Jesús samaritano: Vete y haz lo mismo

Tú” eres tú, y soy yo… y es la Iglesia, en un mundo donde es necesaria una siembra de samaritanos.

1. LA GRAN PREGUNTA: ¿QUIÉN ES MI PRÓJIMO? 

Teóricamente el problema es fácil, de tal forma que el mismo rabino de Israel sabe responder, con la palabra del Antiguo Testamento. Los mandatos primeros de la ley son éstos: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón..., y amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Lc 10), 27; cf Dt 6, 5; Lev 19, 18). Jesús asume esa teoría, para conducirla al plano de la praxis: «bien has respondido; haz eso y vivirás» (Lc 10, 28). La misma acción traduce y concretiza, por lo tanto, el contenido ideal del mandamiento.

Como representante de Israel, nuestro rabino parece estar seguro del primer aspecto del mandato: ¡amar a Dios con todo el corazón! En ese plano no plantea duda alguna: fariseos y saduceos, esenios y celotas, católicos y protestantes, cristianos y musulmanes, judíos y, en algún sentido, hasta los mismos taoístas o budistas podrían aceptar esta palabra. Todos saben que Dios es el principio del amor y que la vida es «devoción» (bahtki, islam...), entrega confiada a lo divino. El problema se plantea en el segundo aspecto del mandato. Por eso, el rabino pregunta: ¿quién es mi prójimo? (Lc 10, 29).

La respuesta de Jesús ya no se puede situar sobre una línea de teoría. Jesús no raciocina sobre el hombre, no teoriza sobre el hondo sentido de las almas. Dice una parábola y en ella viene a introducir nuestra existencia: «un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y vino a caer en mano de bandidos...» Así suena la parábola del buen samaritano (Lc 10, 29-37). Ciertamente, no podemos comentarla, pero indicaremos algunos de sus rasgos.

1. En primer lugar, el hombre del camino no ha caído en manos de la pura pequeñez o finitud del mundo (enfermedad, sequía, vejez...), sino en manos del conflicto interhumano. Eso significa que hay violencias que provienen de la división humana, de las «bandas», grupos o partidos de violencia que aparecen a lo largo de la historia. Precisamente en ese espacio de conflicto se sitúa el buen samaritano con su gesto de ayuda al oprimido.

El sacerdote y el levita que han pasado de largo en el camino no son sencillamente ciegos, duros o egoístas. Actúan así porque representan un tipo de sacralidad profesional: son especialistas en el cumplimiento de la primera parte del mandato (¡amarás a Dios con todo el corazón!...) Su mismo servicio de Dios parece obligarles a guardar un tipo de pureza sobre el mundo: no se pueden mezclar con los afanes egoístas de la historia, con la lucha interhumana, los bandidos de un color u otro color que infestan los caminos. Son neutrales, muy devotos, y por eso van de largo ante el que sufre, cautivo, oprimido, marginado, en ámbito de historia. Ellos son hombres de profundidad, suben al templo: no se pueden parar en el nivel de superficie donde sufren los pequeños, donde oprimen los tiranos.

Obrando así, su religión se ha vuelto idolatría: han separado a Dios del rostro caído y oprimido del hermano. En el lenguaje de Jesús, esto significa que desligan a su Dios sagrado (de templo nacional) de los temas y dolores de los pobres, los leprosos, locos, publícanos y las prostitutas. De esa forma han conseguido inmunizar el culto de toda contaminación mundana y toda «falsa política». Así se sienten resguardados.

El samaritano, en cambio, según la perspectiva judía de aquel tiempo, no tiene nada que perder. No tiene ni siquiera que adorar a un Dios establecido y anda libre, con los ojos bien abiertos y limpio corazón, a lo largo del camino. Tampoco debe justificar un tipo de política del mundo, que en el fondo es pacto de bandidos que reparten justicieramente los derechos de aplastar al pobre, como insinúa Jesús en otro lugar de su evangelio (cf. Mc 10, 35-45).

