VII Dom Pascua C - Sindicalismo



Ustedes serán testigos de todo eso.  
Lc 24:48

Hace ya más de un siglo, la fuerza en la unidad trabajadora se hizo sentir.  El pueblo unido jamás será vencido.  Así se decía, pero no era completamente cierto.  La unión ayuda, pero a veces, por más unido que sea, el pueblo queda descuartizado por la potencia mayor de un sistema económico cuyo objetivo prioritario no es el bienestar universal de la humanidad.  Hoy en día, de todos modos, el sindicalismo se reconoce como una cosa buena, porque representa y defiende los intereses del trabajador ante la fuerza fría y aplastadora de la todopoderosa empresa. 

Yo conocí a Don Clotario Blest, sindicalista católico de Chile.  Se había dedicado la vida entera, incluyendo consagración en el celibato laical, para mejor servir en la causa de los trabajadores.  Tiempos aquellos, Don Clotario le hacía la competencia a Luis Emilio Recabarren, fundador del Partido Comunista.  Luis Emilio también se dedicó a defender los derechos de los trabajadores a través de la formación de sindicatos. 

Los sindicatos comunistas se basaban en una percepción filosófica de la dignidad del hombre.  Los sindicalistas católicos entendían que la dignidad de hombre proviene de la bondad de Creador.  En los dos casos, se trataba de buenas nuevas para el pueblo oprimido.  No hacían sólo huelgas y marchas.  Dedicaban tiempo a la formación de los trabajadores para que fueran competentes, informados y honestos.  Don Clotario decía que el deporte era la mejor manera de entrar.  Los muchachos venían por la pelota, y se quedaban militando por un mundo mejor. 

Cuando yo conocí a Don Clotario, el sindicalismo chileno estaba pasando por un mal momento.  Era 1980.  Los sindicatos y partidos políticos fueron declarados subversivos y disueltos por el gobierno militar.  Don Clotario vivía en una casa antigua con muchos gatos cerca de Avenida Matta.  Estaba muy viejo para comenzar todo de nuevo, pero cuando marchaba por las calles de Santiago para reclamar el derecho a vida digna para todos los chilenos, con sus ochenta y tantos años a cuestas, hasta los carabineros le respetaban.  Murió pocas semanas después del retorno de la democracia, en 1990.  El sindicalismo de ahora no es lo mismo.

A partir del Concilio, la Iglesia heredó un estilo derivado del sindicalismo.  Lumen Gentium (1964) recalcó que la institución encomendada por el Señor no es una gerencia de autoridad para mandar, sino una asamblea santamente inspirada.  Antes, predominaba la imagen eclesial del Cuerpo con Cristo a la cabeza comunicando su autoridad a la jerarquía.  Los medios informativos todavía asocian la Iglesia exclusivamente con la jerarquía. 

Después del Concilio, se recuperó la antigua noción de la Iglesia como el pueblo de Dios; una raza escogida, salvada y misionera.  Iguales en su dignidad, cada bautizado es piedra viva en el templo santo y único, sin muros ni fronteras.  Renació la noción de Iglesia como comunidad.
Al mismo tiempo, los sindicatos laborales vaporizaron por la epidemia de dictaduras militares.  El espacio donde un ciudadano podía participar; donde su opinión podría ser considerada, respetada y valorada; migró a la Iglesia.  Con profundo respeto por el sindicalismo (yo pertenecía a un sindicato hasta mi ingreso al noviciado), creo que el modelo sindical no ha dado buen resultado en la Iglesia.  Es otro mundo completamente.  Igual, la confusión revela un error de concepto más profundo. 

El objetivo de la empresa es ganar lo más posible.  Por eso, paga al trabajador lo menos posible.   El trabajador depende de la empresa para sobrevivir.  Quiere conquistar un buen nivel de ingresos y beneficios, y luego defender lo conquistado.  No lo puede hacer solo.  El sindicato existe para defender los intereses de sus integrantes de los intereses contrarios de la empresa. 

La comunidad cristiana depende del Creador en su todopoderosa providencia, como el trabajador depende de la empresa.  Sin embargo, el Creador no es un empresario.  No existen intereses contrarios.   El Padre sólo quiere cosas buenas para sus hijos, así en la tierra como en el cielo.  Cuando la comunidad cristiana actúa en forma sindical, puede ser por la costumbre adquirida en otro contexto.  También, puede ser porque cree que debe defenderse de los intereses de Dios.[1]  Si la Iglesia actúa como sindicato, está suponiendo que Dios es tacaño, distante y vengativo.  El pueblo sindical cree que Dios no es bueno.

Una consecuencia del sindicalismo eclesial es que fomenta la comunidad cerrada.  Si la comunidad se reúne para defender sus intereses, no le conviene repartir los beneficios con quienes que no pertenecen al sindicato.  Si los favores celestiales son limitados, sólo alcanzan para los miembros.  Ahí, se acabó la infinita misericordia y se murió la evangelización. 

La comunidad cristiana se reúne y recita textos y rezos que expresan sus intereses.  La lectura oral de conjunto es propia de los niños que están aprendiendo a leer.  Pero se practica en las comunidades cristianas bajo el pretexto de que “es el método participativo de Paulo Freire”.[2] 

Freire se indignaría.  Leer todos juntos, aunque sea encíclicas y mensajes episcopales, parece lavado de cerebro.  Evoca los encuentros masivos del nazismo y las marchas para apoyar al Compañero Mao.  En los sindicatos comunistas, se cantaba La Internacional Socialista[3] así, todos juntos, con los ojos cerrados y mucha fe, para que no hubiera divergencias.  El modelo fracasó igual, pero se creaba la ilusión de unidad.  La Iglesia pretende algo más que una ilusión.

Si cada criatura heredó la dignidad e inteligencia de su Creador, puede formular su propia idea, y entrar en diálogo respetuoso con los que piensan otra cosa.  La comunidad discerniente, a través de su oración compartida, puede llegar a conocer e implementar la voluntad de Dios en el servicio del pueblo.  La divergencia es importante para acertar en la voluntad divina y servir mejor. 

Creo que el pueblo se imagina un Dios distante, como empresario que vive en otro barrio, (u otro país), y que no le importa lo que sucede en el mundo real de sus trabajadores.  No es así. 
Jesús no sube a las alturas porque ya se aburrió con nosotros, sino para fortalecer el vínculo íntimo de la humanidad con la providencia misericordiosa del Padre.  Las comunidades de fe no existen para reclamar sus derechos.  Eso es aberrante.  Jesús Resucitado y sentado a la derecha del Padre es un poderoso intercesor ante la infinita compasión del Padre.  

Hace poco, participé en una jornada vocacional en la cual un monitor dijo que Dios ya no se comunica ahora como antes, cuando hablaba a María, a Pablo y a los profetas; y que por eso, ahora la gente tiene que adivinar su llamado, y luego, dar su vida en oblación sin la certeza de que eso era, en verdad, su llamado.  Encontré ridículo.  Si conocieran a Dios como los santos de antaño lo conocieran, nadie se estaría haciendo sindicato para defenderse de él.  Estarían haciendo Iglesia, para dar sus vidas al servicio de su causa en beneficio de toda la humanidad. 

 Nathan Stone sj


[1] Algunos creen que se tienen que defender de los intereses contrarios de la jerarquía. 
[2] Claramente, más común en Brasil, donde sigue en la huelle, no de Freire, sino de Axe bahía.
[3] Arriba, parias de la Tierra! ¡En pie, famélica legión! Atruena la razón en marcha: es el fin de la opresión.

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