la ciencia no puede resolver. 

El estudio científico tiene su rayado de cancha. Al jugar la pelota, se juega dentro de la cancha. Eso no quiere decir que no hay otros partidos que se juegan en otras canchas. 

A la luz de la fe, el mundo material con toda su complejidad científica está infuso de presencia divina. A partir de las partículas subatómicas y penetrando hasta el misterio de la consciencia humana, se observa un prodigio transcendente engendrado por amor. La vida que ocasionalmente acontece en la materia no tiene explicación empírica. Solo cabe maravillarse.

El proyecto social de toda humanidad, con sus desafíos de distribución, organización y convivencia, puede entenderse en términos de conflictos de interés. Puede ser estudiado por la estadística y resuelto por la fuerza. Por otro lado, puede entenderse como una gran oportunidad para amarse los unos a los otros, para dar cada uno generosamente de sí para el bien de los demás. La estadística no es mentira, pero no da cuenta de la presencia del amor.

El hombre secularizado suele tratar al mundo como si no tuviera alma. El mundo desalmado es su basural. Nuestra actual crisis ecológica se debe en parte a lo que Gabriela Mistral llamaba la frivolidad: La materia está delante de nosotros, extendida en este inmenso panorama que es la naturaleza… Es frivolidad pensar que una creación portentosa no tiene otra finalidad que desangrarse en polvo, después de brillar un millón de años… Los artistas, al mirar el mundo exterior, tienen la intuición del misterio.[5] Si recuperamos esa intuición del misterio, quizás podamos aprender a usar la honesta veracidad de la ciencia secular, junto al compromiso solidario en el consenso político, para dar cauce a la visión de cielos nuevos y tierras nuevas que tenemos inscrita en el corazón desde la resurrección de Jesús.

La Iglesia no cumple su misión profética si ella misma no está viviendo envuelta en la absoluta prioridad del amor desinteresado. Si ella no ama radicalmente como Cristo amó, no puede señalar el misterio del amor transcendente en todas las cosas. Si el Pueblo de Dios se hunde en su fría administración institucional, se apaga el fuego del Espíritu Santo. Si el Cuerpo Místico no es luz de comunión fraterna, queda colonizada por su propia burocracia prepotente. Su dulce armonía se transforma en disonante lucha de poder. Si la autoridad es más importante que la honestidad, se rinde homenaje a la mentira, la prepotencia y el sinsentido. 

Detrás de la institución y sus procedimientos, tiene que haber más que procesos caóticos y conveniencias políticas. Decía un poeta inglés, el mundo está repleto de la gloria de Dios.[6] En su carta a los obispos de Argentina, el Papa Francisco exhorta a salir del encierro autorreferencial, del narcisismo mundano y del clericalismo sofisticado para así replantearse en claves de misión. Para superar su propia secularización, la Iglesia ha de redescubrir la dulce y reconfortadora alegría de evangelizar, de llegar a los de lejos dando testimonio auténtico del amor solidario de Cristo Resucitado. 

Nathan Stone sj

[1] Segundo Concilio Vaticano, Gaudium et spes, (1965), 36. La declaración no implica que toda investigación, ni menos, todo avance tecnológico, ha acontecido en bien de la humanidad. [2] Eso, a pesar del discurso político de igualdad y libertad propia de la ilustración. [3] Gaudium, op. cit., 27 e 29. [4] La figura literaria se llama hipérbole. [5] Gabriela Mistral, El Sentido Religioso de la Vida, 1924. [6] Gerard Manley Hopkins sj, God’s Grandeur, 1877.
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Invito a todos...


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No gritará, ni alzará su voz



Mis ovejas escuchan mi voz. Yo las conozco y ellas me siguen. 
 Juan 10:27


Los ruidos fuertes causan daño irreparable al oído. Un sonido de ochenta y cinco decibeles (equivalente al ruido producido por el motor de un tractor) puede resultar en daño permanente después de ocho horas. Por eso, los que trabajan con maquinarias pesadas deben usar protección. Un retumbo de cien decibeles (equivalente a los audífonos de un tocador de mp3 en su volumen máximo) puede resultar en daño permanente después de quince minutos. Sobre ciento veinte decibeles (una explosión, trueno o tiro de un armamento) puede causar daño instantáneo y permanente. La degeneración es acumulativa. El afectado no lo nota. Reclama que los demás no están modulando.