Así cabalga a lomos de una caballería que le acerca a los diversos lugares de miseria de la tierra. Por eso se ha parado en el camino, ayudando al oprimido. Quizá no sabe mucho de Dios, no entiende las maneras y las formas de aplicar la primera parte del mandato. Pero sabe del hombre y al limpiar el rostro de caído del camino está dejando que Dios se manifieste. De esa manera, su misma acción de ayuda se ha vuelto religión, encuentro con el Dios que se revela en el rostro de los pobres (cf Sant 1, 27).

Evidentemente, Jesús no ha comentado la parábola de un modo teórico. No pide que estudiemos las categorías y formas de pobreza sobre el mundo, en forma de programa general. Jesús pregunta: ¿quién se ha hecho verdadero prójimo del hombre que se hallaba caído en el camino? Somos nosotros los que debemos responder, si hemos entendido la parábola. Jesús nos dice: vete y haz lo mismo (Lc 10, 37).

Sólo en la acción surge y se expresa la verdad, solo abriendo un espacio de confianza y ayuda para los necesitados se prueba y expresa el valor de la propia fe. Esto es lo que pudiéramos llamar cambio epistemológico cristiano, que nos saca del templo, para situarnos de nuevo ante los problemas concretos de la vida, pues el Reino de Dios se expresa en el mismo caminar concreto por la vida; la fe en Dios (explícita o implícita) se ratifica en la capacidad de encuentro don el prójimo.

De esa forma, el gesto de “servicio” (que deriva del mismo imperativo de la justicia religiosa) nos convierte en «prójimo» del pobre. En esta misma línea se sitúa la gran parábola del juicio: cuando venga el Hijo del Hombre para el juicio de la historia, entonces dirá a los que se encuentran a su lado, a su derecha: «venid, benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, estuve exilado y desnudo, enfermo o encarcelado... y me ayudasteis» (Mt 25, 31-46). La misma necesidad del hombre se convierte en presencia cristológica (revelación del Cristo). El mesías de Dios viene a mostrarse en la pobreza material, la marginación social y la opresión humana de los más pequeños de la historia. Los hombres no lo saben, no tienen por qué saberlo en plano de teoría. Por eso preguntan: ¿cuándo te vimos...? Jesús responde apelando a lo que han hecho: «cada vez que lo hicisteis con uno de

éstos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis». Esto es lo que llamamos cambio epistemológico: donde se ayude al hombre necesitado, se está ayudando al Cristo y se comprende ya su redención sobre la tierra.

Todas las restantes divisiones pasan a segundo plano: israelita o no israelita, cristiano o musulmán, creyente o no creyente... Como expresión primaria del hombre queda su necesidad, viene a presentarse su miseria: hambre y sed, desnudez y exilio, enfermedad y cautiverio. Estos sos los rasgos distintivos de lo humano: se responde a la pregunta por la vida, empieza a revelarse el gran misterio de la salvación, aquel amor que fundamenta la nueva humanidad reconciliada.

2. ORGANIZAR EL AMOR. LA PARÁBOLA POR DENTRO 

Para asumir y realizar el amor de que nos habla la parábola del buen samaritano (Lc 10, 30-37) es necesario salir a los caminos de la vida, pues sólo en concreto se puede responder. No se puede quedar uno pensando en un seguro gabinete de estudios o proyectos de trabajo porque al tiempo que maduran los proyectos cambian, van cambiando las necesidades de los hombres. No se puede responder a las preguntas y dolores actuales con métodos y programas de otro tiempo, hecho más para satisfacer el egoísmo de los pretendidos servidores de los demás que para ayudar en concreto a los necesitados. Por eso hay que pasar por los caminos, bajar a los lugares de miseria y encarnarse entre los pobres más pobres de la tierra.

Eso significa que no pueden responderse las preguntas de antemano. Quien pretenda ser un buen samaritano nunca puede tener ya la respuesta preparada; no va por los caminos sabiéndolo ya todo, con aire de certezas y seguridades, listo ya el discurso para proclamarlo a la primera circunstancia. Quien se ocupe de ayudar a los demás ha de esforzarse primero en escucharles: por eso marcha atento, preparado para descubrir lo nuevo, con ganas de aprender, creyendo en la presencia de Dios en el camino de la historia.

