XVII Dom T.O. C - San Ignacio y la oración


Señor, enséñanos a orar…   
Lucas 11:2

El objetivo de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio es buscar la voluntad de Dios, y encontrándola, hacerla realidad.  Son para los verdaderos buscadores, los que no pueden simplemente dejarse arrastrar por la corriente de expectativas ajenas, los que no se conforman con las rutinas habituales de su tiempo y medio social.  En el camino, cada peregrino experimenta en carne propia la acción liberadora del Buen Espíritu de Dios, que abre el Mar Rojo delante de sus pies para que salga de la esclavitud, recuperando así su verdadera naturaleza como imagen y semejanza del Creador.  En los Ejercicios, podemos encontrar el sentido de la vida. 

Se trata de un proceso espiritual vivido en silencio.  Entre jesuitas, se habla del silencio amoroso de Dios.  No es una opción por la pasividad intimista de quienes vuelven la vista hacia los cielos esperando una respuesta infinita en el más allá.  Todo lo contrario.  Los Ejercicios Espirituales son el entrenamiento básico para los discípulos de Jesús.  Se trata de conocimiento íntimo de Jesús.  Se trata de estar ahí en el pesebre de Belén, andar con él por Galilea, curar leprosos, adoptar sus actitudes, aprender a mirar a través de sus ojos.  Se trata de aceptar la persecución, galardón terrenal de todo seguidor de Cristo, y glorificar a Dios en su santa resurrección.  Quien haya vivido esa experiencia no puede quedar indiferente de cara a los desafíos reales de su tiempo.  Los Ejercicios son escuela para los contemplativos en la acción. 

Un obispo aquí en la Amazonia me pidió Ejercicios para los agentes pastorales de su diócesis.  Lo curioso es que él es carmelita.  Su observación fue que San Juan de la Cruz dejó lindas poesías, fruto de su propio misticismo, pero no dejó ningún método.  Ignacio, por su lado, no fue poeta.  Su castellano nos llega en el estilo pesado del renacimiento tardío.  Pero su propósito es didáctico.  Trazó una huella que otros pueden seguir.  No escribió para sí mismo, ni para una elite iniciado en un asunto exclusivo.  Escribió expansivamente, un manual de oración para los demás. 

Se dice que Ignacio inventó los Ejercicios.  Eso no es cierto.  Ignacio descubrió los Ejercicios en el corazón de la Iglesia Católica de su tiempo.  Harto le costó encontrar ese corazón.  Fue un tiempo tormentoso para la Iglesia.   La santidad había quedado oculta detrás de intereses políticos y económicos.  El poder terrenal interesaba más que la voluntad de Dios.  Pero el amor es más fuerte, e Ignacio encontró el antiguo sendero de los discípulos originarios.  Guiado por los monjes que preservaban la tradición oral, Ignacio descubrió en sí mismo una predisposición natural para las vías purgativa,  ascética y unitiva.[1]  El seguimiento de Cristo es la herencia de los hijos de Dios.  Está impreso en la ADN espiritual de cada uno desde la creación. 
Habiendo encontrado ese tesoro, Ignacio vendió todo lo que tenía para comprar el campo aquel.  Dedicó la vida a la redacción de un manual que literalmente cabe en el bolsillo.  Describe paso a paso como un peregrino tiene que disponerse para pasar de una etapa a la otra, cosechando, en cada una, los frutos de misericordia, salvación y misión. 

La Iglesia jerárquica de su tiempo, sensible ante la reforma protestante, en varias ocasiones intervino el trabajo de Ignacio.  La sospecha fue de iluminismo herético a punto de estallar en nuevo cisma.  Se incomodaron cuando personas importantes de la alta sociedad tomaron opciones inesperadas de santidad y entrega.  No obstante, los pastores nunca encontraron nada que reclamar en los Ejercicios.  Reconocieron, a pesar de todo, que es la auténtica tradición de la Iglesia universal, herencia de todo bautizado.

Los Ejercicios llegaron en un momento propicio.  El pueblo había quedado pegado en un catolicismo pagano y autoritario, rogando favores de las autoridades civiles y celestiales.  Por miedo a que el pueblo cometiera algún error al experimentar su zarza ardiendo directamente, la jerarquía optó por exigir sometimiento absoluto.  El clero temía que la culpa eterna por los errores de los fieles pudiera caer sobre su cabeza.  Por eso, al pueblo le quedaba solamente las devociones, novenas y rogativas.  Siquiera el evangelio estaba a su disposición.  La única traducción disponible en ese momento fue al latín, y así solo los doctos podían leerlo.[2]  Misioneros de Cristo, en tiempo de Ignacio, había muy pocos. 

Ignacio intuyó que el conocimiento del Cristo en cuya muerte y resurrección todo el mundo estaba bautizado no era sólo para monjes, místicos y pastores.  Escribió su manual para popularizar.  No se trataba de privatizar la experiencia de Dios, sino corregir la privatización que había ocurrido a través de los siglos.  Lejos de crear un grupo exclusivo con acceso directo a la divinidad, el propósito de Ignacio fue abrir la puerta para que cada cristiano pudiera acceder a lo que él comprendió como un derecho común de todo cristiano.

En varias ocasiones, Ignacio menciona el subiecto como una condición para continuar más allá de la primera semana.[3]   A veces, se interpreta erradamente como una suerte de privilegio, calidad o predestinación.  Una mirada más detenida indica que se refiere a la estabilidad emocional y sicológica.  No es la propiedad privada de cultos ni predilectos.  Subiecto se refiere a madurez personal, carácter y grandeza de corazón.

Como Iglesia, nos marcó la frase del Documento de Aparecida (2008), cada cristiano, un discípulo; y cada discípulo, un misionero.[4]  Se comenta que esa noción entró en el documento gracias la intervención del entonces arzobispo de Buenos Aires, Sumo Pontífice y jesuita, el Papa Francisco.[5]  No es sorprendente la resonancia con el objetivo de los Ejercicios.  La Iglesia nos llama nuevamente a formarnos como discípulos misioneros.  En especial, el llamado se extiende a los jóvenes, porque están en una etapa de sus vidas en la cual tienen la libertad, no sólo para reformar la vida pasada, sino para entregar todo lo que tienen a la misión, todas sus esperanzas al Reino, y todo su futuro al discipulado de Jesús. 

 Nathan Stone sj


[1] La vía purgativa se encuentra en la primera semana de los Ejercicios; la vía acética, en la segunda semana; y la vía unitiva en las semanas tercera y cuarta.
[2] Es notable que Ignacio resume las historias bíblicas en el texto de los Ejercicios.  Está suponiendo que muchos de los ejercitantes de su tiempo van a ser analfabetos, que por eso el guía les va a tener que oralmente contar la historia que deben contemplar. 
[3] EE 14, 15, 18, 83, 84. 
[4] Documento de Aparecida, 143-148.
[5] Lo escuché de Monseñor Gregorio Rosa Sáez, obispo auxiliar de San Salvador, participante de Aparecida.

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