Otra cosa importante, el ruido fuerte y constante suele causar ansiedad, impaciencia y agresividad. Quienes viven o trabajan en lugares donde son expuestos a mucha contaminación acústica, o los que deben convivir con ellos, sufren las consecuencias.

En Jonestown, una colonia religiosa en la república caribeña de Guyana, Pastor Jim Jones es recordado por haber mandado su congregación de novecientas personas, incluyendo mujeres, ancianos y niños, a tomar bebida con cianuro en 1978. Él había ensayado el suicidio masivo varias veces con un brebaje no letal, diciendo que era una prueba de lealtad y obediencia. Esta vez, no fue broma. Muchos tomaron sin reclamar, a pesar de ver a sus seres queridos morir delante de sus ojos. Otros recuperaron su cordura, intentaron fugar y fueron inducidos por la fuerza.

En 1972, en medio de acusaciones y escándalos, Pastor Jones había huido de California, donde tenía una iglesia con más de veinte mil feligreses, a Guyana. La colonia ya estaba preparada. Algunos encontraron que era un paraíso tropical. Otros veían un campo de concentración bien financiado. El Pastor era conocido por su estilo autoritario.

Sin entrar en detalles, (hay muchos), el dato interesante es que en Jonestown, la comunidad fue sometida a la voz de Pastor Jones por alto-parlante, día y noche, en vivo y grabado, con el volumen al máximo. Su voz era ineludible. Logró la adhesión masiva y total de sus seguidores. Pastor Jones usaba el ruido fuerte e incesante para lavar el cerebro, colonizar la conciencia y someter. A la hora de tomar veneno, la gente ya no tenía voluntad propia. Había sido completamente dominada por el grito desquiciado de un fanático.[1] Por otro lado, tenemos el Buen Pastor. No grita. Sus ovejas responden con libertad y alegría porque conocen su voz. El discípulo reconoce ternura en la voz del Resucitado. No habla a través de terceros, sino directamente al corazón. Un vicario terrenal, por más sabio que sea, sólo puede ayudar a oír el susurro divino. No puede suplantarlo. El Buen Pastor se reconoce, además, por su bondad y cordura. Su llamado es bueno y razonable. No convoca a locuras ni violencias. Su proyecto es audaz, pero alcanzable. Los llamados a fe ciega son falsos. En el rebaño de Cristo, no existe el culto a la personalidad.

Si el Buen Pastor susurra con sincera ternura al corazón, ¿cuál es el afán de proclamar la palabra de Dios con el volumen al máximo? ¿Por qué tanta devoción al santo micrófono y la bendita amplificación? Hubo un tiempo en que ni existían. San Pablo no usaba ni megáfono, pero se hacía oír por la autenticidad de sus argumentos. Los predicadores estudiaban la impostación de la voz, y la cordura del argumento. El pueblo hacía un esfuerzo por estar atento y escuchar. Con buena respiración, bastaba. El Espíritu Santo hacía lo demás. Ahora, el pueblo siente que faltó devoción si no se hizo la competencia al espectáculo mundano. Los encuentros religiosos generan más decibeles que Guns and Roses.

Hay un elemento práctico. Los técnicos de la amplificación suelen gozar mostrando lo que su equipo es capaz de hacer. Algunos están quedando sordos por consecuencia de su oficio y, por eso, no lo encuentran tan fuerte. Además, muchos no tienen ninguna formación en la fe que les permite distinguir entre un recital metalero y que la proclamación del evangelio.

Creo que, por otro lado, la comunidad cristiana está con la idea de que, si se escucha la palabra, a dos cuadras de la Iglesia, no tienen porque salir a evangelizar. Con el volumen a full, se escucha en toda la cuadra, y el pueblo calcula que quedó eximido del llamado a llevar la buena noticia a los de lejos.

Además, creo que el afán de hacer religión con el volumen al máximo es una consecuencia de la antropología luterana. Martín Lutero hizo muchas críticas válidas de los procedimientos de la Iglesia en su tiempo, pero formuló una especulación sobre la naturaleza humana que abrió la puerta a un estilo de evangelización que es años luz del estilo de Jesús. Afirmó que la naturaleza humana quedó permanente e irreparablemente dañada por el pecado de Adán. Según Lutero, la humanidad entera heredó una inclinación irresistible a la maldad. Entiéndase; concupiscencia, egoísmo, corrupción, violencia, lujuria, avaricia, robo, mentira y todo lo demás. Cosas malas. La única posibilidad de salvación, a su modo de verlo, era dejarse colonizar por una fuerza externa que anula la propia naturaleza para trasplantar alguna cosa diferente. Se supone que aquella fuerza ajena tenía que ser el Espíritu Santo,[2] y que siempre acontecía en un arrebato único y fulminante, como el que tuvo San Pablo. Por eso, la devoción protestante al día que su vida cambió.[3]