Por eso, el amor nos abre siempre a la necesidad concreta de la vida de los hombres, en sus nuevas circunstancias y maneras. (a) De esa forma, el amor no abre por un lado a la novedad del dolor, que rompe formas viejas y aparece en modos imprevistos de opresión, pobreza, angustia, de injusticia o también de enfermedades. (b) Pero, al mismo tiempo, nos abre a la novedad del servicio: al gesto creativo del amor que sabe responder de una manera efectiva y afectiva, intensa, cercana, organizada. En ese aspecto, el hombre del amor es siempre un buen samaritano: es un Jesús que va marchando libre y muy atento por la vida, fijándose en las necesidades concretas de los hombres y mujeres. Así podemos distinguir tres tipos de personas:

a) Está, por una parte, el legalista (rabino), esto es, el hombre de las leyes que ha preguntado a Jesús ¿quién es mi prójimo? Sabe interpretar los libros y eso es importante, pues permite comprender bien la teoría que se encuentra en las dos formas de amor (a Dios y al prójimo). Pero en un momento determinado ese rabino tiene que dejar el libro para introducirse en los caminos de la vida: sólo de esa forma encontrará a los hombres y mujeres que padecen un tipo de opresión concreta; es allí donde tendrá que dar su respuesta ya comprometida.

b) Por otra parte están el sacerdote y el levita. Ellos parecen estar en camino y se acercan, de una forma externa, al que se encuentra malherido, pero le ven ya a lo lejos y, sin acercarse, pasan de largo, pues tienen su ritmo marcado por la ley del templo de donde parecen venir, y sólo saben ver aquellas necesidades que se encuentran programadas en sus ritos religiosos, nacionales. Ciertamente, quieren amar y socorrer a los necesitados, pero «dentro de un orden», conforme a los principios de un esquema ya determinado, bien sacralizado por los siglos. Ellos ven a los necesitados desde sus propias “lentes” de templo, ocupados como están en remediar posibles necesidades religiosas. Los otros, los caídos de la vera del camino, que no han sido programados en su viaje de servicio, quedan fuera del esquema religioso, son en realidad inexistentes.

c) Por el contrario, Jesús, el buen samaritano, ha tenido el gesto de salir a los caminos. Conoce la ley, pero la ley no le ha impedido mirar a los que están sufriendo sobre el mundo. Sabe que hay un templo nacional, que fue sagrado, en la ciudad de Jerusalén; pero también sabe que el tiempo de ese templo ha terminado (cf Mc 11,15-19 par): el reino de Dios está presente entre los pobres y necesitados del camino. Por eso no se ha limitado a dejar que la casualidad vaya poniendo ante sus ojos a los cojos, mancos, ciegos, los leprosos, pecadores, marginados. De una forma programada, como samaritano que conoce su tarea, Jesús ha ido a buscar a los perdidos de la tierra. No ha tenido que inventar necesitados para luego hacer que les ayuda; les ha visto en el camino y les ha dado buena nueva de su reino.

Esta es la actitud que se refleja en algunos de los textos programáticos más claros de todo el evangelio. Cuando Juan Bautista pregunta lo que hace, Jesús le ha respondido: «los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, y bienaventurados los que no escandalizan de mí...» (Mt 11,5 par). El Jesús de este pasaje no es alguien va de camino sin más, y sólo ayuda a las personas u enfermas u oprimidas que encuentra por aislado. No deja su servicio en manos del acaso, sino que viene expresamente a buscar a los enfermos y oprimidos.

Jesús no es un buen samaritano por casualidad, sino por decisión originaria. Ha venido a ser el buen samaritano: Ha dejado primero su oficio anterior de artesano, después ha dejado su “ministerio” bautismal, con Juan Bautista (esperando y recibiendo a los que vengan, para bautizarles). De un modo audaz y nuevo Jesús ha salido por los caminos de la vida, los que pasan por Galilea y lo que van de Galilea a Jerusalén a través de Jericó, para encontrar a los pobres y enfermos, a cojos, mancos ciegos y ayudarles.

