Fiesta de la Epifanía - Oro, incienso y mirra

Cuando vieron la estrella se llenaron de alegría, y al entrar en la casa, encontraron al niño con María, su madre, y postrándose, le rindieron homenaje. Luego, abriendo sus cofres, le ofrecieron dones: oro, incienso y mirra.  
Mateo 2:11-12

En estos días, iba caminando por un parque público donde el pueblo se une para tomar un helado, hacer deporte o simplemente para pasear con la familia y los amigos.  De repente, me encontré con un camión equipado con altoparlantes.  Una niña cantaba a voz en grito que Jesús es la verdad, que siente la presencia de su Espíritu y todo lo demás.  A la media hora, pasé de vuelta donde mismo.  Estaban en la etapa de quien quiere salvarse tiene que levantar los brazos y acercarse al escenario. 

Alguna cosa les hacían ahí, algo que aparentemente da garantía de salvación.  Un joven con micrófono proclamaba, con todo el volumen que la tecnología puede aportar, que quien no se acercara para ser salvado tenía vergüenza, y que la vergüenza es un pecado.  En el fondo, decretó la condena eterna de todo los skaters, futbolistas y novios que salieron para dar gloria a Dios de otra forma esa noche.  Todos tenían que participar del show; si no, se los llevaba el demonio. 

Como cristiano, me da vergüenza ajena cómo se banaliza el misterio de la salvación.  Si quieren llevar la fe a la plaza pública, que sea con respeto y sin grito.  Me causa consternación que algunos hermanos se adjudican la autoridad para salvar y condenar, para juzgar al pueblo como se fueran delegados por el eterno Señor de todas las cosas.  Manipulan la muchedumbre con el micrófono.  Me da rabia cuando prometen recompensa terrenal a los que le siguen el juego.  El espectáculo fue burlesco.  Por ellos, los verdaderos seguidores de Cristo pierden credibilidad. 

Los que no tenían vergüenza esa noche eran pocos.  La mayoría seguía su rumbo.  Hay una cuota de cordura todavía en el corazón del pueblo, gracias a Dios. 

Los sabios de Oriente llegaron a la casa de María en el silencio de la noche; sin gritos, sin ruido y sin espectáculo.  Por el desierto, venían siguiendo una estrella.  Traían regalos de oro, incienso y mirra.  Venían para adorar al Niño.  Luego, se fueron en secreto, sin llamar la atención, porque Herodes le quería matar.
No todos tenemos oro e incienso para ofrecer.  Cada uno ofrece al Niño lo que tiene, pero no es a cambio de recompensa.  Es un gesto de devoción.  En algunas iglesias, se ofrece “cien por uno” a los que ponen dinero en el canasto de la colecta, todo para el bolsillo del pastor, todo exento de impuestos.   La opulencia de su negocio (también me provoca vergüenza) es considerada un signo del favor de Dios, y promesa de prosperidad para las ovejas de su rebaño. 

Cuando la recompensa no llega al pueblo, el pastor no asume.  Se supone que esas ovejas no fueron escogidas para la salvación, y se acabó.  Como itinerario espiritual, esta cosa tiene toda la profundidad de un concurso en la televisión. 

La auténtica salvación no necesita altoparlantes para validarse.  Dios no promete ni fama, ni prosperidad, ni carro nuevo; sino paz, armonía y compasión.  Al mundo carente de amor, le ofrece solidaridad.  El poder, el lucro y la vanidad; como Herodes; hacen lo que puedan para acabar con la salvación.  Los magos de oriente no se distraen con el ruido herodiano.  En su sabiduría, saben seguir la estrella en silencio, y ofrecer lo que tienen; oro, incienso y mirra; como gestos de devoción, sin esperar nada a cambio. 

Nathan Stone sj

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