Comunión de gracia

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu divino, 
al Dios que es, que era y que vendrá, 
por los siglos de los siglos.  Apocalipsis 1:8


Los simpáticos e perspicaces niñitos de South Park nos alegran la vida con sus observaciones inocentes, sorprendentes pero evidentes, dejando el emperador al desnudo una y otra vez.  Hay un episodio sobre la catequesis de primera comunión.  Cartman resume el contenido de su formación así: la hermana dice que hay que confesar tus pecados y comer galletas con vino.  Si no, te vas al infierno.  Luego, muere el Kenny violentamente.  De nuevo.[1] 

Aquí en el mundo real, suelen acontecer desentendimientos peores.  Quizás no es lo que la hermana dijo, pero es lo que el niñito entendió.  Seguimos con la idea de producir un discurso perfecto, sin considerar las tonteras que puede engendrar en las personas más ingenuas.  El mundo no es muy erudito.  Tenemos mucho que aprender de los primeros apóstoles

Humorista Don Novello, desde su personaje ficticio, Padre Guido Sarducci, explica para “los fieles” como es la cosa después de morir.[2]  Dice que todo quedó claro por la revelación de Fátima a los tres niñitos portugueses en 1917.  Vita est lavorum, dice la carta secreta, la vida es un trabajo.  Cuando te mueras, Dios te está esperando en la puerta del cielo con tu sueldo: un salario mínimo por cada día de tu vida, todo en efectivo.  Luego, tienes que pagar la tarifa de cada pecado cometido.  Es un negocio.  Si te queda dinero después de pagar tus pecados, entras al cielo.  Si no, vuelves a la tierra (como el pobre Kenny) para juntar más. 

Claro que es una caricatura burda, pero no está bromeando de las enseñanzas de la Iglesia, sino de las necedades que la gente tiene en la cabeza.  Es cómico porque la gente realmente cree alguna versión de eso. Muchos suponen que la actual cultura economicista es eterna, universal y determinada por Dios.  Como el pez no se imagina un mundo sin agua, el consumidor no se imagina la existencia sin compra y venta.  Eso complica la noción de la salvación en relación a la limosna.  En la tradición, el diezmo podría explicarse como una responsabilidad comunitaria, o bien, como un gesto solidario.  Para muchos, sin embargo, es una operación comercial.  Es para pagar los pecados y ganarse el cielo.

Durante la misa de la tarde el miércoles pasado en la catedral, entró un hombre joven con los bolsillos pesados de monedas.  Pasó a dejar algunas en la cajita de limosna a los pies de cada santo y al costado del Santísimo en el altar mayor.  Se persignó delante de cada imagen, y quedó por un minuto de rodillas en silencio delante del sagrario.  Era cuidador de autos.  Vive de las propinas.  Venía a agradecer por lo que había recibido ese día.  Dejó una limosna prácticamente insignificante para la gente más pobre que él.  Antes de salir, se mojó la cara con agua bendita.

Algunos se incomodaron, pues, el muchacho no estaba muy presentable y hacía caso omiso de la misa que estaba siguiendo su curso.  Sin embargo, nadie puede decir que faltaba el respeto.  Andaba con el sombrero en la mano.  Su devoción fue conmovedora.

Para los participantes regulares de la comunidad, en materia de limosna, tenemos el rito de los sobrecitos. Cada familia debidamente registrada recibe sobres con su nombre para dejar su ofrenda en la colecta.  Es una forma de reunir fondos dejando constancia de cuánto dinero entró y de parte de quién.  Se entiende que un porcentaje importante de ese dinero queda para auxiliar a los necesitados.  La idea es vivir como los primeros cristianos que compartían todo, (Hechos 2:44-45). Muchos participan con la misma devoción del joven cuidador de autos. 

Por otro lado, algunos creen que se están comprando el cielo. Hay pastores evangélicos que abiertamente dicen eso.  No obstante, la doctrina luterana afirma que la salvación es consecuencia de la gracia.[3]  En la iglesia católica, la gente aprendió a salvarse por sus obras.[4]  Pero la obra única, para muchos, es el sobrecito.  Muchos piensan que adquieren, además, el derecho a la felicidad (o bien, la prosperidad) en la tierra, y se sienten estafados cuando no resulta así.

A veces, se promueve el diezmo con promesas de riqueza personal y buena suerte para los contribuyentes, y amenazas implícitas de lo contrario para los demás.  El sistema económico está engullendo el evangelio.  Esclaviza a los hijos de Dios, cual ceremonioso faraón de antaño.  

De mi infancia, recuerdo el orden ceremonial como la máxima prioridad de mi formación para la primera comunión.  Hace poco, asistí a una misa de primera comunión en la cual, para mi sorpresa y consternación, los niñitos, todos peinados, perfumados y vestidos de blanco, salieron de sus lugares en filas rectas y silenciosas en el momento del ofertorio.  Creí que se habían equivocado sobre el momento de la comunión, pero no.  Ordenados por su catequista que parecía sargento, cada niñito entregó su sobrecito con dinero en la canasta de la colecta.

Eso no está en el ritual.  El motivo explícito era acostumbrarlos desde pequeño.  Sin embargo, ninguno de ellos trabaja que yo sepa; y quedaron con la idea de que la eucaristía se compra.  El domingo siguiente, se quedaron sin comulgar (e preocupados por su salvación eterna, como Cartman  en South Park) porque no podían conseguir dos reales para colocar en el sobre.

Hay que motivar la responsabilidad comunitaria en la Iglesia, y en especial, la solidaridad con los necesitados, a partir de la conciencia, y sin amenazas, siquiera implícitas.  De lo contrario, se distorsiona el evangelio irreparablemente.  Quienes se atreven a levantar el estandarte de Cristo y la Iglesia queda, a los ojos del mundo, como mafioso e hipócrita.    

La compra y venta del mercado no es el contexto propio de la relación entre Dios y la humanidad.  La salvación no acontece en el shopping center.  Hay que liberarse de esa presuposición, para poder entender el amor que gratuitamente perdona y rescata.  Hay que imaginar la comunión de fraterna al interior de la Santísima Trinidad, banquete a la cual la humanidad ha sido gratuitamente invitada. 


Nathan Stone sj
[2] http://www.youtube.com/embed/0AKvRvL5r3A?rel=0. Esta versión refuerza la ética puritana del trabajo.
[3] Santo Tomás, en el fondo, afirma lo mismo, Summa, I-II, 114, a. 
[4] Los que pretende salvarse por sus propios obras (merecer el cielo) incurren en la herejía pelagiana.

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