Lo mismo presupone Mt 25,31-46. Aquí no se habla ya de un hambriento por aislado, ni tampoco de un cautivo, enfermo o exilado por casualidad. Se habla de una clase de personas: los hambrientos sedientos, los exilados-desnudos, los enfermos-cautivos. Por eso, el gesto de servicio que se traza, en nombres de Jesús y por Jesús, ya no se puede interpretar de una manera improvisada. Para ayudar de verdad a los que sufren tenemos que llegar hasta la causa real del sufrimiento: a las raíces donde surge y se genera el hambre, a los secretos misteriosos donde brota y se alimenta la injusticia, el exilio y cautiverio de la tierra.

Ciertamente, Jesús ha recorrido su camino de servicio hasta el final: ha subido a Jerusalén, ha planteado su demanda ante los jefes religiosos y sociales de su pueblo, ha mantenido su actitud y ha muerto en defensa de los pobres. Sólo de esa forma, penetrando hasta la entraña de la muerte ha descendido a la matriz de donde brotan los dolores y opresiones de la tierra, ofreciendo una ayuda concreta (comida, curación...), que se abre hacia una esperanza de curación total (Reino, resurrección).

Con esa misma entrega y esperanza de Jesús debemos recorrer también nosotros el camino de la vida en servicio a los que están necesitados. Jesús nos abre así el camino, pero no nos ha ofrecido unas respuestas hechas, preparadas y firmadas de antemano. Por eso, sostenidos y apoyados en su mismo Espíritu (Hech 2), debemos trazar nuestro camino de amor comprometido. Tres son, a mi juicio, los rasgos principales de ese empeño.

a. Jesús se opone al primer mal, que es un tipo de dinero. Aún reconociendo que los males de este mundo no se pueden jamás catalogar del todo, Jesús quiere interpretarlos y explicarlos desde su raíz. Es lo que hace, por ejemplo, cuando nos dice que todos los ídolos del hombre se concentran en el ansia de dinero, en la mamona (cf Mt 6,24). Eso significa que ayudando de manera muy concreta a los necesitados debemos empeñarnos en luchar contra la base y germen de las injusticias, que es el deseo de dinero. Esa lucha sigue estando en la línea de los exorcismos de Jesús contra Satán y de todo su mensaje. Esa lucha sólo es posible allí donde los seguidores de Jesús buscan la forma de ayudar (con atención, con aceite y vino, con eficacia, buscando las casas “apropiadas”) a los que están necesitados.

Este samaritano invierte el gesto de aquellos que han asaltado, robado y herido al hombres del camino: Se acerca, le ayuda (le cura) y le lleva consigo, poniéndole en una “casa de socorro” (en un hostal-hospital apropiado), pagando lo que fuere necesario. Jesús se opone al mal de los que roban (buscan el dinero del hombre del camino), poniendo su dinero (sus medicinas, su mula, sus denarios) al servicio de la curación del asaltado. Sin ese gesto activo, sin esa libertad y esa denuncia, no se puede hablar de caridad de Jesús sobre la tierra.

b. Por eso, aún sabiendo que ninguna ayuda programada puede prescindir del gesto de la cercanía personal y del amor privado, debemos añadir que es necesario programar los signos del servicio. Debemos pasar así del buen samaritano aislado a lo que se pudiera llamar un sindicato o cofradía de buenos samaritanos, unidos por la misma ilusión y compromiso en favor de los que están necesitados. En esta línea pueden surgir iniciativas de diverso tipo, unas mejores, otras peores, unas más evangélicas, otras más mundanas… para ayudar a los caídos del camino: Policías que guardan los caminos, sindicatos de buenos samaritanos, religiosos redentores u hospitalarios, hermanas de la caridad, organizaciones asistenciales (ONG…).

Evidentemente, ese servicio de amor liberador se puede organizar de un modo colectivo, pero nunca puede programarse de antemano ni juzgarse desde fuera. Dentro del camino de la iglesia, irán surgiendo grupos de cristianos y cristianas que organizan el amor como servicio a los necesitados. Unos y otros, pobres y personas que sirven-liberan a los pobres, son presencia especial del evangelio de Jesús sobre la tierra. ¿Qué hecho Jesús en la línea de la parábola del Buen Samaritano? ¿Ha creado una Iglesia de buenos samaritanos?

