No gritará, ni alzará su voz



Mis ovejas escuchan mi voz. Yo las conozco y ellas me siguen. 
 Juan 10:27


Los ruidos fuertes causan daño irreparable al oído. Un sonido de ochenta y cinco decibeles (equivalente al ruido producido por el motor de un tractor) puede resultar en daño permanente después de ocho horas. Por eso, los que trabajan con maquinarias pesadas deben usar protección. Un retumbo de cien decibeles (equivalente a los audífonos de un tocador de mp3 en su volumen máximo) puede resultar en daño permanente después de quince minutos. Sobre ciento veinte decibeles (una explosión, trueno o tiro de un armamento) puede causar daño instantáneo y permanente. La degeneración es acumulativa. El afectado no lo nota. Reclama que los demás no están modulando.

Otra cosa importante, el ruido fuerte y constante suele causar ansiedad, impaciencia y agresividad. Quienes viven o trabajan en lugares donde son expuestos a mucha contaminación acústica, o los que deben convivir con ellos, sufren las consecuencias.

En Jonestown, una colonia religiosa en la república caribeña de Guyana, Pastor Jim Jones es recordado por haber mandado su congregación de novecientas personas, incluyendo mujeres, ancianos y niños, a tomar bebida con cianuro en 1978. Él había ensayado el suicidio masivo varias veces con un brebaje no letal, diciendo que era una prueba de lealtad y obediencia. Esta vez, no fue broma. Muchos tomaron sin reclamar, a pesar de ver a sus seres queridos morir delante de sus ojos. Otros recuperaron su cordura, intentaron fugar y fueron inducidos por la fuerza.

En 1972, en medio de acusaciones y escándalos, Pastor Jones había huido de California, donde tenía una iglesia con más de veinte mil feligreses, a Guyana. La colonia ya estaba preparada. Algunos encontraron que era un paraíso tropical. Otros veían un campo de concentración bien financiado. El Pastor era conocido por su estilo autoritario.

Sin entrar en detalles, (hay muchos), el dato interesante es que en Jonestown, la comunidad fue sometida a la voz de Pastor Jones por alto-parlante, día y noche, en vivo y grabado, con el volumen al máximo. Su voz era ineludible. Logró la adhesión masiva y total de sus seguidores. Pastor Jones usaba el ruido fuerte e incesante para lavar el cerebro, colonizar la conciencia y someter. A la hora de tomar veneno, la gente ya no tenía voluntad propia. Había sido completamente dominada por el grito desquiciado de un fanático.[1] Por otro lado, tenemos el Buen Pastor. No grita. Sus ovejas responden con libertad y alegría porque conocen su voz. El discípulo reconoce ternura en la voz del Resucitado. No habla a través de terceros, sino directamente al corazón. Un vicario terrenal, por más sabio que sea, sólo puede ayudar a oír el susurro divino. No puede suplantarlo. El Buen Pastor se reconoce, además, por su bondad y cordura. Su llamado es bueno y razonable. No convoca a locuras ni violencias. Su proyecto es audaz, pero alcanzable. Los llamados a fe ciega son falsos. En el rebaño de Cristo, no existe el culto a la personalidad.

Si el Buen Pastor susurra con sincera ternura al corazón, ¿cuál es el afán de proclamar la palabra de Dios con el volumen al máximo? ¿Por qué tanta devoción al santo micrófono y la bendita amplificación? Hubo un tiempo en que ni existían. San Pablo no usaba ni megáfono, pero se hacía oír por la autenticidad de sus argumentos. Los predicadores estudiaban la impostación de la voz, y la cordura del argumento. El pueblo hacía un esfuerzo por estar atento y escuchar. Con buena respiración, bastaba. El Espíritu Santo hacía lo demás. Ahora, el pueblo siente que faltó devoción si no se hizo la competencia al espectáculo mundano. Los encuentros religiosos generan más decibeles que Guns and Roses.

Hay un elemento práctico. Los técnicos de la amplificación suelen gozar mostrando lo que su equipo es capaz de hacer. Algunos están quedando sordos por consecuencia de su oficio y, por eso, no lo encuentran tan fuerte. Además, muchos no tienen ninguna formación en la fe que les permite distinguir entre un recital metalero y que la proclamación del evangelio.

Creo que, por otro lado, la comunidad cristiana está con la idea de que, si se escucha la palabra, a dos cuadras de la Iglesia, no tienen porque salir a evangelizar. Con el volumen a full, se escucha en toda la cuadra, y el pueblo calcula que quedó eximido del llamado a llevar la buena noticia a los de lejos.

Además, creo que el afán de hacer religión con el volumen al máximo es una consecuencia de la antropología luterana. Martín Lutero hizo muchas críticas válidas de los procedimientos de la Iglesia en su tiempo, pero formuló una especulación sobre la naturaleza humana que abrió la puerta a un estilo de evangelización que es años luz del estilo de Jesús. Afirmó que la naturaleza humana quedó permanente e irreparablemente dañada por el pecado de Adán. Según Lutero, la humanidad entera heredó una inclinación irresistible a la maldad. Entiéndase; concupiscencia, egoísmo, corrupción, violencia, lujuria, avaricia, robo, mentira y todo lo demás. Cosas malas. La única posibilidad de salvación, a su modo de verlo, era dejarse colonizar por una fuerza externa que anula la propia naturaleza para trasplantar alguna cosa diferente. Se supone que aquella fuerza ajena tenía que ser el Espíritu Santo,[2] y que siempre acontecía en un arrebato único y fulminante, como el que tuvo San Pablo. Por eso, la devoción protestante al día que su vida cambió.[3]

El problema es que esa dinámica colonizadora no respeta ni la dignidad ni la libertad de las personas. Por lo demás, quedan vulnerables a la colonización por algún espíritu no tan santo. Si el pueblo cree que nada bueno puede salir de su propio corazón, se expone a la manipulación totalizador y coercitivo, suponiendo que, de eso, depende su salvación. El psicólogo alemán Erik Erikson propuso que la dinámica luterana dejó al pueblo alemán indefenso ante el fenómeno del nazismo.[4] Jonestown, en Guyana, se fue por el mismo camino.

Bajemos el volumen. Estamos quedando sordos, literalmente. Dejen los alto parlantes para los roqueros. Hay una diferencia entre la conversión y el lavado del cerebro. Se reconoce la suave voz del Buen Pastor, siempre y cuando se pueda escucha por sobre la contaminación acústica. Cristo llama, y espera una respuesta libre, cuerda y feliz. El Buen Pastor no grita. La vocación verdadera se descubre en el silencio íntimo de una amistad sagrada. 

 Nathan Stone sj 

Dom IV Pascua C

[1] En algún momento, Jones descartó la Biblia, diciendo que él mismo era el salvador. 
[2] Por lo visto, una fuerza contraria, y no complementaria, de la naturaleza humana. 
[3] En verdad, para algunos, la conversión es así. Para otros, acontece de a poco.
[4] Erik Erikson, El Joven Lutero, 1958

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