V Dom T.O. A - Radiante luz sanadora

Que brille su luz; que vean sus buenas obras…  
Mateo 5:16

La cultura del espectáculo envuelve a los mortales en sus tentáculos.  La farándula levanta figuras extravagantemente producidas para que todos las vean.  Los focos las dejan sin sombras, como si las estrellas de la pantalla fueran fuentes de la luz que tanto hipnotiza a multitudes.  Rostros maquillados impresionan; cabellos resplandecientes encandilan; atuendos ostentosos ilusionan, pero nada de eso es real. 
Es un circo, todo artificio, sutileza y artimaña.  No obstante, seduce al ojo.  Es como si participáramos de su fingido esplendor.  Los ídolos siembran en la mirada un deseo de sentirse admirados, envidiados y aplaudidos; aunque sea sólo ensueño. 

La añoranza de aplausos y honores es contaminante para quienes quisieran seguir a Jesús.  El servicio del discípulo es humilde y anónimo.  El Reino es de pobres, afligidos y perseguidos.  El llamado a hacer brillar la luz no se entiende desde el criterio farandulero, sino desde la entrega total de quienes puedan regalar la vida, el cuerpo y el alma por la causa del evangelio.  Sus alegrías y sudores; sus penas y frustraciones; todo sirve para mostrar en carne propia cómo es el proyecto del Padre celestial. 
Hoy por hoy, la buena noticia está fondeada, oculta, escondida debajo un cajón.  Ha sido privatizada, un privilegio, sólo disponible para algunos.  Se dice que es cosa de cada uno, que es como decir, insignificante, sin consecuencia en el mundo real.  A veces, lo tratamos como un secreto, como una debilidad, como algo que nos diera vergüenza. 

Para que brille el evangelio delante la gente, no basta tan sólo una modificación de estrategia comunicacional.  Pactar con la el espectáculo tiene su precio.  Se precisa más que un ajuste de maquillaje, vestimenta e iluminación.  El Reino no se reduce a un discurso con estilo y conmovedor.  El evangelio es más que un librito de auto-ayuda. Cristo no se vende a los gustos y caprichos de los auspiciadores. 

Muchos creen que Jesús los llamó para transmitir miles de preceptos desarticulados con minuciosa exactitud.  La ortodoxia doctrinal, sin luz divina, transforma el discipulado en fría tarea magisterial y administrativa.  Sin ternura y misericordia, el catecismo es una sombra del Reino proclamado en el Monte.  
Jesús no mandó a condenar, sino a rescatar.  Su luz se percibe en las obras.  Llamó a los suyos para alimentar al hambriento y consolar al afligido.  La compasión concreta es sol, fuente y sentido de toda ortodoxia cristiana.

El resplandor de Cristo no es teórico ni farandulero, sino práctico.  Trasmite calor y afecto, curando heridas, perdonando pecados y suavizando asperezas.  No se ve en el retoque cosmético, ni se oye en el lenguaje elevado.  Se percibe en los brazos que se tensan para albergar al que vive sin techo.  No es un desglose de complejidades eruditas, sino mano abierta que comparte el pan con los necesitados.  Se mide más en los efectos concretos que en las apariencias publicitarias.

El fulgor luminoso de Jesús es radiante y sanador.  El discípulo auténtico desaparece en la gloria de Dios, y así, amanece su luz como una aurora. 

Nathan Stone sj

0 comentarios:

Publicar un comentario

Formulario de contacto

Nombre

Correo electrónico *

Mensaje *