El problema es que esa dinámica colonizadora no respeta ni la dignidad ni la libertad de las personas. Por lo demás, quedan vulnerables a la colonización por algún espíritu no tan santo. Si el pueblo cree que nada bueno puede salir de su propio corazón, se expone a la manipulación totalizador y coercitivo, suponiendo que, de eso, depende su salvación. El psicólogo alemán Erik Erikson propuso que la dinámica luterana dejó al pueblo alemán indefenso ante el fenómeno del nazismo.[4] Jonestown, en Guyana, se fue por el mismo camino.

Bajemos el volumen. Estamos quedando sordos, literalmente. Dejen los alto parlantes para los roqueros. Hay una diferencia entre la conversión y el lavado del cerebro. Se reconoce la suave voz del Buen Pastor, siempre y cuando se pueda escucha por sobre la contaminación acústica. Cristo llama, y espera una respuesta libre, cuerda y feliz. El Buen Pastor no grita. La vocación verdadera se descubre en el silencio íntimo de una amistad sagrada. 

 Nathan Stone sj 

Dom IV Pascua C

[1] En algún momento, Jones descartó la Biblia, diciendo que él mismo era el salvador. 
[2] Por lo visto, una fuerza contraria, y no complementaria, de la naturaleza humana. 
[3] En verdad, para algunos, la conversión es así. Para otros, acontece de a poco.
[4] Erik Erikson, El Joven Lutero, 1958
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Eres el dueño


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El hombre llamado a renovar la curia



La Iglesia necesitaba un sacerdote pastoral, cercano a la gente, ajeno a la lógica de la curia romana, amigo de Benedicto XVI; alguien que significara continuidad y cambio, en la línea de Joseph Ratzinger. Nunca hubiéramos imaginado que la Iglesia nos depararía estas sorpresas: primero la renuncia de Benedicto XVI y luego la elección del cardenal Jorge Mario Bergoglio, ahora Francisco. Sabíamos que era un elector de peso en el cónclave, pero salvo algún vaticanista italiano, nadie lo veía como posible pontífice. A la emoción de cierto orgullo nacional se sumó la alegría de verlo aparecer en el balcón de San Pedro, vestido de blanco, sereno y ligeramente sonriente, hablando en italiano como nuevo obispo de Roma. Transmitió, una vez más, la certeza de quien sabe cuál es el lugar que ocupa, a pesar de que sus “hermanos cardenales fueron a buscarlo al fin del mundo”. Agradeció la cálida acogida de la multitud, recordó con manifiesto aprecio a su predecesor y pidió que lo acompañaran en “este camino entre obispo y pueblo, un camino de fraternidad y confianza”. Antes de impartir la bendición urbi et orbi pidió a la gente, como es su costumbre, que rezara por él, aún más, que “pidan al Señor la bendición para su obispo”.

Tuvo palabras muy sentidas para su nueva diócesis, esa Roma que pareció recibirlo con empatía, y destacó su condición de pastor. Un gesto que es también una señal ecuménica para con otras iglesias cristianas. A los ojos del mundo se presentó con inusual sencillez. Este nuevo papa, el primero de nuestro continente, es también el primer jesuita que ocupa la cátedra de Pedro. El nombre elegido constituye por sobre todo un signo: eligió el de una de las más grandes figuras de la historia de la Iglesia, el santo de Asís, quien abrazó la pobreza con corazón enamorado y predicó incansablemente la paz. El más cercano a Cristo, como reza la liturgia. El hombre a quien Jesús le pidió que reconstruyera su Iglesia. Aquel que, como quería Chesterton, dio un salto cualitativo en la historia de la humanidad. El nombre hace referencia a un programa tan ambicioso como atrayente, tan imposible como necesario. Giotto pintó a San Francisco sosteniendo a la Iglesia en momentos mucho más difíciles que los actuales. La fuerza de ese santo radicaba en su entrega sin límites, en su fragilidad confiada totalmente al Señor.

