El hombre llamado a renovar la curia



La Iglesia necesitaba un sacerdote pastoral, cercano a la gente, ajeno a la lógica de la curia romana, amigo de Benedicto XVI; alguien que significara continuidad y cambio, en la línea de Joseph Ratzinger. Nunca hubiéramos imaginado que la Iglesia nos depararía estas sorpresas: primero la renuncia de Benedicto XVI y luego la elección del cardenal Jorge Mario Bergoglio, ahora Francisco. Sabíamos que era un elector de peso en el cónclave, pero salvo algún vaticanista italiano, nadie lo veía como posible pontífice. A la emoción de cierto orgullo nacional se sumó la alegría de verlo aparecer en el balcón de San Pedro, vestido de blanco, sereno y ligeramente sonriente, hablando en italiano como nuevo obispo de Roma. Transmitió, una vez más, la certeza de quien sabe cuál es el lugar que ocupa, a pesar de que sus “hermanos cardenales fueron a buscarlo al fin del mundo”. Agradeció la cálida acogida de la multitud, recordó con manifiesto aprecio a su predecesor y pidió que lo acompañaran en “este camino entre obispo y pueblo, un camino de fraternidad y confianza”. Antes de impartir la bendición urbi et orbi pidió a la gente, como es su costumbre, que rezara por él, aún más, que “pidan al Señor la bendición para su obispo”.

Tuvo palabras muy sentidas para su nueva diócesis, esa Roma que pareció recibirlo con empatía, y destacó su condición de pastor. Un gesto que es también una señal ecuménica para con otras iglesias cristianas. A los ojos del mundo se presentó con inusual sencillez. Este nuevo papa, el primero de nuestro continente, es también el primer jesuita que ocupa la cátedra de Pedro. El nombre elegido constituye por sobre todo un signo: eligió el de una de las más grandes figuras de la historia de la Iglesia, el santo de Asís, quien abrazó la pobreza con corazón enamorado y predicó incansablemente la paz. El más cercano a Cristo, como reza la liturgia. El hombre a quien Jesús le pidió que reconstruyera su Iglesia. Aquel que, como quería Chesterton, dio un salto cualitativo en la historia de la humanidad. El nombre hace referencia a un programa tan ambicioso como atrayente, tan imposible como necesario. Giotto pintó a San Francisco sosteniendo a la Iglesia en momentos mucho más difíciles que los actuales. La fuerza de ese santo radicaba en su entrega sin límites, en su fragilidad confiada totalmente al Señor.

¿Cuál será la tarea de Francisco? Muy probablemente deba encarar con firmeza y autoridad la tan añorada renovación de la curia romana, del gobierno central de la Iglesia, muchas veces vista más como un impedimento burocrático que como una estructura de colaboración o de puente entre las iglesias locales y el Vaticano. Por lo pronto, es un hombre que ha conducido una diócesis compleja e importante como la de Buenos Aires, que supo ocupar la presidencia de la Conferencia Episcopal durante dos períodos, que no escondió sus diferencias con el Gobierno, su preocupación por los más pobres, su permanente apoyo a los sacerdotes en las tareas sociales, su atención a los chicos de la calle, a las víctimas del paco, a la gente mayor, a los que sufren soledad o problemas de salud, a los sin techo, a los desempleados. Y, al mismo tiempo, junto a una severa austeridad, ha demostrado ser un interlocutor muy apreciado en el ámbito interreligioso. Su amistad con el rabino Abraham Skorka fue uno de los rasgos más sobresalientes de su vocación de diálogo y afectuoso encuentro.

Al mismo tiempo, deberá afrontar un problema central para la Iglesia universal: cómo combinar su tradición secular con las nuevas generaciones y las actuales sensibilidades culturales. Bergoglio es más un hombre de acción que un intelectual, es una persona de marcada percepción política y de profunda sensibilidad social. Une al mismo tiempo la ortodoxia doctrinaria y moral con una verdadera dedicación por los que más sufren. Es conocida la extrema sencillez de sus costumbres. Era habitual verlo por la calle, viajando en subte o en colectivo, acompañando a sus sacerdotes en los diferentes barrios de la ciudad, dándoles preferencia a las villas de emergencia.

No es fácil saber qué piensa este inteligente jesuita (tan polémico dentro de la Compañía de Jesús, de la que fuera superior en la Argentina), amante de los silencios y parco en sus expresiones, amado por la gente y temido por quienes lo han enfrentado desde el poder. Iremos conociendo su programa de gobierno, atentos a sus gestos, a sus tiempos, a sus decisiones. No es un hombre de palacio este técnico químico del barrio de Flores, pero tampoco se le escapan las estrategias más finas de los círculos de decisión ni los juegos políticos. Proviene de una familia de trabajadores, siempre se ocupó de su clero con hondo sentido de paternidad. Lector apasionado en su juventud, sobre todo de autores latinoamericanos, la ardua tarea pastoral fue consumiendo todos sus tiempos y lo llevó a una entrega sin reservas.

Formar un nuevo “gabinete” será ciertamente una tarea primordial. Algo que externamente se aprecia poco, pero que es determinante a la hora de marcar rumbos y exigir disciplina. Nos referimos a que tendrá que encarar más pronto que tarde una seria renovación de la curia. Al mismo tiempo, deberá ir conociendo las diferentes realidades en las que la Iglesia se mueve en el mundo: culturas, continentes, escenarios políticos muy variados y complejos. Será fundamental la elección que realice de un nuevo secretario de Estado y, con el correr de los meses, de nuevos obispos en todo el mundo (entre otros de su sucesor en Buenos Aires).

¿Sabrá enfrentar el desafío de las nuevas generaciones, los problemas teológicos y de doctrina moral, la apatía de parte de Occidente ante una Iglesia que se le presenta antigua y, consecuentemente, poco atractiva? ¿Podrá llevar su mensaje de paz y de justicia social hasta los últimos confines? ¿Les dará más crédito al Concilio Vaticano II y a la colegialidad en el gobierno? Se trata de preguntas tan hondas como decisivas. Probablemente, fiel a su estilo, ejecute sus políticas sin estruendo, operando en los hechos, exigiendo coherencia y disciplina. Será clave encontrar nuevas formas de gobierno en la Iglesia que permitan acciones coordinadas de conjunto y claramente descentralizadas.

El Colegio Cardenalicio ha jugado una carta sorprendente. Quizás haya encontrado en Jorge Mario Bergoglio una respuesta del Espíritu para estos tiempos de la Iglesia. Se necesitaba un sacerdote pastoral, cercano a la gente, ajeno a la lógica de la curia romana, amigo de Benedicto XVI; alguien que significara continuidad y cambio, en la línea de Joseph Ratzinger.

Además, el gesto de renuncia de Benedicto XVI permite pensar sin zozobra en que podría haber pontificados más acotados en el tiempo. En ese caso, no sería tan osado pensar que Francisco encare su misión y, al cabo de unos años, cumplida la tarea que se ha propuesto, siga los pasos del papa alemán.

José María Poirier 
miradaglobal.com

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