XVI Dom T.O. C - Anunciamos a Cristo


Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas…  
Lucas 10:41-42
             
Como parte de su calificación final, mis estudiantes realizaron una encuesta.  Una de las preguntas fue, ¿cuál es el principio fundamental de tu religión?  Extrañamente, la respuesta más frecuente entre los católicos fue algo así: Hay muchas normas y reglamentos que uno tiene que obedecer para poder entrar al cielo después de morir.  Es extraño porque eso no está en el evangelio.  Jesús rescata a los pecadores.  San Pablo insiste que uno no se salva por la ley, sino por la compasión amorosa del Señor.  Sin embargo, la idea contraria está muy difundida.

Si fuera así, eso implicaría que quienes no obedecen todas las normas rigurosamente, aunque sea por ignorancia, se van al infierno.  La libertad de los hijos de Dios se ha canjeado por un triste legado de obligaciones desagradables y sin sentido.  Hemos cambiado la invitación gratuita y alegre al banquete del Reino por una imposición violenta, arbitraria y selectiva.  Hemos transformado el anuncio de la Buena Noticia en una amenaza de tormenta eterna.

Excluimos a los preferidos de Jesús porque no observan el reglamento.  No perdonamos a nadie, porque eso atenta contra las normas.  Lo peor, sin embargo, es que esta exótica religión gira en torno a la muerte.  El Señor de la Vida, el Resucitado vivo y  presente que llama al amor incondicional en el mundo actual, quedó administrando castigos y sentencias en el más allá.  Con mucho respeto para los difuntos que interceden por nosotros, la mirada ansiosa fijada exclusivamente en el más allá no ayuda a vivir aquí y amar ahora, como lo hizo Jesús.

Ningún encuestado respondió que el fundamento de su religión era el amor.  Ninguno se acordó de la solidaridad con el hambriento, el forastero y el encarcelado.  Nadie mencionó la compasión con el desamparado ni la inclusión del marginado.  Se olvidaron del perdón, la gracia inmerecida y el amor a los enemigos.  El dios de los encuestados es el frío absolutismo categórico.

Uno puede llamarse católico, y afanarse con miles de gestos, ritos y obligaciones, pero si no ama, es bronce que suena.  Puede ser radical en su cumplimiento minucioso de las normas, hasta el último detalle, pero si no tiene caridad, en nada se parece a Jesús.  Puede proclamar su justicia reglamentaria con fervor apasionado, pero si no perdona, distorsiona el rostro amado de Cristo, compasión encarnada.

Anunciamos a Cristo.  Sin él, las doctrinas del catecismo no tienen sentido.  Sin él, entregar la vida por los demás es locura.  Sin él, la liturgia se transforma en paganismo supersticioso y el sacramento en gesto absurdo.  Sin Cristo Jesús, la religión es un paliativo inútil para los que se angustian por controlar los acontecimientos futuros en el más allá.

Para anunciar a Cristo, hay que conocer a Cristo, empaparse de él, llenarse de él, identificarse con él.  Marta se afana, pero María lleva la mejor parte.  Cuando llevamos la marca de Jesús como tatuaje en el corazón, los esfuerzos de Marta cobran profundidad y resonancia.  En Cristo, el amor se vuelve auténtico, y la Iglesia recupera su tradición de solidaridad, misericordia y compasión.  En Cristo, el Reino se hace realidad.

Nathan Stone sj.

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