C. UNA TAREA URGENTE. HAZ TÚ LO MISMO

Jesús le dice al escriba que “haga lo mismo”, que se haga prójimo del caído en el camino. Pero ¿cómo?

‒ Él a solas, o con todos los rabinos del mundo… (en contra de sacerdotes y levitas, que según la parábola no van?)

‒ ¿Cómo? ¿Llevando por si acaso una pistola, un pequeño cuerpo de Guardia civil?

‒ ¿Podrá llevar a la Iglesia, o la Iglesia hace tiempo que se ha desentendido de los caídos del camino, ocupándose de sus rezos?

‒ De aquí súrgela gran pregunta: ¿no es ésta una tarea de la sociedad entera? ¿Para qué tiene que haber grupos cristianos que ayuden a los necesitados, como puede ser Caritas o Manos Unidas….?

a. Buen Samaritano, una parábola universal

Algunos piensan que es el mismo Estado debe resolver estos problemas, haciéndose gestor de la hacienda y vida de los ciudadanos, protector de los débiles, juez de los malhechores (superando así el riesgo de los “quijotes” aislados, que van por lo libre resolviendo entuertos). Por eso, el Estado actual (que quiere ser Estado de Seguridad y Bienestar) organiza la educación para todos, controla y dirige la sanidad pública, ofrece seguridad y retiro a los ancianos, etc, etc. Así realiza muchos servicios que la iglesia de Jesús ha realizado por siglos a manera de suplencia. ¿Cómo juzgar eso?

Evidentemente, aquí no podemos entrar a fondo en el problema aunque debemos ofrecer unas sencillas reflexiones. En primer lugar la iglesia de Jesús debe alegrarse de todo corazón si es que el estado cumple ahora funciones de tipo asistencial, promocional, caritativo. Ella sólo busca el bien del hombre y si el hombre está servido ella se alegra. Pero, quedando eso firme, sin ningún afán de protagonismo, actuando desde el mismo fondo del evangelio, la iglesia ha de encontrarse preparada para proclamar y realizar sobre la tierra un mensaje total de salvación, en favor de la libertad y bien del hombre.

Ese mensaje recibirá formas distintas, conforme a los distintos lugares. Irá más en línea de justicia social en los países donde sea más fuerte la injusticia. Irá en línea de dignidad personal y de cercanía humana en los países donde la tecnificación y el bienestar material amenacen con ahogar al hombre en la estructura ciega del conjunto. Será mensaje de encuentro y amor interhumano en los lugares donde un tipo de interioridad individualista amenaza con cerrar a los hombres dentro de sus propias soledades...

Este servicio evangélico aparece, en fin, como expresión de fe profunda en el mensaje de Jesús y en el camino de su vida. Por eso, frente a toda posible tentación totalitaria o clasista del estado la iglesia busca libertad, justicia, amor cercano.

b. Una parábola de Iglesia

En esa línea, la Iglesia quiere ser experta en humanidad porque se apoya en la palabra y luz del evangelio. Por eso, haga el estado lo que hiciere, ella saldrá a los caminos buscando a los heridos y derrotados: Los expoliados del Cuarto Mundo, los oprimidos de Tercer Mundo, los aplastados por un sistema de poder económico que quiere dominar a todos, los “robados” por los nuevos sistemas de finanzas, los marginados de la gran industria, los expulsados de la sociedad tecnocrática, los cojos-mancos-ciegos de los nuevos tiempos.