¿Cuál será la tarea de Francisco? Muy probablemente deba encarar con firmeza y autoridad la tan añorada renovación de la curia romana, del gobierno central de la Iglesia, muchas veces vista más como un impedimento burocrático que como una estructura de colaboración o de puente entre las iglesias locales y el Vaticano. Por lo pronto, es un hombre que ha conducido una diócesis compleja e importante como la de Buenos Aires, que supo ocupar la presidencia de la Conferencia Episcopal durante dos períodos, que no escondió sus diferencias con el Gobierno, su preocupación por los más pobres, su permanente apoyo a los sacerdotes en las tareas sociales, su atención a los chicos de la calle, a las víctimas del paco, a la gente mayor, a los que sufren soledad o problemas de salud, a los sin techo, a los desempleados. Y, al mismo tiempo, junto a una severa austeridad, ha demostrado ser un interlocutor muy apreciado en el ámbito interreligioso. Su amistad con el rabino Abraham Skorka fue uno de los rasgos más sobresalientes de su vocación de diálogo y afectuoso encuentro.

Al mismo tiempo, deberá afrontar un problema central para la Iglesia universal: cómo combinar su tradición secular con las nuevas generaciones y las actuales sensibilidades culturales. Bergoglio es más un hombre de acción que un intelectual, es una persona de marcada percepción política y de profunda sensibilidad social. Une al mismo tiempo la ortodoxia doctrinaria y moral con una verdadera dedicación por los que más sufren. Es conocida la extrema sencillez de sus costumbres. Era habitual verlo por la calle, viajando en subte o en colectivo, acompañando a sus sacerdotes en los diferentes barrios de la ciudad, dándoles preferencia a las villas de emergencia.

No es fácil saber qué piensa este inteligente jesuita (tan polémico dentro de la Compañía de Jesús, de la que fuera superior en la Argentina), amante de los silencios y parco en sus expresiones, amado por la gente y temido por quienes lo han enfrentado desde el poder. Iremos conociendo su programa de gobierno, atentos a sus gestos, a sus tiempos, a sus decisiones. No es un hombre de palacio este técnico químico del barrio de Flores, pero tampoco se le escapan las estrategias más finas de los círculos de decisión ni los juegos políticos. Proviene de una familia de trabajadores, siempre se ocupó de su clero con hondo sentido de paternidad. Lector apasionado en su juventud, sobre todo de autores latinoamericanos, la ardua tarea pastoral fue consumiendo todos sus tiempos y lo llevó a una entrega sin reservas.

Formar un nuevo “gabinete” será ciertamente una tarea primordial. Algo que externamente se aprecia poco, pero que es determinante a la hora de marcar rumbos y exigir disciplina. Nos referimos a que tendrá que encarar más pronto que tarde una seria renovación de la curia. Al mismo tiempo, deberá ir conociendo las diferentes realidades en las que la Iglesia se mueve en el mundo: culturas, continentes, escenarios políticos muy variados y complejos. Será fundamental la elección que realice de un nuevo secretario de Estado y, con el correr de los meses, de nuevos obispos en todo el mundo (entre otros de su sucesor en Buenos Aires).

¿Sabrá enfrentar el desafío de las nuevas generaciones, los problemas teológicos y de doctrina moral, la apatía de parte de Occidente ante una Iglesia que se le presenta antigua y, consecuentemente, poco atractiva? ¿Podrá llevar su mensaje de paz y de justicia social hasta los últimos confines? ¿Les dará más crédito al Concilio Vaticano II y a la colegialidad en el gobierno? Se trata de preguntas tan hondas como decisivas. Probablemente, fiel a su estilo, ejecute sus políticas sin estruendo, operando en los hechos, exigiendo coherencia y disciplina. Será clave encontrar nuevas formas de gobierno en la Iglesia que permitan acciones coordinadas de conjunto y claramente descentralizadas.

El Colegio Cardenalicio ha jugado una carta sorprendente. Quizás haya encontrado en Jorge Mario Bergoglio una respuesta del Espíritu para estos tiempos de la Iglesia. Se necesitaba un sacerdote pastoral, cercano a la gente, ajeno a la lógica de la curia romana, amigo de Benedicto XVI; alguien que significara continuidad y cambio, en la línea de Joseph Ratzinger.

Además, el gesto de renuncia de Benedicto XVI permite pensar sin zozobra en que podría haber pontificados más acotados en el tiempo. En ese caso, no sería tan osado pensar que Francisco encare su misión y, al cabo de unos años, cumplida la tarea que se ha propuesto, siga los pasos del papa alemán.

José María Poirier 
miradaglobal.com
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