V Dom Pascua C - SECULARIZACIÓN


Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros. 
Ámense unos a otros como yo los he amado. 
 En esto reconocerán todos que son mis discípulos. 
 Juan 13:34-35 

Junto con reconocer la legítima autonomía de las ciencias seculares, cada una operando en su área en bien de la humanidad,[1] la Santa Madre, por otro lado, reclama por la secularización en el mundo. El mayor peligro no es la secularización del mundo, sino de la Iglesia. Sin el misterio del amor como su causa y su sentido, la comunidad de los fieles no es más que una fría administración burocrática preocupada de sí misma; del poder, la autoridad y la ambición.

En los siglos XVII y XIX, los científicos se pusieron sensibles ante la intervención indebida de las autoridades en los procesos de estudio, hipótesis y experimento. El método científico requiere libertad para aceptar las conclusiones. En cambio, el método medieval, no solo en la Iglesia sino en el mundo entero, priorizaba deferencia ante la autoridad. Ante la suma de dos más dos, había que preguntarse, ¿cuánto quiere el jefe que sea? La verdad, en sí, era considerada secundaria, y la conveniencia reinaba suprema. 

Para sobrevivir, el mundo científico se alejó de la fe, volviéndose muchas veces hasta anticlerical.[2] La ciencia no podía ser honesta y deferente ante la autoridad al mismo tiempo. Optó por la verdad. Es trágico pensar que su compromiso con la verdad haya distanciado el mundo ilustrado de la institución encargada de transmitir al mundo la luz de Cristo. En nuestra época, se hacen malabares para curar esa herida histórica, pero no faltan los que la quieren agravar. A veces, las heridas históricas son rentables. Por eso, se conservan como hueso santo.

En la política ilustrada, se vivía un proceso semejante. Las monarquías absolutas del pasado, fundadas sobre el principio del derecho divino, cedían ante una nueva orden basada en la voluntad del pueblo. A través de la historia, la autoridad eclesial quedó mal parada más de alguna vez por haber respaldado a monarcas injustos y dictadores violentos. Hoy, se reconoce la separación de Iglesia y estado como ventaja para ambos. La democracia está asumida como una cosa buena. La justa aspiración al bien común mediante la autodeterminación supone la dignidad universal del ser humano, un valor compartido y promovido por el evangelio.[3]

Una vez, oí decir, no existe el amor; sólo procesos químicos. Si son procesos químicos, entonces, a drogarse, se dijo. Pero la misma ciencia, cuando sea honesta, no promueve eso. Se trata de un dicho.[4] Hay más que procesos químicos involucrados en el amor. Al mismo tiempo, el método científico sólo permite observar los procesos químicos, sin especular sobre factores teóricos o metafísicos. Los dos elementos son compatibles. La materia observable está inhabitada por divina energía inefable. Sin embargo, si se busca ayudar a los que necesitan, hay que ser práctico, sin entramparse en las cosas que la ciencia no puede resolver. 

El estudio científico tiene su rayado de cancha. Al jugar la pelota, se juega dentro de la cancha. Eso no quiere decir que no hay otros partidos que se juegan en otras canchas. 

A la luz de la fe, el mundo material con toda su complejidad científica está infuso de presencia divina. A partir de las partículas subatómicas y penetrando hasta el misterio de la consciencia humana, se observa un prodigio transcendente engendrado por amor. La vida que ocasionalmente acontece en la materia no tiene explicación empírica. Solo cabe maravillarse.

El proyecto social de toda humanidad, con sus desafíos de distribución, organización y convivencia, puede entenderse en términos de conflictos de interés. Puede ser estudiado por la estadística y resuelto por la fuerza. Por otro lado, puede entenderse como una gran oportunidad para amarse los unos a los otros, para dar cada uno generosamente de sí para el bien de los demás. La estadística no es mentira, pero no da cuenta de la presencia del amor.

El hombre secularizado suele tratar al mundo como si no tuviera alma. El mundo desalmado es su basural. Nuestra actual crisis ecológica se debe en parte a lo que Gabriela Mistral llamaba la frivolidad: La materia está delante de nosotros, extendida en este inmenso panorama que es la naturaleza… Es frivolidad pensar que una creación portentosa no tiene otra finalidad que desangrarse en polvo, después de brillar un millón de años… Los artistas, al mirar el mundo exterior, tienen la intuición del misterio.[5] Si recuperamos esa intuición del misterio, quizás podamos aprender a usar la honesta veracidad de la ciencia secular, junto al compromiso solidario en el consenso político, para dar cauce a la visión de cielos nuevos y tierras nuevas que tenemos inscrita en el corazón desde la resurrección de Jesús.

La Iglesia no cumple su misión profética si ella misma no está viviendo envuelta en la absoluta prioridad del amor desinteresado. Si ella no ama radicalmente como Cristo amó, no puede señalar el misterio del amor transcendente en todas las cosas. Si el Pueblo de Dios se hunde en su fría administración institucional, se apaga el fuego del Espíritu Santo. Si el Cuerpo Místico no es luz de comunión fraterna, queda colonizada por su propia burocracia prepotente. Su dulce armonía se transforma en disonante lucha de poder. Si la autoridad es más importante que la honestidad, se rinde homenaje a la mentira, la prepotencia y el sinsentido. 

Detrás de la institución y sus procedimientos, tiene que haber más que procesos caóticos y conveniencias políticas. Decía un poeta inglés, el mundo está repleto de la gloria de Dios.[6] En su carta a los obispos de Argentina, el Papa Francisco exhorta a salir del encierro autorreferencial, del narcisismo mundano y del clericalismo sofisticado para así replantearse en claves de misión. Para superar su propia secularización, la Iglesia ha de redescubrir la dulce y reconfortadora alegría de evangelizar, de llegar a los de lejos dando testimonio auténtico del amor solidario de Cristo Resucitado. 

Nathan Stone sj

[1] Segundo Concilio Vaticano, Gaudium et spes, (1965), 36. La declaración no implica que toda investigación, ni menos, todo avance tecnológico, ha acontecido en bien de la humanidad. [2] Eso, a pesar del discurso político de igualdad y libertad propia de la ilustración. [3] Gaudium, op. cit., 27 e 29. [4] La figura literaria se llama hipérbole. [5] Gabriela Mistral, El Sentido Religioso de la Vida, 1924. [6] Gerard Manley Hopkins sj, God’s Grandeur, 1877.

0 comentarios:

Publicar un comentario

Formulario de contacto

Nombre

Correo electrónico *

Mensaje *