Gracias a Dios, la Iglesia de Jesús no empieza teniendo una tarea propia, para así distinguirse del Estado, ni para separarse del rabino que pregunta a Jesús, ni del posible monje tibetano o del no-creyente. Jesús no lleva al escriba a su Iglesia, para introducirle en su baptisterio o sagrario, para darle allí lecciones de santidad específica, sino que le lleva al camino de la vida por donde pasan todos: La calzada de Jerusalén a Jericó, o la favela de Río que están “limpiando” estos días para que el Papa no vea, o al suburbio de de Kinshasa o a la “milla de oro de Madrid”.
Jesús quiere que el rabino deje de pensar en teoría, que dejemos de hacerlo nosotros, y que vayamos de hecho con imaginación y realismo, con buena voluntad y deseo de cambio, a los caminos de la vida. Sólo estando allí, y viendo lo que pasa, podremos responder. Quizá nos equivoquemos, pero si no vamos no equivocaremos siempre, por principio, porque al no optar (al no entrar masa doliente de la vida) estamos ya poniéndonos de parte de los “ladrones” del sistema, los antiguos y los nuevos.

No hacen falta muchas teorías para ser buen samaritano: Sólo hacer falta tener ojos para mirar, y corazón para amar. En este campo, la iglesia no necesita hacer muchas teorías, sino que tendrá que ponerse en camino (es decir, encarnarse en la vida real de los hombres y mujeres), dejando a un lado seguridades y prestigios que han valido quizá por unos siglos, pero ya no valen porque están fuera de sitio en nuestro tiempo.

No se trata de que critiquemos al sacerdote y al levita de fuera (del viejo templo de Jerusalén, cosa que es fácil, para que todo siga igual). Tendremos que empezar criticando al sacerdote o levita que llevamos dentro de nosotros, para liberarnos y marchar por el camino como el buen samaritano. Sólo en esa aventura de amor que pone a juicio todas las viejas estructuras, a partir del evangelio de Jesús, como miembros de una iglesia caminante, sabremos responder a la pregunta del rabino que encabeza este trabajo, ¿quién es mi prójimo?

c. Unas preguntas y tareas abiertas

El rabino pregunta “quién es mi prójimo” para seguir moviéndose en un plano de teoría. Jesús, en cambio, nos cuenta una historia de la vida, y nos dice que nos hagamos prójimos, como el “buen samaritano”. No nos da respuestas hechas, nos pone en camino, como personas, como sociedad, como Iglesia. Nadie puede optar en mi lugar. Tengo que hacerlo yo, con mi propia circunstancia, conforme a la palabra de Jesús que dice: «vete y haz lo mismo». Ésta es una tarea larga, que definirá mi vida, la vida de la sociedad, la vida de la Iglesia:

a. Jesús no habla para la sociedad en general (para el Estado judío o para el Imperio Romano), aunque la “parábola” servirá también para Estado y para Imperio. ¿Cómo lograré poner Estado y Sociedad al servicio de los oprimidos? ¿Cómo tendría que cambiar la economía y el Estado para ponerse al servicio de los caídos? ¿Es eso posible?

b. ¿Se podría crear un sindicato de buenos samaritanos? ¿Cómo se organizaría? ¿Como una policía mundial al servicio de la igualdad de oportunidades para todos? ¿Cómo en ejército en contra de los “terroristas” de los caminos? ¿Y si el mismo “sindicato samaritano” se convierte en sindicato del crimen, y el ejército anti-terrorista se vuelve fuente y signo del máximo terrorismo?

c. ¿Se podrá crear un Estado justo, formado por heridos, caídos, oprimidos… para invertir así los principios de poder de un mundo injusto? ¿Y si el Estado de los caídos-oprimidos se acaba convirtiendo en opresor? ¿Cómo mantener los ideales de servicio y de ayuda humana?

d. La parábola no habla de Dios, sino que parece ser un poco “anti-clerical” (¿anti-teísta?). Pero, se puede crear una “iglesia de buenos samaritanos”. ¿Quién sería su patrono? Quizá San Bernardo, pero Bernardo acabó bendiciendo a los nuevos samaritanos armados de la Caballería del Temple. ¿Quizá San Francisco? Pero ¿cómo podría dirigir Francisco, el antiguo o el nuevo Papa, una cofradía de Samaritanos desarmados, sin guardias-gorilas, sin papa-móviles blindados…?

Xabier Pikaza

0 comentarios:

Publicar un comentario

Formulario de contacto

Nombre

Correo electrónico *

Mensaje *