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 Entonces, Jesús dice, Joven, yo te ordeno, ¡levántate!   Lucas 7:14

El Cardenal Timothy Dolan  de Nueva York fue el orador invitado para la ceremonia de graduación en laUniversidad de Notre Dame el mes pasado.  Dijo que un ex alumno le contó que el secreto de la Universidad es la Señora que está encima del antiguo edificio de administración; que el corazón del proyecto no es la biblioteca, ni los profesores, sino la gruta de Lourdes.  El Cardenal afirmó que la gracia de Notre Dame es que no pretende ser comoHarvard ni Stanford, sino como el pesebre de Belén: donde Cristo se encarna para el mundo.[1]  Le dieron un título honorario.  Ahora somos compañeros de la U.  Yo también soy titulado de Notre Dame.

La Universidad de la República en Montevideo no tiene ninguna imagen religiosa.  De hecho, aquella prestigiosa institución de estudios superiores en la pequeña República Oriental es el símbolo triunfal de la patrialaica, gratuita e obligatoria.  El laicismo uruguayo es una versión extrema de la separación de Iglesia y Estado.  Se refiere a la ideología anticlerical.  Los profesores, a pesar de ser académicos rigurosos, son propensos a tomar quince minutos de la valiosa y limitada hora magistral, para despotricar contra la Iglesia Católica.  Un objetivo explícito en la formación universitaria del Uruguay es laicizar al estudiante, es decir, volverlo ateo, para que la patria nueva sea cada vez más “racional”.

Se calcula que dos tercios de los jóvenes católicos formados y sacramentados pierden la fe al entran a la universidad.[2]  Es un elefante en el salón para la Iglesia.  Primero hay que reconocer que está ahí.  En su visita a Santarém el pasado fin de semana, Hermana Eugenia Lloris, asesora del Sector Universitarios para la Conferencia Episcopal de Brasil, comentó que si el universitario pierde la fe porque tuvo el privilegio de estudiar, quizás sea porque nunca tenía fe en verdad. 

Lo que tal vez llamaba “su fe” no pasaba de una borrosa mitología personal sobre el bien y el mal y la vida eterna, una versión abstraída del Papá Noel que premia a los niñitos que se portan bien con juguetes nuevos y castiga a los que hacen muchas preguntas difíciles, dejándolos sin regalitos.  Ninguno, en la vida adulta, cree en el Papá Noel.  Pero, su fe es así de infantil, absurda y desinformada.  Por eso, no aguanta el rigor intelectual. 

A futuro, cuando dos tercios de los profesionales sean ateos, (y el otro tercio, de una fe infantilizada), es probable que la sociedad civil se vuelva más descorazonada, materialista e maquiavélica.  Los fieles que quedan serán los que no pudieron estudiar.  Será la gente sencilla, manipulada por líderes formados para imponer su autoridad con amenazas de infierno.  Esa Iglesia no tendrá altura para dialogar con la sociedad civil.  La brecha se está abriendo. Terminaremos sometidos a la dictadura del mercado, el pragmatismo y la conveniencia. 

Al interior de la Iglesia, la respuesta usual, ante la fuga del joven universitario, es deplorar la falta de respeto y denunciar el modernismo, la ciencia y la razón que parecen haber causado todo.  Culpamos la universidad por haberle lavado la fe de las neuronas de tantos jóvenes, sin asumir que la catequesis que se les ofreció fue infantil y superficial.  Lamentaremos el esfuerzo perdido, pero sin cambiar nada.  Es más fácil culpar a los demás.

Curiosamente, mis compañeros de Notre Dame perdían su fe en la misma proporción que los alumnos de la masonería anticlerical en el Uruguay.  En Notre Dame, se rebelan contra el discurso tan elevadamente beato y santurrón.  En Uruguay, los estudiantes se rebelan contra el laicismo.  Se radicalizan en su fe, fortaleciéndose con estudios, formación y retiros, para encarar el agnosticismo monocromático (y poco razonable) de allá. 

El problema no está en la universidad.  El joven es por naturaleza, curioso, rebelde y cuestionador.  En la vida universitaria, debe encarar desafíos afectivos, ideológicos y sociales.  Debe superar tentaciones y conquistar su autonomía.  Es su herencia del Creador, para así llegar a la plenitud de la sabiduría prometida.  No hay otra forma.

El problema está en la comunidad cristiana.  No sabemos acompañar los procesos de crecimiento y madurez.  Al joven que pregunta sobre las complejidades de la doctrina, se le responde con fórmulas simplistas e absurdas.  Al que cuestiona las incoherencias de la Iglesia, le hacemos callar, diciendo que los santos no cuestionan las cosas, que aceptan con docilidad y sin entender, (lo cual es falso).  En el fondo, les estamos diciendo que no maduren, que sean infantiles, incoherentes y sometidos; que sigan creyendo en el Papá Noel (lo cual es imposible) en vez de buscar al Señor de la Verdad apasionadamente.

Jesús manda al fallecido hijo de la viuda, Joven, te ordeno, ¡levántate!  Ser cristiano no es cosa de quedarse pasivo, haciéndose el muerto.  Si uno pretende asumir la vida como adulto delante de Dios y el mundo, no puede quedarse callado sobre las verdades que agitan el corazón. 

Si no sabemos acompañar los procesos propios de los jóvenes,  les estamos diciendo que no caben en la Iglesia.  Si los tratamos de silenciar como en dictadura militar, desfiguramos el evangelio.  Las prácticas cotidianas de la Iglesia actual, con su estilo rígido y su discurso arrogante, son adaptadas para los niños y los ancianos.  Por eso, la juventud se va.  Algunos volverán cuando viejo, después de haber gastando la vida entera lejos del evangelio.  No es la idea.

La fe no puede quedar muerta, ni ciega ni irracional.  No es para meterla en un cajón con llave para protegerla de los vaivenes sociales y científicos.  Hay que estudiar con fe.  Hay que creer que existen buenas respuestas para las preguntas difíciles de los siglos.  Si tambalea el castillo de cartas, se reconstruye sobre piedra con material duradero.  La fe ilumina la razón sin someterla, para que el estudio sea un proyecto de encarnación; para que la compasión divina se haga realidad humana.   La tradición católica es estudiosa, valiente y razonable.

Nathan Stone sj

[1] Cardinal Timothy Dolan, Commencement Address, University of Notre Dame, Indiana, USA, May 19, 2013.  La Señora es una estatua dorada de la Virgen María.  
[2] No tenemos estadísticas sobre cuántos eventualmente la recuperan.

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